MÓDULO 6

Tema 12. Esquizofrenia de inicio en la infancia y la adolescencia

A. Barrio Rodríguez

Resumen

La esquizofrenia de inicio en la infancia y la adolescencia es una entidad similar a la esquizofrenia de inicio en la edad adulta, pero es más infrecuente y presenta generalmente una mayor severidad. La esquizofrenia de inicio temprano (o muy temprano, si es en menores de 13 años) cursa de forma más insidiosa, con unos síntomas en la etapa prodrómica (disminución de la atención y la concentración, alteración del estado de ánimo, trastornos del sueño, aislamiento social, suspicacia, deterioro del rendimiento escolar…) que es necesario conocer para realizar una correcta evaluación y un diagnóstico temprano de la enfermedad. Los criterios diagnósticos son los mismos que los utilizados en la edad adulta, y es importante realizar un adecuado diagnóstico diferencial con otras entidades (patologías orgánicas, trastornos del espectro autista, trastornos afectivos, otras psicosis, consumo de tóxicos…). El tratamiento debe ser multimodal, farmacológico, psicoterapéutico y de carácter rehabilitador.


Introducción

La esquizofrenia de inicio en la infancia y la adolescencia es una entidad diagnóstica no muy frecuente, pero de gran gravedad. También se define como esquizofrenia de inicio temprano (early onset schizophrenia [EOS]) cuando su inicio tiene lugar antes de los 18 años, y como esquizofrenia de inicio muy temprano (very early onset schizophrenia [VEOS]) o esquizofrenia infantil (childhood-onset schizophrenia [COS]) cuando se inicia antes de los 13 años.

Los criterios para el diagnóstico de esquizofrenia de inicio temprano son los mismos que los utilizados para el diagnóstico de esquizofrenia en la edad adulta, recogidos en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) y el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM). La CIE, en su versión 10 (CIE-10), define la esquizofrenia como un trastorno en el que existe una distorsión de la percepción, el pensamiento y las emociones (embotamiento o falta de adecuación) con claridad de conciencia e intelecto conservados.

Los términos de «esquizofrenia infantil» o «psicosis de inicio temprano» han evolucionado a lo largo de los años, desde su concepción hasta la conceptualización actual de estos trastornos. En la revisión de Martín Gutiérrez y Payá González1 se realiza un resumen de la historia de estos trastornos:

«Kraepelin, en el siglo XIX, describe la demencia precoz de inicio en la infancia y la adolescencia (lo que entendemos ahora como esquizofrenia de inicio en la infancia o adolescencia) como “una serie de estados, cuya característica común es una destrucción de las conexiones internas de la personalidad, y cuyos efectos predominan en las esferas emocional y volitiva de la vida mental”. Posteriormente, Sante de Sanctis (1909) acuña el término “demencia precocísima” para los cuadros de desorganización de la personalidad en niños. De Sanctis hace por primera vez una diferenciación de estos cuadros psicóticos infantiles frente a las psicosis del adulto en relación con su gravedad, planteando que, aun tratándose del mismo proceso que la demencia precoz, por la circunstancia de su inicio antes de la pubertad, su evolución era más rápida y masiva hacia la demencia.

»Bleuler propuso en 1911 el nombre de esquizofrenia para referirse a la disociación que la persona padecía en su proceso de pensamiento. Describió la esquizofrenia como un síndrome que se caracteriza por la presencia de unos síntomas fundamentales que comúnmente se conocen como “las 4A”: trastornos de asociación, afectividad, ambivalencia y autismo. A partir de este momento, el concepto de Bleuler de esquizofrenia cobra mayor influencia y se abandona el de “demencia precoz” propuesto por Kraepelin. Bajo el influjo de Bleuler, varios autores, como Potter en 1933 y Lutz en 1936, trataron de aislar los rasgos distintivos del cuadro en niños, haciendo mayor hincapié en los aspectos sociales y relacionales que en los delirios.

»Así, surgen nuevas descripciones de cuadros infantiles, como la “psicosis de la motilidad” de Kramer en 1932, el “autismo infantil precoz” de Kanner en 1943, la “psicopatía autística de Asperger” en 1944 y la “psicosis simbiótica de Mahler” en 1952. La definición clínica de estos nuevos cuadros contribuyó a que se incluyera dentro de la categoría de las psicosis infantiles un amplio y muy heterogéneo grupo de trastornos mentales infantiles. Todas estas aportaciones dejan su impronta en las clasificaciones DSM-II (1968) y CIE-8, en las que, bajo el término de “psicosis infantil”, se engloba a todo este grupo heterogéneo de trastornos que constituyen una categoría diagnóstica diferente y separada de la del adulto.

»Posteriormente, los trabajos de Kolvin y Rutter pusieron de manifiesto diferencias importantes entre las distintas psicosis infantiles. Gracias a las aportaciones de estos autores en la CIE-9 (1977) y el DSM-III (1980), la esquizofrenia de inicio temprano pasó a considerarse una entidad diagnóstica independiente del autismo, quedando definida con los mismos criterios que los del adulto».

Epidemiología

La prevalencia de esquizofrenia es del 1% de la población mundial2,3, con una ratio aproximada hombre/mujer de 1,4/1. Sin embargo, la esquizofrenia infantil es una entidad rara; por lo general, se acepta que presenta una prevalencia de 1/10.000-30.000 para la esquizofrenia de inicio antes de los 13 años y de 1,4/10.000 para la de antes de los 15 años. La esquizofrenia infantil suele producirse más frecuentemente en varones. A medida que la edad aumenta, la ratio hombre/mujer tiende a igualarse.

Esta patología presenta una clara vulnerabilidad genética, con un riesgo incrementado si hay familiares de primer grado diagnosticados de ella (un 48% en gemelos idénticos, un 13% en mellizos, un 9% en hermanos, un 15% en hijos de un progenitor esquizofrénico y hasta un 45% cuando los dos padres son esquizofrénicos). Aparte de los antecedentes familiares, también se incluyen los siguientes factores de riesgo:

  • Factores congénitos y perinatales, como complicaciones obstétricas (sobre todo hipoxia).
  • Alteraciones en el desarrollo.
  • Factores ambientales (abuso de sustancias).
  • Factores sociales (dificultades en la adaptación social, inmigración…).

Factores etiopatogénicos

La esquizofrenia es un trastorno heterogéneo, en cuya aparición no se identifica una única causa, sino múltiples factores implicados. Existen varios modelos hipotéticos de desarrollo de la esquizofrenia, en los que se ven implicados factores genéticos, orgánicos y ambientales. En el modelo de neurodesarrollo de la esquizofrenia4, el desarrollo de la enfermedad se postula con un inicio muy anterior a su expresión sintomática. Este modelo determina el desarrollo de la esquizofrenia a partir de la contribución e interacción de factores genéticos y ambientales, que condicionan el inicio y la evolución de la patología.

Factores genéticos5

La esquizofrenia de inicio temprano comparte los aspectos fisiopatológicos básicos con las formas de inicio más tardío, y los estudios de esquizofrenia de inicio temprano han replicado la asociación de muchos de los genes implicados en la población adulta. Sin embargo, los estudios muestran que la esquizofrenia de inicio temprano tiene una mayor frecuencia de alteraciones citogenéticas y mayores porcentajes de antecedentes familiares de patología dentro del espectro de la esquizofrenia. Además, algunos estudios muestran que los familiares de los pacientes con esquizofrenia también presentan un riesgo de sufrir trastorno bipolar y trastornos del espectro esquizofreniforme, lo que sugiere la existencia de un riesgo genético compartido. Por tanto, se postula una mayor penetrancia genética que en las formas de inicio adulto, una mayor gravedad de los síntomas y una manifestación más temprana.

Factores ambientales

Estos factores (eventos perinatales, exposición a traumas, enfermedades, infecciones víricas, hipoxia durante el periodo intrauterino, exposición a cannabis, etc.) podrían desempeñar un papel en el origen del trastorno, o bien ejercer una acción aditiva con otros factores de vulnerabilidad genética, aumentando el riesgo de padecer la enfermedad.

Factores orgánicos

En los estudios realizados sobre los factores orgánicos se aprecian anomalías en la estructura cerebral en adultos con esquizofrenia, incluidos un aumento de volumen del ventrículo lateral y la disminución de volumen en el hipocampo, el tálamo y el lóbulo frontal. La esquizofrenia de inicio temprano se asocia a anormalidades cerebrales similares, con un papel predominante de las estructuras límbicas. En los estudios de imagen, los jóvenes con esquizofrenia de inicio temprano presentan una disminución significativa del volumen de la sustancia gris, con anomalías corticales más marcadas. Sin embargo, ninguna de estas anomalías estructurales es patognomónica ni podría entenderse como causa única de desarrollo de la patología6.

Factores psicosociales

De la misma manera, no hay evidencia de que ningún factor psicológico o social cause esquizofrenia. En cualquier caso, estos factores pueden interactuar potencialmente con factores de riesgo biológicos e influir en el tiempo de inicio, el curso y la severidad del trastorno. Se ha podido constatar que determinados factores psicosociales, como la expresión emocional familiar distorsionada, o estresores psicosociales, como la inmigración, influyen en el inicio y/o las exacerbaciones de los episodios agudos y las tasas de recaída.

Clínica

Una diferenciación que se realiza en la clínica de la esquizofrenia es dividir los síntomas en positivos y negativos7. Esta terminología puede resultar confusa, ya que puede implicar que los síntomas positivos son buenos y los negativos malos. De hecho, «positivo» se refiere a la presencia de síntomas que normalmente no existen (p. ej., alucinaciones, delirio, trastorno del pensamiento, anomalías motoras), mientras que «negativo» se refiere a la reducción de las características que normalmente están presentes (p. ej., menos discurso, disminución de la interacción social, menor interés por hacer cosas o menor implicación emocional).

Síntomas positivos

Alucinaciones

Las alucinaciones son percepciones que se producen sin un estímulo desencadenante. Las alucinaciones auditivas son las más frecuentes en la esquizofrenia, ya que se dan en un 80% de los niños en quienes se sospecha un diagnóstico de esquizofrenia. Pueden aparecer como voces (que comentan o critican la conducta del sujeto, que le dan órdenes) o simples sonidos, ruidos o incluso música o tarareos. Con menos frecuencia se presentan alucinaciones visuales (percepción de formas, sombras o «ilusiones ópticas»), táctiles, gustativas y olfativas. También pueden aparecer alteraciones perceptivas, como sensación de cambios corporales o distorsiones perceptivas. En los niños en edad preescolar es preciso distinguir las alucinaciones de posibles fenómenos no patológicos, como amigos imaginarios, fantasías o fenómenos relacionados con el sueño (alucinaciones hipnagógicas o hipnopómpicas). En los niños de edad preescolar pueden darse alucinaciones transitorias en momentos de estrés y ansiedad, que son relativamente benignas (alucinaciones visuales o táctiles, que suceden con más frecuencia durante la noche). Sin embargo, conforme avanza la edad, las alucinaciones son más estables y tienden a asociarse a trastornos más graves, no sólo a situaciones de estrés.

Alteraciones del contenido del pensamiento (delirios)

Las ideas delirantes más frecuentes son de tipo paranoide, autorreferenciales o de persecución. En menor frecuencia, también se presentan ideas delirantes de tipo extrañeza, enfermedad, megalomanía o de contenido místico-religioso. En la edad escolar, las ideas delirantes y alucinaciones suelen relacionarse con aspectos del desarrollo y la identidad; son menos complejas y sistemáticas que en los adultos, y su complejidad aumenta a medida que avanza la edad (en la adolescencia la clínica es más parecida a la de la población adulta).

Alteraciones en el curso y la forma del pensamiento

Estos trastornos se encuentran de manera frecuente en las psicosis de inicio temprano (hasta en un 40-80% de los casos). Pueden incluir diversas formas: pérdida de asociaciones (los temas están parcial o totalmente desconectados unos de otros), fuga de ideas (cambio rápido de temas), bloqueo del pensamiento (el discurso del niño o adolescente se interrumpe repentinamente y presenta dificultades para retomar el hilo de la conversación), neologismos, pensamiento ilógico, asociaciones laxas (las relaciones de las palabras se establecen mediante sonidos, más que por su significado), ecolalias, etc. La pérdida de las asociaciones no se encuentra en su forma típica antes de los 7 años, por lo que la evaluación de los trastornos del pensamiento resulta más dificultosa en los niños de menor edad o con retraso del desarrollo.

Síntomas negativos8

Los síntomas negativos expresan un déficit de determinadas funciones. El paciente presenta un aislamiento social, pierde interés e iniciativa para realizar actividades que antes llevaba a cabo, se muestra más retraído, inhibido e incluso frío y distante. Pueden aparecer alteraciones de la conducta, como crisis de agresividad, fugas, rechazo escolar…

Se observa una disminución en su actividad que puede llegar hasta la apatía y la abulia. También se distingue una actitud inhibida o un negativismo con componente oposicionista, impulsividad y suspicacia extrema.

Los pacientes presentan déficits cognitivos (falta de atención, dificultades mnésicas…), así como un pensamiento lentificado, con pobreza de contenido, falta de fluidez y asociaciones extrañas.

Síntomas asociados

Además de los síntomas negativos y positivos, puede observarse otra sintomatología asociada:

  • Alteraciones cognitivas: empobrecimiento intelectual, inatención, capacidad de abstracción disminuida.
  • Trastornos del lenguaje. Pueden aparecer mutismo secundario, laleo, neologismos o manierismos verbales, ecolalias…, así como incoherencias o discordancias en el discurso. En estos casos es importante realizar un adecuado diagnóstico diferencial con los trastornos generalizados del desarrollo.
  • Desorganizaciones psicomotoras. Pueden aparecer diversos trastornos motores, desde torpeza o movimientos estereotipados hasta estados de inhibición o agitación. La inhibición se asocia a un retraimiento y una gestualidad pobre, y si se agrava, pueden observarse actitudes catatónicas, a menudo transitorias. La inestabilidad y la agitación psicomotriz pueden presentarse como crisis de agitación aguda, auto/heteroagresividad, fugas, etc. En ocasiones también pueden aparecer conductas impulsivas.
  • Alteraciones del estado de ánimo. Son frecuentes las alteraciones del humor, sea con síntomas depresivos (en cuyo caso hay que estar atentos a la presencia de ideas suicidas) o con hiperexcitación o ansiedad. Entre los síntomas afectivos, como ya se ha comentado previamente, existe la posibilidad de presentar embotamiento o aplanamiento afectivo, ambivalencia afectiva, apatía, abulia o anhedonia.
  • Alteraciones neurológicas (neurological soft signs). Incluyen déficits sutiles en la integración sensorial, la coordinación motora y la secuenciación de actos motores complejos, y son más frecuentes en los pacientes con esquizofrenia que en los controles sanos9. El 67% de los niños con esquizofrenia infantil presentan alteraciones previas en el ámbito social, motor o del lenguaje10.

Etapa premórbida11

En los cuadros de esquizofrenia de inicio en el niño y el adolescente, cobra una gran importancia el conjunto de síntomas y signos que aparecen en la etapa prodrómica, que puede extenderse durante meses e incluso años antes del diagnóstico de esquizofrenia. Una buena evaluación puede redundar en un diagnóstico temprano. Dentro de la etapa prodrómica podemos distinguir los siguientes síntomas:

  • Alteraciones neurológicas. Se pueden evaluar con la Neurological Evaluation Scale (NES) las siguientes alteraciones: modificaciones de la expresión facial, hipocinesia, descoordinación motora, temblor de manos, tono nucal y signos cerebelosos.
  • Ajuste premórbido. En la dimensión social/relacional se producen alteraciones en el funcionamiento social, la relación con iguales y las relaciones psicosexuales. También existen alteraciones en la dimensión académica/cognitiva, en la que se resienten el rendimiento y la adaptación escolar.
  • Alteración de las funciones neurocognitivas. Entre ellas es posible distinguir las siguientes:
  • Déficit de atención. Es una dificultad para responder apropiadamente a los estímulos, incapacidad para realizar un buen filtro de información… Se pueden diferenciar dos modelos: hipocinético, en el que el paciente se muestra perseverativo, sin poder elaborar nuevas respuestas, e hipercinético, en el que aparecen respuestas de forma anticipada, impulsividad, hiperactividad y agitación. Estas funciones se exploran con el test de atención continuada (CPT) y otras pruebas.
  • Funciones ejecutivas. Comprenden la capacidad de anticipación y de solucionar problemas, el juicio, la planificación y las conductas dirigidas a un fin. Entre ellas cabe destacar la memoria operativa o de trabajo, que es la que permite mantener la información durante cortos periodos, mientras se transforma o coordina con otras funciones. El paciente esquizofrénico tiene problemas para mantener un apropiado autocontrol, el cuidado de sí mismo, realizar un trabajo independiente y mantener relaciones sociales normales. Esto se explora con el Wisconsin Card Sorting Test (WCST).

El estudio de la etapa premórbida permite intuir el cuadro clínico en sus inicios, registrándose cambios en la conducta externa que pueden corresponderse con cambios en la experiencia interna del sujeto, que precederían a la aparición de la sintomatología psicótica. En esta etapa aparecen, de manera gradual, una serie de síntomas inespecíficos, por lo que resulta complicado que los detecten el paciente y su entorno.

Para promover la detección temprana del cuadro clínico, se ha establecido una secuencia de aparición de la sintomatología prodrómica:

  • Síntomas prodrómicos tempranos. Uno de estos síntomas básicos estaría presente, al menos, en los últimos 3 meses: interferencias del pensamiento, presión de pensamiento, pensamiento bloqueado, trastornos de la comprensión verbal, trastornos del pensamiento abstracto (concretismo), ideas de referencia inestable, desrealización, trastornos perceptivos (visuales y acústicos) y falta de discriminación entre las ideas-percepciones y la fantasía-recuerdos.
  • Síntomas prodrómicos tardíos. Presencia de alguno de estos síntomas atenuados en los últimos 3 meses, entre los que destacan los pensamientos inusuales/ideas delirantes, la presencia de suspicacia/ideas persecutorias, ideas de grandiosidad, anomalías perceptivas/alucinaciones, comunicación desorganizada y comportamiento o apariencia extraños.
  • Síntomas psicóticos: breves, intermitentes y limitados, con alucinaciones, delirios, trastornos formales del pensamiento y conductas catatónicas (muy próximos a la aparición de la esquizofrenia).

Diagnóstico

El diagnóstico de esquizofrenia de inicio temprano se realiza de acuerdo con los sistemas actuales de clasificación, CIE-10 y DSM-5, siguiendo los mismos criterios utilizados para los adultos12.

Criterios para diagnosticar la esquizofrenia según la CIE-10

Síntomas

  1. Eco, robo, inserción o difusión del pensamiento.
  2. Ideas delirantes de control, influencia o pasividad, o ideas delirantes extrañas de otro tipo y percepción delirante.
  3. Alucinaciones auditivas que comentan la conducta del paciente, que discuten entre ellas o con un significado similar.
  4. Ideas delirantes persistentes de otro tipo no ajustadas a la cultura del individuo o completamente imposibles, como las de identidad religiosa.
  5. Alucinaciones persistentes de cualquier modalidad, cuando se acompañan de ideas delirantes no estructuradas y fugaces sin contenido afectivo claro, o ideas sobrevaloradas persistentes, o cuando se presentan a diario durante semanas, meses o permanentemente.
  6. Interpolaciones o bloqueos en el curso del pensamiento, que dan lugar a un lenguaje divagatorio, disgregado, incoherente o lleno de neologismos.
  7. Manifestaciones catatónicas, como excitación, posturas características o flexibilidad cérea, negativismo, mutismo, estupor.
  8. Síntomas «negativos», como apatía marcada, empobrecimiento del lenguaje, embotamiento o incongruencia afectiva. Ha de quedar claro que estos síntomas no se deban a una depresión o a la toma de medicación neuroléptica.
  9. Un cambio consistente y significativo de la cualidad general de algunos aspectos de la conducta personal, que se manifiestan como pérdida de interés, falta de objetivos, ociosidad y aislamiento social.

Pautas para el diagnóstico

Se requiere la presencia, como mínimo, de 1 síntoma muy evidente, o 2 o más si son menos evidentes, de cualquiera de los grupos del 1 al 4, o síntomas de, al menos, 2 de los grupos del 5 al 8 que hayan estado claramente presentes la mayor parte del tiempo durante un periodo de 1 mes o más. El síntoma 9 de la lista precedente se aplica sólo a la esquizofrenia simple y ha de estar presente durante, al menos, 1 año.

El diagnóstico de esquizofrenia no se tendrá que hacer en presencia de síntomas depresivos o maniacos relevantes, a no ser que los síntomas esquizofrénicos se iniciasen claramente antes del trastorno afectivo. Tampoco se tendría que diagnosticar esquizofrenia en presencia de una enfermedad cerebral manifiesta o durante una intoxicación por sustancias psicotropas o una abstinencia de éstas.

Criterios para diagnosticar la esquizofrenia según el DSM-513

A. Dos (o más) de los síntomas que se reflejan a continuación. Cada uno de ellos ha de estar presente durante una parte significativa de un periodo de 1 mes (o menos si se trató con éxito). Al menos uno de ellos ha de ser (1), (2) o (3):

1. Delirios.

2. Alucinaciones.

3. Discurso desorganizado (p. ej., disgregación o incoherencia frecuente).

4. Comportamiento muy desorganizado o catatónico.

5. Síntomas negativos (es decir, expresión emotiva disminuida o abulia).

B. Durante una parte significativa del tiempo desde el inicio del trastorno, el nivel de funcionamiento en uno o más ámbitos principales (trabajo, relaciones interpersonales o cuidado personal) está muy por debajo del nivel alcanzado antes del inicio (o cuando comienza en la infancia o la adolescencia, fracasa la consecución del nivel esperado de funcionamiento interpersonal, académico o laboral).

C. Los signos continuos del trastorno persisten durante un mínimo de 6 meses. Este periodo ha de incluir al menos 1 mes de síntomas (o menos si se trató con éxito) que cumplan el criterio A (es decir, síntomas de fase activa), y puede incluir periodos de síntomas prodrómicos o residuales, periodos en los que los signos del trastorno se pueden manifestar únicamente por síntomas negativos o por 2 o más síntomas enumerados en el criterio A presentes de forma atenuada (p. ej., creencias extrañas, experiencias perceptivas inhabituales).

D. Se han descartado el trastorno esquizoafectivo y el trastorno depresivo o bipolar con características psicóticas.

E. El trastorno no se puede atribuir a los efectos fisiológicos de una sustancia (p. ej., una droga o un medicamento) o a otra afección médica.

F. Si existen antecedentes de un trastorno del espectro autista o de un trastorno de la comunicación de inicio en la infancia, el diagnóstico adicional de esquizofrenia sólo se establece si los delirios o alucinaciones notables, además de los otros síntomas requeridos para la esquizofrenia, también están presentes durante un mínimo de 1 mes (o menos si se trató con éxito).

Exploración

Para realizar una evaluación completa ante la sospecha de un cuadro clínico de esquizofrenia, es importante llevar a cabo una exploración exhaustiva, que comprendería las siguientes valoraciones:

Evaluación psiquiátrica14

Se deben realizar entrevistas con el niño o adolescente y su familia, explorando acontecimientos pasados y cambios relevantes. La evaluación psiquiátrica debe incluir una valoración detallada de los síntomas psicóticos, con los siguientes ítems:

  • Presentación de los síntomas.
  • Curso de la enfermedad.
  • Otros síntomas psiquiátricos: historia de problemas de desarrollo significativos, trastornos del humor o abuso de sustancias.
  • Historia psiquiátrica familiar, con especial atención a las enfermedades psicóticas.
  • Examen psicopatológico.

Evaluación física

Las causas médicas que puedan generar síntomas psicóticos deben ser descartadas. Las condiciones orgánicas potenciales que deben tenerse en cuenta incluyen la intoxicación aguda, el delirio, las lesiones del sistema nervioso central, los tumores o infecciones, los trastornos metabólicos y los trastornos convulsivos. Es necesario efectuar una exploración minuciosa del estado físico del paciente. En ocasiones, es preciso realizar pruebas y procedimientos de neuroimagen, electroencefalograma (EEG), análisis de laboratorio, pruebas de toxicología…

La Asociación Internacional de Psiquiatría del Niño y el Adolescente y Profesiones Afines (IACAPAP) recomienda la realización de las siguientes pruebas para valorar diversos parámetros:

  • Recuento sanguíneo completo.

  • Urea, electrólitos y pruebas de función hepática.

  • Glucemia, colesterol y triglicéridos.

  • Función tiroidea.

  • Calcemia.

  • Prolactinemia.

  • Pruebas de neuroimagen: tomografía computarizada (TC) y resonancia magnética (RM).

  • EEG.

  • Análisis de orina para detectar un posible consumo de drogas.

Evaluación psicológica

Las pruebas psicológicas, incluidos los test de personalidad y los test proyectivos, no se consideran métodos necesarios para el diagnóstico de la esquizofrenia.

Una evaluación intelectual puede estar indicada cuando hay evidencia clínica de retrasos en el desarrollo, ya que éstos pueden influir en la presentación y la interpretación de los síntomas. Las pruebas cognitivas también pueden ser útiles para evaluar el grado de deterioro asociado a la enfermedad y planificar el tratamiento.

Según las guías del National Institute for Health and Care Excellence (NICE), a los niños y jóvenes con síntomas psicóticos se les deben realizar las siguientes evaluaciones15:

  • Psiquiátrica, para detectar una posible psicopatología, riesgo de daño para sí o para terceros, consumo de alcohol e historial de medicamentos/drogas prescritos y no prescritos.
  • Médica: realización de una anamnesis y un examen físico para identificar alguna enfermedad física (incluidos los trastornos cerebrales orgánicos) o fármacos prescritos que pueden desencadenar psicosis.
  • Psicológica y psicosocial, que indague sobre relaciones, redes sociales y antecedentes de trauma.
  • De desarrollo (social, cognitivo y motor), que incluya la búsqueda de posibles trastornos del desarrollo neurológico.
  • Física, de salud y bienestar: debe incluir el peso y la talla, así como la información sobre el tabaquismo, la dieta y el ejercicio y la salud sexual.
  • Social: vivienda, cultura y etnia; actividades de ocio y recreación; responsabilidades de los cuidadores.
  • Educativa y laboral: asistencia y logros en la escuela o la universidad y, en su caso, de la actividad laboral.
  • Económica: valorar la situación económica real de la familia.

A continuación, se indican las recomendaciones incluidas en los protocolos diagnósticos establecidos para la esquizofrenia de inicio en la infancia y la adolescencia de la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y el Adolescente (AEPNYA)16.

Protocolo diagnóstico

Primera visita (padres)

Historia clínica: embarazo y parto; desarrollo y maduración general; historia de la enfermedad actual; antecedentes psicopatológicos familiares; consumo de tóxicos; rendimiento escolar; relaciones sociales, tratamientos previos; antecedentes médicos.

Segunda visita (paciente)

Historia clínica, exploración física y neurológica (si se precisa) y exploración psicopatológica. Se puede incluir la aplicación de las siguientes escalas en adolescentes:

  • Positive and Negative Schizophrenia Scale (PANSS) (Kay, 1987) de esquizofrenia.
  • Scale for the Assessment of Positive Symptoms (SAPS) (Andreasen, 1984) de síntomas positivos.
  • Scale for the Assessment of Negative Symptoms (SANS) (Andreasen, 1983) de síntomas negativos.
  • Brief Psychiatric Rating Scale (BPRS) (Overall y Gorham, 1963) de psicopatología general.

Pruebas complementarias

TC o RM cerebral, analíticas (hemograma y bioquímica, hormonas tiroideas, cobre y ceruloplasmina), electrocardiograma (ECG).

Signos y síntomas de detección/derivación

  • Alucinaciones (auditivas las más frecuentes, olfativas, conducta alucinatoria).
  • Delirios (autorreferencialidad, perjuicio, megalomanía o ideas místico-religiosas).
  • Cambio conductual, cambio en los intereses (preocupación religiosa, fenómenos extraños, extraterrestres).
  • Conducta desorganizada.
  • Alteración motora (agitación, excitación, inhibición, catatonía).
  • Aislamiento social.
  • Deterioro en el rendimiento escolar.
  • Desinterés por lo que le rodea, apatía, falta de iniciativa.

Diagnóstico diferencial

Realizar un adecuado diagnóstico de un episodio psicótico en los niños y adolescentes resulta complicado. Puede ser difícil diferenciar entre las respuestas inmaduras (como el pensamiento mágico, frecuente en los niños pequeños) y ciertos síntomas, como los delirios o las alucinaciones. Además, al ser el inicio frecuentemente insidioso, pueden confundirse los síntomas prodrómicos con otro tipo de trastornos (de conducta, afectivos, etc.). El diagnóstico de un episodio psicótico no tiene por qué corresponderse con el inicio de una esquizofrenia, ya que puede ser el inicio de otro tipo de patologías (trastorno bipolar, depresión…)17. Realizar una buena evaluación también permite descartar la etiología médica de un cuadro clínico compatible con psicosis.

Patologías médicas18

Existen múltiples patologías asociadas a los síntomas psicóticos: trastornos neurológicos (epilepsia del lóbulo temporal, procesos neurodegenerativos como la enfermedad de Wilson y la corea de Huntington, infecciones cerebrales, tumores…), patologías infecciosas (meningitis, encefalitis, sepsis, brúcela, sífilis…), delirios, neoplasias, trastornos endocrinos (tirotoxicosis, insuficiencia suprarrenal, déficit de vitamina B12, aumento o disminución de la glucemia), síndromes genéticos, trastornos inmunológicos y exposición a tóxicos.

Las drogas de abuso pueden producir sintomatología psicótica (cannabis, anfetaminas, cocaína, LSD, alucinosis alcohólica), así como determinados fármacos, sobre todo si se usan de manera inapropiada (anticolinérgicos, antiparkinsonianos, corticoides, etc.).

Generalmente, las psicosis inducidas por tóxicos se resuelven tras un periodo de abstinencia (días-semanas).

En los adolescentes con esquizofrenia parece existir un riesgo aumentado de consumo de sustancias. El consumo de cannabis se asocia a un mayor riesgo de desarrollar esquizofrenia. En ocasiones, cuando el consumo precede al desarrollo de esquizofrenia, puede resultar complicado establecer si la enfermedad representa una entidad independiente de los efectos de la sustancia tóxica.

Patologías psiquiátricas

  • Trastornos del humor con síntomas psicóticos, especialmente el trastorno bipolar. La clínica de un episodio maniaco puede incluir alucinaciones, delirios y trastornos del pensamiento. En estos casos, no suele aparecer la sintomatología prodrómica descrita en la esquizofrenia, sino síntomas relacionados con un estado de ánimo elevado, aceleración del curso del pensamiento, irritabilidad y distraibilidad. La depresión psicótica puede presentar alucinaciones o delirios congruentes o incongruentes con el humor. No obstante, se debe estar alerta, ya que los síntomas negativos de la esquizofrenia también pueden confundirse con los de una depresión.
  • Trastornos de conducta y emocionales, que en ocasiones pueden dar lugar a síntomas similares a los psicóticos. Algunos niños que no tienen esquizofrenia pueden presentar síntomas psicóticos autolimitados ante situaciones estresantes graves. Algunos estados disociativos pueden provocar alucinaciones; suelen tener un inicio agudo y una duración breve, con alteraciones de la conciencia de tipo onírico, un estado emocional alterado congruente con sus preocupaciones, y alteraciones de la conducta, sin deterioro posterior del funcionamiento. Si esto sucede, es posible que exista un trastorno de personalidad.
  • Trastornos del espectro autista. Su inicio es más temprano y no suelen presentar síntomas psicóticos, o bien su aparición es transitoria. Predomina una alteración de los patrones de comunicación y en el lenguaje. En los niños con esquizofrenia, el nivel intelectual suele ser normal, a diferencia de lo que ocurre en un gran porcentaje de trastornos del espectro autista. En el síndrome de Asperger, en el que el lenguaje suele estar bien conservado, puede haber un déficit en las relaciones sociales, intereses peculiares e incluso extraños, pero no se observan habitualmente alucinaciones ni delirios.
  • Trastorno obsesivo-compulsivo. En los trastornos obsesivos severos, los pensamientos y rituales obsesivos pueden crear problemas de diagnóstico diferencial con los auténticos delirios.
  • Otros trastornos psicóticos del espectro esquizofrénico (esquizofreniforme, delirante, psicótico breve). Aunque no cumplen criterios diagnósticos de esquizofrenia, suponen un mayor riesgo de padecerla.
  • Trastorno esquizotípico de la personalidad. También presenta un mayor riesgo de desarrollar síntomas psicóticos.

Tratamiento

El abordaje terapéutico debe ser multimodal y adaptado a la fase del curso evolutivo del paciente. En un primer momento, en la fase aguda, es necesario controlar los síntomas mediante el uso de fármacos, y si es preciso, el ingreso hospitalario. En la fase de estabilización se emplea el tratamiento farmacológico ambulatorio y medidas psicosociales, con el objetivo de estabilizar el estado clínico del paciente.

La hospitalización debe contemplarse en casos de inicio agudo, de descompensación aguda de la enfermedad o de desbordamiento familiar. Una red comunitaria que coordina los servicios sanitarios, sociales y educativos, y en la que existen hospitales de día, facilita mejores formas de tratamiento, una detección precoz y la aplicación de medidas preventivas psicosociales y de apoyo familiar.

Tratamiento farmacológico19

Los fármacos antipsicóticos son una parte fundamental del tratamiento de la esquizofrenia en niños y adolescentes. Antes de su administración, es imprescindible contar con el consentimiento de la familia (y si es posible, del paciente) y realizar unas exploraciones básicas: físicas (pulso, presión arterial, respiración, temperatura, altura y peso), analíticas (hemograma; función hepática, tiroidea y renal; electrólitos séricos) y las que se consideren útiles según los riesgos recogidos en la historia clínica (ECG, EEG, etc.).

La respuesta de los jóvenes no es tan buena como la de los adultos, y además la frecuencia de efectos secundarios es mayor, aunque del mismo tipo (síntomas extrapiramidales, sedación, discinesia tardía, síndrome neuroléptico maligno…). Los antipsicóticos de primera generación han demostrado eficacia en niños y adolescentes; sin embargo, el riesgo de efectos extrapiramidales es mayor en este grupo de edad que en los adultos. Los antipsicóticos de segunda generación (atípicos) se utilizan muy habitualmente, debido a la experiencia clínica positiva en el control de los síntomas psicóticos y a un menor riesgo de efectos adversos, especialmente en relación con los síntomas extrapiramidales. Por este motivo20, se usan como primera línea de tratamiento (los más empleados son risperidona, quetiapina y olanzapina). Según las guías clínicas, han de utilizarse inicialmente en monoterapia, mantenerse el tiempo suficiente (4-6 semanas) y en dosis plenas (en función del peso). De no haber respuesta, se cambiará a otro antipsicótico (segunda línea, procediendo de la misma manera anteriormente descrita) o a la combinación de dos antipsicóticos. En caso de proseguir sin respuesta, se pasará a la tercera línea, y en esta fase la clozapina es el fármaco más efectivo para el tratamiento de la esquizofrenia resistente en niños/adolescentes, a pesar de sus numerosos e importante efectos secundarios: riesgo potencial de neutropenia (mayor que en los adultos), disminución del umbral convulsivo, acatisia (mayor que en los adultos) y aumento de peso.

Una vez que la fase aguda está controlada, la medicación debe mantenerse entre 6 y 12 meses con pocos cambios y pequeños ajustes (según los efectos adversos) antes de intentar la retirada gradual del fármaco.

Terapias psicosociales

Es muy importante la realización de un tratamiento de tipo psicosocial concomitante al farmacológico21. La psicoeducación con la familia (incluidas las estrategias para mejorar el funcionamiento familiar y de resolución de problemas, especialmente en las familias de alta emocionalidad expresada) permite una mejor comprensión y manejo de la enfermedad. Las estrategias cognitivo-conductuales (entrenamiento en habilidades sociales, resolución de conflictos, etc.) junto con la medicación y una estabilidad en la relación terapéutica, así como el apoyo de servicios comunitarios en caso de ser necesario (hospital de día, comunidad terapéutica), contribuirán a mantener la estabilidad y evitar recaídas.

Pronóstico

En general, la esquizofrenia de inicio temprano tiene un peor pronóstico que la esquizofrenia de inicio en la edad adulta. El 15,4% de los pacientes con esquizofrenia de inicio temprano presenta un buen pronóstico, un 24,5% moderado y un 60,1% malo22. La existencia de dificultades premórbidas (peor ajuste premórbido y retrasos del desarrollo), la mayor severidad de los síntomas (sobre todo los negativos) y un retraso en el diagnóstico se asocian a un peor pronóstico desde el punto de vista clínico, funcional y cognitivo23.

En líneas generales, los signos que indican un mal pronóstico de la enfermedad son los siguientes: inicio temprano; existencia de historia psiquiátrica familiar; presencia de un modelo de personalidad previa esquizoide, antisocial o límite; mal ajuste psicosocial previo; existencia de trastornos neurológicos; etapa prodrómica larga; periodo largo de psicosis no tratada; capacidad intelectual baja, y comorbilidad con el abuso de tóxicos.

Los jóvenes que presentaron un inicio temprano de la esquizofrenia tienen mayores niveles de desempleo y una menor independencia en su vida diaria que los diagnosticados de otros trastornos en la edad infantil.

El suicidio es prevalente en los jóvenes con diagnóstico de esquizofrenia. En algunos estudios de seguimiento, al menos el 5% de los individuos con esquizofrenia de inicio temprano se suicidaron o tuvieron una muerte accidental directamente relacionada con un comportamiento influido por pensamientos psicóticos.

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MÓDULO 6

Tema 11. Trastorno por tics y síndrome de Tourette

J. Eirís Puñal

Resumen

Los tics son movimientos o vocalizaciones de carácter rápido, recurrente y no rítmico, de inicio habitual en la infancia, que siguen un curso fluctuante transitorio o crónico. El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, en su quinta edición, los incluye dentro de los trastornos motores del neurodesarrollo. Las diferentes categorizaciones de los tics se realizan en función del tiempo de evolución y de su carácter motor o vocal. El síndrome o trastorno de Tourette implica que durante un tiempo superior a 1 año ha habido tics motores múltiples y uno o más tics vocales, aunque no necesariamente de forma simultánea. La urgencia premonitoria, la capacidad de supresión y la autorreproducción voluntarias, así como los cambios en la frecuencia e intensidad en función del contexto, son características clave de los tics. El 80-90% de casos con síndrome de Tourette tienen diferentes comorbilidades (trastorno por déficit de atención e hiperactividad, trastorno obsesivo-compulsivo, depresión, ansiedad, disregulación emocional, agresividad) que afectan significativamente a la calidad de vida de los pacientes y pueden representar un problema mayor que los tics en sí mismos. El entrenamiento en la concienciación del tic a través del reconocimiento de la urgencia premonitoria y el desarrollo de una respuesta competitiva son la base de la terapia de reversión de tics, de clara eficacia en el tratamiento. Los tratamientos farmacológicos han de considerarse en casos más severos y causantes de una afectación psicosocial evidente.


Introducción

Clásicamente, los tics se han definido como movimientos repetitivos, no rítmicos y estereotipados, causados por contracciones musculares súbitas, abruptas, involuntarias y no propositivas, para los que se asume como base etiopatogénica una disfunción o deficiente inhibición en circuitos córtico-estriato-talámico-corticales con implicación preferencial del GABA y la dopamina. En el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, en su quinta edición (DSM-5), se alude al tic como un movimiento o vocalización de carácter rápido, recurrente y no rítmico y se abandona el término «estereotipado». Se clasifican por su cualidad (motores o vocales) y por su expresividad clínica (simples o complejos). Pueden presentarse de forma aislada o en combinación, y su curso evolutivo puede ser transitorio o crónico. Constituyen el trastorno de movimiento más frecuente en la edad pediátrica y pueden estar presentes hasta en un 5% de la población en edad escolar, cumpliéndose en el 1% criterios para el síndrome de Tourette (ST). Otras aproximaciones epidemiológicas indican un 5-19% para los tics y un 0,5-3,8% para el ST. Su importancia radica no sólo en su elevada prevalencia y en la posible disfunción que puedan generar, sino también en la habitual comorbilidad asociada, que en muchas ocasiones representa un problema más relevante que los tics en sí mismos. En los últimos años se han producido cambios en la categorización de los tics y en su aproximación terapéutica, con el desarrollo de terapias más eficaces, no sólo farmacológicas sino también psicológicas y conductuales, e incluso quirúrgicas para casos seleccionados. El reconocimiento de los tics es habitualmente sencillo para el clínico que conoce sus características.

Ubicación de los trastornos de tics en el DSM-5

El DSM-5 incluye los trastornos de tics dentro de los «trastornos del neurodesarrollo», integrándolos junto con el trastorno del desarrollo de la coordinación y el trastorno de movimientos estereotipados dentro de la categoría de «trastornos motores». Se considera, pues, un trastorno del movimiento dentro de una visión neurológica estricta y un trastorno del neurodesarrollo desde una visión más neuropsiquiátrica, junto con el trastorno del desarrollo intelectual (discapacidad intelectual), los trastornos del espectro autista, el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), los trastornos específicos del aprendizaje y los trastornos de la comunicación.

Clasificación de los trastornos de tics

El DSM-IV, en su edición revisada, incluye los tics dentro de la sección de «trastornos de inicio en la infancia, la niñez y la adolescencia», y acepta las siguientes categorías: 1) ST; 2) trastorno de tics motores o vocales crónicos; 3) trastorno de tics transitorios, y 4) trastorno de tics no especificados. Como objetivo general, el DSM-5 ha pretendido simplificar y clarificar los criterios diagnósticos y reducir la categoría residual de trastorno de tics no especificados, sin intención de variar sustancialmente la práctica clínica ni el pasado o futuro de la investigación al respecto. Los cambios aceptados se han basado en un proceso de análisis y discusión de cada uno de los criterios que sustentan las diversas categorías. En su versión final, el DSM-5 mantiene el «ST», el «trastorno de tics motores o vocales crónicos» y el «trastorno de tics no especificados». Desaparece el «trastorno de tics transitorios» y se incorporan el «trastorno de tics provisionales» y «otros trastornos de tics especificados». Las diferentes categorías de tics y sus criterios se especifican en la tabla 1.

 

Semiología de los tics

Cuando involucran a la musculatura laringofaríngea o diafragmática, se denominan tics vocales, y para el resto de músculos implicados, tics motores. Los tics motores pueden clasificarse en simples, que afectan a un músculo aislado o un grupo muscular localizado, o complejos, que incluyen la agrupación de varios músculos aislados o una secuencia más compleja de movimientos. Los simples duran menos que los complejos (milisegundos frente a segundos) y afectan más a la cara y el cuello, en forma de parpadeos, movimientos oculares, nasales, de labios, de la mandíbula o del cuello, sonrisa sardónica o cambios en la mirada, entre otros, aunque también se incluyen otras localizaciones corporales que los condicionan, como elevaciones de hombros, extensión de las extremidades, etc. Los complejos incluyen combinaciones diversas de tics simples (inclinación del cuello con elevación del hombro, flexiones del tronco y estiramientos o contorsiones de los miembros, etc.) o actos de mayor elaboración que pueden parecer propositivos, como gestos obscenos (copropraxia) o repetición de movimientos observados en otros (ecopraxia). Pueden conllevar conductas autolesivas (sacudidas cervicales bruscas, estallidos de dedos, lamerse los labios y hacerse heridas). Los términos «clónico», «tónico» y «distónico» se usan para referirse a su expresión como movimiento repetitivo frente a una contracción muscular mantenida. Para los tics vocales, la categoría simple alude a ruidos o sonidos del tipo carraspeos, toses, inspiraciones nasales, soplidos, aclaramientos de garganta, gritos, aullidos, ladridos, gruñidos o chasquidos. Se reserva el término «complejo» para acciones más elaboradas, cognitiva y lingüísticamente diferenciadas, como la ecolalia (repetición de las últimas palabras o frases escuchadas), palilalia (repetición de verbalizaciones propias) o coprolalia (emisiones socialmente inaceptables, que incluyen obscenidades, insultos o contenidos peyorativos étnicos, raciales o religiosos). Los tics vocales complejos prácticamente no se presentan nunca aislados, y lo habitual es que coexistan con tics simples, tanto vocales como motores (tabla 2).

 

La mayoría de los niños comienza con tics motores simples que afectan a la cabeza, el cuello o los miembros superiores. En el momento de su presentación resulta imposible predecir su curso clínico, y evolutivamente pueden encuadrarse en una categoría de tic provisional o crónico. Los provisionales tienen lugar habitualmente entre los 3 y los 10 años de edad, y suelen seguir un curso de mejoría/agravamiento, con fluctuaciones en un periodo de entre 4 semanas y 1 año.

Características de los tics

Los tics presentan unas peculiaridades específicas que los diferencian de otros trastornos episódicos del movimiento, de gran interés para su reconocimiento:

Curso clínico fluctuante

La expresividad de los tics puede ser muy variable, tanto intradía como interdía, con cambios en su frecuencia e intensidad en periodos cortos (minutos, horas) o prolongados (días, semanas o meses), que es una de sus características principales. Por tanto, están sujetos a una gran influencia del entorno y de la situación personal de cada paciente, y pueden agravarse o aliviarse en función de las modificaciones en el estado de ánimo, la ansiedad, el estrés, el cansancio o el aburrimiento. Entre los episodios de tics podemos observar exacerbaciones a modo de racimos durante periodos cortos (a veces de segundos o pocos minutos), pero también más duraderos, en los que puede identificarse una amplia serie de factores que actuarían como precipitantes o agravantes y que varían de un individuo a otro. Por lo general, se ven agravados por el estrés, el cansancio o el aburrimiento y, a menudo, son más prominentes mientras el niño mira la televisión. Se han señalado algunos detonantes curiosos, como ciertos estímulos visuales (p. ej., un patrón gráfico concreto) o la exposición a algunas voces o sonidos. A este respecto, algunos niños pueden tener tics sólo con escuchar la voz de su profesor, o tras escuchar algún comentario sobre ellos. Por otro lado, se ha documentado a partir de análisis de grabaciones en vídeo una reducción de hasta un 27% en la expresividad de los tics en situaciones de consulta clínica, cuando el paciente se encuentra frente al examinador.

Capacidad de autocontrol

A diferencia de otros trastornos del movimiento, los tics pueden ser suprimidos a voluntad durante periodos cortos. Sin embargo, la supresión voluntaria del tic no anula la urgencia premonitoria (véase más adelante), por lo que no es infrecuente que se reanude e incluso presente un efecto rebote tras el intento de supresión.

Capacidad para ser reproducidos a demanda

Se trata de una característica curiosa y muy específica de los tics. Aunque habitualmente asumimos los tics como involuntarios, y en gran medida y a efectos prácticos así los podamos considerar, siendo estrictos en su análisis no podrían categorizarse de esta forma si se tiene en cuenta que siguen a un evento previo, que es la urgencia premonitoria, y que el paciente puede reproducirlos con exactitud cuando se le indica. Este hecho no está presente en los trastornos del movimiento clásicos, como la corea o la distonía, entre otros, todos ellos procesos claramente involuntarios y no autorreproducibles. Como puede observarse, el término «involuntario» no figura en la definición de los tics del DSM-5.

Relación con actividades propositivas y con el sueño

Los tics no interrumpen las actividades habituales, por lo que no es esperable que un tic que afecte a los miembros superiores distorsione la actividad del individuo cuando come, bebe o escribe.

Los tics no suelen presentarse habitualmente durante el sueño, pero pueden aparecer y asociarse a un aumento en la fase de movimientos oculares rápidos.

Identificación de la urgencia premonitoria

La urgencia premonitoria es una sensación subjetiva, habitualmente desagradable, que muchos pacientes identifican antes de la presentación del tic y que suele presentarse en los grupos musculares involucrados en el tic. Es más comúnmente identificable en los adolescentes y adultos, frecuentemente en los 3 años siguientes al inicio de los tics, pero algunos niños pueden tener conciencia de ella desde los 9 años de edad. Aunque la urgencia premonitoria es difícil de describir, algunos términos para referirse a ella incluyen la sensación de picor, pinchazo, quemazón o tensión, en cualquier caso no placentera y que se extingue una vez realizado el tic. Así, el tic podría considerarse una reacción individual dirigida al control de la urgencia premonitoria y puede representar una respuesta automática a ésta, no procesada conscientemente. El intento de control consciente del tic no implica la desaparición de la urgencia premonitoria, por lo que finalmente el tic podrá emerger, incluso aumentado, en algunos casos.

Diagnóstico de los tics

Es exclusivamente clínico y se basa en una anamnesis y una exploración neurológica y psiquiátrica detallada, sustentadas en el conocimiento de sus características clínicas.

El papel de algunas pruebas complementarias suele ser secundario, y habitualmente se relega a situaciones poco habituales, cuando las manifestaciones son atípicas o si se considera la posibilidad de un tic secundario.

El punto de partida inicial es la identificación y el reconocimiento del tic como tal y su diferenciación con otros trastornos del movimiento, manifestaciones de alergia o trastornos psiquiátricos que cursan con movimientos repetitivos. Supone un dato de apoyo la identificación de antecedentes familiares de tics, no siempre aportados pero ocasionalmente observados por el examinador durante la entrevista en los casos en que se mantienen durante la vida adulta.

Diagnóstico diferencial de los tics

El conocimiento de otros trastornos hipercinéticos del movimiento es importante para la realización de un adecuado diagnóstico diferencial (tabla 3). En general, la diferenciación con las estereotipias o con fenómenos coreicos, atetósicos, distónicos, mioclonías, espasmo hemifacial, piernas inquietas o crisis epilépticas focales no debería ofrecer grandes dificultades, si bien, como ya se ha comentado, tanto el componente distónico como el mioclónico pueden ser una presentación de un trastorno de tics (tics distónicos, tics mioclónicos). En estos casos, las características diferenciales expuestas para los tics son datos altamente sugerentes, cuando no patognomónicos. Las estereotipias, incluidas también en los trastornos motores del neurodesarrollo, son objeto habitual de un diagnóstico diferencial con los tics. Se incluyen también dentro de los trastornos del movimiento hipercinético, y consisten en movimientos repetitivos, semiinvoluntarios, rítmicos, coordinados, no propositivos, estereotipados y suprimibles con la distracción o el cambio de actividad. Pueden ser primarias o secundarias a diferentes procesos, en especial la discapacidad intelectual o los trastornos del espectro autista. En algunas ocasiones pueden interferir en la actividad normal si son muy frecuentes, o conllevar conductas lesivas. En la tabla 4 se recogen las características distintivas más notorias entre tics y estereotipias.

 

 

La diferenciación con ciertos procesos, como algunos trastornos disociativos, conductas compulsivas, manierismos o estereotipias, puede plantear dudas en casos atípicos. Algunos tics motores complejos pueden ser difíciles de distinguir de las conductas obsesivo-compulsivas cuando se asocian a manifestaciones muy estereotipadas, como cepillarse o atusarse el cabello o efectuar golpes repetitivos con los dedos. El hecho de que las conductas obsesivo-compulsivas se realizan habitualmente para aliviar la ansiedad, mientras que los tics responden a un intento de control de la urgencia premonitoria, puede ser un elemento clave en su diferenciación.

En situaciones que podemos considerar excepcionales, los tics pueden ser expresión de enfermedades o procesos de diferente consideración, entre los que cabe destacar la enfermedad de Wilson, la neuroacantocitosis, el síndrome de X frágil, la corea de Syndeham y la enfermedad de Huntington, o un secundarismo o yatrogenia ligado a la administración de carbamazepina, fenitoína, lamotrigina o neurolépticos. La relación con la administración de fármacos estimulantes puede resultar más controvertida, por la habitual comorbilidad entre los trastornos de tics y el TDAH que a menudo subyace al uso de estos fármacos.

No existe una línea divisoria clara que permita diferenciar entre un trastorno de tics primario y un trastorno secundario; sin embargo, algunas características pueden cuestionar la existencia de un trastorno de tics primario, como la ausencia de tics faciales, un curso evolutivo poco variable, el inicio posterior a los 18 años y la presencia de tics complejos sin historia de tics simples.

Una valoración pediátrica general es útil para establecer el diagnóstico diferencial de algunas manifestaciones interpretables como tics simples. Así, los aclaramientos de garganta o las inspiraciones nasales pueden representar tics fonatorios simples, o constituir manifestaciones alérgicas; del mismo modo, los movimientos de parpadeo pueden producirse en el contexto de un defecto visual o una conjuntivitis. En algún caso, los movimientos cervicales interpretables como tics pueden obedecer a ciertos reajustes provocados por una patología vertebral.

Evaluación de las características y severidad de los tics

Se fundamenta en una serie de dimensiones que permitirán establecer la relevancia clínica del trastorno: topografía, número, frecuencia, complejidad, intensidad, grado de interferencia asociado, malestar subjetivo y perfil temporal. Se llevará a cabo con los siguientes instrumentos:

Entrevista clínica

Es la herramienta más útil en este contexto. El paso inicial es la obtención, a través del relato del paciente, familiares o testigos cercanos, de una información que permita conocer la edad de inicio, su curso evolutivo y la existencia o no de antecedentes familiares, para pasar a continuación a valorar su expresividad clínica. El uso de entrevistas semiestructuradas permite realizar un análisis detallado de la fenomenología de los tics y aporta una información valiosa para cuantificar su gravedad.

El instrumento de evaluación de uso más extendido es la Yale Global Tic Severity Scale (YGTSS), con una buena capacidad psicométrica y fiabilidad interobservador, traducida y validada en lengua española. Para su aplicación (15-30 min) se requiere cierta experiencia clínica en el reconocimiento de los tics. A través de ella se obtiene una información separada para los tics fónicos y los tics motores. Consta de tres dimensiones específicas: a) inventario de tics; b) análisis de la gravedad, y c) impacto/discapacidad asociada.

El inventario de síntomas consta de una amplia variedad de tics, tanto fónicos como motores, sobre los que se pregunta a la familia/paciente por su presencia durante la última semana, y se responde con sí/no cuando son nombrados.

Los tics motores y fónicos se valoran independientemente en función de cinco variables: número, frecuencia, complejidad, intensidad y grado de impacto o interferencia. Los resultados se expresan según una escala ordinal dimensional que abarca desde 0 (ausente) a 1-5, en función de la expresividad en cada apartado. Se obtienen puntuaciones para cada modalidad de tics (motores y fónicos) y una puntuación total. El último apartado evalúa el deterioro para tics fónicos, motores y global, según una escala ordinal que va desde 0 (ninguno) a 1 (mínimo), 2 (leve), 3 (moderado), 4 (marcado) y 5 (grave). La puntuación final (entre 0 y 50) recoge las cinco variables analizadas, y la puntuación será tanto más elevada cuanto más grave sea el proceso.

Inventarios de autorreporte

Son instrumentos sencillos y útiles, en especial para su uso repetido, aunque de forma global su capacidad para evaluar la afectación subjetiva, la disfunción y la interferencia es baja. Se han descrito varios, entre los que destacan los siguientes:

  1. Yale Tourette Syndrome Symptoms List-Revised (TSSL-R). Enumera una lista de tics motores y fónicos, tanto simples como complejos, y valora entre 0 y 5 su presencia durante cada día de la última semana. Puede resultar útil como instrumento adicional a la entrevista clínica, pero su capacidad psicométrica aislada no ha sido evaluada.
  2. Motor tic, Obsessions and compulsions, Vocal tic Evaluation Survey (MOVES). Evalúa la frecuencia con que se han presentado tics motores, fónicos, obsesiones y compulsiones entre una lista de 20 ítems, y se requiere una puntuación de 0-4 (nunca, a veces, con frecuencia, siempre) para cada uno. Parece tener una buena correlación con la YGTSS.
  3. Hopkins Motor/Vocal Tic Scale. Recurre a una escala ordinal (1, ninguna; 2, leve; 3, moderada; 4, moderadamente severa; 5, severa) para puntuar la severidad de cada tic presente en la última semana, y se completa de forma independiente por el paciente/familia y el examinador. La puntuación final será un punto entre «asintomático» y «peor que nunca».
  4. Parent Tic Questionnaire (PTQ). Se ha señalado una alta correlación con la YGTSS. Es un instrumento para padres, quienes evalúan la presentación en la semana previa de 14 tics motores y 14 tics fónicos comunes, si bien pueden añadir alguno no incluido. Se obtiene una puntuación compuesta derivada de la presencia (1) o ausencia (0) de cada tic, su frecuencia (4, constantemente; 3, cada hora; 2, diariamente; 1, semanalmente) y su intensidad (entre 0 y 8). La puntuación compuesta se encontrará entre 0 (ausente) y 32 (máxima frecuencia e intensidad).

Identificación y diagnóstico de las comorbilidades

En el 80-90% de los casos de ST se asocian otros trastornos neuropsiquiátricos comórbidos, que contribuyen por sí mismos o pueden ser los responsables principales del impacto funcional negativo en los afectados. Se ha señalado que el incremento en la severidad de los tics puede acompañarse de un aumento en la expresividad y/o el número de trastornos asociados.

La comorbilidad más común es el TDAH, presente hasta en un 50-90% de los casos de ST, pero puede coexistir, de forma aislada o en diferentes combinaciones, cualquiera de las siguientes: trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), trastorno de ansiedad, trastorno de disregulación emocional, trastorno negativista desafiante y trastorno del espectro autista. En los adultos se observan con frecuencia manifestaciones obsesivo-compulsivas, depresión y autoagresiones, y con menor frecuencia trastornos del espectro autista. En los niños, las principales comorbilidades son el TDAH y el TOC.

Tratamiento de los tics

No se realiza ninguna individualización en función de las diferentes categorías de tics, aunque por ser el ST la expresividad habitualmente más sintomática, la mayoría de las evidencias disponibles corresponde a esta categoría diagnóstica.

Aspectos generales

Algunas consideraciones previas a la planificación terapéutica deben incluir los siguientes aspectos:

  • Identificación de la necesidad de establecer un tratamiento. Ello implica la valoración del impacto en la calidad de vida de los pacientes, así como la identificación del grado de implicación diferencial en ésta de los tics en sí mismos y de las comorbilidades, que deben ser identificadas y priorizadas en muchos casos. El impacto o discapacidad ligada a los tics incluye manifestaciones físicas, académicas, ocupacionales, sociales y personales/emocionales. Físicamente, pueden producirse contracciones musculares tónicas dolorosas o autolesiones compulsivas, con casos extremos de mielopatía cervical y tetraparesia posterior a la producción de tics de latigazo cervical. Puede haber una repercusión académica o laboral negativa relacionada con los tics por la interferencia de éstos en la atención sostenida o por la conciencia necesaria para una deliberada supresión de los mismos en el marco de una terapia de reversión de hábitos. Algunos tics específicos, como los copropráxicos o algunos vocales complejos, pueden ser particularmente preocupantes por su impacto social asociado. La posibilidad de aislamiento social o acoso no debe subestimarse, como tampoco las manifestaciones emocionales derivadas, que, por sí mismas, podrían justificar una mayor expresividad de los tics.
  • Identificación y diferenciación de las preocupaciones del afectado y las de su familia, no siempre coincidentes.
  • Establecimiento de expectativas realistas en función de los siguientes aspectos:
  • Los tics siguen un curso fluctuante en su evolución, por lo que la atribución de eficacia a una medida concreta ha de tomarse con cautela.
  • No es esperable una resolución completa de los tics mediante una intervención farmacológica o conductual, por lo que un objetivo realista sería plantearse una reducción de los mismos y una mejora en la calidad de vida.
  • Una interrupción prematura de las medidas terapéuticas suele ser la causa principal de los fracasos del tratamiento.
  • El tratamiento busca una mejoría sintomática, y no es curativo. La precocidad en su aplicación no modifica la evolución natural de los tics.

Modalidades de intervención en los trastornos de tics

Han de contemplar dos escenarios concretos:

  • Tratamiento de las comorbilidades existentes, presentes de forma aislada o combinada en un porcentaje elevado de casos; las comorbilidades pueden constituir el verdadero objetivo terapéutico, relegando incluso a los tics a un segundo plano. En la tabla 5 se recogen los resultados de estudios que valoran la eficacia de diferentes tratamientos para tics y TDAH comórbidos.
  • Tratamiento específico de los tics. Abarca varios ejes de intervención, con un espectro que iría desde la mera observación/conducta expectante a una opción quirúrgica mediante estimulación cerebral profunda o cirugía estereotáxica, pasando por las medidas más habituales de intervenciones farmacológicas y no farmacológicas. En la figura 1 se ofrece un esquema general de intervención.

 

 

Tratamiento no farmacológico

Se han descrito múltiples modalidades de intervenciones no farmacológicas para los trastornos de tics: práctica negativa masiva, psicoterapia de soporte, exposición y prevención de respuesta, reversión de hábitos, automonitorización, terapia cognitivo-conductual, terapias de relajación, entrenamiento asertivo, manejo de contingencias y entrenamiento en biorretroalimentación. Las que gozan de mayor predicamento y eficacia son las basadas en la exposición y prevención de respuestas y las técnicas de reversión de hábitos. De acuerdo con la Guía Clínica Europea para el ST y otros trastornos de tics, la elección de una u otra vendría determinada inicialmente por la preferencia del paciente, y ambas deben ser ofrecidas a las familias. Tras 10 semanas de intervención deben evaluarse los resultados y, de no haber mejoría, cambiar de técnica.

Exposición y prevención de respuesta

Se basa en la asociación de sensaciones premonitorias desagradables, a las que sigue un tic vocal o motor que consigue aliviar esa sensación. En términos de teoría del aprendizaje, los tics representan respuestas condicionadas a los estímulos premonitorios interoceptivos. Cuando estos estímulos se van sucediendo en el tiempo, el poder de la interacción asociativa entre la sensación y el tic se fortalece. La exposición con prevención de respuesta tiene por objeto interrumpir dicha asociación, confrontando a los pacientes durante un tiempo prolongado con las sensaciones (exposición) y evitando que realicen el tic (prevención de respuesta) para que sean capaces de aprender a tolerar la sensación desagradable (habituación). De este modo, la exposición con prevención de respuesta conduce a un proceso de mejora denominado «habituación». Como resultado de este proceso, la necesidad de realizar el tic disminuirá. En relación con la técnica en sí, la exposición con prevención de respuesta conlleva repetir una serie de ejercicios que permiten al paciente: 1) afrontar de forma muy progresiva las sensaciones que desencadenan los tics, partiendo de las sensaciones que provocan una molestia soportable para él, y demorando para más adelante aquellas otras ante las que le resulta imposible, o muy difícil, resistir a la realización de tics, y 2) reducir de forma muy progresiva los tics asociados a estas sensaciones mediante la prevención de respuesta, que podría consistir en disminuir la frecuencia del tic, reducir la complejidad del mismo o no hacerlo.

Terapia de reversión de hábitos

Este tratamiento también toma como punto de partida el reconocimiento de la urgencia premonitoria por parte del paciente y posteriormente interferir con el refuerzo negativo, esto es, liberarse de la urgencia haciendo el tic. Básicamente incluiría los siguientes pasos: 1) entrenamiento en la conciencia del tic y de la propia urgencia premonitoria; 2) entrenamiento en técnicas de relajación; 3) aprendizaje de una conducta competitiva que interfiera con o sustituya al tic, y resulte socialmente más aceptable, y 4) contención social, con ayuda y motivación familiar, de amigos y educadores, así como intervención en el manejo de contingencias. Debe dirigirse de forma prioritaria a modular los tics más notorios y/o con mayor repercusión funcional; debería incluir un mantenimiento de la respuesta competitiva durante 1 minuto o más, y se enmarcaría dentro de un proceso de modelado gradual de la respuesta en cuanto a la velocidad o amplitud del tic (tabla 6). En general, se asiste a una tendencia a que las recomendaciones intuitivas clásicas (los tics deben ignorarse, no deben suprimirse, no pueden controlarse, las terapias conductuales son ineficaces, el intento de supresión empeora la urgencia premonitoria y/o desencadena nuevos tics) van cambiando a aproximaciones diferentes y «contraintuitivas», sobre las premisas: a) debe favorecerse la concienciación de los tics y la urgencia premonitoria; b) ha de fomentarse su autocontrol; c) ha de realizarse refuerzo positivo; d) las estrategias conductuales son eficaces y no empeoran ni favorecen la aparición de nuevos tics, y e) la urgencia premonitoria tiende a desaparecer.

 

Las terapias conductuales representan una opción de alta eficacia, suficiente de forma aislada para el control de muchos trastornos de tics leves-moderados. Algunos estudios aleatorizados controlados muestran un tamaño de efecto igual o superior al de las terapias farmacológicas clásicas, tanto en niños como en adultos, y un mantenimiento de la respuesta a los 6 meses de hasta un 87% en los pacientes respondedores. En un metaanálisis reciente se han constatado respuestas similares a las obtenidas en los metaanálisis que valoran la eficacia farmacológica, con efectos a largo plazo más mantenidos en pacientes más mayores, con más contactos terapéuticos y con menos coexistencia de TDAH.

Por lo comentado hasta ahora, las guías de buena práctica clínica americanas, canadienses y europeas recomiendan las intervenciones conductuales como medidas de primera línea en los tics de una severidad leve o moderada y en situaciones de comorbilidad psiquiátrica susceptibles de intervención conductual. A pesar de ello, tanto la forma óptima de llevar a cabo las intervenciones como la selección adecuada de pacientes requieren la realización de estudios adicionales.

Tratamiento farmacológico

Se reserva habitualmente para fenotipos cuya severidad causa un deterioro importante en la calidad de vida, cuando se asocian comorbilidades tributarias de tratamiento farmacológico o en circunstancias en que no existe disponibilidad de terapia conductual.

La decisión terapéutica se sustentará en un análisis de los riesgos y beneficios potenciales y debe enmarcarse dentro de una intervención psicosocial que tome en consideración los factores intercurrentes o agravantes. Disponemos de múltiples opciones farmacológicas que han mostrado eficacia en el control de los tics a través de su actuación sobre circuitos córtico-estriato-talámico-corticales. A pesar de los múltiples ensayos clínicos y aportaciones de series de casos, la práctica clínica se enmarca todavía en un escenario de ensayo-error, por lo que existen controversias y factores limitantes para una adecuada selección e individualización de los tratamientos (tabla 7). En la tabla 8 se aportan detalles sobre la dosificación y el nivel de evidencia empírica.

 

 

Agonistas noradrenérgicos α-2A

La clonidina y la guanfacina han demostrado su eficacia en la supresión de los tics, y aunque en general ésta es inferior a la obtenida con los antipsicóticos, algunos autores los consideran fármacos de primera línea en los algoritmos de tratamiento farmacológico. Para la clonidina existe una presentación en parches transdérmicos (no disponible en España); en un estudio de 4 semanas de duración, realizado en 437 pacientes de 7-18 años de edad con tics, se mostró la eficacia de clonidina en una dosis de 1-2 mg. La guanfacina puede administrarse en una única dosis que procura una liberación retardada; tiene un efecto agonista para los receptores α-2A adrenérgicos más selectivo que la clonidina; los efectos secundarios son habitualmente leves y transitorios e incluyen somnolencia, hipotensión, bradicardia, síncope y sequedad de boca; se aconseja el control basal y, con los aumentos de dosis, de la presión arterial y de la frecuencia cardiaca.

La clonidina demostró su eficacia en tres ensayos clínicos, tanto frente a placebo como a levetiracetam. Respecto a la guanfacina, se dispone de resultados dispares, ya sea de ineficacia frente a placebo o de mejora en la expresividad de los tics, en estudios de pacientes con comorbilidad con TDAH. Ambos fármacos pueden ser particularmente beneficiosos en los pacientes con un TDAH asociado, sobre quienes, con independencia del efecto sobre los tics, pueden mostrar un efecto adicional a los estimulantes, en especial en el control de la impulsividad. Un metaanálisis que evaluó la eficacia de los fármacos estimulantes y no estimulantes en el tratamiento del TDAH con tics, que incluyó dos estudios con clonidina y uno con guanfacina, demostró la superioridad de los alfaadrenérgicos frente a atomoxetina en el control tanto de los tics (ES= 0,74) como del TDAH (ES= 0,61). La Tourette Syndrome Association Medical Advisory Board recomienda los α-2A adrenérgicos como fármacos de primera línea en la comorbilidad ST-TDAH.

Fármacos antidopaminérgicos

Se incluyen los que actúan a través del bloqueo de los receptores de la dopamina (antipsicóticos) o a través de una depleción presináptica de monoaminas, como la tetrabenazina.

Antipsicóticos clásicos

El haloperidol y la pimozida disponen de la aprobación de la Food and Drug Administration. Como grupo, su potencial beneficio ha de sopesarse cuidadosamente frente a los riesgos derivados de su desfavorable perfil de seguridad y sus efectos secundarios, claros limitantes de su uso, que incluyen un riesgo incrementado de somnolencia, aumento de peso, síndrome metabólico, disregulación de la temperatura, hiperprolactinemia, aumento del intervalo QT, síndrome neuroléptico maligno o manifestaciones extrapiramidales, entre otros. Afortunadamente, la temida discinesia tardía es muy poco frecuente, y en un estudio retrospectivo realizado en 521 pacientes pediátricos y adultos con ST en tratamiento superior a 1 año, no se detectó ningún caso. Podemos considerar dentro de este grupo los siguientes fármacos:

  • Haloperidol. Derivado de la butirofenona. Actúa como antagonista de los receptores D2 de forma permanente. Su eficacia en la reducción de los tics ha sido ampliamente referenciada en diferentes estudios controlados, tanto frente a placebo o clonidina como frente a otros antipsicóticos, como pimozida o flufenazina. Los datos disponibles apuntan de manera global a una eficacia ligeramente superior a la de pimozida, si bien con resultados discordantes y con un perfil de efectos secundarios peor.

  • Pimozida. Derivado de la difenilbutilpiperidina. Actúa como antagonista de los receptores D2. De eficacia ampliamente documentada en una reciente revisión Cochrane, este fármaco ha sido evaluado frente a haloperidol y ha mostrado una eficacia similar, igual o mayor, así como frente a risperidona, con un perfil de eficacia y seguridad equivalente. Los efectos secundarios son los habituales de los neurolépticos clásicos, pero se ha señalado que las tasas de interrupción del tratamiento son inferiores que con haloperidol. Su uso requiere la monitorización de la función cardiaca por el riesgo de aumento del intervalo QT.

  • Flufenazina. Antagonista de los receptores D1 y D2. Tiene una eficacia global menor que el haloperidol, según la mayoría de los datos disponibles. Algunos estudios abiertos demostraron su eficacia con un perfil de tolerabilidad superior al haloperidol. Un estudio retrospectivo realizado en 268 pacientes con ST, de población adulta y pediátrica, demostró una respuesta moderada o elevada en el 80,5% de los casos. La fatiga y la somnolencia fueron los efectos secundarios más relevantes y no hubo casos de discinesia tardía.

  • Sustitutos de las benzamidas. La sulpirida actúa como antagonista selectivo de los receptores D2 y D3, y puede ser agonista parcial D2 en dosis bajas. Se ha empleado ampliamente para el tratamiento de los tics, y en un estudio mostró mejoría al respecto en un 59% de los pacientes, así como un efecto favorable en el control de las manifestaciones obsesivo-compulsivas, la sensación subjetiva de tensión, la agresividad y el humor depresivo. Su eficacia también fue corroborada en otros estudios abiertos. La posibilidad de provocar efectos extrapiramidales es baja, pero no así la hiperprolactinemia y la pérdida de peso.

En el tratamiento de los tics se han ensayado otros sustitutos de las benzamidas, como la tiaprida y la amisulprida; la primera ha mostrado una clara eficacia, y la segunda muy débil.

Antipsicóticos atípicos

Presentan un perfil farmacodinámico y de tolerabilidad más favorable que los antipsicóticos clásicos:

  • Risperidona. Es el fármaco más estudiado en el tratamiento del ST. Actúa como antagonista de los receptores D2, 5-HT2, H1, α-1 adrenérgicos, D3 y D4, y su eficacia se ha documentado en diferentes estudios frente a placebo y pimozida y otros antipsicóticos clásicos, con resultados equiparables a estos últimos en un metaanálisis del año 2012. La hiperprolactinemia y el aumento de peso son los efectos secundarios más habituales.

  • Quetiapina. Actúa como antagonista de los receptores D2, 5-HT1-A, 5-HT2, H1, α-1 y α-2 adrenérgicos. Su eficacia se demostró en algunos estudios abiertos y retrospectivos realizados en población pediátrica. Sus efectos adversos incluyen la sedación y el aumento de peso.

  • Ziprasidona. Actúa como antagonista de los receptores D2, 5-HT2, α-1 adrenérgico y H1. Su eficacia se demostró en un estudio aleatorizado, doble ciego y controlado con placebo, que incluyó a 28 niños con ST. Su mayor riesgo es el aumento del intervalo QT.

  • Clozapina. Al contrario que otros antipsicóticos, no se ha mostrado eficaz, e incluso se han descrito efectos como la exacerbación o la aparición de nuevos tics.

  • Aripiprazol. Antagonista D2, agonista parcial D2 y antagonista 5-HT1-A y 5-HT2-A. Diferentes estudios abiertos, controlados con placebo y comparativos con otros fármacos, así como metaanálisis, aportan resultados de eficacia significativa en el control de los tics, equiparables o superiores a los de otras opciones terapéuticas, como tiaprida, haloperidol o risperidona. Así, en un estudio doble ciego y controlado, realizado en 65 niños con ST, se comparó la eficacia de aripiprazol frente a tiaprida durante 12 semanas, apreciándose un perfil de tolerabilidad similar y un descenso mayor en los síntomas, según la YGTSS, del 29 ± 13% frente al 16 ± 14% para aripiprazol y tiaprida, respectivamente. Otro estudio aleatorizado y doble ciego, que comparaba la eficacia de aripiprazol frente a risperidona en 60 niños y adolescentes, mostró un perfil de eficacia y seguridad similar en ambos grupos, con una repercusión también favorable en la mejora de la calidad de vida, si bien con un mejor resultado en el funcionamiento social con risperidona; no obstante, los autores advierten que la corta duración del estudio no permite inferir resultados similares a largo plazo. Su perfil de tolerabilidad es, en general, más favorable que el de otros antipsicóticos, con probabilidades más bajas de provocar efectos extrapiramidales, prolongación de QT, aumento de peso e hiperprolactinemia. Se han comunicado unas tasas de discontinuación del tratamiento por efectos adversos del 20,7%.

Agrupando la información disponible, la selección farmacológica varía en función de criterios geográficos. En Estados Unidos, entre los antipsicóticos atípicos disponibles, la risperidona (nivel de evidencia A) es la que ha mostrado mayor eficacia y se considera de primera elección dentro de este grupo farmacológico, seguida de aripiprazol (B), ziprasidona (B), olanzapina (C) y quetiapina (C). En el ámbito europeo, tanto la risperidona como la tiaprida gozan de una recomendación de primera línea, con aripiprazol y pimozida situados como segunda opción. Aunque para el aripiprazol sólo existe una evidencia de nivel B, se ha ido consolidando como un fármaco de amplio uso, y muchos autores lo consideran el fármaco con el perfil de eficacia/seguridad más ventajoso.

Fármacos que deplecionan dopamina

  • Tetrabenazina. Ejerce también un ligero efecto de bloqueo de los receptores de la dopamina, pero su mecanismo de acción principal es la inhibición reversible del transportador VMAT2 vesicular y una disminución de su captación a dicho nivel, lo que condiciona una depleción de monoaminas. Una gran ventaja respecto a los antipsicóticos estriba en que no causa aumento de peso ni conlleva riesgo de discinesia tardía, aunque sí otros efectos secundarios, como sedación, lentitud de movimientos, depresión, acatisia e insomnio. Se dispone de varios estudios abiertos y retrospectivos que muestran evidencia de reducción de los tics, con respuestas favorables hasta en un 77-80% de los casos. La valoración del estado de metabolizador CYP2D6 puede ser útil en la identificación de un perfil de eficacia y efectos secundarios óptimo. A pesar de lo expuesto, por el momento no se dispone de ensayos clínicos aleatorizados y controlados con este fármaco que permitan establecer conclusiones ni recomendaciones definitivas.

Otros fármacos

Incluyen un grupo heterogéneo de fármacos que actúan a través de la modificación del tono GABAérgico (p. ej., antiepilépticos, benzodiacepinas, relajantes) y otros de indicación y mecanismo de acción así como indicaciones diversos:

  • Clonazepam. Integrado en el grupo de las benzodiacepinas y modulador del tono GABA. Algún estudio ha mostrado eficacia en hasta un 71% de los casos, e incluso cierta superioridad sobre los fármacos con indicación más establecida en el tratamiento de los tics, como la clonidina. Los efectos secundarios habituales incluyen somnolencia, sedación, desinhibición paradójica e irritabilidad, que, junto con su potencial capacidad de adicción, pueden limitar su indicación.

  • Topiramato. Facilita el tono GABAérgico, y su principal indicación es como antiepiléptico. Un estudio doble ciego y controlado con placebo demostró la superioridad frente a placebo de topiramato, y un metaanálisis apunta que la evidencia actual parece ser prometedora, pero no suficiente, para el establecimiento de una indicación terapéutica específica, aunque a este respecto se requieren más estudios controlados con placebo. Los efectos cognitivos del topiramato, incluidas las dificultades de atención y afasia nominal, deben considerarse previos a su administración. Para otros antiepilépticos, como el levetiracetam, un estudio aleatorizado y doble ciego no corroboró los resultados favorables sugeridos en aportaciones previas.

  • Nicotina. Se han referido efectos favorables en su administración conjunta con haloperidol, pero no en monoterapia. Su corta vida media, limitante de su eficacia, podría obviarse mediante la aplicación de parches.

  • Baclofeno. Miorrelajante que actúa como agonista GABA parcial. Se ha descrito una eficacia leve en el control de los tics.

  • Cannabinoides. Un estudio aleatorizado, doble ciego y controlado mostró la eficacia de tetrahidrocannabinol frente a placebo sin alteraciones cognitivas. Sus potenciales efectos adversos incluyen ansiedad, depresión, temblor, insomnio y un posible riesgo de psicosis.

  • Ácidos grasos omega 3. Un estudio doble ciego y controlado con placebo no apreció diferencias significativas en las escalas de valoración de los tics, pero sí una reducción en la afectación asociada a éstos. Como limitación del estudio, se mencionan la escasa muestra y la utilización de aceite de oliva en el grupo placebo.

  • Toxina botulínica. Su uso suele limitarse a su aplicación intramuscular en áreas anatómicas involucradas en tics particularmente molestos. Diferentes series de casos indican su eficacia no sólo en el control sintomático de los tics, sino también en la desaparición de la urgencia premonitoria. Los tics de parpadeo, cuello y hombros son los más comúnmente tratados con este método, aunque puede aplicarse también a algunos tics vocales mediante una infiltración intralaríngea. El beneficio puede prolongarse durante 3-6 meses.

Tratamiento de las comorbilidades

De forma genérica, el tratamiento de las comorbilidades específicas mencionadas asociadas a los tics no difiere del utilizado para cada una de ellas en ausencia de tics, y contemplará medidas de intervención psicológicas y farmacológicas en el marco habitual de una aproximación multimodal. Los inhibidores de la recaptación de serotonina son los principales agentes en el tratamiento de la ansiedad, la depresión y el TOC, mientras que el metilfenidato o la lisdexanfetamina representan la primera opción para el tratamiento del TDAH, al margen de las apreciaciones clásicas en las que se consideraban fármacos contraindicados. En este sentido, múltiples estudios y metaanálisis muestran inequívocamente la inexistencia de una relación entre la administración de metilfenidato y el agravamiento de los tics, aunque no puede excluirse esta posibilidad para algún paciente en concreto. También se han empezado a tener en cuenta algunos fármacos alternativos, como la atomoxetina, la clonidina o la guanfacina, en monoterapia o asociados a metilfenidato.

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MÓDULO 5

Tema 10. Trastornos del aprendizaje. Fracaso escolar

A. Sans Fitó

Resumen

Los trastornos del aprendizaje (TA) afectan a un 5-15% de la población en edad escolar. Sin un diagnóstico precoz y un manejo adecuado, son causa frecuente de fracaso escolar y también de conductas disruptivas en las aulas. En nuestro país, el fracaso escolar constituye un grave problema que condiciona y condicionará el futuro de estos niños. Las cifras de fracaso escolar en España rondan el 30%, una cifra muy superior a la de la mayoría de los países de Europa. El objetivo de este capítulo es revisar los distintos TA, es decir, las dificultades para el progreso escolar de los niños con una inteligencia y escolarización normales. Su abordaje ha de ser multidisciplinario, fundamentalmente desde las neurociencias y ciencias de la educación, pero también de las sociológicas y, cómo no, de la pediatría. Los pediatras, como profesionales que asisten a la población en edad escolar, deben estar alerta a las dificultades de aprendizaje. La buena salud incluye, sin duda, un correcto desempeño escolar.


Introducción

Los trastornos del aprendizaje (TA) tienen una base neurobiológica, a menudo con un componente genético, y condicionan que un niño con un nivel de inteligencia normal, a pesar de recibir una instrucción adecuada, no consiga avanzar en uno o más aprendizajes de forma adecuada. La prevalencia de los TA se sitúa entre el 5 y el 15% de la población en edad escolar1,2.

Los TA persisten a lo largo de la vida. Hay que diferenciarlos de las dificultades transitorias que pueden presentar algunos niños al inicio de determinados aprendizajes. Las dificultades que presentan los alumnos con TA son persistentes y tienen una repercusión negativa en su progreso durante toda la escolaridad. Las características de cada TA, sin embargo, pueden ir modificándose según el momento evolutivo y la edad del niño1,2.

Los TA pueden afectar al lenguaje de forma global, al lenguaje escrito, al cálculo matemático, etc. A veces la dificultad está en la capacidad para prestar atención, concentrarse o aprender a organizar y planificar adecuadamente las tareas.

Con la reeducación durante la Educación Primaria se pretende mejorar la capacidad del niño para un determinado aprendizaje, incidiendo en las funciones cerebrales deficitarias. Posteriormente, en la Educación Secundaria, la capacidad de modificación o de plasticidad cerebral es muy baja y la reeducación se basa, fundamentalmente, en la adaptación al trastorno y la búsqueda de estrategias para compensar las dificultades.

El pronóstico a medio-largo plazo depende de la detección y el tratamiento precoz, así como de la adaptación escolar. La flexibilidad de los currículos educativos, especialmente en lo que se refiere a los procedimientos, es imprescindible, al igual que la coordinación entre la escuela, la familia y los especialistas que llevan a cabo el diagnóstico y la reeducación.

Se tratarán los siguientes trastornos: dislexia, discalculia, trastorno del aprendizaje no verbal (TANV) y, brevemente, las dificultades del aprendizaje en el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).

Dislexia

La dislexia es un trastorno específico del aprendizaje de la lectura, con una base neurobiológica. Consiste en una dificultad inesperada para el aprendizaje de la lectura en niños con una inteligencia, una motivación y una escolarización adecuadas.

Es el TA más prevalente y mejor estudiado. Los estudios de prevalencia de distintos países dan unas cifras de entre un 5 y un 17% de la población. Los estudios poblacionales no muestran diferencias en dicha prevalencia según el sexo.

La dislexia es un trastorno con una gran carga hereditaria. El 40% de los hermanos y un 30-50% de los progenitores de los niños disléxicos también presentaron este trastorno. Los padres a menudo se sienten identificados con las dificultades de aprendizaje que presentan sus hijos, aunque nunca hayan sido diagnosticados.

Como el resto de los TA, la dislexia persiste a lo largo de toda la vida. La repercusión y sus manifestaciones irán cambiando a lo largo de los años, aunque pueden compensarse y permitir a la persona afectada una lectura precisa para poder llegar al conocimiento por medio del lenguaje escrito. Sin embargo, siempre lo hará de una forma menos automatizada, lo que en el adulto disléxico se plasma en una baja velocidad lectora y en un dominio ortográfico deficiente3-6.

Proceso lector normal

Para un correcto aprendizaje de la lectura es necesario que previamente el niño desarrolle lo que se conoce como «conciencia fonológica», o capacidad para entender que las palabras están compuestas por una cadena de sonidos o unidades fonológicas, los fonemas. Los niños adquieren esta capacidad hacia los 4 años de edad antes del inicio del aprendizaje lector. Podemos comprobar si un niño tiene adquirida la conciencia fonológica cuando puede «contar» los sonidos que componen una palabra. Distintos estudios han demostrado que la destreza en este análisis fonológico o conciencia fonológica va a predecir, más que el nivel de inteligencia, la habilidad para adquirir la lectura. El entrenamiento de la conciencia fonológica, como veremos más adelante, es la base de la reeducación inicial de los niños disléxicos.

A la edad de 5 años, los niños comienzan a aprender cómo suenan las letras. El objetivo es que aprendan a relacionar esos sonidos aislados que conforman las palabras, los fonemas, con la forma de las letras, los grafemas. Esta correspondencia posteriormente deberá aplicarse a la inversa para poder convertir las letras en sonidos, o sea, realizar la correspondencia grafema-fonema, ya que al leer debemos convertir los símbolos visuales (letras) del alfabeto escrito en fonemas. Éste es el proceso de aprendizaje inicial de la lectura que los niños siguen habitualmente en la Educación Infantil. Esta lectura letra a letra es lenta, laboriosa, y requiere atención. Esta vía de la lectura se denomina «ruta fonológica».

La exposición constante y frecuente a textos escritos va a favorecer la automatización de este proceso activando una vía de lectura mucho más rápida. Esta segunda vía no hace un análisis de letra por letra, sino que analiza la palabra de forma global; a través de su representación ortográfica llega al significado. Esta segunda vía se denomina «ruta léxica», que permite leer con rapidez y durante largos periodos sin fatiga.

La ruta léxica permite adquirir la ortografía de una manera totalmente pasiva, al identificar visualmente la palabra de forma global. Cuanto más nos exponemos a la lectura, más desarrollamos la ruta léxica, y más consolidamos la representación ortográfica de las palabras (figura 1)3-6.

Manifestaciones clínicas

Por una cuestión práctica, distinguiremos tres etapas para analizar las características de la lectoescritura en la dislexia. Como en cualquier trastorno del desarrollo, no todos los niños van a presentar todas las características enumeradas ni con la misma intensidad.

Educación Infantil-primeros cursos de Educación Primaria

En esta etapa, el niño tiene que aprender a leer. Los niños disléxicos son niños que han presentado un desarrollo psicomotor normal, a veces con leves retrasos del lenguaje, se relacionan bien con sus iguales, aprenden con facilidad lo que se les explica en clase, y su comportamiento es el adecuado para la edad cronológica. En esta etapa, los niños disléxicos se caracterizan por presentar las siguientes dificultades:

  • Dificultad para el deletreo y el manejo mental de los sonidos de las palabras (conciencia fonológica). Esta misma dificultad incluye poca agilidad en encontrar palabras que empiecen o acaben con la misma sílaba (rimas), dificultades para mantener el orden secuencial en palabras polisilábicas (p. ej., película/peculila, pedalear/peladear), etc.
  • Dificultad para utilizar el nombre de los colores, las letras o los números. No es un problema de concepto, sino de evocación de la palabra.
  • Dificultad para aprender el sonido de las letras, para asociar un sonido a una letra (correspondencia fonema-grafema). A pesar de la repetición, a los niños disléxicos les cuesta automatizar dicha asociación.
  • Lectura con errores de sustitución, rotación, omisión e inversión de letras. Es una lectura forzada, trabajosa, con pausas, rectificaciones, repeticiones… A pesar de este nivel lector, muchos de estos niños consiguen una comprensión lectora igual que la de sus compañeros no disléxicos.
  • Escritura con errores ortográficos predominantemente naturales (uniones y fragmentaciones de palabras, inversiones, sustituciones, omisiones, adiciones de letras y/o sílabas), y también arbitrarios pero de menor importancia en esta etapa (b/v, j/g, h, acentuación…).
  • Dificultad para memorizar secuencias verbales: días de la semana, meses del año…

Ciclo superior de Educación Primaria y Educación Secundaria

En esta etapa ya se ha aprendido a leer y la lectura es necesaria para adquirir conocimientos. En ella, los niños disléxicos presentan las siguientes características:

  • Lectura lenta, poco automatizada y que requiere mucho esfuerzo.
  • Dificultad para la aplicación de las normas ortográficas de forma espontánea.
  • Expresión escrita deficiente por poca noción de la morfosintaxis.
  • Afectación variable de la comprensión lectora. A pesar de que la dislexia es una dificultad para la mecánica y no para la comprensión lectora, el esfuerzo y la atención del alumno disléxico para decodificar el texto escrito van en detrimento de la comprensión.
  • La dificultad en automatizar las secuencias verbales en esta etapa afecta fundamentalmente a las tablas de multiplicar. Este hecho, junto a la baja comprensión de los enunciados de los problemas, hace que los niños disléxicos puedan presentar un mal rendimiento en la asignatura de matemáticas.

Adolescencia-edad adulta

En esta etapa los adultos disléxicos refieren:

  • Baja velocidad lectora a pesar de que, en muchos casos, pueden tener una lectura precisa y funcional.
  • Poco dominio ortográfico.

De forma paralela o secundaria, el niño disléxico puede manifestar:

  • Rechazo a las tareas relacionadas con la lectura.
  • Vergüenza para leer en público.
  • Falta de tiempo para terminar las tareas escritas.
  • Malos resultados en los exámenes escritos.
  • Baja autoestima.

Estudios de neuroimagen

Las pruebas de neuroimagen estructural no muestran anomalías específicas ni están indicadas en la práctica clínica.

Las técnicas de neuroimagen funcional han mostrado el correlato anatómico funcional de las dos vías existentes para el proceso lector: fonológica y léxica. En el primer caso, el circuito se inicia en la entrada visual de la palabra, llega a través del nervio óptico a la región occipital, y de allí a la encrucijada parieto-temporo-occipital izquierda (giro angular y supramarginal), que es la encargada de llevar a cabo la correspondencia grafema-fonema-lectura fonológica (figura 1)3-6.

Para la ruta léxica, el circuito se inicia igualmente en la entrada visual de la palabra, la información llega al lóbulo occipital y continúa por la región inferior temporal izquierda (giro fusiforme), donde se realiza la identificación ortográfica de la palabra y se llega al significado. Esta región inferior posterior del temporal ha recibido el nombre de «área visual de las palabras», debido a su especificidad para la lectura.

Existen diferencias funcionales durante el proceso lector entre el cerebro de las personas disléxicas y el de las lectoras normales.

Diagnóstico

No existen ninguna prueba ni test específico para el diagnóstico de la dislexia.

Los exámenes complementarios no son de utilidad. La neuroimagen funcional se limita, hoy por hoy, al ámbito de la investigación.

El diagnóstico es clínico y se basa en las siguientes valoraciones:

  • Historia clínica: antecedentes familiares de dificultades de lectoescritura, características del desarrollo y de los aprendizajes.
  • Estudio neuropsicológico: utiliza instrumentos que valoran las distintas funciones cerebrales superiores.

En las pruebas de lectura y escritura es importante no tan sólo delimitar el nivel de aprendizaje, sino estudiar los mecanismos y funciones cognitivas que intervienen en ellas. El conocimiento del perfil cognitivo del paciente será de gran utilidad para el diagnóstico de los posibles trastornos asociados y para poner en marcha estrategias compensatorias.

En la mayoría de los casos las funciones cognitivas se encuentran dentro de la normalidad, a excepción de las pruebas específicas de lectura y escritura. Además, se observa un peor rendimiento en las pruebas que evalúan las secuencias verbales automáticas, la evocación rápida de palabras, la memoria fonológica inmediata y la conciencia fonológica3-6.

Trastornos asociados

Los TA a menudo no se presentan de forma aislada. En un mismo niño podemos encontrar dos trastornos (p. ej., dislexia y TDAH), o uno con algunas manifestaciones de otro (p. ej., dislexia con dificultades atencionales asociadas). Es muy importante diagnosticar y contemplar en el tratamiento todas las dificultades presentes.

Los trastornos con mayor frecuencia asociados a la dislexia son el TDAH, las alteraciones del lenguaje oral y del cálculo. Los problemas afectivos o emocionales, como los trastornos depresivos, de ansiedad, psicosomáticos y de conducta, son más frecuentes en los niños con dislexia u otros TA3,4.

Mitos y conceptos erróneos

Existen infinidad de tópicos sobre la dislexia, muchos de ellos basados en conceptos totalmente superados por el conocimiento neurobiológico actual2.

Muchos de estos conceptos no tienen una base científica sólida, pero sustentan muchos de los «tratamientos» que reciben los alumnos con TA, especialmente los que presentan dificultades para el aprendizaje de la lectoescritura:

Problemas de «lateralidad»

Lateralidad cruzada, confusión derecha-izquierda, zurdería… Todos estos términos y conceptos se utilizan, incomprensiblemente aún en la actualidad, para justificar distintas dificultades de aprendizaje, entre ellas la dislexia. No es infrecuente que un niño que consulte por dificultad en el aprendizaje de la lectura sea «diagnosticado» de «lateralidad cruzada», y además sometido a distintas técnicas supuestamente encaminadas a corregirla. El término «lateralidad cruzada» no corresponde a ninguna entidad clínica conocida ni aceptada por la comunidad científica. Un 30% de la población presenta una dominancia manual no homogénea. Este hecho no comporta ninguna patología ni predispone a presentar dificultades para el aprendizaje. Ninguna de las terapias orientadas en este sentido se sustenta en una base sólida.

Problemas visuales y dislexia

Existe un amplio consenso en la comunidad científica en que la base del trastorno disléxico es fonológica. Es decir, se trata de un problema lingüístico y no visual. No hay problemas visuales que produzcan dislexia ni otros TA. Evidentemente, el oftalmólogo tendrá que descartar la presencia de un posible problema de refracción, que deberá corregirse para mejorar la visión del niño para leer y escribir adecuadamente, pero también para sumar, dibujar y utilizar videojuegos. Estos problemas deben corregirse, pero no son la causa de la dislexia. Si la exploración oftalmológica es normal, no es preciso realizar ningún otro estudio ni tratamiento visual.

Dislexia, problemas de orientación espacial y de identificación derecha-izquierda

Como ya hemos dicho, la base de la dislexia está en una disfunción del hemisferio cerebral izquierdo, concretamente en las áreas del lenguaje. La orientación espacial se relaciona en mayor medida con el hemisferio cerebral derecho y no tiene una relación causal con la dislexia. Todos conocemos a personas que tienen dificultades para orientarse en el espacio y que confunden la derecha y la izquierda. Entre estas personas puede haber alguien que además sea disléxico. Será una asociación casual, no causal. Los ejercicios de orientación espacial no están indicados en los disléxicos.

Dislexia y «excepcionalidad intelectual y/o creativa»

Éste es otro tópico que carece de base científica. La dislexia tiene su base en una disfunción de unas áreas muy específicas del cerebro. En el resto de las áreas y funciones cognitivas existen todas las variaciones que se dan en la población general: mayor o menor inteligencia general, mayor o menor aptitud artística, social, etc. Sin duda, una mayor capacidad intelectual va a proporcionar al disléxico más recursos para compensar su dificultad, como sucede en cualquier otro aprendizaje.

Tratamiento de la dislexia

La dislexia, como el resto de los TA, acompaña al individuo toda la vida. Las manifestaciones y las repercusiones del trastorno van a ir cambiando con el tiempo, y el enfoque del tratamiento debe irse adaptando a cada etapa. Lo que es válido para un niño de 8 años no lo es para uno de 14, pero los dos necesitan ayuda.

Es tan importante el tratamiento individual que recibe el niño como el conocimiento del trastorno que tengan las personas de su entorno, especialmente la familia y la escuela.

Hay que atender a la familia del niño. Ser madre y padre de un niño con un TA no es una tarea fácil. Se debe orientar, asesorar y apoyar a los padres de manera adecuada.

Para que la repercusión de la dislexia en los aprendizajes del alumno sea la menor posible, las adaptaciones escolares son fundamentales. No hacerle leer en público, ofrecerle tiempo extra para los exámenes, no penalizarle la ortografía como al resto de los alumnos y valorar sus conocimientos oralmente son algunas de ellas. Hay que tener en cuenta la autoestima del niño.

Es fundamental la coordinación entre los especialistas que atienden al niño, la escuela y la familia.

La intervención reeducativa debe ser precoz. A menudo, el empleo de algunas frases, como «esperemos un poco más», «démosle algo más de tiempo» o «no le pongamos una etiqueta», es una innecesaria pérdida de tiempo. Hay que intentar que la dificultad lectora no impida seguir el ritmo de aprendizaje del resto de los alumnos, lo cual sólo es posible con una detección e intervención precoz. Aunque el diagnóstico no esté totalmente establecido, si la dificultad existe, debe iniciarse la intervención1,2.

Discalculia

La discalculia es una dificultad específica e «inesperada» para el aprendizaje de la aritmética, de base neurobiológica y probablemente genética. El término «inesperada» se utiliza al ser una dificultad que se presenta en un niño con una inteligencia normal y una escolaridad apropiada. La discalculia es un trastorno menos estudiado y consensuado que otros TA, como la dislexia. La prevalencia de la discalculia se sitúa, según los diferentes autores, entre el 3 y el 6% de la población escolar, y no parece que existan diferencias por sexos, aunque según nuestra experiencia su prevalencia es menor. Los datos de prevalencia varían mucho debido a la diversidad de criterios diagnósticos. No se conoce la causa exacta de la discalculia. Diferentes contribuciones científicas, como los estudios realizados en gemelos y sobre determinadas entidades neurológicas sindrómicas, sugieren la presencia de un componente genético, igual que sucede en otros TA1,2,7-10.

Aprendizaje del cálculo

La capacidad de manipular cantidades parece ser una habilidad innata. Distintos estudios han mostrado que los bebés de pocas semanas ya disponen de cierta noción de cantidad: son capaces de diferenciar conjuntos de 1, 2 y 3 elementos de manera precisa y eficaz. También los niños muy pequeños pueden realizar operaciones de suma o resta sin haber desarrollado aún el lenguaje. El ser humano nace con una serie de competencias cuantitativas básicas o primarias, sobre las cuales se construye más tarde un conjunto de capacidades numéricas más complejas o aprendidas7,8,10.

Manifestaciones clínicas

Las manifestaciones clínicas de la discalculia difieren según la edad y el nivel de escolaridad.

Educación Infantil

Dificultad para clasificar objetos por sus características, comprender los conceptos «más que» y «menos que», ordenar elementos por su tamaño, establecer correspondencias uno a uno, contar hasta 10 o copiar números arábigos.

Educación Primaria

Falla la aritmética básica, hay poca noción del concepto de cantidad; ejecución incorrecta de ejercicios aritméticos; falta de habilidad para contar (cuesta contar cada 2, 5 o 10 elementos); incapacidad para decir la hora; dificultad en la resolución de problemas, y poca habilidad para medir, reagrupar, estimar soluciones y ejecutar operaciones aritméticas básicas. Frecuentemente estos niños confunden la lectura o la escritura de números arábigos (16= 17 o 240= 204). Suelen presentar ciertos déficits en la recuperación de la información aprendida: poca automatización de hechos aritméticos (lentitud para resolver 3 + 3, 12 + 12, 7 × 6) y algunos errores, como el uso incorrecto de signos, olvidar el número llevado o una mala ubicación de los dígitos. A veces el resultado final del ejercicio puede ser correcto, pero el niño tarda demasiado o elige estrategias poco eficaces.

Educación Secundaria

Mal uso de los números en la vida cotidiana, errores en los cálculos, necesidad de calculadora para realizar operaciones sencillas, falta de automatización de hechos aritméticos, pocas estrategias en la resolución de problemas, no saben usar la estimación y presentan dificultad para comprender nociones más avanzadas, como la «probabilidad».

En la discalculia las dificultades en el manejo numérico aparecen ya en Educación Infantil. Cuando se presentan a partir del segundo o tercer ciclo de Educación Primaria, pueden deberse a otros motivos, pero raramente a una discalculia. Tanto en la dislexia como en el TDAH y el TANV pueden asociarse distintas dificultades para las matemáticas, pero las características y la cronología de estas dificultades son muy distintas3,4.

Neurobiología

Las áreas cerebrales implicadas en el procesamiento numérico se describen en la figura 2.

Diagnóstico

El diagnóstico, como en la mayoría de los TA, es clínico. A menudo no es fácil, dada la diversidad de causas de mal rendimiento en matemáticas, la falta de consenso sobre los criterios diagnósticos y las pocas herramientas específicas existentes.

El diagnóstico se establecerá a partir de los datos recogidos en la historia clínica del niño (características del problema, antecedentes personales y familiares, existencia de otras alteraciones en el área del aprendizaje o la conducta, revisión de informes escolares, etc.). Posteriormente, la evaluación neuropsicológica permitirá detectar las dificultades, valorar cuáles son las funciones cognitivas alteradas y preservadas, y determinar los posibles déficits asociados.

Tratamiento

Adaptaciones escolares

Los niños discalcúlicos necesitan unas ayudas suplementarias para comprender y ejecutar las matemáticas9. Al tratarse de niños con una capacidad intelectual normal, las adecuaciones deben ser, en un primer momento, metodológicas y no de contenidos:

  • Uso de herramientas complementarias y estrategias básicas: permitir el uso de calculadora o tener las tablas de multiplicar a mano, permitir el uso de dedos como estrategia para sumar, usar hojas con cuadrículas grandes para resolver operaciones y facilitar la ubicación espacial de los números.
  • Otras recomendaciones generales: reducir la cantidad de ejercicios o suministrarlos de manera fraccionada, conceder tiempos extra…

Reeducación

Como en el resto de los TA, en estos niños hay que iniciar el apoyo psicopedagógico precozmente. El tipo de abordaje recomendado debe ser individual, y dependerá de la edad, el curso escolar, las dificultades que presente el niño en particular y los trastornos asociados. Por ejemplo, en los niños más pequeños (de 1.º a 3.º de Educación Primaria) hay que intentar afianzar el concepto de número; en cambio, en los niños mayores hay que intentar enseñar estrategias para compensar las dificultades de base.

Trastorno del aprendizaje no verbal

El TANV es un trastorno del neurodesarrollo que afecta a la coordinación motriz, la integración visoespacial, las habilidades psicosociales y los aprendizajes escolares1,2,11-13.

El término de TANV es relativamente reciente, y sus límites y criterios diagnósticos no están bien establecidos ni consensuados. Incluso su existencia como entidad específica ha sido cuestionada. Existen muchos otros trastornos en la bibliografía que presentan algunas de las características del TANV: «trastorno del desarrollo de la coordinación», «dispraxia del desarrollo», «síndrome del hemisferio derecho», DAMP (deficit in attention, motor control and perception)1,2,11-13 Un término propuesto recientemente por Crespo-Eguílaz y Narbona es el de «trastorno de aprendizaje procedimental», que incluiría una alteración de la conducta motriz y de estrategias cognitivas verbales y no verbales14.

A diferencia de la dislexia y la discalculia, no existen estudios sobre su prevalencia, dada la falta de consenso en la terminología y en los criterios diagnósticos.

Las primeras descripciones del TANV datan de la década de 1970, cuando dos autores, Myklebust y Johnson, evaluaron a un grupo de niños con dificultades para comprender el contexto social y una escasa habilidad para el aprendizaje académico. Las pruebas de inteligencia de estos niños mostraban buenos resultados en cocientes de inteligencia verbal y malos resultados en los cocientes ejecutivos (relacionados con habilidades perceptivas y manipulativas)12,13.

En 1982, Rourke aportó una visión más completa del TANV, así como de las posibles causas y estructuras cerebrales disfuncionantes. Este autor relacionó el TANV con una posible alteración de la sustancia blanca cerebral, especialmente del hemisferio cerebral derecho11.

En contraste con los déficits descritos, en el TANV las habilidades lingüísticas primarias (percepción auditiva), secundarias (atención verbal y auditiva) y terciarias (memoria auditiva y verbal) están bien conservadas.

Manifestaciones clínicas

Existe una gran variabilidad entre el número y la severidad de las manifestaciones del TANV en los niños. Podemos encontrar niños con manifestaciones leves limitadas a algunos aprendizajes escolares, y otros con importantes dificultades académicas, de coordinación motriz y de relación social1,2,12,13.

El perfil cognitivo-conductual del TANV se caracteriza por la aparición de dificultades en distintas áreas:

Motriz

Los niños con TANV suelen ser torpes para las actividades que requieren una coordinación del movimiento. Esta torpeza se manifiesta e influye en distintos ámbitos:

  • Deporte: ir en bicicleta, nadar, chutar y botar una pelota, saltar…
  • Escuela: recortar, ponerse la bata, dibujar, escribir…
  • Vida cotidiana: poner la mesa, vestirse, abotonar, atarse los zapatos…

La poca destreza y el rechazo a las actividades deportivas dificultan la integración y la participación de estos niños en actividades grupales.

Funciones visoespaciales y visoconstructivas

En el TANV existe cierta dificultad para la percepción y organización de la información visual y la orientación espacial. Una baja memoria visual puede dificultar el recuerdo y la identificación de las letras, y resta capacidad para utilizar la secuencia correcta de trazos para formar los diferentes grafemas.

La disfunción visoespacial condiciona una mala percepción de la globalidad, por lo que hay tendencia a fijarse sólo en los detalles. Esta dificultad se plasma en los siguientes aspectos:

  • Mal manejo de la organización y distribución del espacio sobre el papel que, junto con los problemas de coordinación motriz, hace que los maestros de estos niños se quejen de que sus trabajos están muy mal presentados.
  • Escasa habilidad para el dibujo y, en general, para reproducir modelos como los rompecabezas.
  • Colocación errónea de los números en las operaciones matemáticas.
  • Limitaciones para reproducir y orientarse en los mapas.
  • Dificultad para copiar de la pizarra.

Área social y adaptativa

Los niños con TANV tienen problemas de interacción social. Suelen mostrarse abiertos a iniciar relaciones sociales, pero les cuesta mantenerlas puesto que no entienden o no interpretan bien gran parte de la información no verbal. Alrededor de un 65% de la comunicación humana se lleva a cabo mediante lenguaje no verbal (gestos, expresiones faciales, tonos y melodía de voz…). Se entiende así que estos niños tengan dificultad para interpretar de forma adecuada las conversaciones, hagan juicios erróneos, malas interpretaciones o interpretaciones literales.

Los niños con TANV suelen tener una buena habilidad de memoria mecánica, que les permite desenvolverse en la vida diaria. Suelen ser rutinarios y necesitan saber con antelación cualquier cambio que pueda ocurrir. Cuando se producen cambios o se añaden nuevas variables, les cuesta manejarse. Aprenden poco de las experiencias y manifiestan poca capacidad para generalizar y extrapolar los aprendizajes.

Otra característica de los niños con TANV es la falta de conciencia del tiempo. A menudo se describen como niños lentos en la realización de cualquier actividad y con escasa capacidad para gestionar el tiempo.

Lenguaje

A pesar de mostrar buenas habilidades en fonología y morfosintaxis, estos niños pueden manifestar dificultades en los aspectos pragmáticos del lenguaje y en la comprensión de inferencias.

Debido a estas dificultades en el ámbito lingüístico, algunos autores no aceptan el término TANV ya que elude estas alteraciones lingüísticas.

Como consecuencia de todas las dificultades descritas, las personas con TANV presentan con frecuencia alteraciones afectivas y de ansiedad secundarias, ya que tienden a aislarse.

El hecho de sentirse reprendidos constantemente ante situaciones que no pueden controlar produce en estos individuos un sentimiento de baja autoestima, con riesgo de presentar cuadros depresivos y de ansiedad. No hay que olvidar que sus características de personalidad y habilidades sociales los convierten en blanco fácil de posibles abusos y acoso escolar.

Repercusión académica

En Educación Primaria se observan dificultades en las áreas siguientes:

Grafismo

Las dificultades en escritura (grafismo) son más evidentes en los primeros años de escolarización y pueden ir mejorando con la práctica.

Lectura

No suelen presentar problemas en el aprendizaje de la mecánica de la lectura; en cambio, la comprensión lectora se encuentra significativamente alterada. Desarrollan con normalidad la conciencia y la memoria fonológicas, pero en ocasiones pueden observarse dificultades iniciales en la lectura debido al papel de la percepción visual en la adquisición inicial de dicho aprendizaje.

Las dificultades de comprensión lectora se hacen progresivamente evidentes al avanzar los cursos escolares.

Matemáticas

Tienen problemas muy significativos en esta materia: errores en la alineación de los números que afectan al cálculo operacional, dificultad en el razonamiento de los problemas matemáticos… Las dificultades aritméticas que presentan estos niños se encuentran más vinculadas a problemas de tipo espacial que verbal.

General

Al llegar a los cursos superiores, especialmente a partir de la Educación Secundaria, a estos niños les resulta difícil extraer la idea principal de los textos leídos y de las explicaciones de los maestros, lo cual, unido a la lentitud para escribir y organizar los apuntes y a la desorganización y falta de autonomía en las tareas, hace que el esfuerzo que les supone seguir a sus compañeros sea ingente. Además, comprenden mal los textos porque los interpretan literalmente y no establecen relaciones con los conocimientos previos. Las materias de ciencias en los cursos superiores les resultan complicadas: tienen que resolver problemas y adquirir una gran variedad de conceptos nuevos (nivel verbal) relacionados con conceptos espaciales1,2,12-16.

Teorías cognitivas y neurobiología del TANV

A diferencia de otros trastornos del aprendizaje, en el TANV pocos autores han postulado modelos teóricos.

Rourke (1982) destacó la importancia de la sustancia blanca cerebral en la génesis del TANV. Este autor relacionó la sintomatología clínica de dicho trastorno con una disfunción en las conexiones de la sustancia blanca subcortical, predominante del hemisferio derecho. Sin embargo, hasta la fecha no hay estudios concluyentes que permitan demostrar la disfunción de este hemisferio11.

Crespo-Eguílaz y Narbona (2009) consideran que se trata de un déficit en la adquisición y la consolidación de rutinas perceptivomotoras y de ciertas destrezas cognitivas. Estos autores plantean la hipótesis de que la base fisiopatológica del TANV se relaciona con una disfunción bilateral del sistema parietooccipital y/o en sus conexiones con las estructuras del sistema estriado y cerebeloso14.

Diagnóstico

Igual que en el resto de los TA, no disponemos de ninguna prueba diagnóstica específica. La clínica y las manifestaciones cognitivo-conductuales permiten orientar la sospecha diagnóstica.

Así pues, la valoración clínica la realizaremos por medio de las siguientes medidas:

Historia clínica

Es importante obtener datos del nacimiento y del desarrollo psicomotor inicial. Los niños con TANV sin otros trastornos neurológicos asociados suelen caracterizarse por un desarrollo normal, e incluso precoz, del lenguaje, mientras que en todos los aspectos relacionados con la coordinación motriz se detectarán pronto limitaciones. Sin embargo, no suelen tener retrasos significativos en la adquisición de habilidades motrices básicas, como mantenerse sentado, empezar a andar o coger y manipular objetos. Posteriormente, se ponen de manifiesto las dificultades cuando se requiere una mayor coordinación en la motricidad fina (dibujar, recortar, hacer puzles, abrochar botones…).

Exploración física neurológica

Hay que descartar anomalías que sugieran la presencia de otras alteraciones neurológicas. En la exploración de la motricidad suelen detectarse evidentes anomalías en las distintas pruebas, en especial en las que requieren una coordinación de las dos manos. En ocasiones se pueden apreciar alteraciones en la percepción táctil compleja, más evidentes en el hemicuerpo izquierdo.

Estudio neuropsicológico

Es fundamental para el diagnóstico de este trastorno. Dicha valoración proporciona, además, una orientación para la intervención psicoeducativa. Debe completarse el estudio con la información de la escuela (informes o notas escolares), además de los cuestionarios de conducta, para valorar si existen indicios de alteraciones afectivas o de ansiedad, en cuyo caso se aconsejará la visita al psiquiatra o al psicólogo clínico para realizar el diagnóstico y la intervención necesaria.

Exploraciones complementarias

En los casos en que la exploración física neurológica y el estudio neuropsicológico lo indiquen, se realizarán pruebas de imagen, como la resonancia magnética cerebral, en busca de alteraciones estructurales cerebrales, y estudios genéticos si la valoración clínica lo sugiere. No deben hacerse pruebas complementarias indiscriminadas a todos los niños con TANV.

TANV primario frente a perfil neuropsicológico de TANV

El TANV es un trastorno heterogéneo que puede presentarse de forma primaria (sin otros trastornos asociados) o como un perfil neuropsicológico asociado a distintos cuadros clínicos neurológicos y/o psiquiátricos. Entre éstos, distintas cromosomopatías, síndromes dismorfológicos, secuelas de traumatismos craneoencefálicos graves, hidrocefalias crónicas, efectos secundarios de tratamientos oncológicos, malformaciones cerebrales, como disgenesias del cuerpo calloso, prematuridad, etc.11,12.

Existen similitudes entre el TANV y el síndrome de Asperger. En la bibliografía hay trabajos que han planteado la posibilidad de que se trate de un continuo del mismo trastorno, cuya diferencia residiría en la severidad de la sintomatología. Otros autores defienden que el TANV puede ser un perfil neuropsicológico que esté presente en algunos niños con diagnóstico de síndrome de Asperger y otros trastornos del neurodesarrollo1,2,12.

En menor medida, y debido probablemente a la escasa bibliografía al respecto, este mismo perfil se observa en los pacientes con una patología psiquiátrica. Este dato no sorprende, ya que en la bibliografía se han descrito casos de disfunción del hemisferio cerebral derecho en los trastornos psiquiátricos.

Tratamiento

Adaptaciones escolares

Desde la escuela es importante llevar a cabo una atención individualizada y adaptada en los niños con este trastorno. Debería contemplarse la necesidad de ofrecerles siempre apoyo verbal, proporcionarles información verbal y explícita, planificar las actividades y el tiempo extra, reducir los ejercicios escritos, facilitarles el uso de ordenador y materiales específicos (adaptadores para el lápiz, hojas cuadriculadas o con pauta…), etc.

Reeducación

La intervención psicopedagógica debe dirigirse, por un lado, a compensar en la medida de lo posible las dificultades y, por otro, a potenciar las habilidades. Deberán incluirse objetivos dirigidos a mejorar ciertos aspectos del área visoespacial, motriz y académica1.

Dificultades de aprendizaje en el TDAH

El TDAH no es estrictamente un TA. Lo citamos muy brevemente por su elevada prevalencia (un 3-8% en la población en edad escolar) y la repercusión en los aprendizajes escolares1,2.

Se trata de un trastorno de origen neurobiológico cuyos síntomas comienzan en la infancia, que se caracteriza por la presencia de un exceso de actividad motriz, impulsividad y déficit de atención.

Las manifestaciones del TDAH están presentes, en mayor o menor grado, en todos los niños durante sus primeros años de vida. En general, en el transcurso de los años y con la ayuda de pautas educativas correctas, los niños van adquiriendo la capacidad de autocontrol propia de cada etapa evolutiva. En los niños con TDAH no sucede lo mismo. En ellos persisten los patrones de conducta propios de edades inferiores. El grado y la duración de la hiperactividad, la impulsividad y el déficit de atención condicionarán que se considere que un niño padece o no un trastorno. La repercusión negativa de esta conducta debe producirse en distintos ámbitos para establecer un diagnóstico de TDAH.

Dificultades de aprendizaje

Son muchos los motivos por los cuales los niños con TDAH tienen dificultades en el rendimiento escolar. La disfunción cognitiva básica del niño con diagnóstico de TDAH está centrada en las dificultades en el desarrollo normal de las funciones ejecutivas y atencionales. Dichas funciones están centradas básicamente en la capacidad de organización-planificación, memoria de trabajo, control atencional y conductual, motivación y esfuerzo. Todas ellas repercutirán en grados diversos y en diferentes momentos en el rendimiento escolar de los alumnos. El alumno con TDAH sin otros TA específicos asociados puede ir siguiendo el ritmo escolar hasta que empieza a requerir recursos cognitivos de autonomía y planificación, así como el esfuerzo y la concentración mantenidos ante tareas largas, momento en el que los resultados académicos empiezan a bajar1,2.

Las áreas académicas que les suponen más dificultades, en general, son las siguientes:

  • Ortografía.
  • Comprensión lectora.
  • Matemáticas: cálculo mental y resolución de problemas.
  • Expresión oral y escrita: organización temporal del discurso narrativo y el grafismo.

Aunque hay otros aspectos en los que también presentan dificultades los niños con TDAH, como el control de la agenda, la entrega puntual de trabajos, el cumplimiento del tiempo en la ejecución de los ejercicios, el control del material…

A estos niños las tareas basadas en el lenguaje les resultan complejas, ya que la organización de los contenidos en un texto escrito y la comprensión lectora les suponen un obstáculo para procesar la información. En el lenguaje oral suelen presentar también limitaciones, tanto a la hora de organizar el discurso como de encontrar las palabras adecuadas. En la asignatura de matemáticas también dificultan el progreso las dificultades de comprensión lectora, la baja memoria de trabajo y la impulsividad.

Por último, la falta de organización, motivación y concentración, los problemas de conducta en clase, los conflictos con los compañeros y la baja autoestima influyen también de forma negativa en el progreso académico de estos niños.

Bibliografía

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  14. Crespo-Eguílaz N, Narbona J. Trastorno del aprendizaje procedimental (TAP): características neuropsicológicas. Rev Neurol. 2009; 49(8): 409.
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MÓDULO 3

Tema 6. Trastornos por ansiedad y trastorno obsesivo-compulsivo en la infancia y la adolescencia

F. Guerrero Alzola, P. Sánchez Mascaraque

Resumen

En este capítulo se van a revisar los trastornos de ansiedad en la infancia y la adolescencia, que incluyen el trastorno de ansiedad por separación, el mutismo selectivo, las fobias, el trastorno de ansiedad social (fobia social), el trastorno de pánico, la agorafobia y el trastorno de ansiedad generalizada. También se va a revisar el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Históricamente tanto los trastornos de ansiedad como el TOC se incluían en los manuales diagnósticos en el apartado de trastornos de ansiedad. Sin embargo, la fenomenología y la etiología claramente diferenciadas entre ellos ha hecho que en el DSM-5 el TOC aparezca en otro apartado junto con la dismorfofobia, el trastorno por acumulación, la tricotilomanía y el trastorno por excoriación. Por otro lado, es habitual la comorbilidad entre el TOC y otros trastornos de ansiedad en la infancia. En este capítulo se abordarán por separado, con una revisión de la clínica, diagnóstico, tratamiento y prevención.


Trastornos de ansiedad

Introducción y definición

Los trastornos de ansiedad y la sintomatología ansiosa son los problemas psiquiátricos más prevalentes en la infancia y en la adolescencia en Estados Unidos y también en España, por delante de la depresión y los trastornos de conducta. A menudo se inician en la infancia y la adolescencia, son progresivos, persistentes/crónicos o de curso recurrente.

La ansiedad está vinculada con las emociones, que tanta importancia han cobrado en la filosofía occidental. Las emociones pueden desencadenarse por factores externos o internos (recuerdos, ideas, imágenes y deseos), que activan los mecanismos neurovegetativos de la ansiedad. Así, es posible generar emociones mediante estimulación externa de las estructuras cerebrales que sustentan estos mecanismos.

Podemos equiparar ansiedad a miedo. Hay miedos normales o evolutivos que son miedos concretos y autolimitados, y que cambian con la edad y el desarrollo del niño. Sin embargo, su persistencia o su intensidad pueden indicar un carácter patológico.

Y también existe una ansiedad patológica, que puede definirse como aquella ansiedad que surge sin que haya un peligro o amenaza objetivable, o como una respuesta desproporcionada en intensidad y duración que pone en marcha los mecanismos fisiológicos de alerta y defensa.

La ansiedad se manifiesta con síntomas neurovegetativos (inquietud psicomotriz, taquicardia, desasosiego, sudoración, piloerección), cognitivos, emocionales y conductuales.

Si el trastorno de ansiedad se mantiene, puede tener repercusiones negativas en la autoestima, la consecución de objetivos académicos y las relaciones sociales y familiares. Por otra parte, tiene un alto valor predictivo de trastornos de ansiedad y depresión en la edad adulta.

Siguiendo la clasificación del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales en su quinta edición (DSM-5), los trastornos de ansiedad más habituales en la infancia y adolescencia son el trastorno de ansiedad por separación, el trastorno de ansiedad generalizada, la fobia social y las fobias específicas. Siendo éstas las categorías más frecuentes, cualquiera de los cuadros de trastornos de ansiedad recogidos en el DSM-5 puede diagnosticarse en niños y adolescentes.

Un trastorno de ansiedad a menudo es comórbido con otro trastorno de ansiedad o con un trastorno depresivo, y acompaña a numerosos trastornos psiquiátricos.

Epidemiología

La prevalencia de los trastornos de ansiedad oscila entre el 3 y el 20%1-3, según el diseño epidemiológico del estudio, los criterios diagnósticos empleados, los trastornos de ansiedad incluidos y la edad de los pacientes.

Normalmente se inician entre los 4 y los 9 años, dependiendo del tipo de trastorno de ansiedad (tabla 1).

La prevalencia aumenta en la edad adulta, hasta alcanzar un 15-25%.

Son más frecuentes en el sexo femenino que en el masculino (aproximadamente 2:1), y la diferencia se acentúa a partir de la pubertad.

Los tipos de trastornos de ansiedad más comunes son:

  • Trastorno de ansiedad por separación. Es la categoría más habitual en niños en edad escolar (6-12 años).
  • Trastorno de ansiedad generalizada.
  • Fobia social. Es la segunda categoría más frecuente en la adolescencia.
  • Fobias específicas. Es la categoría más común en adolescentes.

Es habitual la concurrencia de varios trastornos de ansiedad en el mismo paciente y la comorbilidad con el trastorno depresivo.

Neurobiología

En las últimas dos décadas se ha avanzado mucho en este sentido (véanse las revisiones de Blackford y Pine5 y Strawn et al.6).

Las regiones cerebrales que actualmente sabemos que están implicadas en la sensación de ansiedad son:

  • La corteza prefrontal, que integra la información exterior.
  • La amígdala, que es la responsable de la respuesta inicial del miedo.

Además de ellas, estructuras posteriores, la corteza cingulada anterior, la ínsula y el cerebelo han sido implicados en los trastornos de ansiedad en estudios funcionales realizados en niños y adolescentes.

Respecto a los neurotransmisores, en la ansiedad se produce un aumento de la liberación de noradrenalina, que eleva el glutamato y disminuye el GABA. En cambio, la serotonina produce el efecto contrario. De ahí la acción terapéutica de los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) en los trastornos de ansiedad. Las neuronas serotoninérgicas también ejercen una acción inhibidora de las neuronas noradrenérgicas, que tienen un papel esencial en el desencadenamiento de la ansiedad y en su mantenimiento.

Factores etiopatogénicos

Distinguimos dos tipos de factores causales de los trastornos de ansiedad: los ambientales y los biológicos.

Factores ambientales

Son responsables del 60-70% del cuadro clínico.

  • Acontecimientos vitales estresantes; por ejemplo, el duelo por la muerte de un ser querido, un cambio de colegio, el divorcio de los padres, un cambio de residencia, un desastre natural, abusos, un robo o una agresión. La escala de acontecimientos vitales para niños (6-11 años) y para adolescentes (12-18 años) de Mardomingo y González Garrido7 pretende estimar el grado de ansiedad y el grado de reajuste o adaptación necesarios ante los agentes estresantes.
  • Comportamientos o dificultades emocionales en las figuras de referencia; por ejemplo, una crianza parental sobreprotectora, o excesivamente punitiva, o padres que transmiten miedo a los hijos (padres con ansiedad, sin vida social…); familias disfuncionales con condiciones de salud o sociales desfavorables.

Factores biológicos

Son responsables del 30-40% del cuadro clínico.

  • Factores genéticos. La heredabilidad de los trastornos de ansiedad es moderada, de en torno al 30-40%. La investigación se centra en algunos genes, sobre todo en los que codifican el transportador de serotonina SERT, el brain-derived neurotrophic factor (BDNT) y la catecol-O-metiltransferasa (COMT), que son mediadores de la respuesta de ansiedad ante un estresante. Por ejemplo, los niños portadores de la variante S de SERT son más vulnerables a presentar una reacción desproporcionada ante una amenaza, y en presencia de factores de riesgo aumenta el riesgo de sufrir un trastorno de ansiedad o una depresión.

La contribución genética parece ser mayor a medida que aumenta la edad en las niñas y en las fobias específicas.

En cambio, en la ansiedad social los factores genéticos en los niños aumentan hasta el 53%, frente al 27% en la edad adulta.

  • Temperamentales. El temperamento tiene una base genética, se objetiva desde los primeros años de vida y es estable en el tiempo. La inhibición conductual es el rasgo temperamental más estudiado como posible precursor de los trastornos de ansiedad. La inhibición conductual se define como la presencia de ciertos rasgos biológicos que predisponen a reaccionar con inhibición y retraimiento cuando el niño se ve expuesto a determinadas situaciones o experiencias de carácter ambiental o social. Se ha constatado que alrededor del 10-20% de los niños nacen con esa predisposición.

Clínica

Las manifestaciones clínicas varían en función de la edad y del desarrollo cognitivo y emocional de cada niño, como también varía el contenido del pensamiento ansioso según el tipo de trastorno de ansiedad que se padezca (tabla 1).

  • En niños pequeños los síntomas más habituales son inquietud motriz, trastorno del sueño, pérdida de apetito, llanto inmotivado y negativa a separarse de los padres. También pueden aparecer síntomas somáticos como dolor abdominal (el más frecuente) y cefaleas, aunque puede afectar a cualquier órgano y sistema corporal.
  • La ansiedad manifestada comportamentalmente puede conducir a diagnósticos incorrectos de trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH), trastorno negativista desafiante u otros problemas de conducta.
  • Los niños más mayores (edad escolar) pueden verbalizar angustia, miedo, nerviosismo, tensión, rabia y temores irreprimibles. También pueden presentar comportamientos disruptivos o antisociales.
  • A estas edades son típicos los problemas de memoria, las dificultades de atención y concentración y la lentitud de pensamiento. Los trastornos del sueño continúan, y los síntomas somáticos más frecuentes son la cefalea y el dolor abdominal, aunque también son habituales los mareos, el dolor torácico, la taquicardia y la sensación de ahogo.
  • La despersonalización y la desrealización son propias de la etapa adolescente. La despersonalización es un sentimiento de extrañeza hacia el propio yo, como si el adolescente se sintiera vacío. En la desrealización el mundo circundante se percibe como si no existiera, como si no fuera real ni tuviera vida. Además de los síntomas somáticos descritos previamente, es frecuente que los adolescentes se quejen de insomnio y fatiga.

Los síntomas de ansiedad pueden ser muy acusados en presencia del estímulo que despierta temor y llegar a desaparecer en los entornos en los que no se percibe esa amenaza.

A continuación se resume la clínica de los trastornos de ansiedad más habituales en la infancia y la adolescencia. En la tabla 2 se resumen los criterios diagnósticos de los trastornos de ansiedad del DSM-58.

Trastorno de ansiedad por separación

Es una angustia intensísima que el niño o el adolescente experimenta cuando tiene que separarse de sus padres o cuidadores, desproporcionada para la edad y las circunstancias. Puede ocurrir al acostarse, al ir al colegio, al salir con los amigos, cuando duerme en casa de familiares, cuando va a una excursión o un campamento… El niño piensa que va a pasar algo malo (por ejemplo, teme que no vayan a recogerlo al colegio, que los padres no estén en casa cuando él vuelva, que vaya a ponerse enfermo en el colegio…), e intenta evitar por todos los medios que se produzca esa separación.

Al adolescente le cuesta más admitirlo, y a veces no es un miedo concreto, sino algo difuso (por ejemplo, temor a la vida en general), que experimenta como nostalgia de lo que ha sido su vida de niño. Esta nostalgia puede llegar a desesperación y necesidad urgente de remediar esta situación.

La muerte es uno de los temas que más angustia generan, pero también puede provocarla el miedo a los animales, a monstruos, a situaciones peligrosas para él o su familia, a ladrones, a desconocidos… Lo que hay que tener presente es que el foco de la ansiedad es el temor a la separación.

Uno de los cambios que ha introducido la nueva edición del DSM-5 es considerar que el trastorno puede darse en la edad adulta y aparecer después de los 18 años de edad. De todos modos, la edad más frecuente es la comprendida entre los 6 y 10 años, y tiende a disminuir a partir de los 12 años.

No es habitual que comience en plena adolescencia, pero cuando esto sucede el pronóstico es peor. Aunque en contadas ocasiones, también puede aparecer antes de los 6 años, y también en este caso su desarrollo es más problemático.

Es muy típico que se acompañe de síntomas somáticos, de sintomatología depresiva (tristeza, llanto, apatía, dificultades de atención y de concentración) y de problemas en la relación con compañeros.

El trastorno de ansiedad por separación es más frecuente en familias con actitud sobreprotectora, que impide que el niño se enfrente a los retos de la vida, lo que favorece la aparición de la ansiedad. En cambio, no suele darse en niños abandonados.

A menudo se asocia a otros trastornos de ansiedad o bien deriva a otros trastornos psiquiátricos a lo largo de su evolución. Se consideran factores de mal pronóstico el inicio más tardío, la psicopatología familiar, el absentismo escolar de más de 1 año y la asociación a otros trastornos psiquiátricos o a comorbilidad.

Trastorno de ansiedad generalizada

El trastorno de ansiedad generalizada (TAG) se caracteriza por una preocupación exagerada ante la vida en general. El paciente sufre múltiples miedos que carecen de base real y que afectan a las más diversas facetas de la vida. La ansiedad se manifiesta ante situaciones presentes (exámenes, relaciones con amigos o profesores), pasadas (analizándolas repetitivamente) y posibles acontecimientos futuros.

Este afrontamiento ansioso de la realidad se acompaña de un sentimiento general de inseguridad e inaptitud. Por ejemplo, aunque el niño tenga un buen rendimiento escolar, teme el fracaso; aunque en el colegio sea querido y aceptado, se siente inseguro; debido a su inseguridad, los padres se sienten obligados a reafirmar continuamente su amor por él.

Son comunes las quejas somáticas (sobre todo dolor abdominal y cefalea) sin base orgánica. Asimismo, el niño a menudo presenta un estado permanente de nerviosismo y tensión.

El TAG es más habitual en familias con un nivel socioeconómico alto y un nivel de exigencia y expectativas elevado.

El niño que sufre este trastorno suele tener una personalidad perfeccionista, hipersensible a la crítica, con un temperamento tímido e inhibido.

A veces el TAG comienza de forma abrupta y otras de forma gradual, siguiendo un curso de exacerbaciones desencadenadas por el estrés. Puede evolucionar hacia la fobia social, sobre todo en la adolescencia.

El diagnóstico de TAG no siempre es sencillo porque es un fenómeno difuso, difícil de explicar, incluso para los adultos. Para poder diagnosticarlo necesitamos la información de los padres y del niño al realizar la anamnesis y exploración psicopatológica.

Trastorno de ansiedad social (fobia social)9

La edad media de aparición son los 13 años. En la etapa de la adolescencia las relaciones sociales son esenciales en el proceso de maduración personal, por lo que este trastorno impide que ese proceso se desarrolle con normalidad y limita de forma muy notable la vida de quien lo padece.

El adolescente con trastorno de ansiedad social siente pánico ante las situaciones que implican contacto social con otras personas y en las que puede ser examinado/juzgado, sobre todo si se trata de desconocidos. Siente miedo, vergüenza y ataques de pánico si tiene que acudir a una celebración, hablar en público, estar con desconocidos o en grupo, hacer una gestión… El adolescente que sufre este trastorno evita acudir a reuniones sociales y hablar y comer en público. Estas situaciones le provocan una intensa angustia, que se manifiesta en forma de rubor, sudoración, temblor, tartamudez y sentimiento de ridículo acusado. Por este motivo, existe un rechazo anticipado y una censura hacia los demás carente de fundamento y que le impide realizar con naturalidad actividades sociales, como participar en juegos de equipo, colaborar en clase o tener citas adecuadas a su edad. En el 90% de los casos este trastorno causa importantes problemas psicosociales, entre ellos abandono escolar.

En el DSM-5 se diferencia un subtipo de trastorno de ansiedad social que se caracteriza por padecer miedo «sólo de actuación», habitualmente relacionado con la vida profesional de la persona (por ejemplo, dar una charla en público, dar un concierto o hacer una presentación en el colegio). Este subtipo parece que es cualitativamente distinto a las otras formas de presentación del trastorno de ansiedad social: baja heredabilidad, inicio más tardío, menor deterioro, presencia de una fuerte reacción psicofisiológica a las situaciones «de actuación», y una muy buena respuesta al tratamiento con betabloqueadores (que se administran 1 hora antes de enfrentarse a la situación temida).

Es un trastorno poco diagnosticado y, por lo tanto, poco tratado, ya que a veces se confunde con timidez.

Fobias específicas

Son miedos irreprimibles, persistentes y difíciles de vencer ante un estímulo o situación en concreto, y que sólo aparecen en presencia de ese estímulo. Se pueden manifestar como llanto, rabietas, quedarse paralizado o aferrarse. Los niños, a diferencia de los adultos, no suelen reconocer que sus temores son excesivos o irracionales, y raramente expresan malestar por la fobia.

Entre las fobias más frecuentes en la infancia, aparte de la fobia escolar, figuran la fobia a la oscuridad (50% del total), a los animales (25% del total), a los accidentes, a las enfermedades, a los exámenes, al fracaso escolar, a determinadas películas y monstruos, a las tormentas, a la sangre o las heridas, al ascensor y a quedarse solo en la habitación. Saber que existe la posibilidad de tener contacto con el estímulo fóbico genera en el niño una ansiedad anticipatoria que da lugar a estrategias para evitar esa situación.

Para que un miedo se convierta en una fobia, debe producir en el niño un intenso malestar y limitar el desarrollo de su vida normal.

Diagnóstico y clasificación de los trastornos de ansiedad (DSM-5)

El diagnóstico de los trastornos de ansiedad es clínico. Puede ser de ayuda realizar una entrevista semiestructurada basada en el DSM-5.

Existen algunas escalas para detectar ansiedad en los niños10. La más utilizada en la práctica clínica habitual es el STAI (State-Trait Anxiety Inventory), que evalúa dos conceptos independientes de ansiedad, cada uno de ellos mediante 20 preguntas: la ansiedad como estado (valora la propensión ansiosa, relativamente estable, que caracteriza a las personas con tendencia a percibir las situaciones como amenazantes-temperamento) y la ansiedad como rasgo (evalúa un estado emocional de ansiedad transitorio).

Además del STAI, durante el proceso de revisión del DSM se generaron nuevas escalas para apoyar la toma de decisiones clínicas y el seguimiento durante el tratamiento. Estas escalas de autoevaluación pueden usarse en niños desde los 11 años y comprenden los constructos básicos del miedo y de la ansiedad junto con síntomas cognitivos, físicos y de comportamiento de una manera consistente y breve, usando una plantilla común para cada uno de los trastornos de ansiedad.

En el DSM-5 (publicado en 2013) se distinguen las siguientes categorías en los trastornos de ansiedad:

  • Trastorno de ansiedad por separación (en el DSM-IV no estaba en esta sección).
  • Trastorno de ansiedad generalizado.
  • Trastorno de ansiedad social (fobia social).
  • Fobia específica.
  • Mutismo selectivo (en el DSM-IV no estaba en esta sección).
  • Trastorno de pánico. (Conviene aclarar que el ataque de pánico no es un trastorno mental. Los ataques de pánico se pueden producir en el contexto de cualquier trastorno de ansiedad, así como en otros trastornos mentales [p. ej., trastornos depresivos, trastorno por estrés postraumático o trastornos por consumo de sustancias] y en algunas afecciones médicas [p. ej., cardiacas, respiratorias, vestibulares o gastrointestinales].)
  • Agorafobia.
  • Trastorno de ansiedad inducido por sustancias/medicamentos (benzodiacepinas, estimulantes, inhaladores, cafeína, cannabis, cocaína o alucinógenos).
  • Trastorno de ansiedad inducido debido a otra afección médica (hipertiroidismo, epilepsia, déficit de vitamina B12…).
  • Otros trastornos de ansiedad especificados.
  • Trastornos de ansiedad no especificados.

En el DSM-5 el TOC y el trastorno por estrés postraumático se han separado de los trastornos de ansiedad y se han clasificado en otras secciones.

En la tabla 2 se resumen los criterios diagnósticos del DSM-58.

Diagnóstico diferencial11

El principal diagnóstico diferencial habrá que hacerlo con la depresión. Además, un tercio de los trastornos de ansiedad se acompañan de sintomatología depresiva. También hay que hacer el diagnóstico diferencial con:

  • Síntomas somáticos y trastornos relacionados.
  • TOC.
  • Trastorno de estrés postraumático.
  • TDAH.
  • Trastorno del comportamiento.
  • Esquizofrenia. En la primera infancia suelen aparecer disarmonías. En la adolescencia la esquizofrenia puede empezar con crisis intensísimas de ansiedad, acompañadas de fobias y obsesiones de inicio brusco, sin respuesta al tratamiento. Es la evolución la que aclara el diagnóstico. Generalmente, aunque no siempre es así, en la esquizofrenia hay una personalidad premórbida diferente y es posible que se hayan producido conductas extrañas y peculiares como señal de alarma. Los antecedentes familiares de ambas enfermedades son también distintos.
  • Trastorno de personalidad esquizoide.

 Por último, tampoco hay que olvidar incluir en el diagnóstico diferencial:

  • Patología orgánica que pueda dar síntomas parecidos a los de ansiedad: hipotiroidismo e hipertiroidismo, feocromocitoma, arritmias cardiacas (taquicardia supraventricular paroxística), enfermedad de Wilson, epilepsia, hipoglucemia, enfermedad vestibular, asma, esclerosis múltiple, corea de Huntington, tumores del sistema nervioso central, etc.
  • Consumo de tóxicos (alcohol, opiáceos, cocaína, cafeína, anfetaminas, etc.) o medicamentos responsables de los síntomas, como, por ejemplo, síntomas del síndrome de abstinencia o efectos secundarios de psicoestimulantes, beta-agonistas, esteroides, teofilina, estimulantes alfa-adrenérgicos o bloqueadores de los canales del calcio.

Trastornos comórbidos

Es muy frecuente que el trastorno de ansiedad coexista con otros trastornos psiquiátricos, que debemos detectar porque pueden empeorar el funcionamiento del niño o adolescente con ansiedad y disminuir la respuesta al tratamiento del trastorno de ansiedad, y además pueden requerir su propio tratamiento específico. Estos trastornos comórbidos suelen ser:

  • Otro trastorno de ansiedad. Es lo más frecuente, hasta en el 50% de los casos.
  • Depresión. Muchas veces se desarrolla cuando el cuadro de ansiedad se ha cronificado. Es la segunda comorbilidad más habitual.
  • Trastorno por síntomas somáticos.
  • TDAH. Lo padecen el 20-40% de los niños con ansiedad.
  • Trastorno por abuso de sustancias.
  • Trastorno del sueño. Hasta el 90% refieren al menos un problema en el sueño, siendo los más comunes las pesadillas, los despertares durante la noche y la resistencia a irse a la cama por miedo a la oscuridad o a la separación.

Pronóstico

Sin tratamiento, los trastornos de ansiedad tienden a persistir en la adolescencia y la edad adulta. Muchas veces siguen un curso fluctuante, con periodos de mejoría, e incluso remisión, y otros de recaída.

Con un tratamiento adecuado la mayoría de los niños con ansiedad se curan del episodio actual; se disminuye la frecuencia, duración y gravedad de las recaídas, y se evitan otros trastornos en edades posteriores.

Tratamiento

El objetivo del tratamiento es reducir la angustia y el estrés del niño o adolescente. Para diseñar un plan de tratamiento habrá que tener en cuenta lo siguiente:

  • La gravedad del trastorno.
  • El diagnóstico específico del trastorno de ansiedad.
  • Tiempo de evolución del trastorno (si es de inicio reciente, con síntomas de larga evolución con empeoramiento progresivo o fluctuante).
  • Situaciones en las que presenta síntomas (al ir al colegio, al irse a dormir, etc.).
  • Comorbilidades (TDAH, trastorno del espectro autista, trastorno de conducta…).
  • Edad y grado de desarrollo del niño. Cuanto más pequeño sea el niño, más debemos centrar la intervención en el entrenamiento de los padres.
  • Situación social, familiar y escolar del niño o adolescente.
  • Características familiares y psicopatología en la familia.
  • Recursos disponibles del sistema de salud y familiares.
  • Tratamientos anteriores que hayan sido efectivos o hayan fracasado.

La base del tratamiento en la actualidad es la psicoterapia (terapia cognitivo-conductual fundamentalmente), seguida de la farmacoterapia (ISRS) y las medidas ambientales y familiares necesarias. Los estudios sugieren que el tratamiento más efectivo es el que combina psicoterapia y farmacoterapia, con una tasa de respuesta del 80% (la tasa de respuesta de estos dos tratamientos por separado es del 55-60%)12.

Los fármacos y la psicoterapia mejoran los síntomas de ansiedad, ya que actúan sobre los circuitos cerebrales que comunican la corteza cerebral con la amígdala, entre otros. Su acción se produce induciendo cambios neuroquímicos y neurofisiológicos.

Manejo conductual (tabla 3)4

Es indispensable formar a los padres y profesores para que sepan manejar a un niño con ansiedad, aunque los síntomas sean leves o incipientes. El objetivo es frenar o retrasar el empeoramiento de los síntomas y favorecer la remisión. A veces este tipo de intervención puede ser el único tratamiento necesario; está incluido en la psicoterapia cognitivo-conductual, de la que hablaremos más adelante.

Psicoterapia

Regula y modula la información que, procedente de la corteza prefrontal, va a la amígdala. Su objetivo es enseñar al paciente a controlar la angustia y a responder de forma más adecuada a los estímulos y vivencias ansiógenos.

La psicoterapia más eficaz y mejor estudiada es la terapia cognitivo-conductual basada en la exposición. Incluye13:

  • Psicoeducación del niño y de los cuidadores (en ocasiones puede extenderse a profesores y compañeros de clase) para que conozcan qué es la ansiedad, su impacto potencial y su tratamiento.
  • Entrenamiento en manejo conductual y técnicas para manejar reacciones somáticas.
  • Medidas generales de higiene mental (horarios adecuados de sueño, alimentación equilibrada, ejercicio físico, práctica de aficiones…).
  • Reestructuración cognitiva en caso de pensamientos erróneos o irracionales.
  • Técnica de relajación y respiración diafragmática.
  • Plan de exposición progresiva y prevención de respuesta. Las conductas ansiosas suelen perder intensidad cuando el paciente se expone a las situaciones temidas y permanece en ellas hasta que los sentimientos de ansiedad disminuyen. Es necesario repetir esta exposición hasta que la situación no provoque la más mínima ansiedad. En algunos casos el objetivo se logra de manera más rápida si se asocian técnicas de respiración profunda, relajación muscular y autoinstrucciones verbales.

Este tipo de psicoterapia está recomendada para iniciar el tratamiento en cuadros de ansiedad leves y moderados. Debe conseguir la remisión completa de los síntomas, ya que la persistencia de síntomas residuales puede favorecer la recaída. Si la gravedad del trastorno u otras circunstancias lo recomendaran, habría que añadir tratamiento farmacológico.

Otra terapia cognitivo-conductual muy utilizada en el trastorno de ansiedad por separación y el TAG es el programa «El gato habilidoso», desarrollado por Kendall en 1990.

También son útiles en el trastorno de ansiedad de niños y adolescentes la psicoterapia interpersonal, la terapia psicodinámica, las intervenciones de apoyo y las terapias conductuales con la familia.

Varios estudios indican la posibilidad de que los adolescentes no respondan bien a una única modalidad de tratamiento (psicoterapia o psicofármacos), por lo que en estos casos se recomienda aumentar la dosis de los psicofármacos hasta los niveles más altos del rango terapéutico y potenciar la utilización de tratamientos combinados (técnicas de asociación y potenciación terapéuticas).

Por su uso creciente, creemos relevante hablar sobre mindfulness, una técnica que en las últimas décadas «está de moda». Dos técnicas en particular se han utilizado para promover la salud y el bienestar en adultos y jóvenes con ansiedad: el mindfulness basado en la reducción de estrés y el basado en la terapia cognitivo-conductual. Estas intervenciones psicoterapéuticas son prometedoras para el tratamiento de los trastornos de ansiedad en adultos; en niños y adolescentes los estudios son limitados14-16.

Farmacoterapia4,17

Está indicada en niños a partir de 6 años si los síntomas son moderados-graves y provocan una disfunción significativa. También debe valorarse si ha fracasado la psicoterapia.

Fármacos:

  • ISRS (tabla 4). Son los fármacos de primera línea, y son bastante bien tolerados por niños y adolescentes. Interrumpen los estímulos de miedo y pavor que proceden de la amígdala y se dirigen a la corteza prefrontal (al igual que las benzodiacepinas). A pesar de que es la medicación de primera línea para tratar la ansiedad, ningún ISRS ha sido aprobado aún por la Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos para el tratamiento de la ansiedad.

A la hora de elegirlos tendremos en cuenta, entre otras cosas, su vida media. La fluoxetina tiene una vida media de 2-3 días, y 2 semanas su metabolito activo. La sertralina y el escitalopram tienen una vida media más corta, con pocas interacciones farmacológicas.

También tendremos en cuenta su metabolismo hepático y su excreción renal.

    • Antidepresivos duales (venlafaxina, duloxetina, mirtazapina) (tabla 5).

  • Son los fármacos de segunda línea. Son igual de efectivos que los ISRS, pero tienen más efectos secundarios. La duloxetina es el único fármaco aprobado por la FDA para el tratamiento del trastorno de ansiedad, concretamente para el trastorno de ansiedad generalizado en niños ≥7 años.
  • Fármacos de tercera línea: antidepresivos tricíclicos, suspirona, alfa-adrenérgicos, bupropión y benzodiacepinas. Son menos efectivos y se toleran peor que los ISRS y los antidepresivos duales.

Las benzodiacepinas no están aprobadas por la FDA en población pediátrica; sin embargo, se usan con frecuencia en adolescentes con síntomas de ansiedad graves (que no pueden esperar las 2-3 semanas que tardan en hacer efecto los ISRS) o secundarios a un problema puntual, que presumiblemente no precise ISRS durante algunos meses (tabla 6).

Trastorno obsesivo-compulsivo (toc)

Introducción

El TOC es una de las patologías psiquiátricas graves más prevalentes en la infancia. Se define como la presencia de obsesiones (ideas, preocupaciones o dudas que no se pueden apartar de la mente) y compulsiones o rituales (actos repetitivos e irreprimibles) que ocupan mucho tiempo en la vida del paciente y generan una intensa angustia. En general se inicia en la edad infantil y lamentablemente el diagnóstico suele demorarse durante años, de modo que los niños quedan privados largo tiempo de tratamiento. La clínica en la infancia es la misma que en la edad adulta, con algunas peculiaridades derivadas de las capacidades cognitivas del niño y la implicación familiar en los síntomas. Hasta en un 80% de los casos hay comorbilidad con algún otro trastorno psiquiátrico20. La evolución suele ser crónica y la prevalencia se mantiene estable a lo largo de la vida en un 1-3%. Algunos datos sugieren que el TOC de inicio temprano puede ser un tipo de trastorno del neurodesarrollo que se acompaña de síntomas neuropsiquiátricos21. Hay un tipo especial de TOC infantil denominado PANDAS (pediatric autoimmune neuropsychiatric disorder associated with streptococcal infections) que aparece en relación con una infección estreptocócica, lo que abre líneas de investigación en la etiología. Existen diversos tratamientos que han demostrado eficacia, tanto psicoterapéuticos como farmacológicos.

A continuación revisaremos las principales características del TOC destacando sus aspectos diferenciales en la infancia.

Epidemiología

La prevalencia del TOC en la infancia es del 1-2%22, con dos picos en su incidencia en la preadolescencia y en adultos jóvenes. En los niños se infradiagnostica por la naturaleza oculta de los síntomas, ya que tardan en contar lo que les sucede. Los padres, por su patología, minimizan los síntomas o a veces los niegan. La presencia de TOC se asocia a un riesgo elevado de padecer otro trastorno psiquiátrico en la edad adulta23.

Factores etiopatogénicos

En la etiología del TOC intervienen factores genéticos, ambientales e inmunológicos.

Los factores genéticos se fundamentan en los estudios de gemelos monocigóticos, en los que la concordancia de TOC es mayor que en gemelos dicigóticos24, y en los estudios en familiares de primer grado25, en los que el riesgo de TOC aumenta hasta un 12%. Los estudios de ligamento proporcionan evidencia de susceptibilidad para padecer la enfermedad en los cromosomas 1q, 3q, 6q, 7p, 9p, 10p y 15q26.

Los factores genéticos explican el 45-65% de la varianza del TOC en la infancia. La heredabilidad del TOC parece más elevada en los niños que en los adultos, lo que apunta a que se trata de un subtipo de trastorno del desarrollo. La herencia es poligénica y los genes implicados son reguladores del sistema serotoninérgico, dopaminérgico y glutamatérgico.

Sobre los eventos perinatales no hay estudios concluyentes, aunque algunos autores apuntan al consumo de alcohol o tabaco en el embarazo y a acontecimientos traumáticos en el nacimiento o tras él.

Tampoco se ha encontrado relación entre las experiencias adversas en la infancia (por ejemplo, el maltrato) y la aparición de TOC, pero sí en su comorbilidad, en especial con la depresión.

Hay un modelo explicativo neuropsicológico que propone una alteración en el circuito frontoestriatal27.

Los estudios de neuroimagen confirman una hiperactivación del córtex orbitofrontal. Esta disfunción se encuentra también en familiares que no tienen TOC. La terapia cognitivo-conductual reduce esta hiperactivación28.

El PANDAS se describió tras el hallazgo de clínica de TOC, tics y quizá TDAH tras infección por estreptococo beta-hemolítico del grupo A29. Supuestamente, una respuesta inmunitaria a esta infección produciría inflamación de los ganglios basales y sería la responsable de la clínica. Este trastorno es objeto de debate entre algunos autores, así como el tratamiento con antibióticos e inmunomoduladores, con diversos estudios sobre su eficacia.

Clínica

Es la misma que en la edad adulta, con algunas características propias: los síntomas suelen estar ocultos; puede haber compulsiones sin obsesiones; las compulsiones suelen anteceder a las obsesiones; puede faltar el componente de encontrar el síntoma irracional o egodistónico, lo que posiblemente esté en relación con la falta de habilidades metacognitivas de los niños. Los rituales suelen ser múltiples y van cambiando, y es habitual la participación de los padres en los rituales del niño. Ni el sexo ni la edad de inicio determinan la severidad del tipo de TOC.

Las obsesiones más frecuentes en los niños son el miedo a que ocurra una desgracia familiar, la contaminación, los escrúpulos, la culpa, las obsesiones sexuales y las somáticas.

En cuanto a las compulsiones, las más habituales son los lavados, las repeticiones, las comprobaciones, el orden y la simetría.

El comienzo precoz puede acompañarse de fenómenos sensoriales que preceden o acompañan a los rituales; incluyen sensaciones táctiles, visuales, auditivas o musculoesqueléticas30.

Diagnóstico

El diagnóstico se establece a partir de los criterios del DSM-5 utilizados para adultos, que son los siguientes:

  • Presencia de obsesiones, compulsiones o ambas.

Las obsesiones se definen por:

  • Pensamientos, impulsos o imágenes mentales recurrentes que se experimentan, en algún momento durante el trastorno, como intrusos o no deseados, y que en la mayoría de los sujetos causan ansiedad o malestar importante.
  • La persona intenta ignorar o suprimir estos pensamientos, impulsos o imágenes o neutralizarlos con algún otro pensamiento o acto (es decir, realizando una compulsión).

Las compulsiones se definen por:

  • Comportamientos (p. ej., lavarse las manos, ordenar, comprobar las cosas) o actos mentales (p. ej., rezar, contar, repetir palabras en silencio) repetitivos que el sujeto realiza como respuesta a una obsesión o de acuerdo con unas reglas que ha de aplicar de manera rígida.
  • El objetivo de los comportamientos o actos mentales es prevenir o disminuir la ansiedad o el malestar, o evitar algún suceso o situación temido; sin embargo, estos comportamientos o actos mentales no están conectados de una manera realista con los destinados a neutralizar o prevenir, o bien resultan claramente excesivos.Nota: Los niños de corta edad pueden no ser capaces de articular los objetivos de estos comportamientos o actos mentales.
  • Las obsesiones o compulsiones provocan un malestar clínico significativo, representan una pérdida de tiempo (más de 1 hora al día) o interfieren marcadamente en la rutina diaria, las relaciones laborales, la actividad académica o la vida social del individuo.
  • El trastorno no se debe a los efectos fisiológicos directos de una sustancia o de una enfermedad médica.

Debe especificarse el grado de introspección (reconocer que las creencias del TOC no son ciertas) y si existe historia reciente o pasada de trastorno de tics.

El subtipo PANDAS se diagnostica mediante otros criterios clínicos11:

  • Comienza en la infancia, preferentemente entre los 3 años y la pubertad.
  • A lo largo de la evolución de la enfermedad el paciente sufre un TOC, un trastorno de tics o ambos.
  • El inicio del cuadro clínico es agudo, puede precederse o no de sintomatología subclínica de tipo prodrómico, y sigue un curso clínico de exacerbaciones y mejoría, que se presentan de forma brusca y con carácter recurrente. El comienzo suele ser tan patente que no es difícil identificar el día o los días en que se produjo.
  • El cuadro clínico se prolonga durante al menos 1 mes si no se trata, y el recrudecimiento de los síntomas es independiente de factores de estrés o de la concurrencia de otras enfermedades.
  • Coincidiendo con la sintomatología obsesivo-compulsiva y con los tics, la exploración neurológica no es normal y son frecuentes los movimientos coreiformes u otro tipo de movimientos anómalos.
  • Existe el antecedente de una infección del tipo faringitis, sinusitis o gripe, que se conoce a través de la historia clínica, un cultivo del exudado faríngeo o un análisis de sangre con determinación de la antiestreptolisina O (ASLO).

El diagnóstico de cualquier tipo de TOC es clínico, pero hay instrumentos que contribuyen a su evaluación y detección.

Las escalas de autoevaluación son útiles para la identificación de síntomas, pero no para el diagnóstico. Uno de los cuestionarios más empleados es el Leyton Obsessional Inventory, disponible en español. Se utiliza en niños mayores de 10 años y consta de 20 ítems agrupados en cuatro grupos: síntomas obsesivos, síntomas de suciedad y contaminación, síntomas relacionados con números y suertes, y síntomas concernientes a la escuela.

Existe un cuestionario de detección muy sencillo, el SOCS (Short Obsessive-Compulsive Disorder Screener), que sólo consta de 6 preguntas y tiene una sensibilidad del 97%. Las preguntas son:

  • ¿Te lavas o limpias a menudo?
  • ¿Compruebas las cosas a menudo?
  • ¿Hay algún pensamiento que te preocupe y del que te gustaría librarte?
  • ¿Haces a diario actividades que te lleven mucho tiempo finalizar?
  • ¿Colocas las cosas en un orden especial o te preocupa el desorden?
  • ¿Hacen estos problemas que lo pases mal?

Un cuestionario sugerente de patología obliga a una evaluación clínica meticulosa por parte de un especialista.

Un cuestionario diagnóstico muy utilizado es la Children’s Yale-Brown Obsessive-Compulsive Scale (Child Report and Parent Report), que se puede administrar a niños y padres.

Comorbilidad

El TOC se caracteriza por una elevada comorbilidad: hasta dos tercios de los pacientes sufren otro diagnóstico psiquiátrico. Las comorbilidades más habituales son la depresión y la ansiedad20, sobre todo en la adolescencia. En los niños es más frecuente la comorbilidad con tics, TDAH o problemas de conducta.

Diagnóstico diferencial

El principal diagnóstico diferencial es con los rituales normales de la infancia, que aparecen en los niños de forma natural y que muchas veces forman parte de procesos de aprendizaje (los rituales para acostarse, por ejemplo) cuya finalidad es adquirir rutinas y hábitos saludables.

La principal diferencia con los rituales del TOC es que son lúdicos y su interrupción no genera ansiedad.

Otro diagnóstico que puede plantear dudas diagnósticas es el trastorno del espectro autista (TEA), ya que los niños con esta patología presentan conductas estereotipadas repetitivas. Estas conductas no tienen un objetivo; por ejemplo, aleteos con las manos, mecer el cuerpo o morderse. En los niños con TOC la interacción social, el contacto ocular y la reciprocidad social son normales. Si el TEA se acompaña de un TOC, puede ser muy difícil diferenciar unas conductas de otras.

Los tics también pueden plantear dudas diagnósticas con los rituales. En el caso de los tics, se trata de vocalizaciones o movimientos súbitos, rápidos, recurrentes, no rítmicos y sin ideación obsesiva subyacente. En el síndrome de Tourette pueden coexistir tics y rituales.

La psicosis no suele plantear dudas diagnósticas con el TOC, ya que en la exploración psicopatológica se detectan alucinaciones y síntomas delirantes. En la infancia un TOC grave con conductas disruptivas puede ser el preludio de una psicosis; en estos casos los antecedentes familiares suelen ser diferentes, con más carga genética de psicosis en la familia.

En la adolescencia los síntomas obsesivos pueden formar parte de lo que más tarde será una personalidad obsesiva, y en este caso los rituales son egosintónicos y se viven sin percepción de que sean irracionales.

Tratamiento

Existen dos tratamientos con eficacia científicamente demostrada en el TOC: la terapia cognitivo-conductual (TCC) y los ISRS. La TCC tiene una duración relativamente breve; normalmente basta con entre 12 y 20 sesiones de periodicidad semanal. Se basa en la exposición y prevención de respuesta. Se anima al niño a afrontar gradualmente sus miedos y a evitar la realización del ritual. La repetición de estas prácticas va disminuyendo progresivamente el nivel de ansiedad que generan. Por ejemplo, se hace que el niño toque algún objeto que le genera miedo a contaminarse de alguna enfermedad y que lo lleva al impulso de lavarse las manos, y se le impide que lo haga.

La eficacia de la TCC en los niños se ha demostrado en estudios aleatorizados. Esta terapia se asocia a una reducción de los síntomas en un 40-65%, y es efectiva en niños a partir de los 3 años de edad. También se ha confirmado que la mejoría se mantiene a los 18 meses de seguimiento.

Existe consenso internacional en que la TCC debe ser la primera opción terapéutica en niños y adolescentes con TOC de grado leve o moderado.

En los casos graves o cuando no ha habido respuesta a la TCC, debe añadirse un ISRS. La fluoxetina, la sertralina, la paroxetina, la fluvoxamina y el citalopram han demostrado eficacia y una disminución de los síntomas del 29-44%, con buena tolerancia y seguridad. No hay evidencia de que un ISRS concreto sea más eficaz que los demás.

Sólo un estudio (POTS) en niños ha comparado la eficacia de la TCC con los ISRS. En el POTS se observó que la sertralina y la TCC proporcionaban una reducción de los síntomas similares, pero que la asociación de ambos tratamientos mejoraba los resultados. Otros estudios posteriores han evidenciado que la TCC sola es más eficaz que la monoterapia con ISRS, por lo que se aconseja su asociación12. También se ha visto que la eficacia de la TCC está ligada a su aplicación protocolizada y estandarizada.

En la tabla 4 se detallan las dosis de los diversos ISRS.

Cuando no se produce respuesta al tratamiento ni con psicoterapia ni con ISRS, hablamos de resistencia. Lo primero que debe hacerse es investigar la posible presencia de comorbilidad como causa de esa resistencia. Hasta un 80% de los niños con TOC tienen al menos otro diagnóstico psiquiátrico. La ansiedad o la depresión comórbidas no afectan a la respuesta a los tratamientos. Por el contrario, la existencia de un trastorno por tics empeora la respuesta a los ISRS, aunque no a la TCC.

Cuando se asocia al TOC un trastorno externalizante (trastorno negativista desafiante y trastorno de conducta), que empeora la respuesta tanto a la TCC como a los ISRS, estaría indicado combinar un programa de entrenamiento de padres. La comorbilidad con TEA ensombrece la respuesta al tratamiento y obliga a intervenciones específicas adaptadas a estos pacientes.

Cuando un niño no responde ni a la TCC ni al tratamiento durante al menos 12 semanas con un ISRS en dosis adecuadas, está indicado cambiar a otro ISRS e incluso a un tercero. Si aun así sigue sin haber mejoría, la siguiente opción es la clomipramina, a pesar de tener más efectos secundarios.

Algunos trabajos sugieren que la asociación a los antidepresivos de dosis bajas de antagonistas dopaminérgicos (risperidona) puede resultar útil. En otros estudios parece ser más eficaz intensificar la TCC.

Hay que señalar que en el tratamiento del TOC en la infancia no puede obviarse la importancia de la familia, por la implicación de los padres en los rituales del niño, la adaptación de la familia a la enfermedad y a las exigencias del niño, y porque la conflictividad familiar puede ser causa de una mala evolución. Por todas estas razones, puede estar indicada la terapia de familia.

Prevención

Como ya se ha comentado, el TOC en la infancia suele permanecer oculto, y muchas veces se diagnostica cuando lleva años de evolución. La detección precoz es importante para no demorar el tratamiento. Puesto que existe un componente hereditario, cuando alguno de los padres tiene clínica obsesiva sería recomendable realizar una evaluación de los hijos si presentan rituales, para valorar si éstos son patológicos.

Dada la asociación frecuente entre el TOC y los tics, habría que buscar activamente síntomas obsesivos en los niños con trastorno por tics. Asimismo, los niños muy lentos en sus tareas escolares, con necesidad de hacer comprobaciones y repasos exagerados, obsesionados con el orden o la limpieza, que pasan mucho tiempo en el baño o que plantean insistentemente la misma pregunta, también deberían ser objeto de una evaluación minuciosa.

La eficacia demostrada de la TCC obliga a su aplicación desde el inicio de la clínica. Sin embargo, muchas veces no puede realizarse por no haber especialistas entrenados en su práctica o, en caso de haberlos, por no disponer del tiempo suficiente debido a la sobrecarga asistencial. Los médicos que trabajamos con niños debemos tener conocimientos sobre esta terapia para poder asesorar a las familias sobre cuál es el mejor tratamiento que deben recibir sus hijos, a fin de prevenir una mala evolución.

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MÓDULO 5

Tema 9. Los trastornos del espectro autista

A. Hervás Zúñiga, N. Maraver García, M. Salgado Peña, L. Sánchez Santos

Resumen

Los trastornos del espectro autista (TEA) son un grupo de trastornos del neurodesarrollo que comienzan en la infancia y duran, en mayor o menor grado, toda la vida. Presentan características en común, como la alteración en la comunicación social, conductas repetitivas y alteraciones sensoriales. Un gran número de ellos presentan comorbilidades asociadas tanto a otros trastornos del neurodesarrollo como a trastornos psiquiátricos y/o médicos. La evaluación requiere equipos multidisciplinarios que evalúen la parte genética y médica, así como los componentes psicológicos y evolutivos. Las causas incluyen componentes genéticos, epigenéticos y ambientales, que interactúan entre ellos. La identificación y el tratamiento precoz son esenciales, por lo que es necesario el desarrollo de programas de cribado para TEA en los niños que presenten alteraciones evolutivas. Actualmente en la primera infancia se prefieren intervenciones naturalistas, con formación a los padres, estableciendo objetivos y una evaluación continuada. Los tratamientos tienen que mantenerse a lo largo de la vida y en los diferentes ambientes en que viven los niños. Los tratamientos farmacológicos van dirigidos, sobre todo, a los aspectos comórbidos.


Palabras clave: Autismo, TEA, alteración del neurodesarrollo, tratamiento.

Introducción

Los trastornos del espectro autista (TEA) consisten en un grupo de alteraciones en el neurodesarrollo que comienzan en edades precoces y persisten, en mayor o menor grado, a lo largo de la vida, debido a diferentes causas, en gran parte todavía desconocidas, que presentan aspectos en común respecto a la clínica del autismo nuclear, con presencia de alteraciones en la comunicación social, patrones de lenguaje y conducta estereotipada, y dificultades en el área sensorial1.

Con la publicación del DSM-5 (American Psychiatric Association, 2014) en 20132, la clasificación y los criterios sobre el autismo quedaron modificados notablemente respecto a las clasificaciones previas (DSM-IV-TR). En el DSM-5, los diferentes TEA incluidos en el DSM IV-TR (trastorno autista, síndrome de Asperger o trastorno generalizado del desarrollo no especificado, entre otros) desaparecen para quedar todo englobado en una única nomenclatura de «trastornos del espectro del autismo» (TEA) (tabla 1).

Parte del diagnóstico del DSM-5 incluye la adición de grados de severidad (3 grados) para los síntomas de la comunicación social y de comportamientos restringidos y repetitivos (tabla 2).

Con el DSM-5, la variabilidad fenotípica del TEA queda reflejada a través de especificadores y modificadores que acompañarán al diagnóstico3. Los especificadores hacen referencia a si el TEA está o no asociado a otro trastorno del neurodesarrollo (trastorno del lenguaje, del aprendizaje, psicomotor, discapacidad intelectual, trastorno por déficit de atención e hiperactividad [TDAH], trastornos por tics) y/o trastornos psiquiátricos (ansiedad, depresión, trastorno obsesivo-compulsivo [TOC], trastornos alimentarios, trastornos psicóticos, presencia de catatonia, etc.) o a alguna afección médica o genética (como sería el caso de la epilepsia, X frágil o trastorno de Rett), o a un factor ambiental asociado relevante.

Las alteraciones del desarrollo relacionadas con los TEA aparecen en los primeros años de la vida, y pueden presentar signos precoces en el primer o segundo año de vida de manera progresiva; ya a los 3 años, en la gran mayoría de los niños con TEA se han establecido todos los síntomas necesarios para el diagnóstico.

Algunos estudios recientes sobre TEA han encontrado una tendencia a la mejora de los síntomas y la adaptación funcional con la edad, aun tratándose de un trastorno crónico y aunque el retraso de inicio del lenguaje no es una diferencia significativa en la adaptación funcional en la evolución a la edad adulta.

Presentación clínica

Existe una gran variabilidad en la presentación clínica del TEA, tanto en los síntomas nucleares como en la comorbilidad asociada.

Variabilidad fenotípica por los síntomas nucleares de TEA

Existen diferencias muy marcadas entre los niños con TEA por la sintomatología nuclear del autismo. Los niños con TEA pueden tener un escaso deseo social o, por el contrario, un gran deseo social, presentándose desinhibidos en su iniciación social y de manera inadecuada en su contacto social. Algunos pueden tener una buena respuesta social (ser obedientes al adulto…), mientras otros, por el contrario, presentan una escasa respuesta (no responden a normas, órdenes o comentarios…). Todos tienen dificultades en la reciprocidad social, en compartir efectivamente juegos, interacciones, emociones y experiencias. Todos presentan dificultades en la coordinación de su lenguaje y comunicación no verbal, por lo general escasamente integrada. Además, algunos muestran una limitación muy marcada de su expresión facial, contacto ocular y gestos, mientras que otros presentan estos aspectos no verbales mucho más preservados. La sintomatología dentro de la esfera de las conductas e intereses estereotipados también puede acentuar las diferencias entre los niños con TEA. Algunos pueden presentar intereses repetitivos en temas aparentemente funcionales, como números, historia, dinosaurios, etc., y otros intereses peculiares (enchufes, ventiladores, etc.). Otros pueden presentar marcadas estereotipias de su cuerpo o bien conductas y juegos repetitivos. La inflexibilidad a los cambios en rutinas o entornos, presentes en algunos niños con TEA, puede desencadenar rituales verbales o conductuales, en ocasiones asociados a graves problemas de conducta. La presencia de hiper/hiposensorialidad es la causa de reacciones extremas a estímulos sensoriales que, en ocasiones, pasan desapercibidos para los adultos de su entorno1.

Variabilidad fenotípica relacionada con la comorbilidad

Los aspectos diferenciales presentes en la clínica del TEA, no explicados por los síntomas nucleares del autismo, se relacionan con la comorbilidad asociada. Son fundamentales la identificación, el diagnóstico y la planificación del tratamiento específico para las comorbilidades. El TEA se asocia a otras alteraciones del neurodesarrollo. Algunos niños con TEA pueden tener problemas de aprendizaje propiciados por la asociación a una discapacidad intelectual o un trastorno de aprendizaje (dislexia, discalculia, etc.) y/o un TDAH. Las dificultades o ausencia de lenguaje no relacionado con una discapacidad intelectual pueden deberse a posibles trastornos de lenguaje asociados a TEA. Las alteraciones emocionales, como la desregulación emocional, la ansiedad, la depresión, etc., están presentes con frecuencia en estos niños4. También existen con más frecuencia otros problemas médicos, como epilepsia, insomnio, dificultades con la alimentación o alergias, entre otros3.

Presentación clínica del niño con TEA en la escuela

Las características clínicas de los niños con TEA se manifiestan como resultado de la interacción entre sus dificultades evolutivas de sociabilidad, comunicación, juego, flexibilidad conductual-cognitiva, sensorialidad, y las demandas de su entorno. Si el entorno es estresante, demandante, nuevo, y los niños no tienen las ayudas necesarias para adaptarse efectivamente, los síntomas de TEA y las dificultades asociadas van a incrementarse, serán más evidentes y mucho más severas. Las dificultades frecuentes de estos niños en la esfera de la autorregulación emocional van a asociarse a manifestaciones intensas de ansiedad, irritabilidad y agresividad, entre otras emociones. El entorno escolar es extremadamente importante para los niños con TEA, ya que sus dificultades se manifiestan en problemas para adaptarse a situaciones nuevas, ambientes sensorialmente estresantes, en los que tienen que relacionarse con otros niños y responder a las demandas de los adultos. Si no van acompañados de las ayudas necesarias para afrontar estas dificultades, la consecuencia puede ser la aparición de problemas emocionales y conductuales, e incluso graves regresiones evolutivas4.

Las necesidades serán diferentes en función de la edad y las etapas de escolarización. En la primera aproximación a la escolarización es cuando van a necesitar ayudas más firmes. La edad temprana de estos niños, así como sus dificultades comunicativas, tanto expresivas como de comprensión, de entender los contextos o de inducir situaciones a partir de éstos, de entender las intenciones de los profesores y de otros niños, junto con la extrema sensibilidad a los sonidos, el contacto físico, las texturas, la luminosidad, etc., son factores que se expresan a través de la desregulación de sus emociones por un estrés que los sobrepasa. Esto puede evitarse, en parte, si se estudian cuidadosamente todas las necesidades que presenta el niño en relación con los síntomas de TEA, otras dificultades asociadas, las ayudas necesarias, así como la cualidad y el medio en que las ayudas van a facilitarse4.

En la edad escolar, sobre todo, es cuando los aprendizajes académicos comienzan a ser otra fuente de estrés para estos niños. En general, el aprendizaje mecánico de números, letras y colores no suele ser un problema, particularmente cuando no existe discapacidad intelectual u otras alteraciones del aprendizaje. Siempre es deseable que se realice a estos niños una exploración diagnóstica completa por parte de profesionales especializados en el tema, que incluya una estimación de su capacidad intelectual o, al menos, de su capacidad no verbal, de tal manera que los profesionales de la educación conozcan no sólo cuáles son sus necesidades educativas, sino también sus expectativas de aprendizaje, para no crear al niño un estrés añadido. El TEA en un niño con una capacidad intelectual dentro de la normalidad no debería ser una razón para presentar un fracaso académico. Cada día hay más personas con TEA que finalizan estudios universitarios con gran éxito. Toda desviación del aprendizaje académico no explicado por su capacidad intelectual debería ser estudiada por profesionales adecuados para descartar la asociación con otros problemas del aprendizaje (dislexia, discalculia, TDAH, dispraxias importantes, etc.), evaluar las ayudas académicas necesarias y ponerlas en funcionamiento. Las dificultades en la psicomotricidad fina y gruesa se manifiestan en áreas tan relevantes del primer aprendizaje como la escritura, el dibujo y las relacionadas con la plástica o la música. Las dificultades en la psicomotricidad gruesa dificultan todavía más la incorporación de estos niños al juego con sus compañeros, a realizar actividades deportivas y a compartir otros acontecimientos sociales, lo que influye en cierta manera también en el estatus dentro del grupo por sus escasas habilidades en el ámbito deportivo y social. Las dificultades de comprensión verbal, presentes también en niños con buenas habilidades comunicativas, no son siempre evidentes para las personas de su entorno. Las dificultades para entender la pragmática de la comunicación –como pueden ser aspectos tan obvios como si la profesora habla para toda la clase, habla también para él– pueden no ser tan evidentes para los profesionales del ámbito de la educación. En ocasiones, es necesario que los profesores se dirijan específicamente al niño, físicamente, y mencionando su nombre para que se dé por aludido. Las dificultades para entender el lenguaje abstracto, el lenguaje inferido por el contexto («ir a la página donde nos quedamos ayer», etc.), provocan que se pierdan constantemente dentro del contexto académico. Sus dificultades de iniciación social, una característica frecuentemente presente en los TEA, hacen que estos niños no sepan pedir ayudar al profesor o a un compañero, mirar a sus compañeros para que les sirvan de guía, preguntar a sus padres posteriormente si no han entendido algo o no saben hacerlo… Se pierden, no lo hacen, no piden ni obtienen ayuda, pero les genera estrés, impotencia y sensación de fracaso. En general, son niños muy emocionales –podríamos decir que en ocasiones hiperemocionales–, aunque no siempre puedan reconocer, sintonizar y expresar sus emociones. No es un problema de ausencia de emociones, sino de las dificultades que presentan en la expresión verbal y no verbal de ellas, con la dificultad adicional para los adultos y profesores de su entorno para saber cuándo están tristes, ansiosos o estresados. La relación con sus compañeros y otros niños es, en general, uno de los factores que provocan más impotencia a los niños con TEA. Una gran mayoría de ellos desean tener amigos, estar incluidos dentro de un grupo, pero no saben cómo compaginar sus deseos y su necesidad de aislamiento cuando los rodea un gran estrés sensorial al estar dentro de un grupo. No entienden las normas de los juegos; se enfadan porque no entienden que sus normas no son las que otros niños siguen; su falta de reciprocidad en el juego hace que quieran dominar u obedezcan pasivamente lo que les dicen sus compañeros; en general, son incapaces de incorporarse a un juego grupal de manera recíproca y divertida. A veces ni lo intentan; otras lo intentan, se enfadan y terminan aislándose. Su psicomotricidad no los ayuda en el aspecto deportivo, lo que impide su acercamiento a otros chicos, sobre todo considerando que en la actualidad el fútbol suele ser el deporte predominante, o único, presente en muchos patios escolares. Éstas y otras razones provocan que estos niños terminen aislados, muchas veces solos en el patio, lo que les provoca un sentido de marginación, aislamiento y diferenciación de sus compañeros.

El paso a la enseñanza secundaria es un estrés añadido, ya que supone en ocasiones un cambio de centro y de sistemática educativa y social. Un mayor número de profesores, un entorno cambiante, impredecible en muchas ocasiones, más estresante por la presencia de alumnos de mayor edad, una mayor demanda académica… todo ello provoca un incremento del estrés que presentan los alumnos TEA en la educación secundaria, hasta el punto de que tienen más riesgo de desarrollar alteraciones emocionales, conductuales y de aprendizaje, e incluso rechazo y fobias escolares. Evolutivamente, sus compañeros avanzan en esta época más rápido en los aspectos sociales con sus compañeros y con el género opuesto, pero el alumno con TEA presenta una distancia incluso mayor que en la infancia en el ámbito relacional y de sinergias y similitudes con sus compañeros, siendo en muchas ocasiones víctimas de la falta de comprensión por parte de los otros adolescentes, que no los entienden, los rechazan, los ignoran o los aíslan. Estas situaciones pueden dejar a las personas con TEA marcadas de por vida, porque, incluso en la edad adulta, es posible que no puedan olvidar las situaciones en que se reían sin piedad de ellos sus compañeros, sin haber recibido el mínimo apoyo o ayuda de los adultos u otros niños que los rodeaban5.

Epidemiología del TEA

Quedan lejos las primeras estimaciones de prevalencia del TEA, que lo situaban y consideraban como un trastorno raro que afectaba a 4-5/10.000 personas. En general, existen muy pocos estudios propiamente epidemiológicos sobre los TEA, dadas las limitaciones metodológicas que presentan. En Estados Unidos, el Center for Disease Control and Prevention (CDC), basándose en una supervisión activa de los casos de TEA y una revisión de expertos de los historiales médicos y educacionales, encontró en 2012 una prevalencia de aproximadamente un 1,5% de TEA en niños de 8 años en varios Estados americanos6. Se halló una prevalencia significativamente mayor en los niños de 8 años (23,6/1.000) en comparación con las niñas de 8 años (5,3/1.000). El 82% de los chicos identificados con TEA presentaban diagnósticos o adaptaciones educacionales con anterioridad, sin observarse diferencias según el género o la raza. El porcentaje de edad en la que recibían una evaluación completa era de 36 meses, sin diferencias en cuanto al género, pero sí era superior en la población de niños no hispanos blancos (45%), comparada con la población negra no hispana (40%) e hispana (39%).

Más del 62% de los sujetos con TEA tenía una capacidad intelectual dentro de la normalidad, con un coeficiente intelectual (CI) ≥70, de los que un 38% presentaba un CI ≥85. Posteriormente, el CDC de Estados Unidos, en su Morbidity and Mortality Weekly Report (MMWR), utilizando información del periodo comprendido entre los años 2011 y 2014, encontró una prevalencia de TEA del 2,24% (1/45), otros trastornos del desarrollo (OTD) del 3,57% y discapacidad intelectual (DI) del 1,10%, a partir de la realización de una encuesta telefónica a los padres de niños de 3-17 años de edad sobre el diagnóstico de TEA en sus hijos. Este incremento del diagnóstico e identificación de TEA en los datos de 2014 coincide, entre otras razones, con un cambio metodológico: el cambio del cuestionario utilizado previamente, para hacerlo más sensible a la detección de casos de TEA7. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó una prevalencia de TEA del 0,76% en 2010, basándose en un estudio realizado en países que representaban el 16% de la población global infantil mundial8. Otros estudios internacionales encontraron una alta prevalencia de TEA, como el estudio de Korea, realizado en niños de 7-12 años entre 2005 y 2009, basado en un estudio con 2 fases de cribado-confirmación diagnóstica llevado a cabo en las escuelas, con un porcentaje del 2,64%9. Los registros nacionales escandinavos encontraron una prevalencia de TEA del 1% en Finlandia y Suecia, y del 1,5% en Dinamarca en 2011, y señalan un incremento de TEA por edades, en las cohortes de nacimiento entre 1990 y 2007, semejante a la encontrada en Estados Unidos10. No existen prácticamente estudios de prevalencia de TEA en adultos, y sólo un ensayo riguroso en 2 fases realizado en Inglaterra en 2007, en el que se constata una prevalencia de TEA en la edad adulta del 1%11. En general, los estudios epidemiológicos poblacionales y clínicos encuentran que el TEA es más frecuente en el género masculino, con una ratio de 3/1 en estudios epidemiológicos poblacionales, pero con una ratio de 7-11/1 en estudios clínicos. Existen una infradetección e infradiagnóstico en el sexo femenino, sobre todo en los casos de TEA con una capacidad intelectual dentro de la normalidad, y a la infradetección se suma un retraso en las chicas que finalmente se identifican y reciben un diagnóstico. Esto se relaciona con el hecho de que la presentación clínica del TEA en las mujeres tiene ciertas particularidades: se observa en ellas una mayor sociabilidad, pero un incremento de la desinhibición y de las conductas de riesgo, así como una menor presencia de conductas repetitivas, que dificultan el diagnóstico. La desinhibición social y la hipersociabilidad, junto con la inocencia, la falta de comprensión social, la limitación de recursos comunicativos y de habilidades para pedir ayuda y de resolución de problemas, hacen de este colectivo una población altamente vulnerable a manipulaciones, agresiones sexuales y extorsiones conforme van creciendo, durante la adolescencia y la edad adulta.

Etiología y aspectos psicopatológicos del TEA

El TEA es un trastorno complejo y altamente heterogéneo en lo referente a su etiología. Los estudios sobre familias y gemelos aportan un componente hereditario importante, con una heredabilidad de un 50-95%12. La recurrencia de TEA en los hermanos es del 3-18%, y hasta de un 40% si consideramos otras alteraciones evolutivas. Los hermanos de niños que reciben un diagnóstico de TEA son un grupo de riesgo que necesita supervisión13. Recientemente se han identificado los mecanismos genéticos implicados en los TEA, que incluyen variaciones genéticas raras, heredadas de los progenitores o que ocurren de novo en los niños con TEA, y variaciones en el número de copias en el ADN (CNV). Entre las variantes raras, los genes candidatos son los implicados en la transmisión postsináptica (p. ej., SHANK3), genes contactin (p. ej., CNTN4), genes de la familia de la neurexina (p. ej., CNTNAP2) y genes implicados en la remodelación de la cromatina (p. ej., CHD2) (https://sfari.org/resources/sfari-gene)14. La epigenética es muy relevante en los TEA y en otros trastornos del neurodesarrollo. La epigenética no supone un cambio en la estructura genética, sino que describe la información molecular que regula los procesos celulares, incluido el imprinting, la expresión genética y el desarrollo del organismo. Los cambios epigenéticos, como la metilación del ADN, están controlados por la variación genética, pero también por la exposición ambiental. Otros cuadros sindrómicos, como el síndrome de Rett, el síndrome X frágil y el síndrome de Angelman, están cursados por una desregulación epigenética, relacionándose fenotípicamente con los TEA. Se han observado cambios epigenéticos, incluida la hipo/hipermetilación, en el cerebro de personas con TEA, por lo que los cambios epigenéticos podrían ser un potencial biomarcador de esta afección.

Los factores genéticos que interaccionan con los factores ambientales y epigenéticos son muy importantes en la etiología del autismo y, aunque en parte desconocidos, se van identificando los mecanismos operantes relevantes según avanza la tecnología. Actualmente podemos identificar un 30% de los factores genéticos implicados en los TEA mediante pruebas de microarray genético o de secuenciación exómica, que tiene importantes repercusiones en la planificación familiar de estas familias, todavía en edad conceptiva y con diferentes riesgos de recurrencia de TEA en posteriores embarazos.

Las alteraciones en las funciones metabólicas, intestinales e inmunes se han relacionado con los TEA. Se han asociado las alteraciones gastrointestinales con los problemas conductuales; sin embargo, no está claro cómo se produce esta asociación. En algunos niños con TEA se han encontrado alteraciones en la función mitocondrial, en el metabolismo redox y de carbono.

Entre los factores ambientales implicados que incrementan el riesgo de TEA se incluyen los siguientes:

  • Prematuridad y bajo peso al nacer. El riesgo TEA está proporcionalmente asociado a la severidad del recién nacido pretérmino o de bajo peso. Se han obtenido resultados contradictorios respecto a la relación de los TEA con la cesárea y la fertilización in vitro.
  • Edad materna y paterna avanzada. Los factores epigenéticos y genéticos propician que los padres con rasgos de TEA tengan hijos o relaciones en edades más avanzadas y elementos propios relacionados con un embarazo tardío. En los padres de mayor edad existe tendencia a una mayor inestabilidad de su DNA.
  • Intervalos muy cortos entre embarazos. Se asocian con un incremento del riesgo por la depleción de nutrientes disponibles para el feto, inflamación, estrés, etc.
  • Factores inmunes desencadenados por infección y hospitalización materna durante el embarazo.
  • Historia familiar de trastornos inmunes mediante una susceptibilidad común genética o desencadenada por reacciones inmunes, anticuerpos y marcadores inmunes, que pueden influir negativamente en el desarrollo del sistema nervioso. Algunos estudios han encontrado un incremento de anticuerpos maternos cerebrales antifetales en personas con TEA.
  • Exposición materna durante el embarazo a antidepresivos, antiasmáticos y antiepilépticos.
  • Los factores metabólicos maternos, la ganancia de peso gestacional, la diabetes gestacional o la hipertensión durante el embarazo son factores relacionados con la inflamación crónica, la hipoxia fetal, el estrés oxidativo y la resistencia insulínica.
  • Dieta materna, en especial la carencia de ácido fólico durante el embarazo. La suplementación con ácido fólico antes del embarazo supone un 40% de reducción del riesgo de TEA.
  • Exposición prenatal a pesticidas o contaminantes ambientales, incluida la contaminación ambiental, que interfiere en la actividad hormonal durante el desarrollo, relacionado con un incremento del riesgo de TEA y de otras alteraciones cognitivas. Algunos componentes, como el dióxido de nitrógeno, ozono, exposición a tráfico, plomo, mercurio, cadmio y disolventes con cloro, se han relacionado con alteraciones en el desarrollo cerebral15.

El TEA se relaciona con una alteración en el desarrollo cerebral que ocurre desde los primeros meses de la vida del bebé. Se ha demostrado de forma consistente que el cerebro crece excesivamente a edades muy tempranas en niños con TEA16. Las alteraciones en la conectividad cerebral con áreas hiperfuncionantes explican las altas capacidades de estos niños en áreas relacionadas con la memoria, habilidades constructivas, etc., y la hipoconectividad en áreas cerebrales implicadas en reconocimiento de caras, emociones, lenguaje, sociabilidad e integración de información, etc., explican los déficits de los síntomas nucleares de los TEA17. También se han encontrado diferencias anatómicas en las estructuras cerebrales, en especial en el córtex cerebral y el cerebelo, aunque los diferentes estudios han obtenido resultados variables18.

Parte del problema de los niños con TEA es la baja estimulación y conexión con las personas y el entorno que los propios síntomas provocan, con la consecuente implicación en el desarrollo cerebral y en las conexiones cerebrales que se van desarrollando en los primeros meses y años de vida del bebé. El desarrollo cerebral no es algo estático, sino una consecuencia de la genética, la biología y la interacción con el ambiente. Una ausencia de interacción con el ambiente o las personas de referencia provoca un desarrollo aberrante del cerebro, capaz en parte de prevenirse con la implementación de programas de tratamiento adecuados. Por ello, hay que separar el diagnóstico de la implementación de programas terapéuticos en el momento en que existe un desvío en el desarrollo sociocomunicativo o de otros aspectos en el desarrollo con implicación funcional.

La supervisión evolutiva de los grupos de riesgo es altamente relevante, así como las exploraciones médicas, neurológicas y genéticas que identifiquen causas y den acceso a las familias a un consejo genético que permita una planificación familiar basada en la información.

Desarrollo de los primeros signos de TEA

Se podrían destacar dos patrones de síntomas a los 18 meses predictivos de TEA: 1) reducido o alterado contacto ocular, combinado con una disminución de gestos comunicativos y una disminución de dar u ofrecer objetos a una persona para compartirlos, y 2) contacto ocular intacto, es decir, presentando las sutilidades comunicativas con la emergencia de conductas repetitivas y disminución de dar objetos a una persona para compartir o pedir. Estos dos factores predictivos, independientemente uno de otro, se relacionaban con un riesgo 3 veces superior de desarrollar TEA a los 36 meses, pero el primer factor predictivo se asociaba adicionalmente a un mayor riesgo de tener otros retrasos evolutivos asociados a TEA. Ello sugiere que los pacientes que tienen una discapacidad intelectual asociada al autismo presentan una emergencia de síntomas relacionados con el TEA más temprana. Por tanto, lo que la investigación demuestra es que puede haber diferentes patrones de desarrollo de síntomas, en distintos periodos del desarrollo con diferentes procesos19.

Signos precoces en el primer año de vida

Los estudios realizados sobre signos precoces de autismo en el primer año de vida, también en poblaciones de riesgo de hermanos con niños autistas, han sido contradictorios y difíciles de interpretar. Algunos estudios marcaron un camino en la investigación por su importancia, como el realizado por Jones y Klin20 en 2013, que utiliza la tecnología eye-tracking, en el que se compararon 25 bebés con desarrollo típico y 10 bebés con alto riesgo que después desarrollaron TEA y que a los 2-6 meses mostraron una disminución de la mirada a los ojos y un incremento de la mirada a la boca de una mujer grabada en vídeo, que era la prueba experimental. Elsabbagh et al.21 también estudiaron esta franja de edad y encontraron que los bebés diagnosticados de TEA a los 36 meses mostraron dificultades a los 7-14 meses en la flexibilidad de la atención hacia determinados estímulos. Chawarska et al.22, utilizando también el eye tracking, encontraron que los bebés que posteriormente desarrollaban TEA presentaban a los 6 meses menos atención a las caras.

Otros estudios longitudinales realizados en hermanos de niños con TEA no han encontrado alteraciones del desarrollo social y comunicativo en el primer año de vida, pero en algunos casos se han observado alteraciones motoras y en la esfera sensorial en los bebés hermanos de niños con autismo que posteriormente desarrollaron TEA.

Quizás no sea un hecho altamente sorprendente que ciertos aspectos evolutivos no claramente relacionados con signos diagnósticos de TEA sean los primeros observables, ya que el cerebro se desarrolla de una manera jerárquica, de forma que los circuitos neuronales relacionados con los sistemas motores y sensoriales se establecen antes posnatalmente que los relacionados con un alto nivel de funcionamiento, como el lenguaje, la cognición y las habilidades sociales. Este desarrollo del cerebro bottom up implica que las perturbaciones en el circuito básico sensitivo-motor pueden ejercer efectos en cascada en el desarrollo de circuitos de alto nivel de desarrollo. Éstas son hipótesis que esperan investigación para ser confirmadas.

Detección y diagnóstico de TEA en edades tempranas: instrumentos de cribado

Debemos diferenciar el concepto de «cribado», que consiste en la utilización de un instrumento estandarizado sencillo para identificar la población en riesgo de presentar alteraciones en el desarrollo preocupantes, comparadas con las normas estandarizadas en la población general, y el de «vigilancia del desarrollo», que consiste en acciones múltiples, flexibles y longitudinales realizadas a cada niño en cada visita de revisión, para monitorizar su desarrollo e identificar cualquier desviación que pueda causar preocupación.

Primer nivel: vigilancia evolutiva sistemática

El programa del niño sano (controles periódicos de salud) debe incluir una combinación de información obtenida por los profesionales de atención primaria que incluya las preocupaciones de los padres sobre el desarrollo de sus hijos, la utilización de escalas y pruebas sobre el desarrollo general de los niños y la observación por los profesionales de las desviaciones que ocurren en el desarrollo.

Segundo nivel: vigilancia específica para TEA

La American Psychiatric Association recomienda realizar un cribado a todos los niños de 18-24 meses de edad con un instrumento específico para el autismo, además de una vigilancia durante las visitas. Estas recomendaciones han sido cuestionadas por la necesidad existente de más información sobre el impacto de la detección e intervención temprana.

Instrumentos de cribado específico para TEA

Modified Checklist for Autism in Toddlers (M-CHAT)

El Cuestionario Modificado de Detección Temprana de Autismo (M-CHAT) fue el primer instrumento de cribado para TEA en la población general; sin embargo, obtuvo una escasa sensibilidad (del 18%), por lo que no se recomendó su uso.

La nueva versión revisada del M-CHAT, el M-CHAT-R, y con seguimiento (M-CHAT-R/F), ha conseguido mejoras en ciertos aspectos de fiabilidad de la escala. El M-CHAT-R/F es un cuestionario que consta de 2 etapas. En un primer estadio los padres deben completar 20 preguntas dicotómicas (sí/no) (figura 1).

En una segunda fase el profesional pregunta sobre los ítems del cuestionario que no se ha pasado (figura 2).

Se suman con una puntuación total y se categoriza el M-CHAT-R. Se considera un cribado positivo si da más de 3 en la puntuación total o da positivo para más de 2 ítems considerados críticos. Un 54% de los niños clasificados de riesgo por el M-CHAT-R/F desarrollaron TEA, y un 98% de los positivos en las 2 fases del cribado desarrollaron problemas o preocupaciones respecto a su desarrollo23.

Pervasive Developmental Disorder Screening Test-II (PDDST-II) (Siegel, 2004)

Este instrumento evalúa los aspectos generales del desarrollo y los específicos relacionados con los TEA. Incluye preguntas sobre el desarrollo del niño en los primeros 48 meses de vida. Se basa en la información que proporcionan los padres y tiene 3 versiones para 3 diferentes estadios de las consultas (tabla 3):

  • Etapa 1: cribado en atención primaria que evalúa si hay algún retraso en el desarrollo (Stage1-PCS, 22 ítems).
  • Etapa 2: para diferenciarlo de otros trastornos del desarrollo (Stage 2-DCS14).
  • Etapa 3: para diferenciar los diferentes trastornos existentes en TEA (Stage 3-ACSS, 12 ítems).

Instrumentos de cribado que evalúan varios aspectos del desarrollo en menores de 2 años

Communication and Symbolic Behavior Scales (CSBS) checklist, y Communication and Symbolic Behavior Scales Developmental Profile (CSBS DP) Infant/Toddler Checklist (Wetherby y Prizant, 2001)

La CSBS es un cribado completado por los padres de niños de hasta 24 meses de edad sobre las habilidades comunicativas y simbólicas. Tiene 24 ítems en 3 dimensiones: comunicación social y emociones, lenguaje expresivo y receptivo, y conductas simbólicas. Es fácil de pasar: dura 5 minutos y su corrección 2 minutos. Tiene un buen valor predictivo positivo (VPP), de 0,75. Posteriormente, el CSBS-DP ha incluido el checklist, un cuestionario de seguimiento que los padres deben rellenar (CQ) de 4 páginas y un ejemplo de conducta. Aplicado en una población comunitaria de 6-24 meses, identificó un 93% de niños que a los 3 años recibían un diagnóstico de TEA. El VPP fue de 0,75 para TEA, y para todos los niños que tenían retrasos del desarrollo el VPP era más alto. Es decir, estos estudios demostraban la utilidad de instrumentos de cribado más amplios de alteraciones del desarrollo y, posteriormente, los que resultaban positivos deberían ser enviados para el diagnóstico de TEA.

Instrumentos de cribado específicos para TEA en niños más mayores

Los niños con TEA y una capacidad intelectual en el rango de la normalidad manifiestan sus dificultades al iniciar el primer ciclo de educación primaria, e incluso en educación secundaria, cuando las demandas sociales y escolares (planificación, trabajos…) aumentan.

Test infantil del síndrome de Asperger (CAST) (Scott, Baron-Cohen, Bolton y Brayne, 2002)

Ha demostrado ser útil en la identificación temprana de niños de edades comprendidas entre los 4 y los 11 años, cuyos comportamientos sugieren un elevado riesgo de presencia de TEA de alto funcionamiento. Consta de 37 ítems, y cada pregunta puede proporcionar 0 o 1 puntos, pero hay 6 preguntas que no puntúan. Una puntuación total de 15 o superior sería indicativa de la presencia de comportamientos que justifican una valoración diagnóstica por parte de un profesional especializado. La puntuación de 15 o más detecta el 87,5% de los niños con TEA de alto funcionamiento, con un valor del CAST predictivo de TEA de 0,64 y una especificidad de 0,98. Por encima de una puntuación de 17, mejora el valor predictivo hasta 0,86.

Tercer nivel: valoración diagnóstica de TEA

Una vez que un niño ha sido detectado de TEA, debe ser remitido para realizarle una apropiada evaluación. El diagnóstico debe ser llevado a cabo por parte de un equipo multidisciplinario de profesionales especializados en TEA, de una manera rápida y efectiva, evitando cualquier retraso en el diagnóstico y la intervención terapéutica. El diagnóstico de los TEA plantea problemas diferenciados según la edad de identificación, añadidos al protocolo diagnóstico que siempre debe realizarse.

Los aspectos fundamentales incluidos en una evaluación diagnóstica de TEA son los siguientes:

Evaluación médica y neurológica

Se debe buscar la existencia de alteraciones en el desarrollo o regresiones evolutivas a cualquier edad, e identificar cualquier encefalopatía, crisis epilépticas, problemas con el sueño o la comida y pica, por la posible exposición al plomo.

Historia familiar

Los estudios sobre familias han demostrado que la probabilidad de aparición de autismo se incrementa en los hermanos de niños autistas, por lo que es una población de riesgo que necesitará una supervisión en su etapa de desarrollo.

Examen físico y neurológico

Perímetro cefálico

El promedio del perímetro cefálico en niños con autismo es más alto que en los niños con un desarrollo normal. La distribución de las medidas está claramente desviada hacia arriba, con una media en el autismo alrededor del percentil 75. Existe un incremento del perímetro cefálico a partir de los 6 meses de edad, pero, en un 80% de los casos, posteriormente se normaliza. Un 20% siguen con un incremento del perímetro cefálico (megalencefalia o macrocefalia, sobre todo por un aumento de la sustancia blanca cerebral), relacionado con la severidad del autismo.

Examen general

Dado que existe un incremento de prevalencia del autismo en la esclerosis tuberosa, se debería realizar un examen usando una lámpara de Wood en todos los niños que presenten un posible autismo, como una detección inicial de la esclerosis tuberosa. El examen del estado mental incluye la evaluación de las interacciones sociales, el juego, el lenguaje, la función comunicativa y la conducta. Se debería indagar en la interacción social si la observación de estos niños en la consulta no resulta concluyente, e incluir preguntas sobre las amistades con otros niños de su edad, sobre quién inicia el contacto con los amigos (el niño o el padre), sobre el interés por los otros niños y el rol que ocupa dentro de la relación. Las habilidades de juego deficitarias son un sello distintivo del autismo, independientemente del CI, aunque hay que tener en cuenta que el desarrollo del lenguaje va asociado a la presencia de juego simbólico. A cualquier edad, deben explorarse la comprensión social, el reconocimiento de sus propias emociones, y la empatía o el reconocimiento y comprensión de las emociones de las otras personas.

Examen motor

Existen deficiencias en la motricidad fina y gruesa en los individuos con autismo, que son más severas en los que presentan un CI más bajo. Se han encontrado hipotonía (25%), espasticidad (menos del 5%), apraxia de un miembro (en un 30% de los niños autistas con un CI normal y en un 75% de los niños con autismo y discapacidad intelectual), y estereotipias motoras (en un 60% en los niños con autismo y CI bajo).

Pruebas específicas para el autismo

  • Estudios metabólicos. Están indicados cuando existe un historial de letargia, vómitos cíclicos, crisis epilépticas tempranas, rasgos dismórficos o toscos y/o retraso mental.
  • Estudios genéticos. La recomendación es que todos los niños con sospecha de TEA deberían tener un análisis genético del tipo microarray. Si específicamente se sospecha un fenotipo de síndrome X frágil, se deberá realizar un análisis específico.
  • Pruebas electrofisiológicas:
  • Las indicaciones para la realización de un electroencefalograma (EEG) incluyen las siguientes: evidencia de crisis clínicas, historia de regresión (pérdida clínicamente significativa en la función social o comunicativa) y situaciones en las que hay un alto índice de sospecha clínica de que la epilepsia pueda estar presente.
  • La prevalencia de epilepsia en niños preescolares con autismo se ha estimado en un 7-14%, y la prevalencia acumulada en adultos, en el 20-35%. Los picos de aparición de crisis ocurren en la primera infancia y en la adolescencia. Las regresiones evolutivas, los cambios comportamentales agudos o los signos que sugieran crisis convulsivas también en la adolescencia apoyan la indicación de un EEG.
  • Neuroimagen. El autismo no se considera una indicación para una exploración de neuroimagen, incluso en niños con macrocefalia. La presencia de rasgos neurológicos no simplemente explicados por el diagnóstico de autismo (examen motor asimétrico, disfunción en los pares craneales, severos dolores de cabeza) puede ser una indicación para realizar una exploración de neuroimagen.

Evaluación de los síntomas nucleares de TEA

El diagnóstico de TEA requiere una aproximación multidisciplinaria. La evaluación debe basarse en información de los padres, la observación del niño, la interacción con él y el juicio clínico. Existen instrumentos clínicos con demostrada fiabilidad para el diagnóstico de TEA, especialmente el ADI-R (Autism Diagnostic Interview-Revised) y el ADOS (Autism Diagnostic Observational Schedule), disponible en castellano. El ADI-R y la segunda revisión del ADOS (ADOS-2) se consideran instrumentos clave en la evaluación clínica y de investigación del TEA. El ADI-R consiste en una entrevista con los padres o cuidadores de niños, adolescentes y adultos con TEA; incluye un algoritmo diagnóstico con referencia, principalmente, a los 4-5 años y otro algoritmo referido a la edad actual. Es válido para niños de edades superiores a 2 años, aunque actualmente se está desarrollando un algoritmo para niños con una edad mental >12 meses. El ADOS-2 es una entrevista semiestructurada para niños, adolescentes y adultos con TEA. Mediante el juego, la conversación, las imágenes y los libros, el entrevistador va provocando y puntuando «conductas autistas» con el fin de obtener algoritmos diagnósticos que clasifican los casos en normalidad, autismo o trastorno del espectro autista. El ADOS tiene 5 módulos de aplicación y algoritmos diagnósticos clasificados según la edad y el nivel de lenguaje del niño. Dichas herramientas deben ser utilizadas por profesionales entrenados en su uso y requieren tiempo para su aplicación. El ADOS-2 incluye la incorporación de un nuevo módulo T para niños pequeños con una edad cronológica mayor de 12 meses. Estos instrumentos evalúan los síntomas nucleares diagnósticos de TEA; se emplean profusamente y su uso se considera esencial en investigación.

Además de los síntomas nucleares de TEA, el personal especializado debe evaluar otros aspectos, entre otros, los siguientes:

Evaluación del habla, el lenguaje y la comunicación

  • Lenguaje comprensivo. Test de Peabody (2 años, 6 meses-90 años). Evalúa la comprensión del vocabulario a través del reconocimiento de las imágenes nombradas.
  • Lenguaje expresivo. A partir de su discurso espontáneo se hace una valoración tanto de la forma (cantidad de vocabulario, longitud de su discurso, ritmo y tono, ecolalias, literalidad, capacidad para hacer y responder preguntas, iniciar y mantener una conversación) como de su contenido (coherencia del discurso, temas focalizados en intereses peculiares o tendencia a evadirse en fantasías o repetición de diálogos aprendidos). La Escala Reynell de desarrollo de lenguaje (Reynell, 1997) se emplea en niños de 1-7 años de edad. Para niños con baja capacidad cognitiva se dispone del instrumento de evaluación de capacidades comunicativas ACACIA (Tamarit, 1994).

Evaluación cognitiva

  • WPPSI-III (2 años, 6 meses-7 años, 3 meses), WISC IV (6-16 años, 11 meses), WAIS (16-89 años). Estos instrumentos valoran la capacidad intelectual (CI) global a partir de los resultados parciales de las áreas verbales, razonamiento perceptivo, memoria de trabajo y velocidad de procesamiento, ajustadas a la edad de cada sujeto.
  • Leiter 3 International Performance Scale, 3.ª ed. (Roid, Miller, Pomplun y Koch). Esta escala evalúa las habilidades no verbales cognitivas, atencionales y neuropsicológicas en niños, adolescentes y adultos. Es muy útil en personas con TEA y trastornos del lenguaje o comunicación que entienden mínimas instrucciones verbales. La Escala de Valoración Cognitiva Merrill-Palmer también se utiliza para evaluar aspectos no verbales.

Teoría de la mente

La capacidad de atribuir pensamientos, intenciones y sentimientos ajenos y diferentes de los nuestros se evalúa a través de la interpretación de viñetas o dibujos específicamente diseñados, y mediante historias sociales que tienen que ver con estados mentales o acontecimientos físicos (Historias Sociales de F. Happe, 1994; TOM Test de Muris, 1999; Test de los Ojos de Baron-Cohen, 1999).

Teoría de la coherencia central

La capacidad para procesar la información (auditiva o visual), de forma global y dentro del contexto, se evalúa a través de la descripción de láminas o la interpretación de relatos o de una lectura.

Funciones ejecutivas

La capacidad para establecer soluciones a un problema novedoso llevando a cabo predicciones sobre sus consecuencias implica también una buena capacidad para planificar, organizarse y tomar decisiones. Estas funciones se evalúan, por ejemplo, con el Wisconsin Card Sorting Test (WCST-64), Tower of London, etc. El Cuestionario Brief es útil para la evaluación de funciones ejecutivas.

Juego

Durante el primer año de vida ya se puede observar el interés de los niños por los distintos juegos y juguetes y cómo los utiliza. Podemos constatar su curiosidad para explorarlos y comprender y prever las consecuencias (causa-efecto) en alguno de ellos. A partir de los 2 años, se puede evaluar su capacidad creativa y de simbolización, observando el modo de representar con sus muñecos situaciones vividas con anterioridad, organizar secuencias de acciones bien estructuradas, o utilizar un objeto cualquiera en sustitución del que necesita pero no tiene (Costello Symbolic Playtest; Lowe y Costello, 1988).

Evaluación de la conducta adaptativa

Las Escalas de Conducta Adaptativa de Vineland (Vineland Adaptive Behavior Scales) (VABS-II [0-18 años]) nos proporcionan información sobre la capacidad de comunicación (receptiva, expresiva y escrita), las habilidades para la vida cotidiana (personal, doméstica y comunitaria), la socialización (relaciones interpersonales, juego, ocio y habilidades adaptativas) y, hasta los 6 años, el desarrollo motor. Contiene una lista adicional de preguntas sobre conductas desadaptativas utilizable a partir de los 5 años de edad.

Evaluación de síntomas de psicopatología general

Escalas de Achenbach Child Behavior Checklist (CBCL) para padres y Teacher Report Form (TRF) (1 año, 6 meses-18 años) y autoinforme a partir de los 11 años. Estos instrumentos valoran problemas generalizados del desarrollo, afectivos, de ansiedad, somáticos, oposicionistas, de conducta y TDAH, según la edad del niño. Permiten comparar los resultados obtenidos en la familia y en la escuela. El autoinforme nos indica, además, la capacidad para reconocer sus propias dificultades y características.

Tratamiento de los TEA

Principios generales del tratamiento

El tratamiento de un niño con un TEA requiere una detallada evaluación, identificando los síntomas o aspectos en las diferentes áreas del desarrollo que la persona no ha llegado a adquirir o realiza con una cualidad insuficiente, y también los aspectos más sólidos del niño en que basar el tratamiento. Éste siempre tiene que ser individualizado, basado en las particularidades de cada persona, considerando sus déficits pero también sus fortalezas. Se debe aplicar de una manera generalizada, en los contextos naturales en que vive el niño, y siempre debería ser multidisciplinario, contando con profesionales especializados que dominen las diferentes técnicas terapéuticas utilizadas en el autismo.

Edad

El mayor conocimiento de las señales de preocupación y desviación sobre el desarrollo esperable ha permitido iniciar intervenciones en edades muy tempranas, incluso antes del año de edad. Las variables comunes de las intervenciones actuales efectivas son el enfoque naturalista y la responsabilización de los padres y personas significativas; además, están diseñadas teniendo en cuenta tanto las teorías del desarrollo interpersonal y el apego como la implementación de las técnicas y estrategias de la modificación de conducta, sobre todo para el manejo del niño con TEA.

La intervención va dirigida a cambiar el foco de atención preferente de los niños con señales preocupantes de TEA (detectadas a partir de 1 año y antes de los 36 meses) por el funcionamiento de los objetos hacia la motivación preferencial por el funcionamiento y el mundo social. El programa para trabajar con el niño con señales de TEA debe incorporar objetivos basados en los hitos del desarrollo esperable de un niño «típico». La intervención en estas edades tempranas gira alrededor de rutinas sociales centradas en todo momento en la motivación y los intereses del propio niño, cuya finalidad es estimular y trabajar las áreas del neurodesarrollo más afectadas en los niños con TEA (imitación, comunicación y lenguaje; iniciación y motivación social; desarrollo de las habilidades motoras y cognitivas, como de juego); el centro de toda la intervención es la interacción con un adulto. Se da especial importancia a la capacidad de generar oportunidades de interacción social, en la que el propio niño con señales de TEA sea el que inicie la interacción espontáneamente. Para ello, el peso recae en el adulto, ya que debe ser suficientemente sensible, habilidoso y creativo para resultar motivante. Mediante la imitación e iniciación de todo tipo de acciones, movimientos y actividades en la interacción con otra persona, se busca estimular las estructuras cerebrales relacionadas con el seguimiento de la mirada, la atención conjunta, la percepción facial, el reconocimiento de emociones y la imitación, entre otros aspectos. Otro de los factores relevantes en el enfoque de dichas intervenciones es el importante papel que se otorga a los padres. Se diseñan programas estructurados que se llevan a cabo con los padres para que trabajen los déficits en comunicación e interacción de sus hijos. Para ello, se aprovechan los avances tecnológicos, como la grabación con el móvil de las interacciones trabajadas, para que puedan ser evaluadas y recibir un feedback por parte del terapeuta e intentar mejorar dicha oportunidad de interacción. Resulta muy interesante diseñar programas de estimulación basados en la evidencia que permitan mejorar las competencias de comunicación e interacción, con bajos costes y de relativo fácil manejo por parte de los padres y profesionales (p. ej., PACT y Early Start Denver Model).

Siempre debe evaluarse la consecución de los objetivos marcados, y replantearse el diagnóstico o el procedimiento terapéutico si no se logran. Posteriormente, cuando el niño con TEA va creciendo, se ha de mantener el tratamiento de base cognitivo-conductual dirigido a los síntomas de autismo, pero también resultan esenciales las ayudas para el aprendizaje y el entorno escolar, contar con ambientes educacionales con un número de niños reducido, sin gran ruido o alboroto (para no aumentar sus alteraciones sensoriales) y con adaptaciones curriculares y metodológicas. Estos niños necesitarán ayuda en el patio para la incorporación a los juegos y a la sociabilidad con sus compañeros. En la adolescencia, el tratamiento también deberá dirigirse a los aspectos propios de la edad, como el desarrollo psicoafectivo, la formación educacional y profesional, y la independencia-autonomía respecto a los padres.

Existen diferentes prioridades de la intervención en función del momento evolutivo y de las capacidades de cada niño:

  • En los niños pequeños, es imprescindible hacer una intervención estructurada y predecible, teniendo siempre en cuenta sus posibilidades intelectuales. La estructura debe adaptarse, en la medida de lo posible, al ámbito familiar y escolar. La utilización de estructuras con apoyos visuales y recompensas sencillas facilita a cualquier niño pequeño la comprensión de lo que se espera de él. El método TEACCH (Treatment and Education of Autistic Related Communications Handicapped Children; Schopler, 1988) proporciona muchos ejemplos prácticos y sencillos de poner en práctica la estructura para favorecer el juego, los aprendizajes y la autonomía. En los niños con poca capacidad comunicativa verbal, es aconsejable la introducción de métodos alternativos de comunicación en el momento adecuado (p. ej., The Picture Exchange Communication System [PECS]).
  • A lo largo de la Educación Primaria, y según la evolución de cada niño, hay que ir decidiendo el futuro de su escolarización. Para los niños con una capacidad intelectual normal o superior, la ubicación recomendada es la escuela ordinaria. La intervención adecuada irá dirigida a facilitar la comprensión del entorno, la integración en grupo, adecuar la conducta de estos niños a las exigencias sociales y mejorar sus dificultades específicas de aprendizaje o lenguaje, en caso de que se considere necesario.
  • Durante la Educación Secundaria, en general, hay que priorizar la mejora de sus habilidades sociales, en sesiones individuales o de grupo, la ampliación de sus intereses, el control de su impulsividad, y mejorar su nivel de autonomía para acercarse al máximo a la adquirida por los compañeros de su misma edad. En esta etapa suelen hacerse más evidentes las posibles comorbilidades, especialmente los trastornos de ansiedad u otros problemas emocionales. La ansiedad en los chicos con una capacidad intelectual normal o superior se debe frecuentemente al inicio de la autoconciencia de sus propias dificultades y los frecuentes fracasos, a pesar de sus esfuerzos por mejorar, aunque no siempre sean adecuados. Los episodios de acoso son muy habituales en esta etapa y, además de fuente de ansiedad, si no se controlan, pueden desembocar en patologías más graves con el paso del tiempo. La adolescencia siempre es una etapa conflictiva y, en las personas con diagnóstico de TEA, las dificultades se añaden a las que ya vienen soportando a lo largo de su vida. Su conducta, afectividad y capacidad de socialización vendrán determinadas, en gran parte, por su experiencia vital durante las etapas previas. El objetivo de iniciar una intervención en grupo con chicos de características similares es favorecer el establecimiento de un grupo de referencia con el que compartir intereses sociales, poner en práctica el nivel de autonomía que cada uno de ellos ha sido capaz de alcanzar, y adecuar la responsabilidad que exige su edad y su condición concreta. A estas edades, y debido a las dificultades de estos chicos para detectar intenciones o comprender situaciones sociales, el riesgo de verse involuntariamente implicados en situaciones de riesgo legal se incrementa. La alianza terapéutica en la edad adolescente y adulta es más necesaria que nunca. Aunque con la edad y la intervención es posible que haya habido una mejoría, la identificación de sus sentimientos, la aceptación, el manejo de su sexualidad y la poca capacidad para identificar señales no verbales o intenciones de los demás siguen siendo retos difíciles de superar. La mayoría de las personas diagnosticadas de TEA precisan, durante toda la vida, una supervisión o intervención terapéutica25.

Tratamiento farmacológico

Principios generales del tratamiento farmacológico

La mayoría de los niños con TEA no necesitan o no se benefician del tratamiento con fármacos. Los tratamientos psicosociales de base conductual, generalizados e individualizados, son los de elección.

Como principio general básico, en cualquier población infantil hay que instaurar siempre el tratamiento, tanto farmacológico como psicosocial, en estrecha colaboración con los padres. En esta población tan vulnerable es importante evitar ingresos hospitalarios y soluciones crónicas para problemas agudos tan frecuentes ante la aparición de cambios y situaciones nuevas o inesperadas. Siempre ante un empeoramiento brusco de la conducta debemos evaluar la existencia de una comorbilidad asociada, para lo cual resulta esencial la realización de un diagnóstico por parte de un profesional experto en el tema. Una guía inalterable para esta población tan vulnerable a los efectos secundarios de los fármacos es siempre comenzar exclusivamente con un fármaco e incrementar despacio las posibles pautas, siempre con el propósito de evitar efectos secundarios y retirar el fármaco si éstos son severos. El profesional siempre debe controlar muy estrechamente los posibles efectos secundarios y facilitar a los padres un rápido acceso a algún profesional en caso de que surjan imprevistos con la medicación. Como norma, el profesional debe intentar maximizar y esperar a comprobar la efectividad de un fármaco antes de realizar cambios, evitando la plurifarmacología, ya que ésta muchas veces enmascara efectos secundarios de otro fármaco, por lo que su retirada puede producir reacciones no esperadas. Los padres deberán tener una amplia información de los efectos esperados con el tratamiento farmacológico y de los efectos secundarios más frecuentes por los cuales se debería interrumpir el fármaco. Es importante evitar comenzar tratamientos farmacológicos durante periodos de cambio en la vida de estos niños, en situaciones escolares muy estresantes o en las relacionadas con comorbilidades médicas que requieran un tratamiento farmacológico o una respuesta diferente26.

Tratamientos farmacológicos utilizados en los TEA

Antipsicóticos atípicos

Actualmente los únicos fármacos que tienen indicación por parte de la Food and Drug Administration (FDA) en personas con TEA son la risperidona (2006) y el aripiprazol (2009), ambos utilizados para las comorbilidades frecuentemente asociadas, sin que exista evidencia de mejora en los síntomas específicos del TEA. Mejoran la irritabilidad, la agitación, la labilidad emocional, la hiperactividad y la conducta estereotipada evaluada por la escala de autismo ABC. Los efectos secundarios más frecuentes asociados a estos fármacos son la sedación, la ganancia de peso y los efectos extrapiramidales, como el temblor y la hipersalivación. El incremento de la prolactina, sobre todo en la edad adolescente, necesita ser monitorizado. Ambos son antipsicóticos atípicos que actúan preferentemente en los receptores dopaminérgicos y serotoninérgicos, pero también tienen efectos en los receptores histamínicos, adrenérgicos y colinérgicos. Se han utilizado otros antipsicóticos atípicos con alguna evidencia de efectividad, aunque limitada, como la olanzapina, asociada a una importante ganancia de peso y la aparición de efectos metabólicos en niños, lo que desaconseja su uso.

La quetiapina, por su efecto sedativo, se utiliza en casos de trastornos de conducta con insomnio resistentes al tratamiento. En casos muy graves, la clozapina ha demostrado alguna evidencia de efectividad. Los antipsicóticos atípicos están indicados en casos de severa agresividad de estos pacientes hacia otras personas o hacia ellos mismos, irritabilidad e impulsividad muy marcada. La olanzapina, la quetiapina y la clozapina no tienen indicación en el TEA por parte de la FDA.

Previamente, para conseguir efectos similares, se habían utilizado los antipsicóticos típicos, sobre todo el haloperidol, pero actualmente se emplea muy poco por los efectos secundarios extrapiramidales y distónicos asociados a su uso. Se ha descrito que un tercio de los pacientes desarrollaba discinesias, un 21% durante la administración del haloperidol y un 79% durante su retirada.

Fármacos estimulantes utilizados en el tratamiento del TDAH

Existe una moderada evidencia sobre la eficacia del tratamiento con metilfenidato en la comorbilidad de TEA con TDAH. Varios ensayos clínicos aleatorizados han demostrado su eficacia en el TEA asociado a hiperactividad, impulsividad, inatención y agresividad. Sin embargo, su eficacia y tolerabilidad en el TEA asociado al TDAH es menor. Siempre que se utilice el metilfenidato es necesario comenzar con dosis muy bajas y muy lentamente, descartando los efectos secundarios de irritabilidad, agitación, disforia, labilidad emocional, conductas compulsivas y empeoramiento de conductas estereotipadas que, en muchas ocasiones, exigen la retirada del fármaco. Los derivados anfetamínicos se utilizan de una manera similar al metilfenidato.

Fármacos no estimulantes utilizados en el tratamiento del TDAH

  • Atomoxetina. Fármaco no estimulante que actúa como inhibidor de la receptación de la noradrenalina. También presenta una moderada evidencia de mejora de los síntomas del TDAH y la ansiedad asociados al TEA, y en un 21% de los casos mejoraron los síntomas, en comparación con el 9% de los que mejoraron con placebo. Los efectos secundarios más frecuentes son los asociados a un incremento de la irritabilidad. Se han encontrado fenómenos de activación asociados al uso de inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), a otros antidepresivos y a la atomoxetina, que incluyen alteraciones del humor: irritabilidad, labilidad del humor, agresividad, hiperactividad, incremento de energía, disminución de la necesidad de dormir e impulsividad.
  • Guanfacina y clonidina. Ambos son también fármacos no estimulantes utilizados en el tratamiento del TDAH, que actúan como agonistas de los receptores alfa-2 adrenérgicos; presentan evidencia de mejora de los problemas de hiperactividad e impulsividad, sobre todo, y menos en las dificultades de atención asociadas al TEA. En general, su uso es bastante seguro, pero es recomendable el control de la presión arterial y deben evitarse en los pacientes con antecedentes de cardiopatías. La sedación es un efecto secundario ocasional cuando se administran los fármacos durante el día.

Inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina

No existen todavía estudios aleatorizados, doble ciego, que hayan evaluado la efectividad de los ISRS en personas con TEA asociado a depresión o ansiedad. Hay varios estudios que no han encontrado evidencia de mejora en las conductas repetitivas propias del TEA. Casi un 50% de los pacientes con TEA tratados con ISRS presentan fenómenos de activación que exigen la retirada del fármaco. Los ISRS más recomendados son los que tienen una vida media más corta, como sertralina y citalopram, pero existen estudios realizados con fluoxetina con buena tolerancia y efectividad. Fluoxetina y fluvoxamina tienen también evidencia de efectividad en el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) asociado a TEA en adultos. No existen estudios sobre la utilización de los ISRS en la población de adultos con TEA comórbido con ansiedad.

Fármacos utilizados en las alteraciones del sueño

La melatonina se considera la hormona del sueño. Se utiliza en los pacientes con TEA para mejorar el inicio del sueño y disminuir los despertares nocturnos. El TEA se ha asociado a una disminución de la secreción de melatonina al atardecer. Produce pocos efectos secundarios, excepto sedación diurna en algunos casos. Otros fármacos utilizados para el insomnio en personas con TEA son la clonidina, los antihistamínicos y la trazodona.

Fármacos utilizados para la agresividad y la agitación

Los problemas de conducta se asocian con frecuencia al TEA. Las dificultades de expresión verbal, la rigidez y las conductas estereotipadas propias del trastorno, las dificultades de autorregulación emocional y la impulsividad, frecuentemente asociadas, incrementan el riesgo de conductas agresivas y agitación ante situaciones nuevas, imprevistos o situaciones no comprendidas por las personas con TEA. En estos casos, las posibilidades farmacológicas son: clonidina, guanfacina, antipsicóticos atípicos, propranolol, divalproex, litio, oxcarbazepina y clonazepam26.

Bibliografía

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  26. Hervás A. Psicofarmacología del TEA. En: Soutullo C, ed. Guía esencial de psicofarmacología del niño y del adolescente, 2.ª ed. Madrid: Editorial Médica Panamericana, 2017.
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MÓDULO 4

Tema 8. Características del sueño y sus trastornos en algunas enfermedades infantiles

M.ªA. Lluch Roselló, G. Pin Arboledas

Resumen

Las alteraciones del sueño tienen una alta prevalencia en la infancia y pueden causar problemas tanto cognitivos como conductuales, de aprendizaje o familiares. La pérdida de la calidad del sueño condiciona la actividad diurna del niño y las dificultades nocturnas limitan la calidad de vida de todo su entorno. El sueño no REM desempeña un papel metabólico en la corrección de las alteraciones energéticas y nutricionales tras una vigilia prolongada mientras que el sueño REM tiene un papel de apoyo a la estimulación endógena, la neurogénesis, el desarrollo neurológico y emocional, la formación de la memoria y el aprendizaje. Tras la privación corta de sueño disminuye la conectividad funcional entre la amígdala y la región prefrontal media, y aumenta la conectividad entre la amígdala y los centros de activación autonómica del troncoencéfalo: esto podría explicar los cambios de humor tras la falta de sueño. Los niños con enfermedades crónicas presentan una mayor tasa de problemas con el sueño tanto de manera aguda como crónica. El objetivo de este tema es examinar, por un lado, los principales problemas del sueño en el niño con un desarrollo estándar y las características del sueño en los niños con enfermedades psiquiátricas crónicas, así como su influencia mutua.


Introducción

El sueño es un proceso evolutivo y activo que se inicia prenatalmente como resultado de un equilibrio biopsicosocial inestable y dinámico; su evolución depende de la armonía entre estos tres factores1.

El sueño es un área de salud con pocos años de experiencia. A pesar de ello, cada vez se está dando más importancia a la influencia que tienen sobre el niño y su entorno las alteraciones del sueño. Cerca del 30% de los niños menores de 5 años las sufren. Estas alteraciones tienen secuelas relevantes y pueden causar serios problemas tanto cognitivos como de conducta, de aprendizaje o familiares, y además pueden complicar muchas enfermedades.

Se considera que los trastornos del sueño constituyen un problema de salud pública, debido a que su prevalencia aumenta a medida que se conocen mejor, a que en algunas ocasiones son de carácter crónico y al impacto que tienen sobre el paciente y su familia.

La Guía de práctica clínica sobre trastornos del sueño en la infancia y adolescencia en atención primaria recoge diversas preguntas clave que pueden ayudarnos a detectar la presencia de problemas de sueño en el ámbito de la atención primaria (tabla 1).

A continuación, vamos a examinar los trastornos más frecuentes en el niño y el adolescente; abordaremos tanto su diagnóstico y tratamiento en el ámbito de atención primaria como las situaciones en que se requiere la intervención del especialista. En la segunda parte de este tema se expondrán las características del sueño en algunas enfermedades psiquiátricas durante la edad infantojuvenil.

Trastornos del sueño más frecuentes en atención primaria

En atención primaria nuestros pacientes con trastornos del sueño pueden presentar alguno de estos comportamientos:

  • Les cuesta dormirse: insomnio, síndrome de piernas inquietas, síndrome de retraso de fase.
  • Hacen «cosas raras» durante la noche: síndrome de apnea-hipopnea del sueño, parasomnias, movimientos rítmicos.
  • Se duermen durante el día: privación crónica del sueño, narcolepsia.

Le cuesta dormirse

Insomnio infantil

Definición

La Academia Americana de Medicina del Sueño, en su segunda edición (ICSD-2), define el insomnio infantil como: «Dificultad mantenida, a pesar de la oportunidad de dormir y en función de la edad, para iniciar o mantener el sueño o su calidad que provoca alteraciones funcionales en el niño y/o la familia». Una latencia de sueño mayor de 30 minutos y/o unos despertares de más de 20 minutos de duración pueden ocasionar malestar clínicamente significativo y deterioro en las áreas social, familiar, académica u otras3.

El insomnio es un síntoma indicativo de que existe un problema con el sueño que hay que diagnosticar y/o tratar4. El insomnio más común en la infancia es el conductual, caracterizado por la incapacidad de dormirse solo, la resistencia a acostarse y despertares frecuentes. Todo ello conduce a una alteración en el funcionamiento diurno, tanto del niño como de su familia o sus cuidadores5.

Factores que intervienen en el insomnio infantil

  • Factor circadiano: melatonina y luz. El comienzo de la secreción nocturna de melatonina en condiciones de luz tenue precede en aproximadamente 2 horas al inicio del sueño.
  • Factor homeostático: a mayor número de horas de vigilia previas, mayor facilidad para dormirse.
  • Factor ambiental: luz, temperatura y sonido adecuados.
  • Factor educativo: hábitos de vida saludables.
  • Factor neuroendocrino: cortisol.

Tipos de insomnio

  • Insomnio conductual infantil. Es el resultado de una asociación inapropiada con el inicio del sueño o bien de la ausencia de unos límites establecidos6:
  • Insomnio por ausencia de límites. El niño se niega a irse a la cama, actitud que se ve reforzada por unos límites inapropiados, inconsistentes o inexistentes. En muchas ocasiones puede provocar despertares nocturnos.
  • Insomnio por asociaciones inapropiadas con el sueño. El hecho de dormir se asocia a un objeto (biberón), una estimulación (mecedora, paseos, televisión) o a algunos factores ambientales (luz en la habitación, dormir en la cama de los padres o padres en la habitación del niño). La ausencia de estas asociaciones puede causar despertares frecuentes, terrores de sueño o ansiedad a la hora de dormirse solo.
  • Insomnio por una higiene inadecuada del sueño. Es consecuencia de hábitos como siestas diurnas tardías; horario irregular; consumo de sustancias estimulantes; realización de actividades mentales, emocionales o físicas excitantes y perturbadoras próximas a la hora de acostarse, o ambiente inadecuado para dormir (ruidos, estimulación luminosa, televisión, ordenador…).
  • Insomnio psicofisiológico. Afecta sobre todo a niños mayores y adolescentes, y se caracteriza por el miedo a dormir, la incapacidad para dormirse y la preocupación exagerada por el sueño.

Diagnóstico del insomnio infantil

Se basa en:

  • Historia clínica.
  • Exploración clínica completa.
  • Agenda o diario del sueño (figura 1): registro de la actividad vigilia-sueño durante 15 días; en horario libre, para poder saber cuándo se inicia la secreción de melatonina.
  • Escalas y cuestionarios:
  • Brief Infant Sleep Questionnaire (BISQ).
  • Escala BEARS.
  • Sleep Disturbance Scale for Children (SDSC).
  • Polisomnografía (PSG) y actigrafía.

Tratamiento del insomnio infantil

Se basa en medidas de higiene del sueño, intervención psicológica y tratamiento farmacológico.

Síndrome de piernas inquietas

Definición

El síndrome de piernas inquietas (SPI) se caracteriza por la necesidad urgente de mover las piernas en reposo, generalmente asociada a una sensación desagradable. Es un trastorno neurológico crónico sensitivo-motor. La sintomatología aparece o empeora al finalizar el día y mejora con el movimiento7.

Produce un insomnio de inicio que afecta a la actividad diurna del niño, con fatiga, disminución de la atención, hiperactividad paradójica y, en casos graves, somnolencia diurna excesiva.

Formas de presentación

  • SPI precoz: debuta antes de los 30-40 años, presenta antecedentes familiares y es de evolución lenta y progresiva.
  • SPI tardío: suele tener causas subyacentes y progresa rápidamente.

Etiopatogenia

Se barajan varias hipótesis:

  • Genética. En el 70% de los casos hay familiares de primer grado con SPI. Se sugiere una herencia bimodal según la edad de presentación y con un patrón autosómico dominante en el SPI de presentación precoz y con participación de diferentes genes8.
  • Dopamina. La disfunción puede localizarse a nivel postsináptico, en el receptor D2 de la dopamina.
  • Déficit de hierro. Los valores de ferritina inferiores a 30 o a 50 µg/L (según los autores) están relacionados con la aparición de los síntomas y la gravedad del SPI9,10.
  • Otras: aparición de SPI en la insuficiencia renal y hepática, neuropatías periféricas, diabetes mellitus…

Manifestaciones clínicas

  • Síntomas sensitivos-motores. En los niños son más imprecisos y pueden aparecer en cualquier momento del día. Pueden afectar a cualquier parte del cuerpo y mejoran con el movimiento.
  • Movimientos periódicos de las extremidades (MPE). El SPI puede acompañarse de MPE, que son sacudidas bruscas, estereotipadas y seudorrítmicas que ocurren en el transcurso del sueño. Para el diagnóstico de MPE se requiere la realización de una PSG (tabla 2).
  • Alteración del sueño (insomnio de inicio).
  • Trastornos psiquiátricos. En los niños con SPI se ha observado un 8% de cuadros de ansiedad y un 14,4% de síntomas depresivos.

Diagnóstico

Se establece mediante una buena historia clínica, exploración física, analítica, agenda del sueño, cuestionario SPI y vídeo casero.

Tratamiento

Se basa en una buena higiene del sueño y/o la adopción de medidas generales. Cuando la ferritina esté por debajo de 30 o 50 µg/L, se administran suplementos orales de hierro. Si el cuadro no cede, el paciente deberá derivarse a una unidad de sueño.

Síndrome de retraso de fase

Definición

El síndrome de retraso de fase es una alteración del ritmo circadiano que se caracteriza por un retraso en el inicio y la finalización del sueño, generalmente de 2 horas respecto al horario convencional. Suele producir somnolencia diurna excesiva. Si se le deja dormir libremente, el sueño tiene una duración normal y el niño se levanta descansado, como ocurre durante los fines de semana11.

Etiopatogenia

Aunque no se conoce bien, entre los factores que contribuyen a la aparición del síndrome de retraso de fase figuran los siguientes:

  • Factores genéticos: suele haber antecedentes familiares.
  • Ritmo circadiano: ritmo circadiano intrínseco más largo de lo habitual.
  • Sexo y edad: es más frecuente en los adolescentes varones.

Manifestaciones clínicas

  • Insomnio de inicio; en los adolescentes generalmente se manifiesta después de las 12 de la noche.
  • Gran dificultad para levantarse a la hora deseada.
  • Somnolencia diurna excesiva por déficit crónico de sueño.
  • Disminución del nivel de alerta.
  • Bajo rendimiento escolar.
  • Ansiedad.

Diagnóstico

Fundamentalmente se basa en la clínica y la agenda o diario del sueño.

Tratamiento

Higiene del sueño, fototerapia, cronoterapia y melatonina.

Hace «cosas raras» durante la noche

Síndrome de apnea-hipopnea del sueño

Definición

El síndrome de apnea-hipopnea del sueño (SAHS) es un trastorno respiratorio que se produce mientras se duerme. Se caracteriza por una obstrucción total o parcial de la vía respiratoria superior intermitente que altera la ventilación normal durante el sueño y sus patrones habituales. Suele asociarse a síntomas como el ronquido y otros trastornos del sueño12,13.

Fisiopatología

El SAHS pediátrico es el resultado de la combinación de resultados anatómicos, inflamatorios y neuromusculares, y no el resultado de un problema anatómico exclusivamente (figura 2).

Clasificación

Según Arens y Muzumdar, el SAHS infantil puede clasificarse en cuatro fenotipos distintos14:

  • SAHS fenotipo I: relacionado con la hipertrofia adenoamigdalar.
  • SAHS fenotipo II: relacionado con malformaciones craneofaciales y con algunos síndromes.
  • SAHS fenotipo III: relacionado con trastornos neurológicos.
  • SAHS fenotipo IV: relacionado con la obesidad.

Clínica

El aumento de la resistencia de la vía respiratoria que ocurre con el inicio del sueño provoca:

  • Fragmentación del sueño.
  • Incremento del esfuerzo respiratorio.
  • Anomalías intermitentes en los gases sanguíneos.
  • Los microdespertares son significativamente más frecuentes en las apneas largas (>15 s) y en las apneas obstructivas que en las apneas centrales. El 42% de las apneas obstructivas terminan con una respuesta de microdespertar.

Los síntomas nocturnos son:

  • Ronquido.
  • Respiración dificultosa (aumento del trabajo respiratorio).
  • Sueño inquieto, despertares frecuentes, cambios posturales.
  • Respiración bucal.
  • Pausas respiratorias.
  • Sudoración profusa.
  • Hiperextensión del cuello.
  • Enuresis secundaria.
  • Parasomnias (pesadillas, terrores nocturnos, sonambulismo…).

Los síntomas o signos diurnos son:

  • Fatiga.
  • Cefalea matutina.
  • Hipersomnia (no siempre).
  • Trastornos neuropsicológicos y conductuales:
  • Hiperactividad.
  • Déficit de atención.
  • Agresividad.
  • Mal rendimiento escolar.
  • Retraso del desarrollo pondoestatural.
  • Alteración de la respiración leve o ausente.

Diagnóstico

Se establece mediante:

    • Historia clínica, anamnesis y exploración física.
    • Cuestionario de Chervin.
    • Pruebas complementarias:
      • Agenda del sueño y videograbación casera.
      • Aplicación de los criterios diagnósticos (figura 3).
      • Laboratorio del sueño: poligrafía respiratoria y PSG nocturna. Es el método ideal para detectar y graduar la severidad del síndrome de apnea nocturna en niños. Continúa siendo la prueba de referencia para el diagnóstico del SAHS.

Tratamiento

El tratamiento del SAHS produce la normalización inmediata de las alteraciones respiratorias durante el sueño. En cambio, la morbilidad secundaria asociada al SAHS puede no revertir o revertir de forma sólo parcial.

El tratamiento incluye:

      • Cirugía: adenoamigdalectomía (es el tratamiento de elección).
      • Presión positiva continua en la vía respiratoria.
      • Tratamiento farmacológico13,15.
      • Tratamiento ortodóncico.
      • Dieta y ejercicio.

Parasomnias

Definición

Son trastornos que se caracterizan por la presencia de conductas o fenómenos anormales que se producen al inicio del sueño, durante el mismo o al despertar. No alteran los horarios del sueño y del despertar, ni los mecanismos que rigen el ritmo circadiano. La aparición de una parasomnia conlleva activación muscular y/o cardiovascular.

Clasificación6

      • Parasomnias asociadas al sueño no REM:
      • Trastornos del arousal.
      • Despertares confusionales.
      • Sonambulismo.
      • Terrores del sueño.
      • Trastorno de la alimentación relacionado con el sueño.
      • Parasomnias asociadas al sueño REM:
      • Trastornos del comportamiento del sueño REM.
      • Parálisis del sueño aislada recurrente.
      • Pesadillas.
      • Otras parasomnias:
      • Alucinaciones relacionadas con el sueño.
      • Enuresis.
      • Parasomnias secundarias a enfermedades médicas.
      • Parasomnias secundarias a medicación o drogas.
      • Parasomnias no especificadas.
      • Síntomas aislados y variantes de la normalidad:
      • Soliloquia.

Parasomnias asociadas al sueño no REM

Trastornos del arousal

Se producen durante el sueño profundo no REM y lo alteran.

Clínicamente presentan las siguientes características: los episodios suelen ocurrir 1-2 horas después de iniciarse el sueño, coincidiendo con la transición del primer periodo de sueño lento profundo; generalmente se produce un solo episodio por noche (si se repiten a lo largo de la noche, se corresponden con los ciclos del sueño), y cuesta despertar al niño. Abarcan desde conductas automáticas (simples o complejas) hasta fenómenos vegetativos, con amnesia del episodio.

El principal factor predisponente es el genético: hasta un 60% de los niños con un trastorno del arousal tienen un familiar de primer grado con el mismo trastorno.

Entre los factores precipitantes (en niños predispuestos) figura cualquier situación que provoque una fragmentación del sueño (SAHS, trastorno de MPE) o que incremente el sueño lento profundo (fiebre, privación del sueño…), algunos tóxicos (alcohol), algunos fármacos (psicotropos) y factores psicológicos, que pueden precipitar o mantener estos episodios.

Despertar confusional

Se produce en la primera parte del sueño, al despertar al niño de un sueño profundo. Es más frecuente en menores de 5 años de edad. Se caracteriza por la desorientación en el tiempo y el espacio, así como por la lentitud para la expresión, la respuesta a estímulos y la ideación; se acompaña de alteración en el comportamiento, y el niño se mueve de forma automática. El niño parece estar muy alerta, y no responde cuando se le habla. Los intentos por parte de los padres de consolarlo producen mayor agitación y resistencia en el niño, e incluso pueden prolongar el episodio; si se despierta, se mostrará asustado y confuso.

Los episodios suelen durar de 5 a 15 minutos, pero en algunos niños pueden prolongarse hasta unas horas. Al día siguiente no recuerdan nada.

El despertar confusional es un cuadro benigno que no precisa tratamiento, sólo tranquilizar a los padres.

Sonambulismo

El sonambulismo es más común en la edad infantil, entre los 4 y los 12 años. Una vez que aparecen los episodios, pueden perdurar toda la vida, aunque lo más habitual es que desaparezcan espontáneamente en la adolescencia.

Presenta una importante base genética y en el 80% de los casos hay antecedentes familiares; la ausencia de éstos obligaría al médico a replantearse el diagnóstico.

Los episodios ocurren en la primera parte de la noche (cuando el niño está profundamente dormido) y normalmente duran de 5 a 15 minutos. El comportamiento durante el episodio de sonambulismo puede variar, desde conductas simples y perseverantes hasta conductas automáticas complejas, reflejo de conductas realizadas en la vigilia. El sonámbulo no reacciona a las intervenciones externas, aunque algunas veces puede hacerlo con auto o heteroagresividad. En caso de despertar, se muestra muy desorientado. Al día siguiente no recuerda el episodio.

El diagnóstico requiere una anamnesis correcta, una exploración física y la cumplimentación de la agenda o diario del sueño, que ofrecerá información sobre la hora de los episodios, su frecuencia y los horarios de sueño del paciente.

En cuanto al tratamiento, cabe tener en cuenta lo siguiente:

      • Es fundamental explicar a los padres en qué consiste el sonambulismo y cómo evitar posibles accidentes, adoptando algunas medidas de seguridad que impidan al sonámbulo acceder a las ventanas, a las puertas de los balcones o a la puerta de la calle, a la cocina y al baño. Como las conductas de los sonámbulos son las aprendidas durante la vigilia, bastará con un cierre de seguridad diferente al usado durante el día.
      • No hay que despertar al niño y deben evitarse los comentarios al día siguiente, ya que pueden intensificar la ansiedad del niño y eso, a su vez, puede aumentar las parasomnias.
      • En caso de episodios muy frecuentes o problemáticos, puede utilizarse la técnica de los despertares programados, sacando al niño del sueño profundo entre 10 y 30 minutos antes de la hora prevista del episodio (para poder recurrir al despertar programado, es fundamental haber elaborado previamente la agenda o diario del sueño).
      • Es preciso derivar al experto en sueño si el niño presenta síntomas diurnos, si los episodios son muy habituales o agresivos o si el diagnóstico es dudoso (ausencia de antecedentes familiares, inicio muy tardío del sonambulismo); cuando aparece en la adolescencia, hay que hacer el diagnóstico diferencial con la epilepsia.

Terrores del sueño

Los terrores del sueño también se producen en la fase profunda de sueño (fase 3 del sueño no REM). Antes se los denominaba «terrores nocturnos»; el término se ha modificado porque no son exclusivos de la noche.

La incidencia es alta, de hasta un 5%, sobre todo en preescolares. Suelen desaparecer en la adolescencia. Presentan agregación familiar importante.

Consisten en episodios de llanto brusco e intenso mientras el niño está durmiendo. Si los padres acuden a tranquilizarlo, el niño no los reconoce ni responde a ninguna de sus maniobras. El episodio se acompaña de una notable descarga vegetativa (midriasis, taquipnea, taquicardia…). Cede espontáneamente en unos minutos y el niño vuelve al sueño tranquilo. Al día siguiente no recuerda nada de lo sucedido.

Los terrores del sueño pueden presentar comorbilidad con otros trastornos. Cuando son crónicos, hay que descartar problemas respiratorios del sueño. Se intensifican con el estrés, la fiebre y el déficit de sueño.

Es típica su aparición al iniciar el curso escolar, con la supresión de la siesta.

Para establecer el diagnóstico se precisan una anamnesis correcta, una exploración física y la elaboración de la agenda o diario del sueño, que permitirá determinar la hora en que suceden los episodios, su frecuencia y los horarios del sueño del paciente.

El tratamiento consiste en:

      • Tranquilizar a los padres, explicándoles cómo actuar durante el episodio (intervenir lo menos posible y prevenir posibles accidentes).
      • No intentar calmar ni despertar al niño.
      • Evitar hacer comentarios sobre el episodio al día siguiente que puedan poner nervioso al niño.
      • Mejorar la higiene del sueño (instaurar hábitos y horarios regulares).
      • Evitar la privación de sueño (promover las siestas en niños menores de 5 años).
      • En caso de terrores del sueño muy frecuentes o problemáticos, puede utilizarse la técnica de los despertares programados, sacando al niño del sueño profundo de 10 a 30 minutos antes de la hora prevista del episodio (para ello es fundamental haber elaborado previamente la agenda o diario del sueño).

La escala FLEP (Frontal Lobe Epilepsy and Parasomnias) distingue las epilepsias del lóbulo frontal de las parasomnias. Tiene una especificidad del 90%, una sensibilidad del 100%, un valor pronóstico positivo del 91% y un valor pronóstico negativo del 100% en el diagnóstico de epilepsias del lóbulo frontal (tabla 3).

Parasomnias asociadas al sueño REM

Pesadillas

Son una de las parasomnias más habituales en la infancia.

Las pesadillas son ensoñaciones aterradoras y angustiosas durante el sueño REM que despiertan al niño. Son más frecuentes en la segunda mitad de la noche (sueño REM) y afectan más a las niñas.

Se incrementan en situaciones de ansiedad diurna y también con la fiebre o el estrés.

Presentan una baja activación autónoma; el niño está despierto, en contacto con la realidad y recuerda lo soñado. Debe hacerse un diagnóstico diferencial con los terrores del sueño

En cuanto al tratamiento, cabe señalar lo siguiente:

      • Debe tranquilizarse al niño, pero sin crear malos hábitos. Puede ser útil recurrir a objetos que den tranquilidad al niño, o dejar una luz encendida.
      • Si las pesadillas son muy frecuentes, conviene revisar qué pasa durante el día.
      • Hay que derivar al especialista si las pesadillas influyen en el funcionamiento diario del niño, si existe riesgo de lesiones, si los padres no logran tranquilizar al hijo o si los episodios son excesivamente frecuentes.

Movimientos rítmicos

Definición

Son comportamientos motores rítmicos, recurrentes, estereotipados y repetitivos, con una frecuencia típica de 0,5-2 ciclos por segundo. Los movimientos ocurren fundamentalmente en la transición de la vigilia al sueño, sobre todo a la hora de acostarse; también pueden producirse en la siesta y ante cualquier despertar. Se realizan con la cabeza, el cuello, el tronco, las extremidades o con todo el cuerpo.

Son muy habituales hasta los 9 meses de edad (59%) y luego su prevalencia disminuye paulatinamente (5% a los 5 años). Muy raramente persisten en la edad adulta7.

Los movimientos rítmicos son comportamientos benignos y sólo se consideran un trastorno cuando tienen consecuencias clínicas significativas: si interfieren en el sueño y alteran su calidad, si afectan a las actividades diarias o cuando el niño se autolesiona.

Características clínicas

Los movimientos rítmicos más habituales son:

      • Head banging (jactatio capitis): movimientos rítmicos de la cabeza en sentido anteroposterior. El niño, tendido boca abajo, levanta la cabeza o todo el torso y lo baja de nuevo con fuerza contra la almohada o el colchón. También pueden producirse con el niño sentado. Se suelen iniciar a los 9 meses de edad.
      • Head rolling: movimientos giratorios rítmicos de la cabeza, de lado a lado, generalmente estando el niño tumbado boca arriba. La edad de inicio ronda los 10 meses.
      • Body rocking: movimientos rítmicos de balanceo de todo el cuerpo estando el niño apoyado sobre manos y rodillas; si está sentado, el movimiento puede limitarse sólo al torso. Es el más frecuente de los movimientos rítmicos. Suele aparecer alrededor de los 6 meses de edad.
      • Body rolling: movimientos de todo el cuerpo hacia los lados.

Normalmente el episodio no se prolonga más de 15 minutos. Los niños no recuerdan el episodio al día siguiente16,17.

Diagnóstico

Se establece mediante la historia clínica, la exploración física, la agenda del sueño y la videograbación casera. La videopolisomnografía se reserva para los casos dudosos.

Tratamiento

      • Medidas de seguridad.
      • Tratamiento psicológico.
      • Tratamiento farmacológico.

Se duerme durante el día

La somnolencia diurna excesiva es la imposibilidad de permanecer despierto y alerta durante la mayor parte del día y que interfiere con las actividades normales diarias. Está presente en el 11% de los niños y el 52,8% de los adolescentes18.

Privación crónica del sueño

Es una hipersomnia secundaria y la principal causa de somnolencia diurna excesiva en la población pediátrica. En los pacientes que presentan somnolencia diurna excesiva hay que analizar el comportamiento (hiperactividad) y evaluar el rendimiento escolar.

El diagnóstico se hace mediante una agenda o diario del sueño.

Narcolepsia

Definición

La narcolepsia es un trastorno de la regulación del sueño REM que se caracteriza por somnolencia diurna excesiva, episodios de cataplejía, alucinaciones hipnagógicas o hipnopómpicas, episodios de parálisis del sueño y sueño nocturno interrumpido.

Etiopatogenia

En la mayoría de los casos la narcolepsia es idiopática. Se han detectado un déficit del neurotransmisor hipotalámico hipocretina 1 y un déficit de las neuronas hipotalámicas que segregan este neurotransmisor, cuya concentración en el líquido cefalorraquídeo es baja o indetectable19. Hasta un 70% de los niños y adolescentes con narcolepsia presentan positividad al antígeno de histocompatibilidad HLA-DQA1* 0102 y HLA-DQB1* 0602 si existe cataplejía (90% en adultos).

Características clínicas

      • Excesiva somnolencia diurna (síntoma universal).
      • Cataplejía (síntoma patognomónico). La frecuencia de los episodios es variable y la duración suele ser breve. Se caracteriza por una pérdida brusca del tono muscular, habitualmente desencadenada por una emoción positiva intensa, miedo, ejercicio o fatiga. El tono muscular se recupera totalmente una vez finalizado el episodio. No se produce pérdida de conciencia.
      • Alucinaciones hipnagógicas e hipnopómpicas. Son descritas como sueños vívidos. También pueden ocurrir en las siestas diurnas.
      • Parálisis del sueño. Suele manifestarse al inicio o al final del sueño y consiste en la sensación de inmovilidad durante unos segundos o unos minutos.
      • Trastornos del sueño nocturno. Lo sufren el 90% de los pacientes con narcolepsia. Incluyen alteración del sueño REM (parasomnias, ausencia de atonía muscular, incremento de la actividad muscular física) o eventos durante el sueño (SAHS o MPE).

Diagnóstico

Debe realizarse en un hospital (unidad de sueño) y las pruebas diagnósticas son:

      • PSG nocturna y test de latencias múltiples.
      • Concentración de hipocretina 1 en el líquido cefalorraquídeo.
      • Tipificación HLA-DQB1* 0602.
      • Pruebas de neuroimagen.

Tratamiento

      • Información y educación. Es necesario adecuar los horarios y tareas escolares al paciente. Los niños deben recibir supervisión cuando realizan actividades potencialmente peligrosas (por ejemplo, natación). Los adolescentes deben saber que no pueden conducir vehículos.
      • Higiene del sueño (hábitos de sueño saludables).
      • La programación de algunas siestas breves a lo largo del día puede controlar la somnolencia diurna excesiva.
      • Tratamiento farmacológico: psicoestimulantes, antidepresivos y oxibato sódico. La decisión sobre la utilización de fármacos para la narcolepsia se establece en la unidad de sueño.

Características del sueño y sus trastornos en algunas enfermedades psiquiátricas pediátricas

El sueño en las diferentes patologías tiene un doble papel: por un lado, la pérdida de la calidad del sueño condiciona y empeora la actividad diurna del niño y, por otro, las dificultades o los problemas nocturnos condicionan la calidad de vida de todo el entorno del niño.

A continuación señalamos las peculiaridades del sueño conocidas en algunas patologías, conscientes del escaso conocimiento que sobre esta área de la salud tenemos los profesionales de la salud.

Trastorno depresivo

Dos tercios de los niños con depresión refieren problemas importantes para iniciar y mantener el sueño, y el 50% de los niños con depresión endógena tienen un despertar excesivamente temprano. Una vez superado el episodio depresivo, estos niños siguen acostándose y empezando a dormir más tarde y despertándose a la misma hora, por lo que presentan una disminución global del sueño de aproximadamente 30 minutos20.

La latencia prolongada de inicio del sueño es una característica más estable de la desregulación del sueño, en el inicio de la depresión en niños que la propia latencia del sueño REM o la densidad del REM. Los niños con depresión muestran una reducción de la latencia REM, una disminución de la duración del estadio 3 y un aumento del tiempo en REM21.

Un 75,7% de los adolescentes con depresión refieren que las alteraciones del sueño fueron los síntomas iniciales22. Sin embargo, no existe una correlación entre la reducción de la latencia de REM y la severidad de la depresión, pero sí se observa una correlación significativa negativa entre la latencia de REM y la edad en el grupo con depresión23.

De todas formas, los estudios revelan una gran variabilidad en los hallazgos obtenidos en adolescentes con depresión. En estudios longitudinales, Rao et al.24 observaron que los controles normales que posteriormente desarrollaban un cuadro depresivo mostraban en los estudios previos una densidad de REM significativamente mayor y una tendencia a la reducción de la latencia REM en comparación con controles que posteriormente no desarrollaban un cuadro depresivo; de la misma manera, los sujetos con un curso recurrente de depresión unipolar tendían a presentar unos niveles de cortisol superiores al inicio del sueño frente a los de los sujetos con un único episodio24.

En los estudios sobre la microestructura del sueño se ha visto que la coherencia temporal de los ritmos del electroencefalograma durante el sueño es diferente en niños y adolescentes deprimidos. Esta coherencia temporal se ha relacionado con el tiempo de recuperación y las recurrencias25. En cuanto a la ideación suicida, podría ser que la ideación suicida basal y la desregulación del sueño en forma de retraso de su inicio y disminución de su eficacia fueran predictores de la recurrencia del cuadro26.

Trastornos de ansiedad

La presencia de problemas con el sueño a los 4 años muestra una buena correlación con la presencia de síntomas de ansiedad y depresión durante la adolescencia27,28.

El 85% de los niños y adolescentes con un cuadro de ansiedad tienen alteraciones transitorias del sueño, y alrededor del 50% sufren problemas crónicos de sueño29.

Los problemas de sueño más habituales son los de inicio y mantenimiento, los despertares nocturnos frecuentes, el rechazo a acostarse, el colecho, las pesadillas y los miedos nocturnos. Y los hábitos más frecuentes son dormir con la luz encendida, la persistencia del objeto de transición, la excesiva sensibilidad a los ruidos, el alargamiento del ritual del sueño y el llanto durante el sueño.

En la PSG se observan un mayor número de interrupciones del sueño y un menor porcentaje de sueño de ondas lentas30.

Anorexia y bulimia

No se han encontrado trastornos específicos del sueño en los pacientes con anorexia y bulimia, salvo un aumento leve del sueño lento y una reducción de la fase REM en anoréxicos y bulímicos de peso normal.

Trastorno obsesivo-compulsivo

La disminución de la duración del sueño REM y el número de ciclos son variables predictoras de sueño en los pacientes con trastorno obsesivo-compulsivo infantojuvenil31.

Síndrome de Angelman

Los trastornos del sueño son habituales en el síndrome de Angelman; incluso se incluyeron en los criterios diagnósticos en 1995 y fueron refrendados en 2005. Los pacientes con esta patología tienen una elevada frecuencia de problemas de inicio y mantenimiento del sueño, latencia de sueño prolongada, vigilias intrasueño prolongadas y frecuentes y reducción del tiempo total de sueño. Asimismo, a menudo presentan ronquidos y parasomnias que incluyen enuresis, bruxismo, terrores del sueño, sonambulismo e hipercinesia nocturna. En algunos casos estos problemas persisten hasta la edad adulta.

En la PSG se observa una reducción significativa de la eficiencia del sueño y del porcentaje y duración del REM, con una mayor proporción de sueño de ondas lentas. También existe una tendencia al movimiento periódico de los miembros, pero no una mayor prevalencia de trastornos respiratorios.

Dada la alta prevalencia de las alteraciones del sueño en los pacientes con síndrome de Angelman, debería realizarse un cribado de trastornos del sueño en todos los niños diagnosticados32.

Responden bien al tratamiento con melatonina.

Se han descrito retraso de fases y ritmos libres33.

Síndrome de Prader-Willi

Los pacientes con este síndrome suelen presentar una disminución del tiempo de sueño y del sueño REM, así como inicios de sueño en REM. Todo ello indica un trastorno primario de la vigilancia, confirmado por la reducción de la estabilidad del sueño no REM en el estudio de la microestructura (CAP). En estos pacientes el tratamiento con hormona del crecimiento aumenta la estabilidad del sueño no REM. El 35,7% de ellos sufren narcolepsia33.

Desde el punto de vista respiratorio, presentan más a menudo trastornos respiratorios del sueño y una disminución de la respuesta a la hipoxemia e hipercapnia, aunque los estudios sobre la prevalencia del SAHS ofrecen datos contradictorios, siendo más frecuentes las apneas centrales.

Con la edad aumenta la obesidad y con ello el SAHS. Tras la adenoamigdalectomía, el SAHS persiste en la mayoría de los pacientes.

El tratamiento con hormona de crecimiento puede incrementar el SAHS aunque, por otro lado, parece que disminuye el índice de alteración respiratoria, por lo que en estos casos se aconseja una PSG anual.

Síndrome del cromosoma X frágil

El 27% de los pacientes con este trastorno refieren problemas con el sueño, especialmente para iniciarlo y mantenerlo.

Se ha descrito una prevalencia del SAHS muy variable, de entre un 7 a más de un 30%, así como una mayor prevalencia del síndrome de piernas inquietas.

En la PSG se observan un menor tiempo total de sueño, una disminución del sueño REM, un aumento de la latencia del primer REM, un incremento del porcentaje de N3 y un aumento de los movimientos en N2 y REM, lo que podría indicar una alteración del sistema colinérgico durante el sueño.

El tratamiento conductual puede ser eficaz, mejorando la eficiencia del sueño33.

Trastornos del espectro autista

El trastorno del espectro autista (TEA) parece ser un factor de riesgo independiente para la presencia de problemas con el sueño independientemente del riesgo de déficits intelectuales, ya que no se han constatado diferencias en relación con patologías del sueño entre los niños con CI menor de 70 y los de un CI superior34.

En general se han detectado problemas del sueño en el 89% de los niños con TEA y en el 77% de los niños con síndrome del cromosoma X frágil35.

En una serie de 500 niños autistas con 8,4 años de edad media36, los padres refirieron un 53,3% de dificultades para dormirse, un 40% de sueño inquieto, un 39,5% de dificultad para dormirse en su cama y un 33,8% de despertares frecuentes. Los trastornos menos comunes fueron el sonambulismo (1%), las cefaleas matutinas (1%), el llanto durante el sueño (2%), la apnea (3%) y las pesadillas (4%).

Se encontraron las siguientes asociaciones estadísticamente significativas:

      • Disminución del tiempo de sueño nocturno con problemas de visión (p <0,05), infección respiratoria superior (p <0,01) y fluido nasal (p <0,05).
      • Despertares nocturnos: problemas de visión (p <0,005), problemas de las vías respiratorias superiores (p <0,001) y crecimiento deficiente (p <0,01).
      • Ir a la cama de mal humor: falta de apetito (p <0,005) y crecimiento deficiente (p <0,005).

Aproximadamente el 30% de los niños con una mutación completa en el síndrome del cromosoma X frágil presentan sintomatología que cumple los criterios de TEA.

Se ha detectado una asociación entre problemas de sueño y alteraciones conductuales:

      • Entre los niños con TEA, los que no presentan trastornos del sueño puntúan mejor en las tres áreas del Child Behavior Checklist (CBCL) (p 0,0001). En el grupo de niños con problemas del sueño, los que tienen dificultades menores puntúan mejor que los que presentan alteraciones más intensas.
      • En cuanto a la comunicación en la Vineland Adaptive Behavior Scale, los niños sin problemas de sueño presentan una puntuación significativamente mejor que aquellos con problemas del sueño leves o importantes en la etapa preescolar; en cambio, en la etapa escolar sólo se diferencian de los niños que tienen problemas de sueño importantes.

Así pues, los niños con problemas del sueño relevantes tienen mayores problemas conductuales pero no necesariamente una peor función adaptativa que los niños con problemas del sueño más leves. Tanto en preescolares como en escolares se observa una relación negativa entre la conducta y el sueño, mientras que la relación entre el sueño y las funciones adaptativas es mucho más variable37.

El origen de los problemas del sueño puede ser, por una parte, conductual y por una mala higiene del sueño y, por otra parte, circadiano, pues en algunos fenotipos se ha detectado una alteración en la síntesis de melatonina a partir del triptófano, lo que conlleva unos niveles de melatonina diurna elevados y unos valores significativamente inferiores por la noche38. Quizá por esa razón el insomnio es 10 veces más frecuente en niños con TEA que en niños con un desarrollo normal33, y de ahí la buena respuesta en algunos casos al tratamiento conductual del sueño junto con la administración de melatonina asociada a triptófano.

En la PSG se ha registrado una disminución del sueño REM (así como de la densidad de movimientos durante el REM), menos spindles en N2, aumento de N1 y disminución de N3, incremento del CAP en N3 y disminución en N2, y mayor porcentaje del subtipo A1 y menos del A2.

En cuanto al tratamiento, es muy importante mantener las rutinas y administrar melatonina (dosis de 1 a 6 mg) 5-6 horas antes de la hora deseada de sueño33.

Trastorno por déficit de atención e hiperactividad

Las alteraciones o los déficits de sueño pueden simular y/o potenciar la sintomatología del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Los niños con alteraciones del sueño caracterizadas por un sueño inadecuado o de mala calidad desarrollan síntomas semejantes al TDAH. El déficit de sueño puede alterar la función del lóbulo prefrontal y con ello el rendimiento, al incrementar la variabilidad momento a momento de la atención debido a la interacción entre la tendencia homeostática a dormir, la tendencia circadiana a la vigilia y el esfuerzo compensatorio para mejorar el rendimiento; de esta manera, la falta de sueño altera las funciones ejecutivas no necesariamente por déficits selectivos en el córtex prefrontal, sino debido, al menos en parte, a la dificultad para mantener la atención (teoría del estado de inestabilidad)39,40.

Como antecedente evolutivo, los niños con sueño «corto» antes de los 3,5 años de edad muestran un mayor riesgo de impulsividad-hiperactividad y rendimiento cognitivo disminuido a los 6 años en comparación con los niños que duermen 11 horas cada noche41.

Y, a la inversa, los niños diagnosticados de TDAH tienen puntuaciones significativamente más altas de problemas de sueño en todas las subescalas del cuestionario de hábitos de sueño que los niños control; la duración media del sueño referida por los padres también es más corta en los niños con TDAH y, según los propios niños con TDAH, su sueño está más alterado que el de niños de los grupos control, especialmente en lo que se refiere a las «batallas» para dormir (rango de p: 0,05-0,001)41.

En España, Merino et al. detectaron que el 20% de los niños con TDAH tenían un diagnóstico definitivo de piernas inquietas, y el 5%, un diagnóstico probable42.

En el metaanálisis realizado por Cortese et al.43, se analizaron 16 estudios proporcionando 9 parámetros subjetivos y 15 objetivos, en una muestra total de 722 niños con TDAH y 638 controles. Respecto a los parámetros subjetivos, el metaanálisis constató que los niños con TDAH tenían una resistencia significativamente mayor a la hora de dormir (z= 6,94; p <0,001), más dificultades de inicio del sueño (z= 9,38; p <0,001), despertares nocturnos (z= 2,15; p <0,031), dificultades para despertarse por la mañana (z= 5,19; p <0,001), trastornos respiratorios del sueño (z= 2,05; p <0,040) y somnolencia diurna (z= 1,96; p= 0,050), en comparación con los controles. En cuanto a los parámetros objetivos, la latencia de inicio del sueño (en la actigrafía), el número de cambios de horas de sueño y el índice apnea-hipopnea fueron significativamente mayores en los niños con TDAH que en los controles (z= 3,44, p= 0,001; z= 2,43, p= 0,015; z= 3,47, p= 0,001, respectivamente). Los niños con TDAH también presentaron una eficacia significativamente menor del sueño en la PSG (z= 2,26; p= 0,024), un tiempo real de sueño en la actigrafía (z= 2,85; p= 0,004) y unos tiempos promedios de dormirse para la prueba múltiple de latencia del sueño (z= 6,37; p <0,001) que los controles.

En conclusión, los niños con TDAH presentan un deterioro significativamente más elevado que los controles en la mayoría de las medidas subjetivas y en algunas de las medidas objetivas. Estos resultados son la base para futuras pautas basadas en la evidencia en el manejo de las alteraciones del sueño en niños con TDAH.

En la PSG los niños con TDAH muestran tendencia a un hipoarousal durante el día que se caracteriza por una mayor actividad tetha (sobre todo en las áreas frontales), una disminución de la actividad alfa y beta y un aumento de las ratios theta/alfa y theta/beta44. Asimismo, los niños con TDAH presentan durante el día una mayor somnolencia que los controles45.

Mediante actigrafía y determinación del inicio de la secreción de melatonina, se ha observado un retraso tanto en el inicio de secreción como en el inicio y finalización del sueño, lo que sugiere la presencia de un síndrome de retraso de fase entre las causas del insomnio en los niños con TDAH que padecen insomnio frente a los niños con TDAH sin insomnio46.

En resumen, las alteraciones del sueño más comunes en el TDAH son:

      • Insomnio inicial, mantenimiento y disminución de la latencia del sueño.
      • Múltiples despertares.
      • Enuresis.
      • Parasomnias (bruxismo, sonambulismo).
      • Menor porcentaje de sueño REM.
      • Mayor porcentaje de sueño lento.
      • Menor eficiencia de sueño.

Objetivamente, los niños con TDAH tienen una arquitectura del sueño diferente a la de los niños sanos de la misma edad: una eficiencia del sueño inferior, un aumento del número de minutos que están despiertos durante el sueño, un mayor porcentaje de fase 3 del sueño, un porcentaje superior de sueño lento y un menor porcentaje de sueño REM. También se ha observado que un elevado porcentaje de niños con TDAH tienen paroxismos epileptiformes durante el sueño. Los niños con TDAH presentan una baja eficiencia del sueño.

La causa del aumento de la fase 3 del sueño podría estar relacionada con el hecho de que en los niños con TDAH se produce una disminución de la acción de la noradrenalina y la dopamina, dos neurotransmisores que influyen en el mantenimiento de la vigilia. La disminución de la acción de estos dos neurotransmisores puede deberse a una alteración de los receptores, a un descenso de su disponibilidad o cualquier otro motivo que pueda justificar un sueño más profundo con predominio de la fase de sueño lento. Por otra parte, un incremento del porcentaje de sueño lento puede indicar cierto retraso en los mecanismos de regulación del sueño.

En una revisión, Ivanenko et al. encontraron diferencias significativas en las características del sueño de los niños con TDAH47 (tabla 4).

En cuanto al tratamiento, la respuesta al metilfenidato podría estar influida por la eficiencia del sueño, de manera que los niños con una mala eficiencia del sueño mostrarían una mejora en las medidas de vigilancia y rendimiento, pero no los niños que tienen una buena eficiencia del sueño, quizá porque en estos niños se incrementa su nivel de arousal a un nivel discretamente mejor, lo que se supone que facilita el rendimiento. Todavía deben aclararse los factores que hacen que los niños con TDAH tengan diferencias en la calidad de su sueño. El hallazgo de que las diferencias en la calidad del sueño pueden estar relacionadas con síntomas TDAH-like y pueden afectar al rendimiento sugiere la necesidad de incluir evaluaciones del sueño desde el punto de vista clínico48.

Síndrome de Smith-Magenis

Los pacientes con síndrome de Smith-Magenis se despiertan de 1 a 3 veces cada noche y suelen permanecer despiertos en cada despertar al menos media hora. La hora media de despertar por la mañana es las 5.30, de modo que algunos problemas de conducta se correlacionan con el déficit de sueño nocturno. A menudo presentan ataques de sueño al final del día y tienden a hacer siestas sea cual sea su edad.

En la actigrafía se observan alteraciones del sueño ya desde los 6 meses de edad, con sueño fragmentado y reducido. Este patrón persiste en los preescolares (3 años), los escolares (5 años) y hasta los 6-8 años, que típicamente duermen 1-2 horas menos que sus pares. El déficit de sueño nocturno se compensa con siestas matinales.

Los estudios de PSG y actigrafía han demostrado que en las personas con este síndrome el tiempo de sueño se reduce un 57%; están presentes todos los estadios de sueño pero con una marcada disminución del estadio 3, un REM reducido en el 43-50% de los pacientes, interrumpido con incremento de arousal y presencia de actividad muscular tónica en el electromiograma. Los despertares prolongados ocurren en el 75% de los casos.

Los pacientes a menudo tienen un ritmo circadiano alterado, con inversión de la secreción de melatonina (tabla 5); en cambio, el cortisol, la hormona de crecimiento y la prolactina siguen un patrón circadiano normal, en los valores habituales.

La tendencia a la obesidad hace a estos pacientes más proclives a sufrir SAHS, cuadro que debe ser descartado.

En un pequeño grupo de pacientes se ha recurrido a la administración de acebutolol a primera hora de la mañana, para suprimir la secreción diurna de melatonina, junto con melatonina a última hora del día, para mejorar el ciclo vigilia-sueño33.

Síndrome de Tourette

En la PSG se observan alteraciones del arousal, disminución del porcentaje (hasta un 30%) del estadio 3, eventos paroxísticos en estadio 3 descritos como arousals súbitos e intensos, desorientación aparente, confusión o lucha o ambos, aumento de la actividad de tics y disminución del porcentaje de sueño REM.

Se aprecian asimismo mayor latencia de sueño, menor eficiencia del sueño y mayor número de episodios de vigilia.

En los diferentes estudios realizados mediante cuestionarios las alteraciones del sueño descritas con mayor frecuencia son sonambulismo, soliloquia, terrores del sueño, pesadillas, enuresis y dificultades para dormirse o mantener el sueño. Sin embargo, parece que el responsable de estos trastornos es más bien el TDAH que se suele asociar al síndrome de Tourette. Aunque los tics remiten durante el sueño, muchos autores señalan que persisten en unos porcentajes que varían entre el 3 y el 14%49.

Síndrome de Rett

La frecuencia de alteraciones del sueño es alta (superior al 80%) y disminuye con la edad (son menos comunes en los pacientes mayores de 18 años).

Clínicamente, se manifiestan como patrones irregulares de sueño/vigilia, siestas excesivas, conductas nocturnas problemáticas como risas (es el síntoma más habitual y su intensidad se relaciona con una mayor deleción génica), bruxismo, gritos y/o llanto inconsolable, convulsiones nocturnas, terrores del sueño y soliloquia.

En la PSG se objetivan baja eficiencia de sueño, latencia larga, tiempo total de sueño corto, aumento de la vigilia intrasueño, disminución del sueño REM, pocos spindles y complejos K.

El paciente presenta respiración irregular durante la vigilia, pero en general los patrones respiratorios nocturnos son normales33.

El tratamiento se basa en la terapia conductual (extinción gradual) y la administración de melatonina oral (2,5-7,5 mg).

Conclusión

La íntima relación en ambas direcciones del proceso mórbido y la conducta con el sueño hace imprescindible conocer y evaluar el sueño en todo niño o adolescente con un cuadro mórbido psiquiátrico.

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MÓDULO 4

Tema 7. Trastorno del comportamiento alimentario

A.M.ª Nieto Serrano, G. Torres Sancho, J. Casas Rivero

Resumen

Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son enfermedades psiquiátricas graves de etiología multifactorial y con una significativa repercusión orgánica. Se caracterizan por una alteración del patrón de ingesta o de la conducta sobre el control del peso, que conduce a los pacientes a un deterioro físico y psicosocial.La utilización del sistema sanitario es elevada en estos pacientes. La edad de inicio de la enfermedad es cada vez más precoz, por lo que es preciso que los pediatras conozcan y evalúen adecuadamente estos trastornos. Los TCA tienen un espectro clínico muy amplio y se pueden beneficiar de un tratamiento multidisciplinario y un estrecho seguimiento.


Introducción

Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) y de la ingestión de alimentos son un problema grave de Salud Pública. Gran parte de los periodos críticos del desarrollo de los TCA ocurren en la infancia y la adolescencia, y si no se detectan a tiempo, pueden causar un deterioro de la salud física y del desarrollo emocional, cognitivo y psicosocial. Tal como destaca la «Guía de Práctica Clínica sobre Trastornos de la Conducta Alimentaria del Sistema Nacional de Salud» (2009), los TCA «han adquirido una gran relevancia sociosanitaria por su gravedad, complejidad y dificultad para establecer un diagnóstico en todas sus dimensiones y tratamiento específico».

La Asociación Contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB) define los TCA como «trastornos mentales caracterizados por un comportamiento patológico frente a la ingesta alimentaria y una obsesión por el control del peso».

Generalmente tienden a la cronicidad y a presentar resistencia a los tratamientos, dada su compleja etiopatogenia (se originan por la interacción de factores predisponentes, precipitantes y mantenedores) y la vulnerabilidad de la población sobre la que inciden, sometida a influencias socioculturales presentes de alguna manera en el trastorno.

La quinta versión del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5)1 plantea algunas innovaciones sobre los trastornos de la conducta alimentaria. Las más relevantes son las siguientes:

  • La constitución de una categoría diagnóstica propia para el trastorno por atracón (TA), antes incluida en los llamados trastornos no especificados o atípicos.
  • La flexibilización y ampliación de los criterios de anorexia nerviosa (AN) y bulimia nerviosa (BN) (en la versión revisada del DSM-IV sólo suponían el 9% de los diagnósticos de TCA por el carácter restrictivo de los criterios).
  • La creación de una nueva categoría llamada trastornos especificados (véase Criterios diagnósticos).

En este tema hablaremos de las alteraciones alimentarias más frecuentes en los grupos de edad de la infancia y la adolescencia: AN, BN y TA.

La AN y la BN se caracterizan por alteraciones en la conducta alimentaria relacionadas con la distorsión de la imagen corporal. Se asocian a una sobrevaloración de la forma corporal y el peso; sin embargo, en el TA no existe distorsión de la imagen corporal. Pasamos a describir más ampliamente las características diferenciales y los perfiles de los pacientes.

Anorexia nerviosa

Se caracteriza por una preocupación obsesiva sobre la alimentación, así como una fobia extrema a ganar peso y el control del mismo. Cursa con bajo peso y en las mujeres provoca una pérdida de la menstruación. En la mayoría de los casos, estas personas sienten el deseo de seguir bajando de peso aunque estén muy por debajo del considerado normal para su altura y talla.

Nos referimos a AN restrictiva cuando la persona desarrolla estrategias conductuales dirigidas a restringir la toma de alimentos (generalmente acompañadas de un abuso de la actividad física), mientras que en la AN purgativa la persona utiliza el vómito, los laxantes o los diuréticos para conseguir la reducción de peso.

El perfil del paciente con AN es una mujer, adolescente, delgada y con determinados rasgos de personalidad muy marcados, como el perfeccionismo, un gran nivel de exigencia, inmadurez afectiva y en las relaciones de pareja, presencia de conflictos en las relaciones familiares y/o sociales… La AN se asocia frecuentemente con otros trastornos psiquiátricos, como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), el trastorno del estado de ánimo y el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC).

Bulimia nerviosa

Se caracteriza por una pérdida de control vinculada a problemas de manejo emocional. La persona expresa un importante malestar después de efectuar el atracón (culpa, desprecio a uno mismo, frustración), aunque la necesidad de realizarlo es imperiosa. Presenta siempre un fuerte deseo obsesivo de perder peso, pero lo irregular de su conducta no lo permite.

Hablamos de BN purgativa cuando el paciente compensa el atracón con conductas purgativas, como el vómito, los laxantes y los diuréticos. Hablamos de BN no purgativa cuando los pacientes no utilizan estas estrategias de compensación, aunque sí se valen del ayuno y la restricción extrema para perder peso. Esto hace que se mantengan en un peso normal.

El perfil del paciente con BN es una mujer, adolescente, con un peso normal o sobrepeso. Tienen una preocupación excesiva por la alimentación, y suelen alternar ciclos de dietas extremas y ayuno a lo largo de su vida. No suelen comer en público y normalmente intentan hacer alguna actividad física, aunque no de manera constante, al igual que se alimentan en «atracones», que a veces son espontáneos y otras meditados y preparados con tiempo. Las comorbilidades más frecuentes de la BN son el TDAH, el trastorno límite de la personalidad (en torno al 50%) y el abuso de sustancias.

Trastorno por atracón

El TA se caracteriza por la presencia del atracón como manifestación principal, pero, a diferencia de la bulimia, no hay conductas compensatorias. Se observa en personas con sobrepeso que han intentado múltiples dietas sin éxito, y con frecuencia el uso de la comida está vinculado a conflictos emocionales. Es fundamental diferenciar este trastorno de la obesidad o el sobrepeso, ya que requiere un tratamiento muy distinto. Es un trastorno que puede llegar a ser muy invalidante y podría requerir un ingreso hospitalario del paciente para realizarle una buena evaluación y controlar adecuadamente su conducta alimentaria.

Epidemiología

Después de los cambios introducidos en los criterios del DSM-5, destacamos sus importantes repercusiones sobre los TCA, así como sus prevalencias, cursos, desenlaces e investigación.

Hasta ahora, los TCA no especificados, a pesar de ser una categoría residual, englobaban a la mayoría de los casos de TCA diagnosticados, en torno al 70% (Mitchison y Mond. Epidemiology of eating disorders, eating disordered behaviour, and body image disturbance in males: a narrative review. J Eat Disord. 2015; 3: 20).

En cuanto a la AN, han aumentado la prevalencia y la heterogeneidad de este grupo de trastornos. Se calcula un aumento del 60% en el caso de la AN, que equivaldría a pasar de una prevalencia del 0,7% a una del 2,2-3,6%. Ha sucedido lo mismo en el caso de la BN, que ha aumentado en torno a un 30%, pasando de un 1% a un total del 1,3-2%:

  • La prevalencia es parecida en todos los países desarrollados, y está aumentando en los países en vías de desarrollo, como China y Brasil. No existen diferencias significativas según el nivel socioeconómico2.
  • Sexo: la relación hombre/mujer para los TCA es de 1/10.
  • Edad de inicio: en el 85% de los casos aparece entre los 14 y los 18 años, aunque puede iniciarse a cualquier edad.
  • En los últimos años la edad de inicio ha ido disminuyendo progresivamente. Cuanto menor es esta edad, menor diferencia de prevalencia hay entre sexos. En la BN y el TA, el inicio es más tardío.

Factores etiopatogénicos

La etiología es desconocida, aunque intervienen factores biológicos, psicológicos y socioculturales que predisponen, precipitan y perpetúan los TCA, considerándose en la actualidad un trastorno multifactorial2-5.

Los principales factores que intervienen en su desarrollo quedan recogidos en la figura 1.

Los factores predisponentes incluyen factores biológicos, psicológicos y sociales.

Factores biológicos

  • Genéticos. La heredabilidad de los TCA en los estudios realizados en gemelos es alta, por lo que el factor genético es de indudable relevancia, considerándose el factor de riesgo más potente entre los TCA. La mayoría de los estudios se centran en el análisis de los polimorfismos de genes relacionados con el control del peso corporal y con las vías serotoninérgicas y dopaminérgicas3,4. Los autores de investigaciones publicadas recientemente han localizado una región del genoma en el cromosoma 12 (rs4622308), que presenta una correlación genética significativa entre AN y los trastornos, tanto psiquiátricos como metabólicos6. Otros estudios han detectado que las variantes genéticas del gen EPHX2 se asocian con el riesgo de desarrollar AN7,8.
  • Hormonales. El cerebro regula la homeostasis de la energía y el apetito por el centro de las vías de señalización en el hipotálamo y el tronco del encéfalo en respuesta a las señales periféricas procedentes del tejido adiposo y el tubo digestivo. Entre los péptidos reguladores del apetito se encuentran los siguientes3,4,8:
  • Neuropéptido Y (NPY). Estimulador del apetito.
  • Leptina, grelina y adiponectina. Desempeñan un papel fundamental en la regulación de la ingesta, la saciedad y la homeostasis del gasto energético.
  • Colecistoquinina (CCK), péptido pancreático AA, péptido similar al glucagón de tipo 1 (glucagon-like peptide 1 [GLP-1]), la oxintomodulina y otros péptidos. Actúan aumentando la sensación de saciedad y disminuyendo la ingesta de alimentos.
  • Sexo femenino.
  • Antecedentes personales de pérdida de bienestar fetal, así como de sobrepeso u obesidad.

Factores psicológicos

Entre los rasgos de personalidad que cuentan con más apoyo como factores de riesgo para desarrollar un TCA, podemos destacar el perfeccionismo, la dificultad para comunicar emociones negativas y resolver conflictos, y la baja autoestima3,4,9. Otras características y trastornos de la personalidad que guardan relación con los TCA se enumeran en la tabla 110.

Factores sociales2-5

  • Los cánones actuales de belleza con respecto al cuerpo, los medios masivos de comunicación y la asociación existente entre delgadez y éxito han influido considerablemente en los TCA.
  • Entorno familiar, escolar y amistades. Entre los factores de riesgo de aparición de TCA podemos citar un estatus socioeconómico alto (para la AN, aunque no está tan definido para la BN), el modelo de crianza familiar (de excesiva exigencia), el rechazo parenteral y la existencia de vínculos patológicos afectivos. Incluso en muchas ocasiones bajo un TCA se esconden traumas infantiles o historias de abuso y maltrato infantil.

En la instauración de un TCA, los factores precipitantes actúan junto con los factores predisponentes2-5.

Los factores perpetuantes de la enfermedad son la desnutrición, las alteraciones propias de la enfermedad, el refuerzo social por la pérdida de peso, el aislamiento y la falta de una adecuada respuesta familiar y social2-5.

Clínica

La clínica viene determinada por las manifestaciones psiquiátricas de la enfermedad, que provocan una escasa ingesta calórica y/o las conductas purgativas que determinan las manifestaciones físicas (tabla 2)3.

Diagnóstico y diagnóstico diferencial

El diagnóstico es clínico, por lo que resulta imprescindible realizar una buena historia y una evaluación física y psiquiátrica. Las pruebas complementarias se llevan a cabo para conocer el estado de salud del paciente y la gravedad de las repercusiones físicas de la enfermedad.

La primera consulta médica es la más importante, porque es necesario ganarse la confianza del paciente y crear un clima que permita valorar adecuadamente sus problemas psicosociales, familiares y afectivos; si esto no se consigue al principio, la posibilidad de fracaso o incumplimiento terapéutico aumenta. La familia es un punto clave, por lo que es recomendable, después de un acercamiento común, plantear la necesidad de entrevistar a los familiares y al paciente por separado. La primera consulta debe incluir una historia clínica, la exploración física, la valoración de la realización de pruebas complementarias y la realización de un diagnóstico de sospecha y de las posibles complicaciones, para decidir si es necesaria la derivación del paciente y la urgencia de ésta2.

Historia clínica

La entrevista constituye la primera y más importante parte de todo acto médico que tenga como objetivo aproximarse a la salud integral del adolescente. Es necesario que el pediatra sea muy cuidadoso ya que, muy a menudo, la entrevista representa la única y última oportunidad que tiene para orientar, corregir, diagnosticar, asesorar, interpretar o ayudar a este grupo de pacientes. El pediatra no tiene que culpabilizar al paciente; debe actuar de la forma más natural posible, intentando comprender su situación, sin mostrar sorpresa11. Para ello, es importante que el pediatra desarrolle habilidades durante la entrevista que le permitan establecer un vínculo de confianza y autoridad con el paciente, mediante la validación, la comprensión o la explicación de lo que va escuchando:

  • Presentación del paciente: nombre, edad, sexo, escolarización, rendimiento académico, tipo de domicilio (monoparental, biparental…). Cuando no conocemos a un paciente, este punto nos puede servir de gran ayuda para un primer acercamiento. Lo ideal es que el profesional se presente y, a continuación, invite a que se presente el paciente: «Sólo sé tu nombre, no conozco nada más de ti; si quieres puedes presentarte; cuéntame cosas de ti: qué edad tienes, a qué colegio vas…».
  • Motivo de consulta: «¿Qué te ocurre?».
  • Consecuencias físicas de la enfermedad y conductas purgativas: síntomas clínicos a nivel cardiovascular, metabólico, digestivo, locomotor y reproductor (menarquia, ciclo menstrual, fecha de la última regla, regularidad, tiempo de amenorrea y uso de anticonceptivos). Es necesario ser extremadamente cuidadosos y no culpabilizar al paciente: «¿Has tenido la necesidad de vomitar, usar laxantes…?».
  • Consecuencias emocionales de la enfermedad: estado de ánimo y cambios de humor. Las afirmaciones pueden servir de ayuda, más si el paciente ha estado tiempo viviendo con la enfermedad sin comunicárselo a su familia: «Has debido de estar muy triste…» «Lo has tenido que pasar muy mal…» «Todo esto que has vivido te habrá hecho estar muy rabiosa…».
  • Grado de conciencia de enfermedad. Distorsión de la imagen corporal. Ansiedad ante la comida e intensidad de la ideación anoréxica. Ideación suicida: «¿Cuánto tiempo ocupa en tu cabeza la comida y tu cuerpo?», «¿cómo te ves?», «¿qué te pone más nerviosa: el inicio, la comida o terminar de comer?», «¿te has sentido culpable?», «¿alguna vez has sentido que no podías más?», «¿alguna vez has pensado en terminar con todo?», «¿has llegado a pensar cómo lo harías?».
  • Historia del peso: peso máximo y mínimo, rapidez de la pérdida, peso deseado y si con anterioridad ha usado otros métodos para perder peso.
  • Historia dietética. Valorar la cantidad y la calidad de la comida, para lo que es muy ilustrativo preguntar por un día cualquiera, registrando los alimentos ingeridos en cada una de las comidas. Asimismo, hay que valorar cómo come el paciente, los alimentos prohibidos, las manías, los rituales, las conductas purgativas y la frecuencia de éstas.
  • Relación con los padres, amigos y pareja.
  • Consumo de sustancias. El uso de ciertas afirmaciones puede ayudar: «Seguro que cuando sales con los amigos te bebes alguna cerveza o fumas algún cigarro».

Todos los puntos anteriores deben ser contestados por el paciente, intentando que los padres intervengan lo menos posible. Lo ideal es hacerlo a solas con el paciente, y posteriormente preguntar a los padres sobre otras cuestiones:

  • Cómo ven a su hija/o: parte física, estado de ánimo y cambios de comportamiento recientes.
  • Antecedentes personales y familiares: hay que preguntar tanto por los antecedentes médicos y psiquiátricos como por la «forma de ser» del paciente y sus familiares.

Criterios diagnósticos

Los criterios establecidos en el DSM-51,10,12-14 son de utilidad en la investigación para homogenizar y poder comparar a las distintas poblaciones (tabla 3).

El diagnóstico de un cuadro incompleto nunca debe considerarse como algo leve que no precisa tratamiento, ya que ofrece la oportunidad de intervenir precozmente en una patología potencialmente mortal en un momento que será más fácil de abordar. Esto es especialmente importante en los pacientes más jóvenes, en quienes el tratamiento precoz se asocia a un mejor pronóstico15-17.

Exploración física

Al tratarse de una enfermedad con repercusiones físicas, es necesario realizar una exploración física completa. Se le pueden explicar al paciente los resultados obtenidos, salvo el peso, la talla y el índice de masa corporal (IMC)2-4. Debe incluir las siguientes medidas y aspectos:

  • Peso, talla e IMC.
  • Presión arterial, pulso y temperatura.
  • Exploración física general. Hay que prestar atención a los aspectos reseñados en la tabla 44.
  • Caracteres sexuales secundarios.

Es importante explicar al paciente y a sus familiares los siguientes puntos2:

  • Que el comportamiento anómalo del paciente se debe a una enfermedad y no a un deseo de manipular de forma consciente a nadie.
  • Que existe una distorsión de su imagen corporal y una incapacidad para enfrentarse a sus problemas.
  • Que es necesario reforzar su autoestima, identidad y capacidad de autocontrol.
  • Que el paciente puede llegar a enfrentarse con el profesional en alguna fase del tratamiento.
  • El control del peso no es lo más importante en esta situación, sino el propio TCA, que impide al paciente desarrollar su vida con normalidad, porque dedica la mayor parte del día al peso, la comida y las conductas compensatorias.
  • Que el abordaje profesional inicialmente se centrará en conseguir la recuperación física del paciente.
  • Explicar la importancia de la enfermedad y la decisión que se ha tomado de derivar o no y el lugar donde se realizará la derivación.
  • Debe advertirse a la familia que puede ser necesario un ingreso del paciente en cualquier momento del curso evolutivo de la afección en caso de que exista un deterioro clínico significativo.

Pruebas complementarias

Las pruebas dependerán del grado de afectación nutricional y de si es necesario realizar un diagnóstico diferencial con alguna patología (tabla 5)2,3.

Diagnóstico diferencial3

  • Enfermedad orgánica crónica no diagnosticada (infecciones intestinales, congénitas, metabólicas o neoplásicas).
  • Endocrinológicas: hipertiroidismo, diabetes mellitus, enfermedad de Addison o cualquier alteración del eje hipotálamo-hipofisario.
  • Enfermedad valvular cardiaca.
  • Trastornos de la motilidad esofágica, espasmo esofágico o estenosis esofágica.
  • Enfermedad inflamatoria intestinal, incluidas la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa.
  • Trastornos pediátricos autoinmunes neuropsiquiátricos asociados a la infección por estreptococos.
  • Tumor cerebral.
  • Enfermedad psiquiátrica: ansiedad, depresión, TOC.

Tratamiento

Dado que los TCA en el adolescente son una enfermedad grave, el abordaje terapéutico debe iniciarse inmediatamente y ser lo suficientemente intensivo y extensivo (duración) para asegurar la mejoría. La intervención terapéutica se organiza en función de la clínica y el estadio evolutivo de la enfermedad. En el adolescente con TCA, el abordaje familiar es imprescindible2,4,5.

Existen diferentes tipos de tratamiento según la intensidad (hospitalización, hospitalización domiciliaria, hospital de día y tratamiento en consultas externas), que pueden llevarse a cabo en diferentes niveles asistenciales; éstos se encuentran resumidos en la tabla 63.

La renutrición, o restauración del patrón alimentario, es la primera medida que cabe adoptar, siempre apoyada por los padres; junto con la intervención psicológica, constituye el programa conductual de recuperación de peso.

El plan de vida (figura 2) se utiliza en todas las modalidades de tratamiento, y consiste en un conjunto de indicaciones médico-conductuales que deben cumplirse a su tiempo, con las que se pretende la instauración de hábitos fisiológicos y sociales adecuados y sustituir las conductas patológicas relacionadas con la enfermedad.

El plan de vida se refiere a pautas de alimentación, sueño, actividad física, escolaridad, vida social, medicación e indicación de psicoterapia. Con todo ello se promueve el desarrollo de una función ejecutiva necesaria y difícil, que puede estar perturbada por el trastorno, especialmente por el incremento de la rigidez cognitiva y la disminución de la capacidad de procesamiento global de la información4.

Objetivos del tratamiento

  • Restaurar y mantener un peso saludable.
  • Reducir y eliminar las restricciones, los atracones y las purgas.
  • Educar en hábitos de vida: seguir una alimentación sana y equilibrada, y realizar un ejercicio no excesivo.
  • Tratar las complicaciones físicas y las comorbilidades psiquiátricas asociadas (depresión, distimia, TOC), la regulación de los impulsos y los factores que contribuyen a una baja autoestima.
  • Aumentar la motivación del paciente para que coopere en el tratamiento.
  • Ayudar a los pacientes a revaluar y cambiar los principales pensamientos y actitudes disfuncionales (identidad propia, imagen corporal, desarrollo, autoestima no centrada en el peso y en la imagen, afecto, sexo, familia, etc.).
  • Obtener el apoyo de la familia y proporcionarle asesoramiento. Conseguir su colaboración es imprescindible para la terapia.
  • Prevenir las recaídas2-5,18.

Indicaciones de ingreso

  • Constantes biológicas inestables (presión arterial, pulso, temperatura…).
  • Arritmias cardiacas, bradicardia (<40 lpm). Dolor precordial por un ejercicio excesivo.
  • Anomalías electrolíticas (hipopotasemia <3 mEq/L), tetania, alteración de la conciencia y convulsiones.
  • Alteración hepática o renal grave.
  • Urgencia psiquiátrica, riesgo elevado de suicidio o intento suicida, gran impulsividad, crisis familiar que no garantice la contención.
  • Pérdida de peso: excesiva (>25-30% del peso ideal) o rápida (>10% del peso en 2 meses).
  • Ausencia de apoyo familiar.
  • Fracaso o imposibilidad de realizar tratamiento ambulatorio2-5.

Tratamiento de la anorexia nerviosa

Rehabilitación nutricional

  • Establecer objetivos para los pacientes con un bajo peso excesivo y grave:
  • Restaurar el peso.
  • Normalizar los patrones de alimentación y alcanzar las percepciones normales de hambre y saciedad.
  • Corregir las secuelas biológicas y psicológicas de la desnutrición.
  • Evitar la participación del paciente en la elaboración de la comida: los padres serán los responsables de cocinar.
  • Si la situación es crítica, el médico es quien debe imponer su criterio de autoridad para iniciar el tratamiento; en ocasiones, se puede llegar a ingresar al paciente en contra de su voluntad.
  • Ayudar a volver a comer y lograr un aumento del peso:
  • Establecer un objetivo de peso y un ritmo de ganancia ponderal saludable. El objetivo nutricional debe establecerse individualmente en cada paciente, con un intervalo de pesos saludables que se recalculan cada 3-6 meses, en el que hay que tener en cuenta la talla, el peso premórbido, el percentil de crecimiento, el desarrollo físico y puberal, y el potencial de crecimiento. Un peso saludable es aquel en el que se restaura la ovulación o se reanuda el desarrollo físico y sexual; muchas de las pacientes no necesitan alcanzar el p50 de IMC.
  • Por lo general, se comienza con una ingesta de 30-40 kcal/kg/día (1.000-1.500 kcal), con un aumento progresivo del aporte calórico. Normalmente se establece como objetivo una ganancia de 250-500 g/semana en programas ambulatorios. Hay que negociar la dieta, para que los pacientes se sientan cómodos.
  • Ayudar al paciente a regular la actividad física.
  • Vigilar la aparición de un síndrome de realimentación19. En el síndrome de realimentación pueden presentarse un conjunto de alteraciones electrolíticas, metabólicas y cardiacas secundarias a la depleción y la rápida repleción. Se manifiesta con hipopotasemia, hipofosfatemia, hipomagnesemia, insuficiencia cardiaca, edema de realimentación y dolor abdominal. Es más frecuente en pacientes con una desnutrición grave (menos de un 70% del peso ideal) y durante las 2 primeras semanas de rehabilitación nutricional.
  • Ayudar a mantener el peso, proporcionando un apoyo continuo al paciente y su familia:
  • Paulatinamente se devuelve al enfermo y a su familia la capacidad para tomar decisiones sobre las funciones vitales básicas.
  • Ayudar al paciente a lidiar con sus preocupaciones sobre el aumento de peso y los cambios de su imagen corporal.

Tratamiento psiquiátrico y psicológico

El equipo terapéutico, el enfermo y la familia deben ser realistas respecto al tratamiento, que a menudo es un proceso a largo plazo. Aunque los resultados pueden ser favorables, el curso del tratamiento raras veces está exento de incidencias y el clínico debe estar preparado para vigilar con cuidado el progreso.

Existen diferentes protocolos de tratamiento, pero son escasos los trabajos que valoran los resultados evolutivos finales. La naturaleza de los TCA y la gran diversidad de tratamientos ya establecidos en la práctica hacen difícil en ocasiones satisfacer la demanda de datos basados en la evidencia, algo que es básico en las decisiones del tratamiento clínico20.

En los pacientes con AN, la psicoterapia puede ser útil una vez corregida la desnutrición. En un metaanálisis20 se ha constatado que la psicoterapia conductual produjo una mayor ganancia de peso y acortó la estancia hospitalaria respecto al tratamiento exclusivo con psicofármacos. Con el tratamiento cognitivo se obtienen mejores resultados que con los consejos dietéticos, en términos de evitar recaídas desde la restauración del peso en el hospital. Hay una evidencia limitada en pacientes menores de 19 años con una duración de su enfermedad <3 años, en quienes la terapia familiar fue superior en términos de ganancia de peso a la psicoterapia individual.

Podemos decir que en la psicoterapia son necesarios, al menos, 2 niveles de tratamiento, aunque normalmente son 3:

  • Nivel individual. En su mayoría, consiste en la combinación de tratamientos cognitivo-conductuales, orientados a la ganancia y el mantenimiento de peso y el cumplimiento del plan de vida, y psicoterapia, orientada al manejo de los síntomas emocionales, afectivos o sociales que se hayan deteriorado y al tratamiento de las comorbilidades asociadas.
  • Nivel familiar. Es importante hacer un trabajo psicoeducativo con la familia para que pueda ser realmente un activo en el tratamiento. A veces, la familia forma parte del tratamiento psicológico.
  • Nivel grupal. Muchas veces es necesaria la inclusión del paciente en un grupo psicoterapéutico para completar el tratamiento individual.

Tratamiento farmacológico

  • Históricamente, las intervenciones farmacológicas han desempeñado un papel limitado en los TCA, proporcionando principalmente un alivio sintomático de los problemas psiquiátricos, como la depresión y la ansiedad. Por tanto, los medicamentos psicotrópicos deben asociarse a intervenciones psicosociales, y nunca como tratamiento único.
  • Siempre que sea posible, hay que iniciar el tratamiento farmacológico una vez restaurado el peso. Se recomienda considerar la posibilidad de administrar antidepresivos para tratar la depresión y la ansiedad persistente después de la recuperación del peso:
  • Los antidepresivos tricíclicos (ADT) y los inhibidores de la monoaminooxidasa (IMAO) deben evitarse en pacientes con un peso bajo, por su letalidad potencial y la toxicidad en sobredosis.
  • Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) desplazaron rápidamente a los ADT, dada su mayor seguridad y tolerabilidad. Dentro de este grupo de fármacos, la fluoxetina es de elección, pues parece mejorar la sintomatología depresiva y obsesiva, reducir los niveles de ansiedad, disminuir el número de recaídas y ayudar al mantenimiento de la recuperación ponderal. La dosis puede oscilar entre 20 y 60 mg/día. En la BN las dosis utilizadas suelen ser más altas que en la depresión, y ayudan al control de atracones y purgas.
  • Las benzodiacepinas pueden resultar útiles en momentos puntuales de ansiedad; se aconseja administrar las de semivida media, aunque hay que usarlas con cautela, vigilando la posibilidad de abuso o dependencia.
  • Considerar los antipsicóticos de segunda generación y de baja potencia en pacientes seleccionados que tengan síntomas severos.
  • Controlar los efectos secundarios generales, ya que los pacientes con desnutrición o depresión son más propensos a presentarlos.
  • Restaurar la densidad mineral ósea (DMO) con suplementos de calcio y vitamina D. La terapia hormonal sustitutiva con estrógenos se ha demostrado eficaz en algunos estudios, pero no existe suficiente evidencia científica al respecto.
  • La recuperación del peso y la función menstrual es la única medida que se ha demostrado eficaz para recuperar y mantener la DMO2-5,8.

Tratamiento de la bulimia nerviosa

  • Rehabilitación nutricional:
  • Normalmente, los pacientes con BN presentan sobrepeso. Es necesario calcular su peso ideal y ayudarlos a que lo alcancen, puesto que la obesidad puede contribuir a mantener la BN.
  • Proporcionar asesoramiento nutricional para ayudar al paciente a consumir una mayor variedad de alimentos y establecer un patrón de comidas regular.
  • Corregir las deficiencias nutricionales.
  • Minimizar la restricción de alimentos que conduce a los atracones e identificar los momentos en que éstos suelen producirse para poder planificar actividades incompatibles con ellos.
  • Alentar los patrones de ejercicio saludable, aunque no excesivos.
  • Tratamiento psiquiátrico y psicológico (véase Tratamiento de la anorexia nerviosa).
  • Tratamiento farmacológico (véase Tratamiento de la anorexia nerviosa).

Pronóstico

El 85% de los casos de AN se inician antes de los 25 años de edad, con una incidencia máxima de inicio a los 14-18 años. Sin embargo, los estudios demuestran que tan sólo se diagnostica el 50% de los casos, y sólo 1 de cada 3 recibe tratamiento especializado21.

El tiempo medio de evolución de la enfermedad es de 4 años, cursando de forma episódica, con gran influencia en las recaídas de los acontecimientos vitales estresantes. Estos trastornos presentan además una alta comorbilidad psiquiátrica (trastornos afectivos, depresión, ansiedad…), principalmente en la fase aguda de la enfermedad, aunque también pueden aparecer tras la recuperación.

En general, la mitad de los pacientes con TCA evoluciona favorablemente; de la otra mitad, el 30% sigue presentando algún síntoma y el 20%, una mala evolución. Concretamente, un 25-50% de los pacientes con BN capaces de participar en el tratamiento se curan; la AN tiene peor pronóstico, sobre todo si se asocia a conductas autolesivas.

La mortalidad de la AN se sitúa en un 2-8%, por lo que sería la enfermedad psiquiátrica más letal.

Los factores conocidos que predicen un peor pronóstico son los siguientes: 1) conductas purgativas; 2) falta de respuesta al tratamiento en enfermedades de larga evolución; 3) peso mínimo alcanzado muy bajo; 4) TOC; 5) relación familiar patológica; 6) comorbilidad, y 7) visitar páginas pro-ana, pro-mía15,21.

Prevención

La prevención primaria y secundaria es la labor fundamental del pediatra. Se debe sospechar un TCA ante una conducta anómala e incluirlo en las revisiones periódicas de salud.

Hay 3 niveles fundamentales de prevención que dependen de los objetivos y la población a la que vaya dirigida dicha intervención:

  • Prevención primaria. El objetivo principal es evitar el desarrollo de conductas anómalas relacionadas con la comida, y va dirigido a toda la población.
  • Prevención secundaria. Está diseñada para diagnosticar y tratar los signos tempranos de los TCA. Es aquí donde la pediatría de atención primaria ejerce un papel crucial.
  • Prevención terciaria. Su objetivo es reducir las complicaciones de la enfermedad instaurada.

Para la detección precoz, es esencial que los profesionales sanitarios realicen preguntas para descartar un TCA en la consulta, especialmente en las revisiones periódicas de salud del niño y adolescente. Los indicios físicos y conductuales de sospecha de un TCA están descritos en la tabla 73.

Actualmente, se dispone de cuestionarios simples, fáciles y rápidos de aplicar para la posible identificación precoz de un TCA, no así para el diagnóstico, como el cuestionario SCOFF, validado al español en 2005 (figura 3), que tiene una sensibilidad del 78,4% y una especificidad del 75,8%21.

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MÓDULO 3

Tema 5. Depresión, suicidio y trastorno bipolar

M.ªJ. Mardomingo Sanz

Resumen

La depresión y el trastorno bipolar pertenecen al grupo de los trastornos del ánimo. Son dos entidades relacionadas entre sí, pues el trastorno bipolar se compone de episodios de depresión y sufrir una depresión es un factor de riesgo de trastorno bipolar. La complicación más grave de ambas patologías es el suicidio, que suele precederse de ideas suicidas y es la causa más frecuente de muerte. Son trastornos psiquiátricos poco habituales en la infancia, pero las tasas aumentan a partir de la pubertad. La depresión afecta al 11% de los adolescentes, y el 10-26% de los jóvenes presentan sintomatología depresiva leve o moderada, especialmente los que tienen enfermedades crónicas. El suicidio es la tercera causa de muerte en la adolescencia. La depresión y el trastorno bipolar ocasionan un gran sufrimiento en los niños y ensombrecen su futuro, con un mayor riesgo de fracaso escolar, dificultades interpersonales, comorbilidad psiquiátrica y suicidio. Es fundamental que el pediatra sepa detectar estos trastornos, dada la gravedad que implican y su tendencia a evolucionar de forma crónica, y dada también la mejoría que pueden experimentar con el tratamiento.


Introducción

La depresión y el trastorno bipolar pertenecen al grupo de los trastornos afectivos o trastornos del ánimo. Son dos entidades relacionadas entre sí, ya que el trastorno bipolar se compone de episodios de depresión y sufrir una depresión es un factor de riesgo de trastorno bipolar. La complicación más grave de ambas patologías es el suicidio, que suele precederse de ideas suicidas y es la causa más frecuente de muerte.

Aunque se trata de trastornos psiquiátricos poco habituales antes de la pubertad, sobre todo el trastorno bipolar, es fundamental que el pediatra los conozca y sepa detectarlos dada la gravedad que implican y su tendencia a evolucionar de forma crónica, y dada también la mejoría que pueden experimentar con el tratamiento.

La sintomatología depresiva forma parte de muchas enfermedades pediátricas, ocasiona un gran sufrimiento a los niños, condiciona su vida y ensombrece su futuro. No es infrecuente que las ideas suicidas que se diagnostican en la adolescencia hayan comenzado en la infancia y nadie lo haya detectado. Por otra parte, tanto las tasas de depresión como las de trastorno bipolar aumentan a partir de la pubertad, y es el pediatra la figura de referencia para que se haga un diagnóstico temprano. Una última consideración es que tanto la depresión como el trastorno bipolar se caracterizan por plantear dudas diagnósticas, por lo que es necesario conocer los criterios diagnósticos y el diagnóstico diferencial, así como las pautas de tratamiento.

A lo largo de este capítulo se abordan, desde un enfoque eminentemente clínico, aquellos aspectos de la depresión, el trastorno bipolar y el suicidio que se consideran más relevantes para el pediatra.

Depresión

Definición

La definición de depresión en los niños y adolescentes es la misma que para los adultos, con pequeñas diferencias en función de las distintas etapas del desarrollo. Esto significa que se trata de una misma patología que puede manifestarse en cualquier etapa de la vida, aunque la edad en que aparece le confiere algunas características particulares desde el punto de vista clínico, etiopatogénico, pronóstico y de respuesta al tratamiento1.

La característica esencial que define la depresión es el hundimiento del ánimo, que es lo que significa la palabra latina deprimere, de donde procede etimológicamente el término «depresión». El cuadro clínico consiste sobre todo en tristeza, decaimiento, anhedonia, irritabilidad, aburrimiento, alteraciones del sueño y del apetito, dificultades de atención y concentración, e inquietud motriz o, por el contrario, lentitud. Estos síntomas persisten a lo largo del tiempo, repercuten en la vida diaria del niño o del adolescente y no mejoran con medidas o actividades que habitualmente les gustan y les hacen disfrutar. El cuadro depresivo nada tiene que ver con las variaciones del humor propias de cualquier niño normal, ni por la intensidad, ni por la duración, ni por la respuesta a las medidas ambientales, ni por la complejidad del cuadro clínico.

La quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5), de 2013, mantiene los mismos criterios diagnósticos de depresión que la edición anterior, el DSM-IV-TR. El diagnóstico de un episodio depresivo mayor requiere la presencia de 5 de 9 síntomas posibles. Además, existen varios subtipos de depresión mayor de acuerdo con la gravedad de la depresión, la naturaleza de los síntomas vegetativos, la duración de la alteración del ánimo y su relación con algún acontecimiento vital, como, por ejemplo, el cambio de estación o una experiencia estresante.

Según la décima edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), de 1992, para diagnosticar una depresión mayor se requiere la presencia de 4 de una lista de 10 síntomas.

Entre ambas clasificaciones existen algunas diferencias. Por ejemplo, la CIE-10 incluye la «pérdida de confianza y autoestima» y considera algunos síntomas somáticos como definitorios del cuadro depresivo, lo que no ocurre en el DSM.

Los trastornos depresivos siguen un continuo desde los cuadros más leves a los más graves. En el extremo menos grave se encuentra el trastorno adaptativo con ánimo deprimido, que es de grado leve o moderado y tiene lugar como respuesta a una situación estresante. El trastorno depresivo no especificado consiste en un cuadro clínico leve, de carácter subsindrómico, que consta de un síntoma central, como tristeza, irritabilidad o anhedonia, junto con otros tres síntomas de depresión mayor. En la CIE-10 recibe la denominación de «episodio depresivo leve». Tanto el trastorno adaptativo como el no especificado pueden ser el antecedente de una depresión mayor, por lo que en ningún caso deben minimizarse. En el otro extremo se encuentra la depresión mayor.

La depresión con patrón estacional se caracteriza porque suele darse en un periodo concreto del año, por ejemplo, en otoño o en primavera, y abarca 60 días. Es interesante que el pediatra lo tenga en cuenta, ya que puede confundirse con los problemas de adaptación propios del comienzo de curso. En una ocasión una adolescente de 15 años se arrojó por un puente de la M-30 en Madrid; era el tercer episodio de depresión que presentaba y la sintomatología se había atribuido a las dificultades de la adolescencia y al estrés del comienzo del colegio.

El DSM-5 introduce dos nuevas entidades: el trastorno de desregulación del ánimo y el trastorno disfórico premenstrual. La razón de la inclusión del primero es evitar que se diagnostique a los niños un trastorno bipolar de forma prematura. Es un tema que aún no está cerrado. Otra novedad es la desaparición del concepto de «distimia», que pasa a denominarse «trastorno depresivo persistente», que a su vez incluye la depresión crónica. El motivo de ello es la dificultad para diferenciar una distimia de una depresión crónica.

Epidemiología

Se ha constatado un aumento paulatino a lo largo del siglo xx de las tasas de depresión en la población general2, con un descenso de la edad de comienzo de los síntomas; de esta forma, la depresión ha dejado de ser históricamente una enfermedad exclusiva de los adultos para pasar a serlo también de los adolescentes y los niños. La complejidad de la vida contemporánea (soledad, menor contacto personal, trabajo excesivo, materialismo, competitividad…), junto con nuestro actual estilo de vida (sedentarismo, alimentación inadecuada, obesidad, carencia de sol, pocas horas de sueño…), aumenta el riesgo de sufrir enfermedades metabólicas y cardiovasculares y enfermedades crónicas, y se asocia asimismo a un mayor porcentaje de depresión2.

Las tasas de depresión se sitúan en torno al 1-2% en los niños y al 3-11% en los adolescentes3, con una prevalencia de vida del 20% al final de la adolescencia4. En estudios españoles, la prevalencia de depresión mayor es del 1,8% en niños de 9 años, del 2,3% en adolescentes de 13-14 años y del 3,4% en jóvenes de 18 años (tabla 1).

La prevalencia en preescolares es del 1,12%5. Un 10-26% de los adolescentes sufren sintomatología depresiva, que es grave en el 2% de los casos y leve en el 8%. En la infancia la depresión afecta por igual a ambos sexos, pero a partir de la pubertad afecta más a las mujeres, con una ratio de 2/1, lo que se atribuye a los cambios hormonales de este momento vital, a que las mujeres sufren más ansiedad y a razones sociales y culturales.

Factores etiopatogénicos

La depresión, como la mayoría de los trastornos psiquiátricos, es una enfermedad compleja en la que intervienen múltiples causas y mecanismos. Unas veces se trata de factores predisponentes, que elevan el riesgo de sufrir la enfermedad, y otras veces son factores desencadenantes, moduladores o mantenedores del cuadro clínico.

Los factores etiopatogénicos más destacados son los genéticos y epigenéticos, neuroanatómicos, neuroquímicos, neuroendocrinos, inmunológicos, ambientales y familiares, que a su vez están estrechamente relacionados entre sí6.

Factores genéticos

El componente genético de la depresión se comprueba en los estudios de familiares y de gemelos. Se calcula que el riesgo de sufrir depresión se multiplica por 2-4 en los familiares de primer grado, y el hecho de que los padres sufran depresión multiplica por 3 el riesgo de que los hijos la tengan, así como la probabilidad de sufrir ansiedad. La depresión de la madre favorece la depresión de los hijos y el que experimenten ideas de suicidio7.

Los estudios realizados en gemelos detectan una concordancia del 76% en los gemelos monocigóticos para los trastornos afectivos, frente al 19% en los dicigóticos. Otros trabajos han observado resultados similares, con una concordancia del 40-65%. Cuando los gemelos monocigóticos han vivido separados, el porcentaje de concordancia desciende al 67%; esto indica una interacción entre factores genéticos y factores ambientales, y el importante papel de estos últimos en la expresión de los genes. Otro dato que revela hasta qué punto es fundamental la interacción genes-ambiente es que los portadores de una o dos copias del alelo corto del gen transportador de la serotonina (5-HTTLPR) son particularmente sensibles a los factores ambientales estresantes, lo que se traduce en un riesgo mayor de sufrir depresión y de que ésta se manifieste pronto. El comienzo temprano de la depresión es un factor de mal pronóstico, con tendencia a un curso clínico crónico y altas tasas de comorbilidad.

Factores neuroquímicos y neuroanatómicos

La hipótesis aminérgica de la depresión partió de la observación del efecto terapéutico de los fármacos antidepresivos, que actúan (entre otros muchos mecanismos) aumentando la disponibilidad de los neurotransmisores en la sinapsis. Tanto la serotonina como la dopamina y la noradrenalina desempeñan un papel esencial en la regulación del humor, la estabilidad de los impulsos y el equilibrio de las emociones.

Las estructuras anatómicas que están más implicadas en la regulación del estado de ánimo son el sistema límbico, la corteza cerebral, los ganglios basales, la amígdala, el tálamo, el hipotálamo y algunas partes del tallo cerebral. En la depresión mayor tiene lugar una alteración de la corteza frontoorbitaria ventral y del sistema límbico, cuya función es regular los estados emocionales; esa alteración es mayor en el hemisferio izquierdo8. El sistema límbico regula la mayoría de las funciones biológicas que se alteran en los cuadros depresivos, como el ritmo sueño-vigilia, el hambre-saciedad, el ciclo menstrual, el humor y la capacidad para disfrutar de la vida. Todas estas funciones pueden modificarse por factores tanto externos como internos, como el tratamiento farmacológico, la psicoterapia, el humor, la luz solar, las horas de sueño, y acontecimientos vitales, familiares y sociales.

Factores estresantes

Uno de los aspectos que despiertan mayor interés en la etiopatogenia de la depresión es el estrés experimentado a lo largo de la vida, comenzando por las circunstancias adversas durante el embarazo y los primeros años del niño. El estrés modifica el desarrollo del sistema nervioso, perturba el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal, origina alteraciones inmunológicas, modifica la expresión de los genes, y da lugar a enfermedades médicas y psiquiátricas, muy especialmente depresión. Los pacientes con depresión tienen una mayor sensibilidad al estrés, con cifras más altas de cortisol y de glucocorticoides ante circunstancias adversas y un tiempo de recuperación de estas cifras más prolongado que los sujetos sanos.

La vulnerabilidad individual a los factores estresantes y a las circunstancias ambientales adversas es un mecanismo fundamental de depresión a cualquier edad. Esa vulnerabilidad depende de mecanismos genéticos y epigenéticos, pero también de circunstancias ambientales como la interacción padres-hijo, los conflictos familiares, los acontecimientos vitales estresantes o la pobreza.

En la tabla 2 se resumen los factores de riesgo familiares más significativos1.

Clínica

La clínica de la depresión varía con la edad, el desarrollo cognoscitivo y emocional del niño, y la capacidad verbal para expresar emociones y sentimientos. No obstante, algunos síntomas son similares. En el niño pequeño predominan la irritabilidad, la tristeza, la negativa a separarse de los padres y a colaborar, y los cambios de actividad. En la edad escolar aparecen las dificultades de atención y concentración, el ánimo deprimido e incluso las ideas de suicidio. En la adolescencia el cuadro clínico es parecido al del adulto (tabla 3).

En términos generales, los síntomas más frecuentes en los niños son la expresión triste, las quejas somáticas, la hiperactividad, la ansiedad por separación y las fobias, mientras que en los adolescentes predominan la anhedonia, la hipersomnia, la pérdida o el aumento de peso y el abuso de drogas. El ánimo deprimido, las dificultades de comunicación, los trastornos del sueño y la escasa autoestima se dan de forma similar en ambas edades.

La depresión en los preescolares ha comenzado a recibir atención por parte de los investigadores desde hace no mucho tiempo. Spitz y Bowlby describieron el cuadro de la «depresión anaclítica» en niños institucionalizados como respuesta a la separación del niño de la madre, observándose las fases de protesta, desesperación y rechazo. Se trata de un cuadro clínico cada vez menos habitual gracias a la mejora de las condiciones de los centros de acogida, pero que conviene no olvidar. El niño se muestra irritable, apático, ansioso, sin interés y triste. La evaluación de estos síntomas requiere la experiencia y sensibilidad del pediatra. Los niños pequeños no utilizan el lenguaje de los adultos para contar lo que les pasa. La mímica, el gesto, las posturas que adopta, la inquietud o, al contrario, que apenas se mueva, el descontento, las crisis de llanto, los cambios en la alimentación y en el sueño y el rechazo del adulto son datos significativos.

En una ocasión acudió a la consulta de psiquiatría una niña de 4 años remitida por su pediatra. A raíz de un proceso infeccioso que había requerido hospitalización, pero que evolucionó bien, se negaba a volver al colegio, no soportaba separarse de la madre, estaba alterada e irritable, no quería jugar con los hermanos, comía mal y lloraba por cualquier cosa e incluso sin motivo. Los padres estaban muy angustiados, veían que su hija –antes una niña alegre, activa, simpática y cariñosa– sufría, y no sabían qué hacer. El cuadro depresivo remitió, pero a los 13 años presentó un nuevo episodio que se repitió a los 18 años. En la familia había antecedentes de depresión.

La sintomatología clínica de la depresión en la edad escolar es más fácil de diagnosticar, ya que a partir de los 7-8 años el niño es capaz de describir de forma más apropiada los sentimientos de tristeza, inutilidad y decaimiento. Son frecuentes la expresión triste, el llanto, la lentitud motriz o la hiperactividad, los sentimientos de desesperanza y la deficiente imagen personal, así como la disminución del rendimiento escolar, las cefaleas y las gastralgias. A medida que avanza la edad se observan también dificultades de concentración, y el niño expresa con más nitidez la sensación de apatía, los sentimientos de autorreproche y culpa, la ansiedad y la ideación suicida (incluso puede haber intentos de suicidio). Al igual que en la edad preescolar, la valoración directa del paciente tiene que complementarse con la información de los padres; esta información es especialmente valiosa para conocer la duración de la sintomatología.

El cuadro clínico de la depresión en el adolescente es semejante al del adulto. Los padres observan un cambio en el estado de ánimo y el comportamiento que puede producirse a raíz de un problema con los amigos o en el colegio, o sin que sea posible identificar un motivo. El joven se muestra triste, irritable, con variaciones en el humor, ansioso; no disfruta de las salidas con los amigos, no quiere hablar, se encierra en la habitación, empeoran las notas por los problemas de atención y concentración, y manifiesta una visión pesimista de la vida y de la gente en general. Puede negar que se encuentre mal y ser muy reticente a acudir al médico. Otros síntomas son la lentitud o la inquietud psicomotriz, el cansancio, la anorexia o la bulimia, la pérdida de peso y los trastornos del sueño, sean en forma de insomnio o de necesidad excesiva de dormir. Las ideas suicidas y los intentos de suicidio son mucho más habituales que en la infancia. Los sentimientos de inutilidad y desvalimiento llevan al adolescente a una valoración negativa e irreal de sí mismo y de sus actos, e incluso pueden tener un carácter delirante. Son comunes las dificultades para concentrarse y tomar decisiones y la lentitud de pensamiento.

Los sentimientos de soledad e incomunicación, junto con la anhedonia, que le impide disfrutar de lo que antes tanto le gustaba, constituyen una experiencia muy dolorosa. El paciente siente una profunda lejanía de las personas que lo quieren, los padres, los hermanos, los amigos, que pierden el significado personal que antes tenían para él. Ya nada tiene interés ni merece la pena. Otras veces predominan los sentimientos de inutilidad y desvalimiento, que llevan al adolescente a tener una opinión negativa e irreal de sí mismo. El paciente siente que no es nada y que no puede querer ser nada. El cuadro clínico a menudo se completa con el sentimiento de culpa. Éste se intensifica si se obtienen malos resultados en el colegio, que son consecuencia de las dificultades de atención y concentración generadas por el cuadro depresivo. También se siente culpable con los padres y con los amigos, a quienes considera que está decepcionando y a quienes percibe lejanos y distantes, por mucho esfuerzo que hagan ellos en demostrar lo contrario.

Los cambios en el sueño y el apetito también forman parte del cuadro depresivo. En cuanto a los primeros, unas veces se manifiestan en forma de insomnio: dificultad para conciliar el sueño, disminución del número de horas que se duerme, despertares nocturnos y sensación de que lo poco que se duerme no sirve para descansar. Otras veces el paciente tiene somnolencia y pasa mucho tiempo en el sofá o la cama y se niega a levantarse. Por su parte, el trastorno del apetito puede ser por exceso o por defecto, lo que se traduce en aumento o en pérdida de peso.

Otros síntomas característicos son la fatiga y sensación de cansancio, la lentitud de movimientos con sensación de pesadez o, por el contrario, la inquietud motriz, que impide al paciente estarse quieto y lo mantiene en un estado permanente de anhelo y desasosiego.

Los pensamientos sobre la muerte, las ideas suicidas, los intentos de suicidio y el suicidio consumado son los síntomas más graves y la culminación del hundimiento del ánimo y de los sentimientos de desesperanza y desolación. Las ideas de suicidio pueden haber comenzado tiempo atrás y haberse mantenido en secreto, remitiendo en momentos de mejoría y reapareciendo de nuevo cuando los problemas, que sólo habían quedado sumergidos, emergen otra vez.

La capacidad de encuentro y comunicación del médico con el adolescente es un elemento clave para el diagnóstico y para que el paciente empiece a sentirse mejor. Podrá comprender que lo que le pasa no es tan infrecuente, que no se debe a un defecto personal, que se trata de una enfermedad y que va a mejorar.

El tipo de síntomas depresivos varía con la edad. La expresión triste, las quejas somáticas, la hiperactividad, la ansiedad por separación y las fobias son más habituales en los niños, mientras que la anhedonia, la hipersomnia, la pérdida o ganancia de peso y el abuso de drogas son más comunes en los adolescentes. El ánimo deprimido, las dificultades de comunicación, los trastornos del sueño y la baja autoestima suelen darse de forma similar en ambas edades.

La distimia o trastorno depresivo persistente se caracteriza porque la sintomatología depresiva se prolonga durante un periodo de 1 año, y así como el ánimo deprimido es el síntoma fundamental en los adultos, en los niños suele ser la irritabilidad. El cuadro clínico se completa con oscilaciones del ánimo, reacciones catastróficas, intolerancia a la frustración, síntomas somáticos (como dolores abdominales y cefaleas), ansiedad, sentimiento de no ser querido y problemas de comportamiento. Cabe subrayar que aproximadamente el 70% de las personas que presentan un trastorno distímico en la infancia y adolescencia sufren en algún momento posterior un episodio de depresión mayor, lo que se denomina «doble depresión». Las características del trastorno de desregulación del ánimo se exponen en el apartado «Diagnóstico y diagnóstico diferencial».

El curso clínico de los trastornos depresivos en la infancia y adolescencia no es favorable; la patología tiende a persistir a lo largo del tiempo, con frecuentes recaídas, comorbilidad y peor adaptación psicosocial.

Comorbilidad

La depresión de los niños suele acompañarse de comorbilidad, hasta el punto de que el 40-70% de los pacientes tienen otro trastorno psiquiátrico asociado y un 20-50% sufren dos o más patologías.

Las comorbilidades más frecuentes son los trastornos de ansiedad (30-80%), el trastorno distímico (30-80%), los trastornos de conducta (10-20%), el abuso de sustancias (20-30%), el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) y los trastornos de despersonalización.

La comorbilidad empeora el pronóstico, pues favorece la falta de respuesta al tratamiento, una mayor duración del episodio depresivo, la existencia de sintomatología suicida y una peor adaptación a la vida cotidiana.

Diagnóstico y diagnóstico diferencial

La evaluación y diagnóstico de la depresión comprende los siguientes pasos: elaboración de una historia clínica detallada, en la que es fundamental la información que proporcionan los padres; exploración cuidadosa del niño, prestando atención a lo que cuenta y cómo lo cuenta; información procedente del colegio; aplicación de escalas de evaluación (si se considera preciso), y aplicación de criterios diagnósticos.

La evaluación debe abarcar la sintomatología propia del cuadro depresivo, los síntomas de la patología psiquiátrica asociada, el rendimiento académico y la adaptación familiar, escolar y social. Disponer de varias fuentes de información es de gran utilidad y, en ocasiones, imprescindible: aporta fiabilidad al juicio clínico. Saber valorar al niño y al adolescente es necesario para diagnosticarlo bien y tratarlo de forma correcta o para remitirlo al psiquiatra infantil, aunque también en este último caso es muy recomendable que el pediatra siga la evolución del niño y contribuya a que se siga el tratamiento6.

La CIE-10 (1992) y el DSM proponen los mismos criterios para el diagnóstico de depresión en niños y en adultos, excepto en el caso de la distimia, en que la duración de los síntomas es de 1 año. Ambos sistemas de clasificación se proponen minimizar la variabilidad en la interpretación de los síntomas, aportar una terminología común y contribuir a que el proceso diagnóstico tenga un carácter estándar y generalizado.

Los criterios de la CIE-10 comprenden una lista de 10 síntomas depresivos y clasifican el cuadro depresivo en leve, moderado o grave (con o sin síntomas psicóticos). En cualquiera de los tres, siempre deben estar presentes al menos dos de los tres síntomas considerados típicos de la depresión: ánimo depresivo, pérdida de interés y de la capacidad para disfrutar, y aumento del cansancio. La duración del episodio debe ser de al menos 2 semanas.

El DSM-5 mantiene los mismos criterios diagnósticos de depresión que el DSM-IV, con pequeños cambios de distribución del contenido de los apartados. Consta de una lista de 9 síntomas depresivos, de los que deben estar presentes al menos cinco y uno de ellos tiene que ser o bien un estado de ánimo depresivo o bien la pérdida de interés o de capacidad para disfrutar. La duración del episodio depresivo es de como mínimo 2 semanas y se clasifica en función de su gravedad en leve, moderado o grave, con códigos específicos para la remisión parcial, total o no especificada (tabla 4).

Como puede apreciarse, los criterios diagnósticos de ambos sistemas de clasificación son similares. La gravedad de los episodios se basa en el número, tipo e intensidad de los síntomas, y en el grado de deterioro funcional. El hecho de que la depresión coincida con un periodo de duelo no excluye el diagnóstico. Es muy importante especificar las ideas, los planes o los intentos de suicidio (véase más adelante).

El trastorno de desregulación del ánimo tiene dos características fundamentales: la irritabilidad y los episodios de descontrol (tabla 5).

El diagnóstico diferencial hay que hacerlo con aquellos procesos médicos o psiquiátricos que se acompañan de sintomatología similar. En los niños en edad preescolar lo primero que hay que descartar es que el niño sufra maltrato físico, carencias afectivas, ansiedad y trastorno de adaptación con ánimo deprimido. Los malos cuidados y los conflictos en el hogar son la primera causa de depresión en esta edad.

En los escolares hay que descartar que se trate de un trastorno de ansiedad por separación, de ansiedad generalizada o un trastorno de conducta. En los adolescentes el cuadro depresivo puede suponer el comienzo de una esquizofrenia, abuso de drogas, un trastorno bipolar o un trastorno de ansiedad. En muchos casos el diagnóstico definitivo, como sucede tantas veces en medicina, lo dará la propia evolución de la patología.

El diagnóstico diferencial entre depresión y ansiedad debe basarse en la sintomatología predominante, ya que ambas entidades van asociadas muy a menudo. En los trastornos de ansiedad predominan la angustia, la hipervigilancia, la inquietud, la inseguridad, las dudas y el pánico a males potenciales. En la depresión suelen predominar la tristeza, la irritabilidad, la anhedonia, los trastornos del sueño y del apetito, y las ideas de suicidio.

El diagnóstico diferencial con el trastorno bipolar se basa en la presencia de episodios de manía. También hay con más frecuencia antecedentes familiares de manía, hipomanía y síntomas psicóticos.

En cuanto al abuso de drogas, la depresión puede preceder o seguir a su consumo, aunque es más habitual lo segundo. El consumo de drogas se caracteriza por cambios de comportamiento y carácter, disminución del rendimiento escolar, conflictos con los padres y cambio de amigos.

Excluir el diagnóstico de esquizofrenia es imprescindible en los adolescentes y en los niños mayores, aunque no siempre resulta fácil ya que la sintomatología inicial puede ser similar. La esquizofrenia suele tener un comienzo más insidioso y puede presentar el antecedente personal de conducta extraña o de tipo esquizoide; sin embargo, también es posible que tenga un comienzo brusco, sin ningún síntoma anterior. Los antecedentes familiares de esquizofrenia o de trastorno afectivo pueden contribuir a aclarar el diagnóstico.

También puede ocurrir que la depresión se acompañe de síntomas psicóticos. En ese caso, los síntomas psicóticos desaparecen al mismo tiempo que los depresivos cuando el tratamiento antidepresivo es eficaz. Asimismo, puede suceder que el paciente sufra un episodio depresivo en el transcurso de una esquizofrenia o cuando ésta ha mejorado. Por último, puede tratarse de un trastorno esquizoafectivo, en el que los síntomas tanto psicóticos como depresivos son graves, se manifiestan a la vez y suelen tener una evolución crónica.

Por último, es fundamental hacer el diagnóstico diferencial de la depresión con otras enfermedades pediátricas, ya que son muchas las que pueden causar una sintomatología depresiva. En la tabla 6 se señalan las más comunes.

El proceso diagnóstico se completa con exploraciones complementarias, que siempre deben incluir análisis de sangre: hemograma, glucosa, creatinina, BUN, iones (sodio, potasio, calcio), función hepática (GOT, GPT, GGT) y función tiroidea (TSH, T3, T4). En aquellos casos en los que la anamnesis haga sospechar la existencia de una enfermedad pediátrica, se realizarán otras exploraciones complementarias, que variarán dependiendo de la hipótesis diagnóstica: tomografía computarizada, resonancia magnética, electroencefalograma y punción lumbar en las enfermedades neurológicas, Mantoux y radiografía de tórax en las pulmonares, electrocardiograma en las cardiológicas, ecografía ante la sospecha de un problema abdominal, etc.

Tratamiento y prevención

El tratamiento de la depresión en los niños y adolescentes comprende psicoterapia, tratamiento farmacológico, apoyo y asesoramiento a la familia, y colaboración con el colegio9. La elección de las medidas terapéuticas se hace en función de la edad, la gravedad del cuadro clínico, la comorbilidad, el número de episodios, la motivación del paciente, las características de la familia y la respuesta a tratamientos previos10. En los casos leves y moderados lo indicado es la psicoterapia; en los casos graves, la psicoterapia y el tratamiento farmacológico. Si el paciente no mejora se replanteará el tratamiento; podrá cambiarse de psicoterapia o añadir tratamiento farmacológico. Si a pesar de ello no se produce una mejoría, habrá que comprobar la posible existencia de comorbilidad y confirmar que el diagnóstico está bien hecho, asegurándose previamente de que el tratamiento se está cumpliendo.

Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) son los fármacos de elección en el tratamiento de la depresión en niños y adolescentes. La fluoxetina es el fármaco que cuenta con un mayor número de estudios. También se utilizan el citalopram, la paroxetina y la sertralina, aunque su eficacia es menor.

Los efectos adversos más comunes de los ISRS son las náuseas y molestias gastrointestinales, los trastornos del sueño, la ansiedad, la agitación, la acatisia, las cefaleas, el síndrome serotoninérgico (sobre todo cuando se toman en combinación con otros fármacos serotoninérgicos) y el aumento del tiempo de coagulación.

Otro efecto adverso de los ISRS, menos habitual, es la aparición de un cuadro de manía en sujetos predispuestos (es más frecuente en niños menores de 14 años) o de ideas suicidas en las primeras semanas de tratamiento (el 2,5% con el fármaco frente al 1,7% con placebo); dado que no se ha registrado ningún suicidio, se considera que el beneficio de tratar es superior al riesgo de no hacerlo11.

La dosis inicial del tratamiento es de 10 mg de fluoxetina o citalopram, 25 mg de sertralina, 5 mg de escitalopram y 50 mg de fluvoxamina. Estas dosis se van aumentando lentamente hasta alcanzar la dosis final, que es aquella que logra una mayor eficacia con menores efectos adversos. Las dosis máximas recomendadas son: fluoxetina, 60-80 mg; sertralina, 200 mg; citalopram, 60 mg; escitalopram, 20 mg, y fluvoxamina, 300 mg. Es fundamental ajustar la dosis en función de la respuesta clínica. Las dosis bajas no son eficaces y las dosis altas ocasionan efectos adversos. Una vez desaparecidos los síntomas, debe mantenerse el tratamiento al menos 1 año para evitar recaídas, y esto hay que explicárselo a los padres y al paciente.

Las psicoterapias más eficaces son la terapia cognitivo-conductual (TCC), la terapia interpersonal, la terapia dialéctica, la terapia de habilidades sociales y la intervención psicosocial. La TCC es la que cuenta con un mayor número de estudios. La psicoterapia tiene como finalidad mejorar la imagen personal del niño y reforzar su autoestima, así como contribuir a resolver de modo más eficaz las dificultades de la vida cotidiana o ayudar a aceptarlas cuando son de difícil solución. En los niños pequeños se recomienda la terapia a través del juego.

El apoyo y asesoramiento a la familia es un factor imprescindible en el tratamiento de la depresión de los niños y adolescentes. Los padres tienen que entender lo que le sucede al hijo, las características del cuadro clínico, la importancia del tratamiento, las ventajas e inconvenientes de tratar y de no tratar, lo que se puede esperar y las pautas educativas más adecuadas, de modo que mejoren la comunicación con el hijo y sepan responder de forma eficaz a las conductas inadecuadas12.

Prevenir la depresión requiere una buena formación de los pediatras y los médicos de adultos, para que sean capaces de diagnosticar bien la enfermedad y tratarla de forma apropiada3 (volveremos sobre este tema en el siguiente apartado: «Suicidio»). Cuando los episodios de depresión no se tratan, aumenta el riesgo de que surjan otros y de que el trastorno se haga crónico. Por otra parte, hay que tener en cuenta que la depresión de los padres no sólo eleva el riesgo de que los hijos la hereden, sino que vivir con un padre o una madre deprimidos supone una enorme desventaja para los niños, que repercute en su felicidad y en su adaptación a la vida.

Suicidio

El suicidio, y la conducta suicida en general, forma parte de la clínica y del curso clínico de las enfermedades psiquiátricas y es la causa principal de mortalidad de los pacientes. Se calcula que el 2% de todas las muertes son por suicidio, y se estima que el suicidio es la segunda o tercera causa de muerte de los jóvenes en el mundo occidental. Las ideas y los intentos suicidas son mucho más frecuentes que los suicidios consumados, los anteceden, y es imprescindible detectarlos de cara a prevenir el suicidio. Tradicionalmente se ha pensado que las ideas de suicidio no afectan a los niños menores de 12 años, pero no es cierto. Sin duda la ideación suicida aumenta con la edad, pero cuando se atiende a adolescentes deprimidos en la consulta y refieren que tienen ideas de suicidio, no es tan raro que éstas hayan comenzado a los 10, 11 o 12 años. El 60% de estos niños no se lo cuentan a nadie13.

Los intentos de suicidio son uno de los motivos más habituales de consulta y urgencia médica. No obstante, la consideración social del suicidio como una deshonra ha dificultado que se reconozca su existencia en niños y adolescentes, que se investigue y que se apoye a las familias. El suicidio es un hecho dramático con una vertiente médica fundamental. Los pediatras tienen que ser capaces de detectar los signos y síntomas de alerta, y de tomar medidas de prevención y tratamiento con el paciente y con la familia.

El suicidio y los intentos de suicidio se caracterizan por la existencia de una elevada comorbilidad, por el curso clínico desfavorable en un porcentaje elevado de pacientes y por la complejidad de los factores familiares y sociales que están implicados. El suicidio es una de las realidades humanas que mayor sufrimiento ocasionan, tanto a quien toma esa decisión como a sus familiares. Tal vez sea la mayor tragedia que pueden sufrir unos padres.

Definición

El espectro suicida comprende el suicidio consumado, los intentos de suicidio, las amenazas suicidas y la ideación suicida. El suicidio consumado se define como aquellos actos lesivos que el sujeto se inflige a sí mismo con resultado de muerte. El intento de suicidio, o tentativa autolítica, se define como aquel acto por el que un individuo, de forma deliberada, se inflige un daño a sí mismo sin resultado de muerte. La ideación suicida abarca una amplia sintomatología, desde pensamientos inespecíficos como «la vida no merece la pena», hasta amenazas o ideas suicidas con un plan concreto para llevarlas a la práctica, lo que puede suceder o no.

Algunas diferencias entre el suicidio consumado y el intento de suicidio son las siguientes: en el suicidio el método es de alta letalidad, se produce en circunstancias en que no es posible el rescate, se hace de forma premeditada, no siempre es fácil detectar un desencadenante claro, y suele haber patología psiquiátrica comórbida, especialmente depresión y consumo de drogas. En el intento de suicidio el método es de baja letalidad, se lleva a cabo en público o en circunstancias en que el rescate es fácil, no tiene un carácter premeditado, suele existir un desencadenante concreto, la comorbilidad es menor, y existen rasgos de hiperreactividad al ambiente, ansiedad e intolerancia a la frustración. No obstante, esta distinción tan nítida no siempre se da, y los intentos de suicidio pueden presentar muchas de las características que se describen como propias del suicidio. Los intentos, amenazas e ideas suicidas son muy frecuentes en los adolescentes que consuman el suicidio, por lo que deben considerarse como un factor de alto riesgo de suicidio en el futuro. Si hay enfermedades psiquiátricas o conflictos en la familia, el riesgo es aún mucho mayor.

Epidemiología

Las estadísticas sobre el suicidio siguen siendo incompletas, pues muchos casos no se registran, sobre todo cuando se trata de niños y adolescentes. Según la Organización Mundial de la Salud, las tasas de suicidio en jóvenes de 15 a 24 años oscilan entre 1,1 y 17,2 por cada 100.000 habitantes para ambos sexos, y son mucho más elevadas en los hombres (61/100.000) que en las mujeres (5/100.000). El suicidio es mucho menos frecuente en los niños menores de 14 años, pero en algunos países como Hungría alcanza unas cifras de 2,5/100.000.

La tasa de suicidio en España entre los niños de 10 a 14 años pasó de 0,013/100.000 en el año 2006 a 0,093/100.000 en 2011. Las cifras aumentan de forma progresiva con la edad: así, en 2011 la tasa de suicidio entre los jóvenes de 15-19 años fue de 2,054/100.000, según el Instituto Nacional de Estadística. La ratio hombre/mujer es de 10/3. En la población general la tasa de intentos de suicidio es de 45/100.000 habitantes. El 12% del total se dan en la adolescencia, con una proporción hombres/mujeres que varía de 1/9 a 1/3. Por lo tanto, las chicas intentan suicidarse más veces que los chicos, pero lo logran menos, mientras que los chicos utilizan métodos más contundentes y lo logran más. Se calcula que un 20% de los adolescentes tienen ideas suicidas (el 25% de las mujeres y el 14% de los hombres) y un 8% ha cometido un intento en el último año, porcentaje que desciende al 1% en los niños.

En Estados Unidos, desde 2007 hasta 2015 se ha registrado un incremento en las tasas de suicidio entre los adolescentes, sobre todo en las chicas, que han pasado de 2,4 a 5,1/100.000; en los chicos han ido de 10,8 a 14,2/100.000 (CDC, National Vital Statistics System, 2017). Las niñas, así pues, son un grupo de riesgo. El método más habitual en los intentos de suicidio es la ingestión medicamentosa, mientras que en los suicidios consumados se emplean preferentemente la precipitación, el ahorcamiento, el envenenamiento y el disparo por arma de fuego.

Factores etiopatogénicos

En la etiopatogenia del suicidio intervienen factores individuales, familiares y sociales. Unos predisponen al suicidio, otros desencadenan el cuadro clínico y otros contribuyen a que el riesgo suicida persista. Son de carácter genético, neuroquímico, neuroanatómico, temperamental y ambiental13. Algunos actúan durante los primeros años y otros más tarde, en la adolescencia y en la vida adulta.

A la herencia le corresponde el 30-50% de la varianza de las conductas suicidas14, con una concordancia mayor en los gemelos homocigóticos (24,1%) que en los dicigóticos (2,8%). La prevalencia del suicidio en los familiares de los pacientes que se han suicidado es de 2 a 4,8 veces mayor que en aquellos con familias en las que no ha habido suicidios. De modo similar, la investigación sobre sujetos adoptados que se suicidan ha constatado que las tasas de suicidio en sus familiares biológicos son de 4 a 6 veces mayores que en sus familiares adoptivos. Existe, por tanto, una predisposición genética para el suicidio.

La hipótesis neuroquímica de la depresión y del suicidio considera que existen alteraciones en los sistemas serotoninérgico, dopaminérgico, glutamatérgico, GABA-érgico y cannabinoide, con un papel destacado de los mecanismos de interacción genes-ambiente15. La hipótesis bioquímica tradicional del suicidio postula la existencia de un déficit funcional y metabólico del sistema serotoninérgico, sistema que, casualmente, también regula el estado de ánimo y el control de los impulsos.

Los estudios con técnicas de imagen funcionales y estructurales del cerebro detectan alteraciones de la corteza cerebral, el cíngulo, el estriado y la amígdala en sujetos que han cometido intentos de suicidio, tanto más acusadas cuanto mayor es la letalidad de la conducta suicida.

El maltrato y el abuso sexual son dos circunstancias ambientales que elevan el riesgo de suicidio: el 10-40% de las personas que tienen comportamientos suicidas han sufrido esas situaciones. Se producen cambios en la expresión de los genes y se altera la respuesta al estrés16. Otros factores de riesgo son los conflictos en la familia, la falta de comunicación de los padres con el hijo, la falta de atención y cuidados, el desinterés por los problemas del hijo, las críticas persistentes por su comportamiento, la frialdad afectiva, la falta de amor, los castigos como método educativo preferente y el aislamiento social de la familia.

Clínica

Los síntomas cardinales de la conducta suicida son las ideas de suicidio, las amenazas, los planes para suicidarse, y los actos que se traducen en un intento de suicidio o en un suicidio consumado. La comorbilidad es muy frecuente, especialmente la depresión, el consumo de drogas y los trastornos de personalidad. Es habitual que el paciente acuda a urgencias con síntomas de una intoxicación medicamentosa, o porque ha ingerido alcohol o se ha cortado las venas. El motivo desencadenante puede ser una discusión con los padres o la pareja, la ruptura con un amigo, una situación que causa frustración, o bien una situación familiar intolerable que lleva al individuo a pensar que su vida no tiene sentido. Las ideas de suicidio pueden ser recientes o de larga duración. El que haya habido intentos previos aumenta la gravedad, así como la impulsividad y la actitud violenta hacia los demás. Son factores de mal pronóstico la ausencia de un factor desencadenante claro, la menor edad del niño cuando realiza el primer intento, la presencia de trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), el consumo de drogas y las relaciones interpersonales insatisfactorias e inestables.

Evaluación y diagnóstico

El proceso de evaluación de las conductas suicidas requiere tiempo y experiencia por parte del médico13. Un aspecto esencial es valorar el riesgo de que se repita el intento de suicidio y de que el paciente logre suicidarse, por lo que hay que decidir si se le debe ingresar o no. En caso de duda, lo mejor es hacerlo. La historia previa, los antecedentes familiares y las características de la familia son elementos fundamentales. La evaluación debe hacerse de forma sistemática. En la tabla 7 se expone el proceso de evaluación y diagnóstico de los intentos de suicidio, y en la tabla 8 los factores de riesgo de conducta suicida en el medio familiar.

Que el paciente sufra una depresión u otro trastorno psiquiátrico, que haya habido intentos previos de suicidio, la contundencia del método empleado en el intento, la actitud de los padres ante el intento de suicidio, la capacidad de protección del hijo, el hecho de que los padres sufran trastornos psiquiátricos, y la existencia de desacuerdos y conflictos entre ellos son datos muy relevantes a la hora de tomar decisiones.

Tratamiento

El tratamiento de las conductas suicidas se basa en la psicoterapia, el tratamiento farmacológico de la comorbilidad, y el apoyo y asesoramiento a la familia. Las medidas terapéuticas se deciden en función del cuadro clínico, la evolución, los antecedentes personales y familiares, las características temperamentales, la interacción familiar y la comorbilidad. Es muy importante el tratamiento de las características personales que contribuyen a la conducta suicida, como los sentimientos de desesperanza e inutilidad, la dificultad de comunicación, el escaso control de los impulsos y la intolerancia a la frustración. Se emplean las terapias psicodinámica, cognitivo-conductual, interpersonal, familiar, dialéctica y de apoyo.

El tratamiento farmacológico no mejora de modo directo las conductas suicidas, pero sí es eficaz para tratar la depresión, el insomnio, la ansiedad, la agresividad, las obsesiones y otros cuadros clínicos que pueda presentar el paciente y que están contribuyendo a las ideas de suicidio.

El tratamiento tiene como primer objetivo evitar que se repita el intento y lograr que disminuya la ideación suicida. Un aspecto clave es decidir si se ingresa o no al paciente (tabla 9), teniendo en cuenta además que la inmensa mayoría de las veces éste acude al médico a través del servicio de urgencias, y en menos ocasiones a la consulta.

Otro aspecto esencial es favorecer el cumplimiento del tratamiento, lo que contribuye a mejorar el curso clínico17.

El adolescente puede acudir a la consulta solo o acompañado, y de forma voluntaria o porque lo llevan. El primer contacto con el paciente es un momento crítico para establecer una relación que se base en la confianza, la cercanía y la autoridad del médico. Al principio, habitualmente el chico o la chica niegan que hayan querido suicidarse, minimizan lo que les pasa, se resisten a hablar, pero poco a poco, en un ambiente privado, tranquilo, libre de críticas y juicios morales, a solas con el médico o con otro profesional sanitario, empiezan a hablar de la furia que los llevó a tomar esta decisión; de los sentimientos de abandono, tristeza, inutilidad y culpa que tienen desde hace tiempo; o explican que van mal en el colegio y han comenzado a tomar drogas, o que las consumen desde hace tiempo. Hablar los libera, les quita una gran carga de encima, pues por primera vez comparten lo que les sucede. El primer contacto con el paciente suele ser decisivo para el curso clínico posterior.

Prevención

La prevención de las conductas suicidas es un tema complejo, dadas las numerosas variables que intervienen en ellas (al respecto, puede consultarse la guía de la Organización Mundial de la Salud: WHO Guide to prevent suicide, 2008). En líneas generales, las medidas de prevención consisten en: programas de información colectiva que conciencien a la población sobre el suicidio y combatan las falsas creencias y el estigma de los pacientes; desarrollo de servicios de atención social que tengan entre sus objetivos la prevención del suicidio; formación de pediatras y médicos de atención primaria para que sean capaces de detectar factores de riesgo en sus pacientes; intervenciones individuales; asesoramiento de los medios de comunicación para que la información sobre el suicidio sea adecuada y no se utilice para obtener audiencia; y controlar el acceso de la población a determinados medicamentos y a las armas de fuego18.

Las intervenciones individuales tienen como finalidad identificar a los niños y adolescentes que presentan riesgo de suicido y remitirlos a tratamiento. Es, sin duda, una de las medidas más eficaces, y en ella tienen que implicarse médicos generales, pediatras de atención primaria, enfermeros, maestros y personal de los servicios sociales (tabla 10).

Trastorno bipolar

Introducción

El trastorno bipolar en los niños es una de las enfermedades psiquiátricas que mayor controversia suscitan en nuestros días, sin que exista un criterio unánime acerca de su naturaleza, prevalencia, curso clínico, síntomas definitorios, relación con el trastorno bipolar del adulto y respuesta al tratamiento. A partir de la pubertad, sus características clínicas son similares a las de la edad adulta.

Aunque el trastorno bipolar en la infancia es poco frecuente, se trata de casos graves, por lo que el pediatra debe sospechar la posible existencia de esta patología en niños, al igual que debe sospecharla, por supuesto, en los adolescentes19.

Definición

El trastorno bipolar se caracteriza por la presencia de episodios maniacos, hipomaniacos, depresivos y mixtos.

El episodio maniaco se define por exaltación del ánimo, euforia intensa e irritabilidad, y perturba profundamente la vida diaria del paciente, sus relaciones familiares y sociales, su adaptación y su rendimiento escolar. El paciente muestra una autoestima exagerada e ideas de grandiosidad que pueden tener un carácter delirante, así como insomnio, dificultades de concentración, hiperactividad, verborrea y fuga de ideas, y emprende actividades peligrosas sin evaluar las consecuencias. Dura al menos 1 semana y suele requerir hospitalización.

El episodio hipomaniaco consiste en un estado de ánimo elevado, expansivo e irritable, que se mantiene al menos durante 4 días y se acompaña de síntomas propios del episodio maniaco, pero menos graves, por lo que no interfiere demasiado en la actividad diaria del niño o el adolescente. Habitualmente no requiere hospitalización y nunca aparecen ideas delirantes.

La sintomatología esencial del trastorno bipolar consiste en uno o más episodios maniacos acompañados de uno o más episodios depresivos mayores. De acuerdo con los síntomas presentes en el momento de evaluación del paciente, se clasifica en mixto, maniaco y depresivo. El trastorno bipolar mixto incluye todos los síntomas propios de los episodios maniacos y depresivos mayores (excepto la duración de 2 semanas para los síntomas depresivos), que aparecen o bien de forma conjunta o en rápida alternancia, y persisten al menos 1 semana; los síntomas depresivos se mantienen al menos durante 1 día completo. En el trastorno bipolar maniaco el paciente sufre o ha sufrido recientemente un episodio maniaco, mientras que en el trastorno bipolar depresivo existe o ha existido hace poco un episodio depresivo mayor y además el paciente ha tenido uno o más episodios maniacos.

El DSM distingue entre trastorno bipolar tipo I y tipo II: el primero requiere hospitalización, mientras que en el segundo el cuadro clínico es más leve y no exige hospitalización. También incluye el trastorno bipolar no especificado y la ciclotimia. El trastorno bipolar no especificado se caracteriza por que no se cumplen de forma estricta los criterios diagnósticos. Es el que más se diagnostica en los niños. La ciclotimia se caracteriza por un cuadro clínico más leve y de carácter crónico: debe durar al menos 1 año en los niños y 2 en los adultos.

Los cambios del estado de ánimo son consustanciales al trastorno bipolar. Si se dan cuatro o más en un año se habla de «ciclación rápida», y si el cambio de un episodio a otro tiene lugar en unos días o unas horas se denomina «ciclación ultrarrápida». Estos cambios son más frecuentes en los niños, los adolescentes y las mujeres, dificultan el diagnóstico y empeoran la evolución.

Epidemiología

El trastorno bipolar afecta aproximadamente al 1% de los adultos, tanto hombres como mujeres; su prevalencia en los adolescentes no está clara, y en los niños aún menos, por las razones antes mencionadas. Sí se ha observado un aumento de los diagnósticos en las últimas décadas, con un incremento de los trastornos afectivos. Las tasas de prevalencia en la población pediátrica se sitúan en torno al 1,8%, con cifras inferiores en otros estudios20. Las tasas son más bajas en Europa y más altas en Estados Unidos.

En términos generales puede decirse que el trastorno bipolar comienza antes de los 20 años en un 20% de los casos, antes de los 10 en un 10% y antes de los 25 en un 50%. Por tanto, en aproximadamente la mitad de los pacientes la enfermedad se inicia durante la adolescencia y los primeros años de la juventud, y un tercio de estos pacientes sufren un cuadro grave que requiere hospitalización. Estas cifras son semejantes, sorprendentemente, a las señaladas por Kraepelin, para quien el 3% de los casos de psicosis maniaco-depresiva empezaban antes de los 15 años y el 20% antes de los 20.

Factores etiopatogénicos

La investigación de las causas y mecanismos del trastorno bipolar se ha centrado en los factores genéticos, neuroanatómicos, neuroquímicos, neuroendocrinos y de riesgo familiar y ambiental.

Factores genéticos

El carácter familiar de la manía se sospechó desde las primeras descripciones de la enfermedad; se calcula que el 80% de la varianza corresponde a factores genéticos21, con participación de numerosos genes, cada uno de los cuales aportaría una pequeña parte de la varianza. Son genes candidatos el gen del transportador de la serotonina; el de la monoaminooxidasa A (MAO-A); el gen de la tiroxina hidroxilasa, fundamental para la síntesis de dopamina y noradrenalina; el gen de la COMT (catecol-O-metiltransferasa); los genes de los receptores de dopamina DRD2 y DRD4; el gen del factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF); la neurorregulina 1, y otros como el gen G72 y G30, cuya función aún no se conoce.

Los estudios de gemelos indican una concordancia del 65-70% en los gemelos monocigóticos, frente al 14% en los dicigóticos. Los estudios de familiares revelan que los parientes más cercanos tienen un riesgo 8-10 veces mayor de padecer la enfermedad que los parientes más lejanos y que la población general, lo que indica la transmisión familiar de la enfermedad22. Los niños hijos de padres con trastorno bipolar presentan tasas más altas de enfermedades psiquiátricas, sobre todo depresión, ansiedad, TDAH y trastornos de conducta, y la probabilidad de padecer trastorno bipolar se multiplica por 7. El inicio precoz del trastorno bipolar es un dato de mal pronóstico, con peor respuesta al tratamiento y una tasa más elevada de parientes de primer grado afectados.

Factores neuroanatómicos

El estudio de la neuroanatomía del trastorno bipolar en los niños y adolescentes detecta alteraciones en diversas regiones cerebrales: aumento de las intensidades de la sustancia blanca cortical y subcortical; menor tamaño de la amígdala, el hipocampo y la circunvolución del cíngulo, y reducción de la sustancia gris en la corteza prefrontal dorsolateral. También se observan anomalías de sustancias que son marcadores de la integridad neuronal, como el N-acetil-aspartato (NAA), la colina, el mioinositol y el cociente creatina/fosfocreatina en la región frontoestriada, la corteza del cíngulo, la corteza prefrontal dorsolateral y otras zonas del cerebro; estas anomalías se dan asimismo en los hijos de padres que tienen trastorno bipolar, que también presentan un aumento del volumen de la sustancia gris en el hipocampo y en las regiones que lo rodean.

Las alteraciones de la sustancia blanca y de la sustancia gris en las regiones frontolímbicas anteriores podrían constituir un marcador biológico de trastorno bipolar en los adultos y probablemente también en los niños. Por otra parte, el menor tamaño de la amígdala sólo se observa en los niños, por lo que podría ser un marcador biológico a esta edad. No obstante, hacen falta más estudios para poder confirmarlo.

Factores neuroquímicos

Aún no se conocen con exactitud las alteraciones de la neurotransmisión en el trastorno bipolar ni los mecanismos moleculares que dan lugar al cuadro clínico, aunque es sumamente probable que estén implicados los sistemas dopaminérgico y serotoninérgico, que a su vez podrían ocasionar alteraciones de otros sistemas de neurotransmisión a través de mecanismos de retroalimentación positiva y negativa, que se traducirían en los estados afectivos de la depresión y la manía19. De hecho, los fármacos que se emplean para el tratamiento actúan a través de estos sistemas.

Factores de riesgo ambiental y familiar

La interacción genes-ambiente es una de las vías de investigación más interesantes, con un papel destacado del ambiente familiar, que hay que tener muy en cuenta a la hora de instaurar el tratamiento. Son factores de riesgo y de mal pronóstico que los padres sufran trastorno bipolar, la presencia de acontecimientos vitales estresantes, un nivel socioeconómico desfavorecido, los conflictos en la familia y la emotividad elevada.

La relación padres-hijo se caracteriza por hostilidad hacia el hijo, falta de acuerdo entre los padres, escasa organización, poco apoyo personal e incapacidad para educar a los hijos. Estas características son más evidentes cuando los padres sufren trastorno bipolar, pues se ha constatado que los estilos educativos de estos padres y los modos de respuesta de los niños son inadecuados. Más de la mitad de los niños sufren rechazo en el colegio, tienen menos amigos, se relacionan peor con los compañeros, se sienten solos y soportan cargas altas de estrés. Los acontecimientos vitales estresantes contribuyen al desencadenamiento de la sintomatología y de los sucesivos episodios del trastorno bipolar, disminuyendo la capacidad de adaptación y respuesta del organismo y favoreciendo la rápida ciclación.

Clínica

El cuadro clínico de la manía en los niños no está tan bien definido como en los adolescentes, en quienes es semejante al del adulto. En los niños menores de 9 años los síntomas más destacados son la irritabilidad, las rabietas intensísimas y la labilidad emocional, mientras que los niños de más edad presentarían preferentemente euforia, exaltación, paranoia y delirios de grandiosidad. Ambos grupos sufren hiperactividad, verborrea y distractibilidad. En los niños pequeños se trata de un trastorno de tipo crónico, más que de carácter episódico, con rápidas fluctuaciones del ánimo, incluso de varias veces a lo largo del día, con mezcla de síntomas maniacos y depresivos y con frecuente comorbilidad con ansiedad, TDAH y trastorno negativista desafiante, todo lo cual dificulta el diagnóstico. Los episodios de depresión y de manía son menos aparatosos que en el adulto, y la irritabilidad es un síntoma constante.

A medida que la edad de inicio se aproxima a la pubertad y adolescencia, la «bipolaridad» del trastorno se hace más evidente, con manifestaciones similares al cuadro clásico de trastorno bipolar.

En el adolescente los síntomas característicos son: exaltación del estado de ánimo, verborrea, grandiosidad, fuga de ideas, aceleración del pensamiento, irritabilidad, sentimientos de grandiosidad, dificultad para centrar la atención, hiperactividad, disminución de la necesidad de dormir, descenso del número de horas de sueño y aparición de conductas extrañas. Hay síntomas psicóticos en un 35% de los casos, siendo más habituales en los adolescentes que en los niños23. En un estudio español los síntomas más frecuentes fueron la irritabilidad (92%), la distractibilidad (62%), la inquietud (62%), la agitación y las alteraciones cognoscitivas (60%), seguidos de disforia, grandiosidad e hiperactividad24.

En la tabla 11 se señalan los síntomas clínicos más habituales en los niños y adolescentes (en orden decreciente), y en la tabla 12 algunas de las diferencias entre los niños y los adolescentes.

Diagnóstico y diagnóstico diferencial

Diagnosticar el trastorno bipolar en los niños no es fácil. En cambio, sí lo es en los adolescentes cuando los episodios maniacos están bien delimitados. El problema mayor se plantea con las formas leves o moderadas en las que las oscilaciones del humor no son tan intensas, por lo que pueden confundirse fácilmente con TDAH, trastornos adaptativos, trastorno negativista desafiante o dificultades inherentes a los cambios propios de la adolescencia19. En cuanto a las formas graves, con síntomas mixtos y psicóticos, puede ser difícil diferenciarlas de una esquizofrenia. En la tabla 13 se exponen los criterios diagnósticos del trastorno bipolar del DSM-5.

El diagnóstico diferencial es complejo precisamente por las características del cuadro clínico y porque hay síntomas que son comunes a otros trastornos. Los cuadros y enfermedades que plantean con mayor frecuencia un reto diferencial son el TDAH, la esquizofrenia, los trastornos de conducta, la depresión mayor, los trastornos de ansiedad, los trastornos del espectro autista, el trastorno por abuso de sustancias, los trastornos de personalidad, las enfermedades pediátricas que cursan con síntomas similares y los cuadros por efectos adversos de medicamentos (tabla 14). A su vez, las variaciones normales del humor y la intensidad temperamental pueden confundirse con hipomanía, sobre todo en los niños pequeños.

En la tabla 15 se recoge el diagnóstico diferencial con el TDAH.

Tratamiento

El tratamiento del trastorno bipolar en los niños y adolescentes requiere medidas farmacológicas, de psicoterapia y de apoyo, y asesoramiento a los padres25. La elección del tratamiento se hace en función de la gravedad del cuadro clínico, la fase de la enfermedad, el tipo de trastorno bipolar, el carácter crónico, la comorbilidad, la edad del paciente, los deseos de la familia y del niño, los servicios y tratamientos disponibles, la psicopatología de los padres y las circunstancias ambientales y familiares.

El tratamiento farmacológico abarca tres etapas: tratamiento de los síntomas agudos, de continuación y de mantenimiento. El primero tiene como objetivo lograr la remisión de la sintomatología aguda, y suele requerir hospitalización; la continuación del tratamiento se dirige a evitar las recaídas, y el mantenimiento tiene como objetivo disminuir la recurrencia del cuadro clínico.

El tratamiento farmacológico comprende los estabilizadores del ánimo (litio, valproato, carbamazepina y lamotrigina) y los antipsicóticos atípicos, que ejercen un efecto similar.

Un aspecto fundamental del tratamiento es lograr la confianza del paciente, de modo particular en la fase aguda, y convencerlo de que debe ingresar. El papel del pediatra es esencial, ya que conoce al niño desde pequeño y éste seguramente confía en él. En cuanto a los padres, es importantísimo apoyarlos y asesorarlos. La experiencia de que un hijo sufra un episodio maniaco es terriblemente dolorosa y desconcertante. El médico debe proporcionar una información objetiva y esperanzadora, lograr que los padres se impliquen y evitar que se desmoralicen. La psicoeducación de los padres mejora el pronóstico y la eficacia del tratamiento, pues favorece que el tratamiento se cumpla.

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MÓDULO 2

Tema 4. Trastornos del comportamiento

M.ªI. Hidalgo Vicario, P.J. Rodríguez Hernández

Resumen

Los estudios epidemiológicos comunitarios muestran que el 5-8% de la población infantil cumple criterios para el diagnóstico de trastorno oposicionista desafiante o trastorno disocial. Estos trastornos se caracterizan por la presencia de conflictividad prolongada con otros niños, los padres y los profesores. Los síntomas más importantes son el comportamiento desafiante, el oposicionismo a las figuras de autoridad, la argumentación excesiva o las agresiones físicas, e interfieren en el rendimiento escolar y en las relaciones familiares y con el grupo de iguales. La detección precoz mejora el pronóstico y reduce la comorbilidad. Debe realizarse un tratamiento multidisciplinar, y empezarlo lo antes posible. Los niños y adolescentes suelen beneficiarse de la utilización de varios métodos terapéuticos conjuntamente: tratamiento psicológico (terapia cognitivo-conductual), entrenamiento de padres y tratamiento farmacológico.


Introducción

Los trastornos del comportamiento (TC) constituyen uno de los motivos de consulta más frecuentes por problemas relacionados con la salud mental infantil y juvenil. En las clasificaciones internacionales de enfermedades, existen dos categorías principales para los TC: el trastorno negativista desafiante y el trastorno disocial. En la traducción reglada de las clasificaciones internacionales al idioma español, el trastorno disocial se denomina «trastorno de conducta». En la presente revisión se ha preferido emplear el término «trastorno disocial» para evitar generar confusión con el título del tema («trastornos del comportamiento»)1.

La sintomatología comprende un espectro de conductas que abarcan desde las discusiones con actitud desafiante o el enfado y la irritabilidad, hasta condiciones graves como agresiones a personas y animales, destrucción de la propiedad, robos e incumplimiento grave de las normas. Para establecer el diagnóstico es importante tener en cuenta la temporalidad, ya que muchas condiciones (fenómenos adaptativos, afectivos, etc.) pueden generar estos comportamientos de manera puntual. Además de los síntomas nucleares que presentan los pacientes con este diagnóstico, ha de evaluarse el grado de disfunción asociada en todas las áreas de desarrollo: escolar, familiar, social y personal. Habitualmente se deteriora la socialización y se incrementa el riesgo de retraso escolar y consumo de tóxicos. Establecer un adecuado diagnóstico precoz disminuye considerablemente la posibilidad de desarrollar otras patologías en situación de comorbilidad, así como el consumo de recursos sanitarios y de servicios sociales, jurídicos o educativos2.

Epidemiología

La investigación epidemiológica refiere una prevalencia media estimada del 5%, con estudios que encuentran frecuencias de entre el 3 y el 8%, según la metodología empleada. Estos elevados porcentajes sugieren que los TC son uno de los principales motivos de consulta en el sistema sanitario debido a problemas de comportamiento en la edad pediátrica.

En cuanto a la prevalencia por sexo y edad, se observa que en las edades comprendidas entre los 5 y 10 años fluctúa entre el 4,8 y el 7,4% en los niños y entre el 2,1 y el 3,2% en las niñas. En los adolescentes la prevalencia varía entre un 1,5 y un 3,4%, y la diferencia entre ambos sexos se reduce. En la adolescencia es más habitual el trastorno disocial (TD). Sin embargo, hay que tener en cuenta que, aunque a edades tempranas el TD es infrecuente, cuando aparece se incrementa la probabilidad de que la sintomatología en la adolescencia sea más grave y de que se desarrolle un trastorno antisocial en la edad adulta3.

Se ha observado una mayor frecuencia de TC en las zonas urbanas y en las clases sociales bajas (sin embargo, en los últimos años se está registrando un número creciente de niños y adolescentes con TC de nivel socioeconómico medio-alto, debido a factores de vulnerabilidad en la crianza).

En investigaciones recientes se ha prestado mayor atención a formas de agresividad menos físicas, más relacionadas con la intención de herir al otro a través de amenazas y de dañar sus relaciones sociales. La mayoría de los estudios realizados al respecto han demostrado su mayor frecuencia en y entre mujeres4.

Etiopatogenia

La etiopatogenia de los TC depende de múltiples factores, que se potencian e inter­accionan entre sí. Los estudios sobre marcadores neurobiológicos (hormonales, bioquímicos o neurológicos) no han obtenido resultados específicos5.

Entre las variables analizadas se encuentran las relacionadas con la genética, el temperamento, las familiares, las sociales y las del entorno, aunque ninguna de ellas es predictora del desarrollo de TC6. Las más importantes son:

  • Genética. Existen evidencias de la influencia genética procedentes de estudios realizados en gemelos monocigóticos y dicigóticos. No se ha identificado ningún gen concreto, por lo que probablemente el efecto aparece debido a la interacción de muchos genes entre sí y de los genes con los factores ambientales.
  • Sexo. Los TC se dan con más frecuencia en el sexo masculino. Además, la sintomatología es más grave.
  • Temperamento. Algunas características del temperamento, como la elevada reactividad o la escasa cordialidad, pueden contribuir a desarrollar TC.

Clínica y factores de riesgo

La clínica del trastorno negativista desafiante (TND) implica situaciones en las que el niño o el adolescente muestra un patrón de comportamiento desafiante hacia las figuras de autoridad, junto con discusiones, negativa a cumplir sus responsabilidades y enfados con otros niños o con adultos, todo lo cual genera dificultades en varios contextos; esta clínica debe haberse manifestado como mínimo durante los últimos 6 meses anteriores.

En el TD existe un patrón de comportamiento antisocial que vulnera los derechos de otras personas y las normas de convivencia y/o reglas socialmente aceptadas para cada edad; estos comportamientos resultan inmanejables para las personas cercanas al individuo con TD, y provocan un deterioro progresivo y significativo en el ámbito interpersonal, relacional y laboral. El paciente con TD a menudo comete actos agresivos con los que molesta a otras personas o les causa dolor y sufrimiento; este comportamiento, además, genera estilos de vida empobrecidos para él mismo. Hay que prestar especial atención a las agresiones a personas y animales (violencia, uso de armas, tortura…), la destrucción de la propiedad, los intentos de provocación de incendios, los robos o actos fraudulentos (sin comportamientos agresivos) y las violaciones graves de las normas7.

Un aspecto que debe tenerse en cuenta es la relación existente entre los TC y el consumo de tóxicos. Se observan más conductas de consumo de tóxicos en pacientes con TD, y entre los efectos que produce este consumo figuran el agravamiento del problema y la dificultad para la intervención terapéutica.

También hay que señalar que los niños con problemas de la conducta graves tendrán, cuando lleguen a adultos, una mayor probabilidad de sufrir ansiedad o depresión, intentos de suicidio y violencia de género, o de tener hijos antes de los 20 años. Estas asociaciones persisten tras controlar estadísticamente las variables de confusión (inteligencia, clase social, escolarización, etc.)8.

Los TC pueden coexistir con distintos problemas, especialmente cuando las conductas son graves y no se ha actuado de manera precoz. Los dos más importantes son:

  • Consumo de drogas tóxicas, estupefacientes y otras sustancias. Existe una asociación entre el consumo de drogas y el TD. En ocasiones, las transgresiones se producen por la necesidad de obtener la sustancia de forma inmediata. Otras veces son consecuencia del efecto de las drogas, sea agudo o por las alteraciones mentales que produce su consumo a largo plazo. El ambiente disocial propio del mundo de las drogas es un factor negativo añadido al problema.
  • Fracaso escolar y absentismo escolar. Impiden al niño obtener los recursos escolares en la resolución de conflictos. Se pierde la estructuración temporal del ocio y del trabajo y se crea una situación de indisciplina que se traslada al ámbito familiar, con el consecuente empeoramiento de una situación ya de por sí deteriorada9.

En cuanto a la evolución de la clínica, se han identificado ciertos factores que parecen asociarse a la prolongación del problema en la edad adulta. Uno es la edad de inicio: los niños que desarrollan síntomas antes de los 6 años tienen mayor riesgo. Otro es la amplitud del problema, con peor evolución cuando los síntomas se dan en varios contextos. El tercer factor de riesgo es la frecuencia, intensidad y diversidad de los trastornos conductuales10.

Además del análisis de los síntomas con los que se relacionan los TC, es necesario conocer algunos de los factores de riesgo que pueden anticipar o hacer más frecuente la presentación del trastorno. En la tabla 1 se detallan todos los identificados. Los más importantes son:

  • Circunstancias de la concepción, del embarazo y perinatales: enfermedades graves de la madre o el feto, conductas o situaciones de riesgo prenatal (como el consumo de drogas y los problemas laborales y ambientales durante el embarazo), prematuridad y sufrimiento fetal.
  • Características de la familia: padres muy jóvenes o muy mayores, conflictos graves y crónicos en la pareja, y presencia de enfermedades crónicas o de trastornos psiquiátricos severos en la familia.
  • Factores relacionados con los patrones educativos familiares: padres con importantes problemas de tolerancia por las crisis de la infancia y adolescencia, o padres que no aceptan la autonomía progresiva de sus hijos.
  • Circunstancias socioeconómicas adversas de la familia.
  • Problemas con la justicia: adolescentes con medidas judiciales, delincuencia y contactos repetidos con la fiscalía de menores.

Ninguna de estas características, ni otras recogidas en otros estudios, son, por sí mismas, predictores del desarrollo presente o futuro de un TC, ya que también existen factores personales y sociales de protección que pueden hacer que la evolución del TC sea favorable. Por último, cabe señalar que la acumulación de factores de riesgo aumenta la probabilidad de aparición de un TC.

Diagnóstico

El diagnóstico de los TC es clínico. Por ello es imprescindible hacer una adecuada anamnesis y entrevista clínica, que ayude a delimitar y describir la sintomatología presente, además de la observación en la consulta. Es preciso que los síntomas que presenta el paciente se correspondan con los establecidos en alguna de las clasificaciones internacionales de los trastornos mentales. Los cuestionarios y los test pueden ayudar en el proceso diagnóstico. No está indicado realizar otros exámenes complementarios (pruebas de neuroimagen o neurofisiología), a no ser que se sospeche un problema neurológico en situación de comorbilidad.

La clasificación más utilizada en la práctica clínica es la del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, en su reciente quinta edición (DSM-5)11. En las tablas 2 y 3 se recogen los criterios diagnósticos para el TND y el TD del DSM-5.

Una de las principales novedades que aporta el DSM-5 con respecto a la edición anterior (DSM-IV-TR) es la siguiente: en el DSM-IV-TR, los TC se situaban bajo el epígrafe «Trastornos por déficit de atención y comportamiento perturbador» y se establecían cuatro categorías diagnósticas: trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), TND, TD y trastorno de comportamiento perturbador no especificado; en el DSM-5, se desplaza el TDAH al grupo de los trastornos del neurodesarrollo y se crea un nuevo epígrafe denominado «Trastornos disruptivos, del control de los impulsos y de la conducta», en el que se encuentran el TND y el TD.

Existen algunos instrumentos (test, cuestionarios) que pueden ayudar a establecer el diagnóstico. Los hay de dos tipos: instrumentos generales, mediante los cuales se exploran distintos síntomas entre los que se encuentran los síntomas comportamentales, e instrumentos diseñados de manera específica para detectar posibles casos de TC. Pueden ayudar a delimitar y definir aspectos como la gravedad, intensidad o frecuencia de los hallazgos clínicos.

Entre los primeros instrumentos, los más usados son:

  • El Child Behavior Checklist (CBCL) (Achenbach, 1991). Probablemente sea el que más se ha utilizado en los últimos años. Puede ser contestado por los padres o tutores de niños o adolescentes de entre 4 y 18 años. Debido a su elevado número de ítems, se emplea principalmente en investigación.
  • El Cuestionario de Cualidades y Dificultades12 (Strengths and Difficulties Questionnaire [SDQ]). Detecta probables casos de trastornos mentales y del comportamiento en niños de 4 a 16 años. Es el instrumento de cribado más empleado en todo el mundo. Consta de 25 ítems que se dividen en 5 escalas de 5 ítems cada una: síntomas emocionales, problemas de conducta, hiperactividad, problemas con compañeros y conducta prosocial. El cuestionario puede conseguirse de manera gratuita en la página web: www.sdqinfo.com

Entre los instrumentos específicos, los más utilizados son:

  • Las escalas de Conners. Valoran el comportamiento, la atención, la hiperactividad y el aprendizaje. Algunas de ellas son cuestionarios breves muy útiles en pediatría, por su facilidad de administración y corrección. Las escalas de Conners, junto con el ADHD de Du Paul, son las herramientas más utilizadas para el cribado del TDAH y de problemas de conducta en la infancia.
  • Inventario Eyberg de comportamiento (IECN). El IECN puede resultar muy útil como medida para identificar problemas de comportamiento en niños de 2 a 12 años. Consta de 36 ítems, sobre comportamientos generales que constituyen las quejas más frecuentes formuladas en las consultas de pediatría.

Diagnóstico diferencial

Existen otros trastornos de las emociones y de la conducta que pueden generar alteraciones en el comportamiento. El retraso psicomotor o los trastornos del desarrollo pueden acompañarse de sintomatología conductual, al igual que determinadas alteraciones metabólicas, degenerativas o genéticas. Incluso hay que contemplar las variaciones de la normalidad, ya que los criterios diagnósticos de los TC incluyen elementos subjetivos del tipo «a menudo discute con los adultos»; por ejemplo, es importante indagar sobre lo que significa «a menudo» para los informantes (padres, etc.), ya que existen elementos que pueden distorsionar la realidad13.

Los principales trastornos emocionales y de la conducta con los que hay que establecer el diagnóstico diferencial son:

  • TDAH. El niño con TDAH puede presentar problemas conductuales importantes derivados de la impulsividad que acompaña al cuadro. Además, hasta el 40% de los niños con TDAH presentan TND en situación de comorbilidad. En el TDAH los problemas se encuentran en todos los contextos, y los síntomas conductuales derivados de la impulsividad suelen ser más leves y más anárquicos (no siguen un patrón definido) que los que se observan en los TC.
  • En el diagnóstico diferencial merece especial consideración una nueva categoría diagnóstica incluida en el DSM-5 y denominada «trastorno de desregulación disruptiva del estado de ánimo». El síntoma central es una irritabilidad crónica, grave y persistente. La irritabilidad produce accesos de cólera frecuentes en respuesta a la frustración, junto con un estado de ánimo de permanente enfado entre los accesos.
  • Los trastornos del ánimo, como la depresión o el trastorno bipolar, pueden presentar irritabilidad como síntoma principal en lugar de ánimo triste, que aparece con más frecuencia en el adulto. Por ello, las primeras manifestaciones clínicas de los trastornos del ánimo en la infancia pueden ser problemas de comportamiento.
  • En otros trastornos psiquiátricos graves, como la esquizofrenia o los trastornos de ansiedad grave, también pueden existir problemas de comportamiento. En ocasiones son difíciles de clasificar, especialmente cuando aparecen en la fase prodrómica del trastorno mental grave.

Tratamiento

El tratamiento de los TC debe ser multimodal, básicamente a través de psicoterapia cognitiva y conductual, entrenamiento de padres y profesores y, en los casos graves, tratamiento farmacológico.

Antes de comenzar la intervención es útil aclarar los términos más importantes del trastorno. Se debe explicar a los padres el motivo por el que se producen los síntomas, así como a los propios niños y adolescentes (adaptando la explicación a su edad y nivel de comprensión) y a otros profesionales del entorno como profesores o educadores. Hay que subrayar que el diagnóstico de los TC es exclusivamente clínico14,15. No deben realizarse pruebas complementarias como evaluaciones de neuroimagen o neurofisiológicas, a no ser que se sospeche la existencia de algún problema neurológico. La única excepción es el análisis para detectar consumo de drogas, ya que es la única manera de descartarlo de verdad, aunque el paciente y su entorno lo nieguen. También se deben resolver las dudas y cuestiones que surjan en el momento del diagnóstico o durante la evolución del trastorno, especialmente en relación con los mecanismos de producción (eso ayuda a disminuir la posible autoculpabilización de la familia) y las posibilidades de intervención. Es conveniente emplear un lenguaje sencillo y adaptado al nivel de la familia, y comprobar que se comprende lo que se explica.

La intervención terapéutica se debe planificar y desarrollar desde el momento del diagnóstico, ya que un retraso en el tratamiento empeora el pronóstico e incrementa el riesgo de comorbilidad.

El tratamiento principal es la psicoterapia cognitiva y conductual. Las estrategias conductuales han demostrado efectividad en la reducción de las conductas problemáticas y en la mejora de los síntomas del comportamiento16.

La terapia psicológica mediante estrategias conductuales debe emplearse de manera precoz, ya que es una medida que mejora el pronóstico. Las estrategias psicológicas han de aplicarse en todos los contextos del niño y del adolescente, por lo que además del aprendizaje familiar deben ofrecerse pautas útiles a educadores y profesores. En la intervención no hay que olvidarse de los factores del entorno, como los aspectos socioeconómicos y culturales, y tampoco de factores inherentes al propio niño o adolescente, como su temperamento o su nivel madurativo.

El tratamiento farmacológico, principalmente mediante neurolépticos atípicos, debe reservarse para situaciones en las que la expresividad de los síntomas o la evolución del cuadro lo requieran. En los casos más graves puede ser necesario recurrir a otras medidas más drásticas, como el internamiento en centros terapéuticos especializados en trastornos conductuales17,18.

Terapia psicológica

Existen programas que integran distintas modalidades psicológicas y que resultan de interés en el diseño de una estrategia terapéutica eficaz. Los más utilizados son los programas de entrenamiento en habilidades sociales para niños y adolescentes, que consisten en realizar entrenamientos en habilidades sociales a través de técnicas como el juego simbólico y el role play. Con ellas se busca enseñar a los niños con TC a comprender y aplicar las reglas del juego, a aceptar las consecuencias de sus actos sin culpar a los demás, a no abandonar el juego, a resolver distintos tipos de problemas, y a identificar los propios sentimientos y los de los demás. También hay programas de entrenamiento de padres y profesores en los que se enseñan estrategias conductuales y de resolución de conflictos y se entrenan mediante técnicas de realidad simulada como el role play.

Psicoterapia conductual

Es la terapia psicológica más efectiva en los TC. Se articula en torno a una serie de técnicas que tienen como objetivo la modificación de las conductas problemáticas. Antes de comenzar a utilizar estas técnicas es necesario analizar cuáles son los comportamientos disruptivos que se pretenden modificar. Por ello, el primer paso es establecer un registro conductual que debe contemplar una serie de parámetros, entre los cuales figuran las características de la conducta anómala y la intensidad de los síntomas, incluyendo su consistencia (qué factores hacen que se perpetúen), la frecuencia, la expresión de los síntomas en relación con el entorno (en qué situaciones empeoran o mejoran) y la evolución a lo largo del tiempo14,17.

Una vez determinadas las dificultades, hay que priorizar las actuaciones sobre aquellos problemas más importantes, teniendo en cuenta que no existen pautas universales y que es necesario valorar todas las condiciones internas y del entorno.

Previamente, debe aclararse la necesidad de aplicar las técnicas en todos los entornos y de manera continuada; no han de establecerse descansos.

Existen dos grupos principales de técnicas conductuales. Utilizando varias simultáneamente se incrementa la probabilidad de lograr la modificación en la conducta problemática.

Un primer grupo de técnicas permite reducir las conductas negativas. Las más importantes son:

  • Coste de respuesta. Consiste en la supresión de algún reforzador positivo tras la emisión de una respuesta. Se basa en retirar las condiciones ambientales en las que el sujeto puede obtener reforzamiento de su conducta, durante un periodo determinado. Por ejemplo, se indica al alumno que espere durante 5 minutos fuera de la clase si cuando realiza la conducta desadaptativa recibe las risas y aprobación de sus compañeros de clase.
  • Técnica de extinción. Consiste en suprimir el reforzamiento de la conducta que previamente ha sido reforzada. Por ejemplo, retiraremos la atención que funciona como reforzador ante conductas desafiantes. Este procedimiento es más lento que otros métodos de reducción de conductas, e inicialmente incluso suele producir un incremento de la respuesta, así como importantes variaciones en su topografía; pero si se mantiene la extinción, progresivamente comenzará a disminuir hasta su eliminación completa. Es una técnica muy útil para eliminar problemas de conducta. Se emplea cuando existen episodios intrusivos o explosivos que provocan situaciones de conflicto con educadores o familiares. Para su aplicación debe ignorarse la conducta problemática que realiza el niño desde su comienzo. Por ejemplo, si la familia acude a un restaurante a almorzar y el niño muestra conductas negativas y desafiantes continuas, hay que ignorar esa intromisión. Las primeras veces que se opta por ignorar ese comportamiento inapropiado se produce un incremento del negativismo y el desafío, ya que el niño estaba acostumbrado a ser el centro de atención y ha dejado de serlo.

Un segundo grupo de técnicas conductuales permite incrementar las conductas positivas. Entre ellas figuran las siguientes:

  • Técnica de utilización de reforzadores. Los reforzadores son elementos que se asocian a una buena conducta para que se incremente la probabilidad de su aparición. Pueden ser tangibles (un pequeño regalo asociado a la conducta positiva) o intangibles (una alabanza, una caricia…). Por ejemplo, si un niño se pelea diariamente con otros niños en clase y un día no lo hace, en ese momento se utilizará el reforzador. En cuanto a los castigos, deben reservarse para los comportamientos disruptivos significativos. Para el empleo de castigos conviene tener en cuenta las siguientes consideraciones:
  • Deben ser poco frecuentes y de poca duración. De nada sirve, por ejemplo, una semana sin ver la televisión.
  • El castigo se formula sin adjetivos descalificadores sobre la persona. En lugar de decir, por ejemplo, «eres malo por haber roto el jarrón», se dice: «romper el jarrón está mal hecho».
  • Se debe añadir un componente emocional al comunicar el castigo. Por ejemplo, acabar diciendo: «mamá y papá están muy tristes por ello» o «me siento mal con lo que ha ocurrido».
  • Técnica de la economía de fichas. Consiste en registrar las conductas positivas del niño y, cuando éste consiga un número de registros pactado entre él y el registrador, asociar un reforzador positivo. Por ejemplo, se registra en una hoja el día en el que el niño no tiene conductas desafiantes en su relación con la familia, y cada 10 registros se le premia con una tarde en el cine. En definitiva, se trata de un procedimiento dirigido a establecer un control estricto de la conducta de una o varias personas sobre un determinado ambiente. La idea básica es establecer o reorganizar las contingencias ambientales mediante el control de los estímulos reforzadores existentes en éste. Para conseguirlo se utiliza un reforzador generalizado, artificialmente establecido para esta tarea, cuya emisión puede controlarse de manera concreta.
  • Técnica del contrato de contingencias. Es una alternativa a los programas de economía de fichas. Consiste en redactar un documento que explicite las acciones que el paciente está de acuerdo en realizar y establezca las consecuencias del cumplimiento e incumplimiento del acuerdo. Un contrato de contingencias es un documento que recoge los resultados de una negociación. Se establece por escrito después del periodo en el que el educador o el familiar del niño discuten de un tema sobre el que existen posturas distantes. Al finalizar la negociación, se plasman en el documento sus resultados y se mencionan los objetivos y las concesiones que las dos partes han realizado. El documento también debe recoger las consecuencias de que alguna de las dos partes rompa el contrato. Al final, las dos partes firman el documento.

Psicoterapia cognitiva

Consiste en procedimientos encaminados a reestructurar los pensamientos del sujeto para lograr cambios en su conducta. Comprende una serie de técnicas dirigidas a modificar los pensamientos, creencias o actitudes del paciente. Las más importantes son las técnicas de autoinstrucciones, que consisten en autoverbalizaciones que sirven como instrucciones que el niño se va diciendo en voz baja para mejorar su comportamiento. Otras son los programas de autocontrol o de control del diálogo interno. A diferencia de la psicoterapia conductual, para utilizar la psicoterapia cognitiva se requiere el aprendizaje y entrenamiento de una serie de habilidades terapéuticas complejas. Por ese motivo, no se recomienda su utilización por parte de terapeutas no experimentados14,17.

Tratamiento farmacológico

Los psicofármacos se utilizan en los TC graves, cronificados y cuando la respuesta terapéutica a la psicoterapia es escasa. No existe un tratamiento específico ni protocolos bien establecidos. Tampoco se conoce el mecanismo exacto por el que el tratamiento farmacológico es útil en niños y adolescentes con TC.

Las primeras experiencias en la utilización de psicofármacos en niños con problemas de comportamiento se remontan a la década de 1950, cuando se utilizaron neurolépticos típicos en pacientes con retraso mental. No obstante, la primera revisión sistemática sobre el tema no se publicó hasta finales de la década de 1990, lo que refleja las dificultades en esta área.

Los psicofármacos que han mostrado efectividad son los neurolépticos, los psicoestimulantes, la atomoxetina, la guanfacina y los antiepilépticos19,20.

Los neurolépticos atípicos en dosis bajas pueden disminuir el oposicionismo, las conductas desafiantes y la sintomatología disocial. El más estudiado en niños es la risperidona, aunque también se utilizan la quetiapina, la olanzapina o el aripiprazol, si bien no figura la indicación en la ficha técnica. Respecto a la risperidona, no existe una dosis óptima establecida; en niños menores de 6 años se recomienda comenzar con una dosis de 0,5 mg/día (dividida en dos tomas, mañana y noche) e ir aumentando según la respuesta y la tolerancia hasta 1 mg/día. En niños mayores de 6 años se puede llegar a 2-3 mg/día y en adolescentes hasta 5-6 mg/día. Existe presentación en solución, lo que facilita la dosificación en los niños más pequeños. Los efectos secundarios suelen ser leves y bien tolerados. Los más comunes son la sedación y el incremento de peso20.

Los psicoestimulantes como el metilfenidato o el dimesilato de lisdexanfetamina (los dos únicos comercializados en España) son útiles en la regulación de la impulsividad y favorecen el control inhibitorio y la autorregulación del comportamiento. Su efectividad es mayor cuando existe comorbilidad con el TDAH.

La atomoxetina y la guanfacina actúan de la misma manera que los psicoestimulantes, aunque su efectividad está menos demostrada en los TC.

Los antiepilépticos se han utilizado para regular las oscilaciones en el estado de ánimo que pueden ir acompañadas de irritabilidad y para controlar conductas impulsivas. Los resultados sobre su efectividad son contradictorios, aunque el fármaco que parece tener mayor utilidad es el divalproato.

Otras intervenciones

Los omega 3 desempeñan un papel relevante en el sistema nervioso central; son esenciales para el funcionamiento normal del cerebro, incluyendo el desarrollo de las habilidades neuropsicológicas. Se ha estudiado la utilidad de la suplementación nutricional con omega 3 en la regulación conductual, la mejora de la atención y la del rendimiento académico. En los estudios con resultados positivos, el tiempo de suplementación para la obtención de resultados es superior a 6 meses. En general, el tamaño del efecto en estos estudios es muy pequeño. Otras técnicas que se han propuesto, como el neurofeedback, cuentan con escasa evidencia científica.

Cuando la intervención terapéutica no es efectiva, es posible recurrir a una modalidad de intervención mediante ingreso en un centro de protección.

Debido a ello, el 27 de febrero de 2015 se publicó en el Boletín Oficial de las Cortes Generales el Proyecto de Ley Orgánica de modificación del sistema de protección a la infancia y a la adolescencia, en el que se regula como novedad importante el ingreso de niños y adolescentes en centros de protección específicos para menores de edad con problemas de conducta. Para efectuar el ingreso se requiere una autorización judicial. La autorización la puede solicitar el Ministerio Fiscal o la entidad pública con competencias en la evaluación familiar, dentro del área de servicios sociales. El acogimiento residencial en estos centros se realizará cuando no sea posible la intervención a través de otras medidas de protección. No podrán ser ingresados en estos centros los menores que sufran trastornos mentales que requieran un tratamiento específico por parte de los servicios de salud mental o de atención a personas con discapacidad.

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MÓDULO 1

Tema 1. Psiquiatría del niño y del adolescente.
¿Cómo realizar el diagnóstico?

P.J. Rodríguez Hernández, L. Lermo Vidal

RESUMEN

Uno de los motivos más frecuentes de consulta en pediatría son los trastornos mentales de niños y adolescentes. Aproximadamente uno de cada cinco niños cumple criterios para padecer un trastorno psiquiátrico, y muchas de las enfermedades psiquiátricas debutan en la infancia. La detección precoz ayuda a mejorar el pronóstico y disminuye la comorbilidad; de ahí la necesidad de contar con herramientas de cribado y de evaluación útiles y de fácil utilización que permitan resolver ciertas dudas diagnósticas en la práctica clínica diaria de las consultas pediátricas.
En este tema se analizan las características fundamentales que intervienen en el diagnóstico de las enfermedades psiquiátricas en la infancia, y se exponen las bases teóricas y prácticas para la correcta utilización de los principales instrumentos de evaluación, así como un análisis de las ventajas e inconvenientes de su empleo.


Introducción

Los trastornos mentales en la infancia y la adolescencia tienen una alta prevalencia: ocupan el tercer lugar entre todas las enfermedades1. En los últimos años se ha observado una tendencia al incremento de las tasas de incidencia y prevalencia. Los datos que aporta la bibliografía médica indican que entre el 10 y el 22% de los niños y adolescentes han padecido, padecen o están en riesgo de padecer alguna enfermedad mental2. El trastorno diagnosticado con mayor frecuencia en esta población son los problemas de conducta, seguidos por los trastornos de ansiedad, los específicos del desarrollo y los de eliminación3.

Al tratarse de una etapa en la vida en la que existe mayor plasticidad y se dan más cambios evolutivos, es esencial hacer una detección precoz de la enfermedad mental, especialmente desde atención primaria, para su posterior derivación a unidades especializadas y para llegar a un diagnóstico y un tratamiento tempranos que permitan mejorar el pronóstico, disminuir el riesgo de comorbilidad, evitar la cronificación del cuadro clínico y optimizar el uso de los recursos socioeconómicos4.

El pediatra desempeña un papel esencial en la detección precoz de los trastornos mentales que se desarrollan en las primeras etapas de la vida. Para ello necesita conocer los indicadores de riesgo y los signos de alerta psicopatológicos que indican la existencia de un problema, tanto de los que comienzan habitualmente en la infancia como de los que se desarrollan en la infancia y sufren cambios en la sintomatología al sobrepasar la pubertad. Por ello, el pediatra debe disponer de técnicas de evaluación, útiles y de fácil utilización, que le permitan responder las preguntas que surgen a diario sobre los pacientes que pueden presentar problemas psiquiátricos en su consulta de pediatría.

En cuanto al diagnóstico, hay que tener en cuenta las particularidades de la atención de la salud mental en los niños y adolescentes, ya que existen características diferenciadoras respecto a la salud mental en adultos. Las más importantes tienen que ver con las manifestaciones clínicas y con la entrevista clínica, ya que además de la sintomatología nuclear es preciso evaluar el grado de disfunción asociada en todas las áreas de desarrollo: académica, familiar, social y personal.

Por último, para poder establecer el diagnóstico de un trastorno mental ha de tenerse en cuenta también la estabilidad o temporalidad de los síntomas, ya que en la infancia no es infrecuente la expresión de conductas que pueden ser consideradas patológicas en momentos puntuales, generalmente como reacción a un proceso de adaptación.

Historia clínica

La elaboración de la entrevista o historia clínica constituye el primer paso de la actividad clínica, y no difiere demasiado de la realizada para investigar otro tipo de problema de salud en el niño.

La entrevista clínica tiene varios objetivos: conocer los síntomas o problemas del niño o adolescente, valorar su organización psicopatológica, determinar su interacción con el grupo familiar, y explorar la importancia y significación de todo ello en la vida del niño y de sus padres; en última instancia, el objetivo final es establecer un diagnóstico adecuado para ofrecer un tratamiento correcto. Además de la entrevista, pueden realizarse cuestionarios o test que complementen los datos aportados por los padres y profesores5.

El esquema general se puede adaptar a tres tipos de formatos: las entrevistas estructuradas (con preguntas cerradas), las entrevistas abiertas (se van elaborando sin un esquema previo) y las entrevistas semiestructuradas (a medio camino entre las dos anteriores). El formato semiestructurado es el más recomendado por muchos autores, debido a que permite cierta flexibilidad en la elaboración de la historia clínica, a la vez que proporciona una base para desarrollar la entrevista.

Una de las entrevistas semiestructuradas más importantes es la K-SADS (Kiddie Schedule for Affective Disorders and Schizophrenia for School-Age Children), que está basada en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Contiene secciones destinadas a obtener información de los padres sobre su hijo y otras para entrevistar al niño. Permite evaluar a niños de edades comprendidas entre los 6 y los 18 años. Existen diversas versiones. Se tardan unos 60-90 minutos en completarla. Para utilizarla, el entrevistador debe estar formado en el campo de la psiquiatría infantil, pero no es necesario que sea psiquiatra. Existe una versión española (K-SADS-PL), validada por Ulloa et al.6. La mayor limitación de la K-SADS es que requiere mucho tiempo para su ejecución, por lo que puede ser poco útil en las consultas pediátricas.

Una alternativa de entrevista semiestructurada menos extensa es la elaborada por un grupo de expertos pertenecientes a la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y del Adolescente7. Comprende 11 apartados:

  1. Datos de filiación. Incluye los datos personales, la institución o profesional que remite al niño, la actitud inicial ante la consulta y el motivo principal de ésta.
  2. Historia evolutiva de los trastornos o problemas principales. Incluye quién acompaña al niño, qué le ocurre y desde cuándo, a qué lo atribuye, gravedad subjetiva, evolución, consultas, tratamientos previos y resultados obtenidos, expectativas actuales, y antecedentes de otros trastornos psicopatológicos, junto con su tratamiento y sus resultados.
  3. El niño y su entorno. Se hace hincapié en el carácter, el comportamiento, el estado de ánimo, la autoimagen y los mecanismos de defensa del niño, así como en sus relaciones con el entorno (grupo principal de apoyo/convivencia, amigos, profesores, etc.). También deberían reflejarse los juegos y las actividades recreativas, las características del sueño y la alimentación, y las diferentes actividades realizadas (cotidianas, durante el fin de semana y en las vacaciones). Asimismo, es muy útil conocer los hábitos en el tiempo libre (hobbies, entretenimiento, televisivos, videojuegos, etc.) y el total de horas dedicadas a cada actividad lúdica.
  4. Antecedentes personales. Comprende la época entre la concepción y el parto. También se recogen datos sobre el embarazo (complicaciones maternas o fetales, consumo de tóxicos/fármacos, etc.), así como parámetros (peso, talla, Apgar) y temperamento neonatales, tipo de lactancia y características de la alimentación preescolar.
  5. Desarrollo evolutivo. En este apartado se recoge información sobre el desarrollo psicomotor y del lenguaje, evolución afectiva, control esfinteriano, hábitos y evolución de autonomía personal, lateralización progresiva, escolaridad, sexualidad, convivencia y evolución de las separaciones de las figuras de vínculo, enfermedades somáticas e intervenciones quirúrgicas, y actitud de ambos progenitores ante el desarrollo del hijo.
  6. Antecedentes familiares. Incluye antecedentes maternos y paternos, fratría del niño, abuelos, fratría materna y paterna, y otros antecedentes familiares de interés psiquiátrico en la salud del niño. En este apartado también convendría recoger información sobre la dinámica familiar, la existencia de otras personas de convivencia familiar y las características sociales de la familia.
  7. Exploraciones. Por un lado, se incluyen las características físicas y el examen somático habitual (incluida la exploración neurológica), con descripción de posibles alergias, intolerancias y reacciones medicamentosas adversas. Además, deberá realizarse una exploración psicopatológica o del estado mental del niño o adolescente, que consiste en una exploración estructurada en la que se examinan diferentes áreas del estado mental del niño en el momento de la evaluación (afectividad y estado emocional, motricidad, lenguaje y comunicación, nivel cognitivo, atención, concentración, orientación, percepción, memoria, pensamiento, etc.). También se recogen el comportamiento y la actitud de los padres y del niño. En un último apartado se especifican las exploraciones complementarias que precisa el niño.
  8. Diagnóstico. Incluye los trastornos clínicos y de personalidad, las enfermedades médicas concomitantes, los problemas psicosociales y ambientales, y la evaluación de la actividad global, con un apartado final de juicio clínico.
  9. Tratamiento. Se indica el tratamiento que se propone hacer, en caso de estar indicado. Se puede especificar el tipo de tratamiento: higiénico-dietético, psicoterapéutico, psicofarmacológico, rehabilitador y/o psicopedagógico, etc.
  10. Observaciones. Permite realizar las observaciones pertinentes.
  11. Epicrisis. Resumen final de la entrevista.

    Clínica

    El diagnóstico de un problema conductual o emocional es una tarea compleja, pues el clínico debe examinar la situación psicopatológica del niño o adolescente en el contexto de su desarrollo individual, de su familia y del sistema social que lo rodea. Por tanto, ese análisis debe contemplar todos los niveles: biológicos, psicológicos, familiares y sociales. Existe una interacción permanente y dinámica entre ellos que, más tarde, puede traducirse en una formulación diagnóstica comprensiva y, sólo finalmente, en una categoría nosológica. Por este motivo, resulta lógico pensar que las aproximaciones biológicas, psicológicas, familiares, sociales y del desarrollo del niño son necesarias para entender los problemas y trastornos mentales de una forma complementaria, y no mutuamente excluyentes.

    A continuación se repasan las entidades nosológicas más relevantes en la infancia y la adolescencia, así como sus características principales y/o sus manifestaciones diferenciales en el niño.

    Trastornos de ansiedad

    Son los más prevalentes en la población infantil, después de los trastornos de conducta. Las manifestaciones clínicas de la ansiedad varían en función de la edad y del desarrollo cognoscitivo y emocional de cada niño, y además pueden afectar a todos los sistemas y órganos corporales. La inquietud motriz, los trastornos del sueño, la pérdida del apetito y el llanto inmotivado son síntomas típicos en los niños pequeños. A medida que se desarrollan el lenguaje y la capacidad para expresar las emociones y los sentimientos, se añade la expresión verbal de la angustia, miedos y temores. La dificultad para prestar atención y para concentrarse, los problemas de memoria y la lentitud del pensamiento son síntomas típicos de la etapa escolar, mientras que los sentimientos de despersonalización y desrealización son propios de la adolescencia8.

    Hay que tener en cuenta que en ocasiones la ansiedad puede ser un fenómeno adaptativo de carácter transitorio ante determinadas circunstancias del entorno. Cuando se convierte en patológico la expresión de los síntomas es la siguiente:

    Trastorno de ansiedad generalizada

    Se define por un patrón de ansiedad y preocupación excesivas sobre una amplia gama de acontecimientos o actividades, que se prolonga durante más de 6 meses, y que cursa con incapacidad por parte del individuo para controlar el grado de preocupación, generando deterioro social o académico.

    Trastorno de angustia, con o sin agorafobia

    Este trastorno se caracteriza por crisis de angustia repetidas e inesperadas, seguidas de temores y preocupaciones persistentes respecto a futuras crisis y sus consecuencias. Una crisis de angustia se define como un periodo definido en el tiempo de temor intenso, malestar o terror que se acompaña de ideas de desastre inminente o de pérdida de control de la realidad. Puede presentarse con sintomatología vegetativa (taquicardia, sudoración o temblor). Este trastorno afecta especialmente a adolescentes, aunque también se ha descrito en niños. En adultos corresponde al trastorno de pánico. Puede acompañarse de agorafobia, que es un temor irracional a permanecer solo sin ayuda entre multitudes o en lugares públicos, o en situaciones en que no es posible escapar fácilmente.

    Fobia social

    Se caracteriza por un temor acusado y persistente a una o más situaciones que implican contacto social con otras personas, sobre todo si se trata de desconocidos, ante la posible evaluación por parte de los demás. Puede llevar a la evitación de la situación temida o a soportarla con un gran malestar. Se asocia generalmente a desarrollo de personalidad en la línea inhibida-ansiosa-dependiente, con timidez previa, y es frecuente que la exposición a la situación temida se acompañe de algún tipo de respuesta de ansiedad, gran angustia o inhibición aguda. El inicio es insidioso y el niño o adolescente puede reconocer que el temor es excesivo y poco razonable, y que afecta a su socialización.

    Trastorno obsesivo-compulsivo

    La prevalencia del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) en la población general de niños y adolescentes es de alrededor del 1%; sin embargo, la prevalencia de síntomas obsesivo-compulsivos, que no alcanzan a constituir propiamente un TOC, se estima en un 19%. En las presentaciones más precoces se da más en los hombres que en las mujeres, mientras que en la adolescencia tardía la prevalencia es la misma en ambos sexos.

    El TOC se caracteriza por la presencia de obsesiones y compulsiones con carácter recurrente y que ocupan una cantidad significativa de tiempo al sujeto. Si no es tratado a tiempo, puede generar un sufrimiento intenso y diferentes grados de discapacidad, e interferir en la estructuración de la personalidad del niño. En la adolescencia, las ideas obsesivas más frecuentes son de daño, contaminación o suciedad y simetría. Las compulsiones se definen como comportamientos repetitivos y constantes (lavado continuo de manos, limpieza excesiva, etc.), y a menudo su finalidad es la reducción de la ansiedad. En algunas ocasiones, las compulsiones pueden ocurrir en ausencia de ideas obsesivas, sin manifestación de angustia, pero son percibidas como algo perturbador por los adultos que rodean al menor. En el caso de los niños, la medición y cuantificación de los procesos mentales de egodistonía, resistencia e interferencia plantea dificultades, dadas las limitaciones en su desarrollo cognitivo y en sus habilidades para referir sus propias cogniciones y conductas; de ahí que no sea un requisito para establecer el diagnóstico. Los síntomas tienden a mostrar un curso variable a lo largo del tiempo y según los lugares (lo más frecuente es que los presenten en casa), y se intensifican en circunstancias que les generan estrés (entrada a clases, periodo de exámenes, problemas familiares, etc.).

    Por otro lado, no hay que olvidar que durante el desarrollo normal de un niño pueden aparecer conductas repetitivas, siendo necesario distinguir cuándo estos pensamientos y conductas tienen un carácter patológico y constituyen verdaderamente un trastorno. En general, hablamos de TOC cuando el ritual interfiere en la organización de la vida cotidiana y en el funcionamiento corriente del niño, e incluso en su desarrollo general.

    Trastorno por estrés postraumático

    Se trata de una respuesta tardía o diferida a un acontecimiento traumático, amenazante o catastrófico, con una sintomatología ansiosa importante, que impide al paciente realizar con normalidad sus actividades habituales, pues conlleva recuerdos intrusivos y recurrentes del acontecimiento traumático y causa un malestar psicológico intenso. Hay que estar alerta durante los 6 meses siguientes al acontecimiento, ante la aparición de flashbacks (revivir el trauma, a veces como pesadillas), síntomas de ansiedad y depresión, alteraciones en el sueño, sentimiento de insensibilidad, quejas somáticas sin causa orgánica, hipervigilancia, evitación de los estímulos que recuerden el hecho traumático y estado de alerta fisiológica. Con frecuencia, expresan de forma compulsiva temas y aspectos del trauma en juegos repetitivos, muchas veces no gratificantes.

    Trastorno de ansiedad por separación

    Es característico de la edad media escolar, entre los 7 y 9 años, y es uno de los trastornos infantiles más comunes, sobre todo en niñas.

    Consiste en una experiencia de angustia excesiva desencadenada por la separación especialmente del cuidador principal o de otra persona significativa, de al menos 4 semanas de duración, y que produce un deterioro significativo en el funcionamiento escolar y social del menor. Su curso es oscilante y es habitual observar además rechazo o falta de asistencia escolar, miedo a estar solo, negativa a dormir solo, temor y preocupación por que los seres queridos sufran daños durante la separación y quejas somáticas sin causa orgánica demostrable. Son factores de mal pronóstico la aparición del trastorno a edades más avanzadas, la existencia de otros problemas psiquiátricos y la presencia de trastornos psicopatológicos en la familia.

    Depresión y suicidio

    La depresión mayor consiste en un trastorno grave del ánimo depresivo o irritabilidad diaria o a lo largo de la mayor parte del día durante al menos 2 semanas. Su curso es episódico, con una recuperación total o parcial entre episodios. Altera el desarrollo normal del niño a adolescente, generando una discapacidad de sus funciones sociales, escolares y emocionales.

    La expresión de un cuadro depresivo en adolescentes puede ser muy diversa, y dependerá de factores como la capacidad intelectual del sujeto, la madurez emocional y la capacidad verbal para analizar la vida emocional. Entre los síntomas más frecuentes figuran: humor disfórico, tristeza, llanto, visión negativa de la vida, autoimagen deficiente, sensación de impotencia, dificultades de atención y concentración, imposibilidad de tomar decisiones, irritabilidad, pérdida o aumento indiscriminados del apetito y trastornos del sueño9.

    Algunos autores han propuesto un sistema evolutivo del diagnóstico de la depresión en niños basado en cinco etapas del desarrollo, siendo la presencia del humor disfórico un requisito fundamental para el diagnóstico en cualquier edad; además, debe haber cuatro conductas disfuncionales, cuya presentación variará dependiendo del desarrollo del niño.

    Cuando se asocian síntomas ansiosos a los depresivos, éstos suelen tener una mayor duración, con un incremento de las conductas de riesgo (drogas, suicidio), un aumento de los problemas psicosociales y una escasa respuesta a la psicoterapia.

    Con respecto al suicidio, debe señalarse que se trata de un problema no siempre asociado a la depresión. La impulsividad del adolescente desempeña un papel importante. Hay que estar atentos a la pérdida de iniciativa, la baja autoestima, las alteraciones del sueño y la disminución en la actividad motora. También ante el retraimiento, con urgencia por estar solo, el aislamiento, el malhumor, los cambios bruscos en la personalidad, la entrega de las pertenencias más preciadas a otros y la amenaza misma de suicidarse. Lo más importante es prevenir las tentativas mediante una actuación que incluya a todos los profesionales implicados en la salud integral del adolescente.

    Además, un 20-40% de los niños o adolescentes que han sufrido un trastorno depresivo puede desarrollar un trastorno bipolar en los 5 años posteriores, un factor que es necesario tener en cuenta en la educación del paciente y sus familias.

    Trastornos externalizantes

    Los trastornos externalizantes engloban aquellos problemas de la conducta del niño o adolescente que muestran un patrón específico de elevada agresividad en respuesta a acontecimientos adversos (como la advertencia de un adulto) o comportamientos tales como agresión, impulsividad, negativismo desafiante, hiperactividad y problemas de conducta disocial.

    Trastorno por déficit de atención e hiperactividad

    El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es un trastorno del neurodesarrollo que puede ocasionar sintomatología conductual en la infancia o la adolescencia.

    Las características clínicas fundamentales de este cuadro son la falta de atención, la hiperactividad y la impulsividad antes de los 7 años de edad. Estos síntomas deben estar presentes en al menos dos contextos de la vida del niño (la casa y el colegio, sobre todo).

    El diagnóstico del TDAH es principalmente clínico. La información que proporcionan los padres, profesores o cuidadores del niño es esencial, por lo que es imprescindible hacer una anamnesis detallada, junto con un examen mental exhaustivo. Se requiere asimismo tener en cuenta otros aspectos de la vida psíquica para hacer el diagnóstico diferencial10.

    La asociación de TDAH y alteraciones de conducta se sitúa entre el 47 y el 54%, según los diferentes estudios, y puede tener diversos grados de intensidad. Los que muestran más agresividad se correlacionan más tarde con conductas y rasgos antisociales, pero también otros pueden ir conformando el desarrollo de personalidad pasiva-agresiva.

    Trastorno oposicionista desafiante

    En su proceso de desarrollo normal, el niño puede pasar por una fase de negativismo y oposición, que correspondería al periodo de autonomía versus dependencia que va de los 18 a los 36 meses aproximadamente, y que tiene una resolución propia del desarrollo. Sin embargo, en algunos niños este patrón conductual se prolonga y es causa de consulta habitual en los servicios especializados (un tercio de las consultas). Se estima que alrededor del 5,7% de los niños presentan este trastorno. Es más frecuente en los niños que en las niñas (2:1), situación que se invierte en la adolescencia.

    Este trastorno se caracteriza por un patrón de comportamiento negativista, hostil y desafiante. No se produce una transgresión manifiesta de leyes ni una vulneración de los derechos de los demás, pero el niño tiene con frecuencia pataletas o rabietas y mantiene discusiones con adultos a los que desafía y desobedece, y molesta deliberadamente a otras personas, que a su vez responden molestas por su actitud. El niño acusa a otros de sus errores y de su comportamiento, y puede mostrarse rencoroso y vengativo11.

    Para poder establecer el diagnóstico de trastorno oposicionista desafiante, debe haberse mantenido esta conducta durante al menos 6 meses. Existe una continuidad entre este trastorno y el trastorno de conducta disocial.

    Trastorno de conducta o conducta disocial

    Se caracteriza por un modelo persistente y repetitivo de comportamiento antisocial que transgrede las normas sociales y da lugar a actos agresivos que molestan o perjudican a otras personas, lo que conlleva dificultades en el funcionamiento social, familiar, académico y ocupacional de quien presenta este trastorno.

    Tiene una elevada prevalencia en la población adolescente y se está convirtiendo en un fenómeno cada vez más común en el mundo occidental, hasta el punto de que es ya uno de los principales motivos de derivación a los servicios de salud mental. Por otro lado, los niños y adolescentes con este tipo de trastorno raramente reclaman ayuda especializada de forma espontánea, siendo generalmente los padres o el colegio los que los llevan a una consulta; dada la escasa motivación del adolescente para el cambio, el compromiso de seguir un tratamiento en un centro especializado debe venir principalmente de los adultos que son responsables de él.

    Hay que prestar especial atención a las agresiones a personas y animales (violencia, uso de armas, tortura…), la destrucción de la propiedad, la provocación de incendios, el robo o la conducta fraudulenta (sin comportamientos agresivos) y las violaciones graves de las normas. Estos signos de alerta deben considerarse junto con los factores de riesgo. Como criterio diagnóstico se ha establecido que deben estar presentes tres o más conductas patológicas durante un periodo de 12 meses, y al menos una de las conductas debe haber estado presente en los últimos 6 meses.

    El trastorno de conducta disocial se puede estructurar en la etapa infantil, antes de los 10 años, o bien en la etapa de adolescencia. En la etapa infantil se asocia a menudo al trastorno negativista desafiante y al síndrome por déficit de atención (50-75%), se presenta preferentemente en hombres y el pronóstico es más sombrío. La aparición en la etapa de la adolescencia tiene mejor pronóstico y suele haber menos antecedentes de trastornos del desarrollo u orgánicos; afecta más a las niñas, se relaciona con un nivel sociocultural más bajo y suele acompañarse de problemas emocionales (50%). El riesgo de suicidio entre estos adolescentes si también sufren una depresión es superior al de los adolescentes que sólo tienen depresión. Otra conducta habitual es la de las lesiones autoinfligidas sin intención suicida.

    Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos

    Se trata de enfermedades graves y estigmatizantes que causan un acusado deterioro cognitivo y funcional, tanto mayor cuanto más precoz es la aparición de la enfermedad.

    La característica distintiva de la esquizofrenia son los síntomas psicóticos de como mínimo 1 mes de duración (alucinaciones, ideas delirantes, lenguaje incoherente, excitación o estupor catatónico y conducta desorganizada), a pesar de que estos síntomas no son exclusivos de la esquizofrenia.

    La presencia de síntomas psicóticos en un niño o adolescente no debe hacer pensar en la esquizofrenia como primera opción. Antes hay que descartar cualquier otra posible causa médica, metabólica, endocrina o neurológica, tóxicos/abuso de sustancias u otras patologías psiquiátricas como trastornos del humor o trastornos de ansiedad12.

    Para realizar el diagnóstico de esquizofrenia en un niño o un adolescente se siguen los mismos criterios clínicos que en un adulto, aunque con algunas características diferenciales. Resultan de gran interés el estudio de la etapa prodrómica, el periodo evolutivo previo a la instauración del tratamiento antipsicótico, y la influencia que estas circunstancias pueden tener sobre la evolución a largo plazo.

    Síntomas prodrómicos

    Son aquellos síntomas y signos precoces, de duración variable (días, semanas, meses o años), que son ajenos al estado habitual del paciente, y que preceden a la instauración aguda y completa de las manifestaciones características de la enfermedad. La fase prodrómica se caracteriza por la existencia de un deterioro del funcionamiento, una disminución del rendimiento y cambios en el comportamiento, sin que se manifiesten aún los síntomas psicóticos típicos.

    Los pródromos de la esquizofrenia están constituidos por un grupo heterogéneo de síntomas que aparecen de forma gradual en el tiempo y que incluyen modificaciones en la conducta externa como consecuencia de cambios en la experiencia interna y el pensamiento del sujeto. La mayoría de los individuos con esquizofrenia han experimentado estos cambios, que incluyen disminución de la atención y la concentración, falta de motivación, humor depresivo, trastornos del sueño, ansiedad, aislamiento y/o retraimiento social, suspicacia, problemas motores, del habla y/o del lenguaje, preocupaciones extrañas o inusuales e irritabilidad. Se trata de manifestaciones sumamente inespecíficas y variables, por lo que hay que analizarlas en función de la evolución.

    Esquizofrenia

    La esquizofrenia de inicio en la infancia y la adolescencia muchas veces es difícil de diagnosticar, debido al predominio de las formas de inicio insidioso.

    Existen algunas peculiaridades en su presentación que permiten diferenciarla de la psicosis en el niño: menor frecuencia de delirios, y si se presentan son menos complejos y no sistematizados, de manera que su aparición obliga a una adecuada valoración neurológica y a descartar el consumo de tóxicos. Lo más característico de la esquizofrenia en la adolescencia es la presencia de alteraciones de la percepción en forma de alucinaciones, especialmente auditivas. Las alucinaciones visuales terroríficas son más habituales que en el adulto y el afecto inapropiado o aplanado es más constante.

    El inicio temprano se ha relacionado con una mayor vulnerabilidad familiar (factores genéticos, psicosociales y ambientales), anomalías del desarrollo más graves, una menor respuesta al tratamiento y un peor pronóstico.

    En un número importante de casos, al adolescente le da vergüenza verbalizar que oye voces; no lo dice por miedo a que los demás crean que «está loco», o simplemente no lo dice porque nadie se lo ha preguntado y porque piensa que es algo normal y que a todo el mundo le ocurre. De la misma forma, algunos niños pequeños no viven sus síntomas psicóticos como algo anormal, por lo que pueden no comentar nada a sus familiares.

    Trastorno bipolar

    Los trastornos del ánimo bipolar son trastornos generalmente fásicos. Estudios retrospectivos realizados en adultos han observado que el 35% de los trastornos bipolares van precedidos por periodos variables de inestabilidad del ánimo durante la adolescencia.

    La presentación en la adolescencia suele ser en forma de episodio maniaco, que se caracteriza por la exaltación del ánimo, y que en niños puede manifestarse de manera expansiva o irritable, y acompañarse de otros síntomas como elevada autoestima, taquilalia o verborrea, distractibilidad, incremento de la actividad o agitación psicomotora, involucración excesiva en actividades placenteras que tienen cierto riesgo de daño físico, arrebatos de ira, conducta desorganizada (que en ocasiones se acompaña de cambios en la conducta sexual o de gastos desmesurados de dinero) o disminución de la necesidad de dormir. Generalmente esta situación lleva al niño o adolescente a un deterioro de sus funciones sociales en relación con la familia, los iguales y la escolaridad. Los episodios maniacos pueden alternar con episodios depresivos, de diferentes grados de severidad.

    Según la intensidad y la relación con los episodios depresivos, se han establecido tres formas de presentación: trastorno bipolar I, con un único episodio maniaco; trastorno bipolar II, con uno o más episodios de depresión mayor, sin episodios de manía y con al menos uno de hipomanía, y trastorno bipolar mixto, con presencia de síntomas maniacos y depresivos durante al menos 1 semana.

    El diagnóstico simultáneo más frecuente en los niños o los adolescentes con trastorno bipolar es el trastorno por déficit de atención; para detectarlo, es necesario realizar un análisis psicopatológico cuidadoso, fijándose especialmente en la exaltación del ánimo o la irritabilidad. También en los trastornos de conducta disocial puede existir un trastorno bipolar comórbido o que explique el trastorno conductual. Es necesario, además, descartar posibles causas médicas de la manía en niños y adolescentes, como el uso de psicoestimulantes, el consumo de cocaína, el tratamiento con corticoides o isoniazida, el hipertiroidismo, el traumatismo craneal, la esclerosis múltiple, los accidentes cerebrovasculares (en especial las lesiones del hemisferio derecho y el tálamo), las crisis comiciales (sobre todo con un foco temporal izquierdo) y los tumores del tálamo.

    Consumo de tóxicos

    Aunque cada tipo de droga puede presentar signos propios, las señales de alerta más importantes por las que preguntar son las siguientes: disminución del rendimiento escolar (con ausencias no autorizadas del centro escolar), cambio en la manera de vestir y hablar, cambios de conducta (irritabilidad, rechazo a compartir actividades familiares…), necesidad imperiosa de dinero (incluso con pequeños robos en casa), cambio en los horarios o las rutinas (actividades, sueño o alimentación) y señales de quemaduras en la ropa o restos de hierba en los bolsillos. El enrojecimiento ocular es significativo en el caso del cannabis13.

    Trastornos del espectro autista

    Se trata de un trastorno del neurodesarrollo caracterizado por una alteración primaria del desarrollo de la comunicación y de las habilidades sociales. En su génesis existe una distorsión del desarrollo en varias funciones psicológicas básicas, como la atención, la percepción, la cognición social, la afectividad y el lenguaje. El diagnóstico se basa en la detección de alteraciones cualitativas en la interacción y comunicación social, así como en la identificación de conductas o patrones repetitivos o de intereses restringidos.

    Algunas formas de trastornos del espectro autista, como el autismo que se acompaña de alto rendimiento, pueden permanecer sin diagnóstico hasta la adolescencia, en especial si existe un buen desempeño académico; también puede suceder que se etiqueten erróneamente como trastornos de ansiedad en la edad adulta. Ante la sospecha de un trastorno del espectro autista, deben valorarse las dificultades en el área de la socialización: dificultades para relacionarse con los demás, para hacer nuevos amigos y para mantener las relaciones sociales, y tendencia al aislamiento. También hay que preguntar sobre la existencia de dificultades en el procesamiento de la información que proporcionan los demás: preguntar si el niño comprende la ironía, las metáforas o las frases con doble sentido, si se enfada porque no entiende las bromas de los compañeros y si tiene dificultades en las distintas áreas del lenguaje (expresivo, comprensivo, etc.).

    El pronóstico de un niño con trastorno autista dependerá fundamentalmente de su nivel intelectual y de la adquisición de un lenguaje funcional. Dados sus antecedentes orgánicos, pueden desarrollar epilepsia en la etapa adolescente. Alrededor del 15-20% de los niños que han padecido un trastorno autista logran una integración gradual en la sociedad, con procesos de adaptación limitados. La mayoría de estos niños requerirán una canalización de sus intereses en cauces educacionales y laborales bajo supervisión. Los comportamientos estereotipados y excéntricos pueden persistir en la vida adulta.

    Diagnóstico

    Un inconveniente en la clasificación de las enfermedades mentales es que no existe un único sistema de clasificación diagnóstica universal.

    Las dos clasificaciones principales son la del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM)14, elaborado por la Asociación Americana de Psiquiatría, y la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE)15 de la Organización Mundial de la Salud, en su quinta y décima revisión, respectivamente. Ambos sistemas diagnósticos permiten la categorización de los síndromes psiquiátricos según una serie de criterios determinados, aunque su utilidad clínica, sobre todo en la etapa infantil, es cuestionable, ya que son clasificaciones descriptivas y no tienen en cuenta las diferencias interindividuales (diferentes formas de presentación, nivel de inteligencia, habilidades compensatorias, rasgos caracteriales, etc.).

    Para realizar el diagnóstico de una enfermedad mental, es importante que los profesionales tengan una formación clínica en psicología y psicopatología de niños y adolescentes, pero también deben mostrar una comprensión de los ámbitos familiares y sociales, en lugar de basarse únicamente en entidades nosológicas o diagnósticos categoriales. Asimismo, el clínico debería poder identificar en lo posible causas potenciales y factores predisponentes, así como posibles determinantes puntuales de la clínica expresada, cuestiones todas ellas imprescindibles para una adecuada formulación terapéutica.

    Instrumentos de valoración

    Las técnicas o instrumentos de evaluación son todos aquellos procedimientos que permiten aproximarse a la realidad psíquica del niño, unas veces para describirla y otras para cuantificarla. La técnica de evaluación esencial e insustituible es la historia clínica. El resto de pruebas (test, cuestionarios, escalas de evaluación psicopatológica, etc.) se utilizan como exámenes complementarios para cuantificar o precisar el problema ya definido, o bien como instrumentos de detección de una patología psiquiátrica infantil en una población determinada. Algunas de estas herramientas son específicas, es decir, sirven para valorar algún tipo de patología en concreto (por ejemplo, la ADHD Rating Scale o el SNAP-IV en el TDAH, o la escala STAIC en la ansiedad), mientras que otras son generales, y resultan útiles para el screening o cribado de determinadas patologías psiquiátricas o para la valoración inicial del paciente.

    Los instrumentos generales más importantes y utilizados son las escalas de Conners16, la Child Behavior Checklist (CBCL)17 y el cuestionario de cualidades y dificultades (SDQ)18.

    Escalas de Conners

    Evalúan trastornos de comportamiento y TDAH, y existen varias versiones.

    Una de las más utilizadas para las edades comprendidas entre los 3 y 17 años es la Conners’ Rating Scale-Revised (CRS-R), que cuenta con dos versiones, una larga y otra corta (de 27 y 87 ítems, respectivamente), e incluye escalas de valoración de problemas de conducta en función de la información aportada por padres y profesores y un cuestionario autoaplicado. Las escalas para los padres y profesores valoran siete factores: problemas cognitivos, inatención-hiperactividad, oposicionismo, ansiedad, perfeccionismo, problemas sociales y problemas psicosomáticos.

    Child Behavior Checklist de Achenbach

    La CBCL evalúa una gran cantidad de problemas psicológicos infantiles, pero su extensión (hasta 120 ítems) hace que se use poco en la práctica clínica diaria. Consta de una serie de listas autoaplicadas con distintas versiones para padres (CBCL/6-18, 2001), profesores (TRF) y adolescentes (YSR) con rangos de edad variables. Evalúan ocho aspectos: ansiedad/depresión, aislamiento/depresión, quejas somáticas, problemas sociales, problemas de pensamiento, problemas de atención, problemas de conducta y conducta agresiva. A su vez, estos síndromes se agrupan en dos escalas (internalizantes y externalizantes).

    Cuestionario de cualidades y dificultades

    Es el cuestionario más útil para el pediatra, ya que es breve y de fácil administración y permite evaluar los aspectos psicopatológicos más importantes y detectar probables casos de trastornos mentales y del comportamiento en niños y adolescentes de entre 4 y 16 años. Consta de 25 ítems agrupados en cinco escalas de cinco ítems cada una. Las escalas valoran los síntomas emocionales, los problemas de conducta, la hiperactividad, los problemas con los compañeros y la conducta prosocial.

    El SDQ presenta varias ventajas respecto a otros instrumentos de cribado: está disponible de forma gratuita en formato online y ha sido traducido y validado en varios idiomas, incluido el castellano (https://www.sdqinfo.org); es breve y fácil de cumplimentar, lo que incrementa las tasas de respuesta, y por último, evalúa las áreas psicopatológicas más relevantes de la infancia y la adolescencia.

    En las tablas 1 y 2 se señalan los puntos de corte para docentes y padres.

    Las escalas o instrumentos específicos para cada enfermedad o trastorno se desarrollarán en los capítulos correspondientes.

    El dibujo en el niño

    Distintos autores han criticado la utilización de los dibujos infantiles como instrumento de evaluación psíquica, debido a la falta de evidencia científica y subjetividad de su valoración. Sin embargo, es un recurso que se emplea desde hace décadas y de manera generalizada en psicología y psiquiatría infantil.

    El dibujo pertenece a la categoría de test denominada «test proyectivo», ya que la persona proyecta su personalidad y sus problemas psíquicos en la representación que realiza. Además, la observación del niño durante el proceso de dibujar puede ofrecer información adicional y permitir una aproximación a los aspectos psíquicos generales.

    Existen varias pruebas para analizar el dibujo en el niño. La principal es el análisis del dibujo libre. El mayor valor del dibujo libre es que el niño muestra su interés por algún contenido especial y, por consiguiente, tiene una significación proyectiva19.

    Algunos parámetros a tener en cuenta en la valoración del dibujo libre son los siguientes:

    • Situación del dibujo. Si está situado en la parte izquierda de la hoja, indica pasado, introversión o timidez; si está en posición central, remite al presente, y si se sitúa en la zona derecha, indica futuro, buen grado de socialización e independencia. Los dibujos en la base de la hoja corresponden a un estado de ánimo disminuido y los situados en la parte alta expresan un mundo de fantasía y espiritualidad.
    • Características del dibujo. Si presenta muchas borraduras, revela inseguridad y ansiedad. Si el dibujo es muy pequeño o si, en el caso de una figura humana, omite las extremidades, indica un estado de ánimo disminuido. Los dientes, las cejas pobladas o los puños cerrados son signos de agresividad. Los ojos grandes significan vigilancia y desconfianza. Los dibujos con un exceso de perfeccionismo y simétricos revelan una personalidad obsesiva.
    • Tamaño del dibujo. El dibujo grande, expansivo, que ocupa toda la hoja, expresa extroversión y expansividad ansiosa; un dibujo pequeño, introversión, depresión y sentimientos de inferioridad, y un dibujo intermedio indica equilibrio entre extroversión e introversión.
    • Fuerza del trazo. El trazo débil revela depresión o timidez, y el fuerte vitalidad o agresividad.
    • Símbolos. El símbolo paterno es el sol, y las nubes, la luna o las montañas son símbolos maternos. La lluvia o la nieve son símbolos de la frialdad afectiva o la depresión.

Los dibujos temáticos son útiles para explorar algunos problemas en particular. Entre los más utilizados figuran el test de la familia, el test de la figura humana y el test del árbol. Una vez que el paciente ha terminado el dibujo, el psiquiatra va formulando preguntas que permiten conocer aspectos importantes a través de las asociaciones con los temas dibujados, los personales, sus actividades, así como quiénes son los más felices, quiénes los más tristes, a quiénes prefieren, con quién se identifican, etc. Esto está relacionado con la familia, el colegio, los amigos u otras personas y circunstancias. Cuando el niño ya es capaz de escribir, responder a las preguntas por escrito permite estudiar su vocabulario, la expresividad de su lenguaje y las posibles alteraciones de la escritura. En el caso de los adolescentes también es muy útil; sin embargo, algunos lo rechazan por considerarlo regresivo20.

En cuanto al test de la familia, no hay que pedir al niño que dibuje a su familia, sino a una familia cualquiera. Aunque la interpretación de esta prueba presenta múltiples posibilidades y es extensa, conviene tener siempre en cuenta algunos aspectos:

  • La omisión de personajes indica su desvalorización.
  • El orden en que dibuja a los personajes y el tamaño y los detalles de las figuras revelan su valorización. El niño considera más importante a quien admira, envidia o teme, y también a aquel con quien se identifica. El personaje más valorado se dibuja en primer lugar, tiene mayor tamaño que los demás o se representa con más detalle y esmero.
  • La identificación de símbolos según el contexto familiar puede detectar posibles fuentes de estrés (por ejemplo, el dibujo de los padres cogidos de la mano en un contexto de divorcio).

Bibliografía

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